Con increíble familiaridad, él se adelantó y abrió la puerta de la villa. Pero, lo que vio no era lo que estaba esperando. Más bien, la persona que encontró dentro, no era la misma persona que había estado esperando.
En lugar del hombre con el que siempre se había reunido, esta vez había una dama esperándolo. Tenía el cabello azul y ojos marrones. Los ojos marrones lo miraban indiferentemente, sin ninguna emoción que él pudiera detectar en ellos.
Justo cuando Daniel estaba desconcertado, preguntándose qué se suponía que debía hacer, o tal vez si había ido al lugar equivocado, la dama habló.
—Entra. Hay algo que quiero que hagas para mí —su voz era tan fría como su expresión.
Daniel sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Aunque siempre había sabido que el hombre con el que se reunía era realmente fuerte, pero, se dio cuenta de que, frente a esta dama, se sentía indefenso.