Las calles del bullicioso pueblo portuario, una vez llenas de vida, ahora yacían vacías y en silencio. La usual atmósfera vibrante había dado paso a una inquietante quietud con el grupo navegando a través de estas desoladas avenidas urbanas.
Sus pasos resonaban suavemente, reverberando a través del silencio como si la ciudad misma se hubiera retraído en reclusión. Los edificios que flanqueaban las calles se mantenían como testigos mudos, sus ventanas oscuras, puertas bien cerradas, encarnando el retiro colectivo de la ciudad.
Aún así, en medio de esta fantasmal vacuidad, había señales intermitentes de vida en la distancia. Entrecerrando los ojos contra la bruma, nuestro grupo discernía figuras lejanas que lentamente convergían en el puerto. Estas formas distantes gradualmente se enfocaron, revelando viajeros decididos con varias cargas.