La mirada de Atticus se redujo a un par de puntos mientras la abrumadora aura de Jezeneth golpeaba su cuerpo como un martillo de demolición. Intentó moverse, intentó contraatacar, pero su cuerpo se sentía insufriblemente pesado.
—Es fuerte —su mente corría.
Jezeneth no se parecía en nada a Yorowin. Sus poderes parecían estar en un nivel completamente diferente. Abrumadores. Absolutos.
Los ojos de Atticus brillaron de repente mientras apretaba fuertemente la empuñadura de su katana. En el siguiente instante, su voluntad rugió a la vida mientras un cegador carmesí brotaba de él, rompiendo su agarre.
Su mano se movió, la katana se deslizó hacia el ataque entrante. A pesar de la intensidad de la situación, Atticus evaluaba con calma las circunstancias.
—No puedo escapar de este enfrentamiento ileso.
El ataque se acercaba, y cuando estaban a punto de colisionar, el mundo pareció contener la respiración, los ojos de los paragones fijos en la escena.