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—Ya vienen —murmuró para sí mismo.
Podía sentir su presencia acercándose, la atmósfera espesándose con un peso opresivo.
—Son fuertes —observó Atticus—. Sin embargo, algo parecía extraño, era difícil hacer una valoración precisa de su poder, como si la misma niebla actuara como una capa.
El estruendo se detuvo abruptamente. La niebla se abrió en múltiples puntos en la base de la colina.
La mirada de Atticus se afiló, su intención de batalla alcanzando el pico.
Esperó, listo para enfrentar lo que había estado persiguiéndolo. Pero nada apareció en su campo de visión.
En su lugar, una ola de sed de sangre lo golpeó como un maremoto. Y entonces...
Paso. Paso.
—¿Qué? —Los ojos de Atticus se abrieron de par en par.
El sonido era tenue, muy tenue, pero podía oírlo. El sonido inconfundible de múltiples pasos acercándose. Sin embargo, eso no era lo que lo sorprendió.
Podía ver las marcas que dejaban en la arena al caminar. Podía oír el eco de sus movimientos. Pero eso era todo.