Isabella regresó a casa, completamente agotada. Siempre había sido consciente de que los Frost podían ser tan gélidos como su apellido sugería, pero hoy lo había sentido en carne propia. Sin pronunciar una sola palabra, su presencia sola la había atravesado como si la hubieran apuñalado miles de veces.
Al quitarse la chaqueta, una profunda sensación de vacío la envolvió, sus emociones un enredo de indecisión y dolor. Cuando había entregado su renuncia, no sabía qué esperaba o temía, pero esa mordiente picadura de indiferencia fría, no estaba preparada para eso. Él la había interrogado, claro. Pero nada más.
Las lágrimas brotaban en sus ojos mientras se decía a sí misma en una voz teñida de desesperación: