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Lilithiam Paradox End Lilithiam Paradox End original

Lilithiam Paradox End

Author: DiannaLiebestraum

© WebNovel

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En las épocas antiguas, era común ver a comerciantes, artistas, viajeros que se quedaban y pasaban por las aldeas más remotas, era casi comunes; o al menos en algunos de estos pueblos. Unos meses antes de la caída de una monarquía olvidada y benéfica, una anciana y su nieta habían llegado a aquel pueblito lejano, la anciana y la joven tenían cabelleras tan similares y blanquecinas que era imposible no prestarles atención. Aquella jovencita cargaba a su desdichada abuela enferma y rentaban en una posada, que a la vez pertenecía a un tabernero popular en el pueblo. Al poco tiempo, la joven se ganó el cariño de la gente, con ello consiguió trabajos de medio tiempo, para poder sustentar a su abuela. Todos los días la veían caminar de un punto al otro con diferentes implementos para su trabajo, y en las noches, se encargaba de atender las mesas en la bulliciosa taberna.

Pero todo no es color de rosa, ya que su esfuerzo sobrehumano por cuidar a su abuela llega a su fin una mañana en que la señora amanece sin signos vitales, todo su mundo se rompe ante ella, ante el hecho desafortunado, dura semanas encerrada en si misma sin emitir un solo sonido de su garganta, se privaba de ingerir alimento y de vez en cuando, tomaba las bebidas que la mujer del tabernero le brindaba. Hasta que un día sale de la habitación y se pone a ordenar las cosas desordenadas en la taberna, por primera vez en tanto tiempo pronuncia su verdadero nombre, aquella que se había llamado Diana, ahora brindaba la más importante información sobre quien podría ser, cosa que se guarda tan celosamente por aquellos viejitos que la cuidarían por largos años, apegándose a ella por la carencia de descendencia por ellos.

Los días pasaron hasta que los monarcas de aquel país medieval mueren súbitamente ante un ataque de otro reino, lo cual toma de sorpresa a los habitantes de este. Ante la preocupación de los demás, Marclariette afirma que no pasará mucho para que los reyes del reino vecino se auto proclamen los nuevos reyes de su reino. Igual parecía que a ella no le importaba mucho, al mismo tiempo en que sus facciones demostraban que estaba tan profundamente perdida en sus pensamientos, quizás todo aquello le angustiaba. Tenía muchas cosas que pensar, muchas que asimilar.

Un alboroto es escuchaba a unas cuadras de la taberna y posada en la que trabajaba desde hacía años, lo cual no era muy usual ya que era un pueblo muy tranquilo razón suficiente para alertarla. Pero también decide ir a custodiar de alguna forma a sus padres adoptivos, los cuales estaban igual de confundidos que ella. Y todo se descontrolo una vez pasó la barra de madera. Se escuchaba a la gente siento mascarada por algo más allá de la comprensión humana básica.

Las paredes de la entrada eran salpicadas de líquido rojo y mientras la personas entraban para resguardarse de lo que sea que los atacara, algunos no podían escapar d ellas garras de la muerte y de lo que se empeñaba en desgarrarlos. El terror no era lo único que reinaba, sino también la propia estabilidad de la mente frágil de los allí presentes, en cuanto aquella bestia de fauces infernales se hizo presente en la mitad de la puerta, contuvieron el aliento.

Aquella cosa fijó la mirada en los padres de la joven, como si tuviese la intención de devorar los con la mirada, no bastando con eso se balanza en contra de ellos pero ella de lo impide, tirando de una cuerda que mantenía ahorcada a la criatura por no fijarse en nada más que en su almuerzo, con la bestia colgando del cuello y ayudada por una polea, Marc se levanta el vestido que cargaba, se trepa en la barra y rápidamente corre a lavarle una daga demasiado grande para ser llamada una daga, en el cuello, corazón y vientre, repetidas veces hasta que la criatura dejara de moverse y el rostro de la joven quedara con su sangre, devolviéndole algo de color a su cabello demasiado pálido.

Aunque eso no parecía bastarle al siguiente personaje que entraba a escena con su enorme y pesado pedazo de metal, el cual blandió firmemente partiendo en dos el cuerpo de la criatura.

Entonces cruza mirada con el dueño de aquella escena bizarra y brutal, aquellos ojos con profundidad, más oscuros y vacíos que el mismísimo abismo, aunque vio que por unos segundos sus ojos se tiñeran de color, tan solo en un color marrón, para luego volver a la negrura. No se dio cuenta que aquel hombre gigante de más de metro ochenta se había acercado a ella, buscando algo poco humano o gentil.

—Ya tengo una presa.

Dijo al momento en que se agacha para tomarla de la cintura y llevarla a cuestas como saco de papas contra su voluntad.

Luego la suelta provocando que esta cayera al suelo sobre sus nalgas y se hiciera daño. Lo que al hombre parecía importarle menos. Ella desviando la mirada hacia alguna de esas pobres personas, descubriendo que entre aquellas bestias había una más grande, de apariencia esquelética pero que poseía una gran fuerza bruta. Eso, con sólo verlo una vez, le desbloqueo recuerdos horrorosos. Un terror la invadió y la paralizó, después se sintió desfallecer. Algo que no esperaba el hombre desconocido, aunque de todas formas acaba su cometido aniquilando a las criaturas en un pequeño festival de carne, viseras y montones de sangre. Poco a poco fueron llegando hordas de bestias tan infernales y carentes de inteligencia que parecía que jamás iba a acabar de masacrarlos. Las horas pasaron y momentáneamente todo el terror antes visto fue disminuyendo, por el resto de la tarde y la noche la pelea cambió de lugar a unas cuevas a lo alto de la montaña, por último hubo paz.

Cuando ya no habían bestias con las que pelear, aquel hombre de apariencias extranjeras vuelve a la aldea, concretamente a la taberna de donde había sacado a la chica, se sentó en la barra y pidió una enorme jarra de cerveza no local.

—Quiero… Agradecerle por lo que ha hecho por Diana.

—¿Agradecimiento? Si él fue el que la metió en problemas.

El esposo mira a la esposa y luego al hombre con la misma expresión de desagrado.

—Estoy de acuerdo con el sujeto. Yo no ayude a nadie.

—Ya es evidente.

—Pero, no dejó que aquellas cosas tocaran a la niña cuando se desmayó.

La señora le saca el dado bueno a todo, al parecer. Era una buena mujer.

—¿Es su hija?— pregunta el hombre a medida de que toma sorbos de su bebida alcohólica.

En aquel momento ambos se contradijeron. La amable señora decía que sí era su hija, pero el hombre decía que no. Luego regañó a su mujer por hablar de más. Pero poco le importaba a aquel hombre de cabellos tan negros como la noche.

La que no se encontraba con nada positivo era la misma albina, quien se había levantado de su letargo y apuntaba al hombre con una ballesta, del propio tabernero, quizás había sido lo primero que agarró cuando despertó.

Lejos de sentirse intimidado, el hombre la observó atentamente, prestándole atención a los detalles de su cuerpo; facciones tan delicadas como las de una joven noble de la más alta estirpe de la realeza; ojos verdes, que destellaban un halo misterioso y de color violeta, quizás por la luz del lugar, quién sabe; la melena rizada peinada en forma de trenza francesa hacia la parte posterior de su cabeza, la cual estaba un poco maltratada por lo acontecido en las últimas horas, pero mantenía su belleza; sus labios carnosos que formaban una expresión seria; y por último su cuerpo, el cual no era muy sensual ni muy exuberante, pero tenía lo suyo, un cuerpo en forma de reloj de arena perfecto y común. Pero este notó algo en la piel pálida de la joven, el camisón que cargaba se le resbalaba, dejando ver la piel bajo esta, la albina tenía los hombros llenos de cicatrices. Tan abultadas que pensó que era algún truco de una obra de teatro. En cambio, no era así, conocía ese tipo de cicatrices porque ya había tratado con estas en su propio cuerpo, así que no era un engaño. La duda sobre cómo se las hizo rondó por su cabeza desde ese momento.

—¿Quién eres tú y por qué aniquilaste a esas cosas? — interroga la joven.

La pregunta lo sacó de sus pensamientos.

—No creo que merezcas explicaciones. Tú aniquilaste a uno de ellos y no te pregunto por qué lo hiciste.

La joven dudó en presionar el gatillo de la ballesta, pero algo le decía que si lo hacía, no sólo despertaría el instinto de batalla del hombre que estaba aplacado de momento, sino que tendría unos serios problemas con los que lidiar con él mismo. Bajó el arma, porque sabía que no podía hacer algo contra aquel hombre; al mismo tiempo en que afuera de la taberna, se escuchaba un bullicio, luego una trompeta, llamando la atención de los presentes, aquel era el llamado de atención para oír los comunicados de la corona. Los cuales no escucharon ni siquiera cuando se acercaron para oírlos, pero sabían que uno de estos involucraba al espadachín de capa negra. A Marc le fue peor, ya que ella escucho el momento justo en que decían que también iban detrás de una peligrosa hereje de apariencia angelical y cabellos blancos, justo como la extraña que había llegado al pueblo. Así que en su afán por huir en ese preciso momento, quita las flechas en su andar para no lastimarse, se apresura a salir por una de las ventanas del costado izquierdo de la taberna, lo que no pensaba era encontrarse a aquel hombre robando uno de sus caballos para salir de aquel apuro igualmente.

Ambos emprenden la huida de la inquisición, antes de que uno de los caballos sea brutalmente asesinado y caiga a bruces contra el suelo, pero lejos de dejarse atrapar, la joven recoge su ballesta y dispara clavando la flecha en el cuello de uno de los que la perseguían.

—¡Súbete antes de que me arrepienta!

El hombre al parecer también cargaba una ballesta estaba ahora entre él, la misma joven y los caballeros, no dudó ni un segundo en subir a la parte trasera y aferrarse como podía a su salvador. En medio de la huida vio un peculiar sujeto de capa color azul royal. De inmediato los recuerdos de la infancia la invadieron.

—Liebe…

Susurra a medida que ambos jinetes con sus caballos de emparejan en el camino de tierra.

Para sobrevivir en aquella persecución, deciden tomar la ruta de los cazadores, si bien no era una buena opción ya que los peligros acechaban en la oscuridad y detrás de los enormes árboles, no tuvieron tiempo de decidir el camino a seguir.

—No sabía que estabas por estos lados, ¿desde cuando?

—Seis meses, o algo así… No recuerdo.

—¿Por qué no dijiste nada? Te pude haber ayudado.

—No. Era mejor de esa forma.

—¿Ya se conocían?— pregunta el hombre de cabellos negros a los albinos detrás de él.

—Desde que éramos niños.

—Vaya, no me imagino lidiar con el violinista loco.

A los ojos de Marclariette aquel hombre parecía molesto por alguna razón. Pero no sabía ni quería saber de ello.

—Soy bastante agradable. Y no estoy loco.

—Si tú lo dices.

La joven se levantó y caminó hacia el río que se encontraba a unos metros de su campamento improvisado. No quería oír hablar a ninguno de los dos, y mucho menos al extraño cavernícola que a simple vista parecía ser un caballero de brillante armadura pero que era demasiado tosco como para serlo en realidad.

Se limitó a enjuagar sus pies y lavar su rostro, hasta que nota que alguien había dejado un par de ropas al aire libre, lo que parecía ser de una pareja, que se encontraba al otro lado del arroyo, procreando hijos, supondría. La oportunidad perfecta para cambiar de ropa. Obvio no iba a tomar la de la doncella, la del hombre parecía más cómoda, e incluso le podría quedar. Pensó que era un jovencito, ya que no le quedaba muy grande. A cambio de sus ropas les dejó el camisón que traía desde hacía días. Siguió caminando con sus ropas nuevas rio abajo, para poder lavarse el cuerpo y luego vestirse y peinarse de forma adecuada, para no tener contratiempos en un apuro futuro. De vez en cuando oía las voces de sus compañeros de viaje, y gracias a ello sabía que no estaba tan lejos de ellos, pero no iría con ellos a menos que ya estuviera totalmente vestida y aseada. Por lo que se apresura a lavar su cuerpo y a colocarse la ropa tan rápido como se lo permitió, aunque no logró colocarse las botas, porque vio a Liebestraum hacer señales de que fuese hacia él, suponía que algo estaba pasando, así que las recogió y se apresuró a ir hacia él.

—¿Qué pasa?—Pregunta la joven.

—Tú y tu cabello largo. Rapunzel tenemos problemas. Del otro lado hay caza recompensas.

—¿En serio?

—Gael quiere que te apures o sino te deja.

—¿Y tú me dejarías?

—Ambos sabemos que no eres tan dependiente de los demás y menos cuando se trata de sobrevivir a la intemperie.

Ella no dijo nada más, se limitó a ponerse las botas y caminar en dirección hacia el improvisado campamento, donde Gotz ya se estaba deshaciendo de la evidencia de algún paso humano. A este no le dijo nada y siguió caminando hacia el lado opuesto del camino.

—Está enojada.

—¿Por avisarle que debemos irnos?

—Bueno, no le caes bien.

—Ajá.

Ambos caminaron detrás de ella con cierta distancia, observaron cada movimiento inusual incluyendo los de su compañera, Liebe trató de ayudarla con su cabello suelto y desordenado pero ella no se dejó. Por lo que Gotz se extrañó.

—¿Siempre fue así de amargada?

—Ella no es amargada. Solo anda molesta, como dije antes.

—Si sigue así, me dará problemas.

—Oh, no te preocupes que dentro de poco desapareceré de tu inmunda vida—dijo la joven mirándolo sumamente molesta.

—Por eso digo que las mujeres estorban.

—¿Cómo dices? ¿Y tú de donde crees que saliste? ¿De un caballo? ¿De un cerdo? ¿De un macho cabrío? Naciste de una mujer, idiota, al menos ten algo de respeto a tu nacimiento.

Ella se da la vuelta para seguir caminando, pero Gotz no estaba de humor como para dejarle ganar en la discusión, aunque eso lo hacía ver un poco infantil.

—Mi nacimiento no es digno de respeto.

—Ya somos dos—Gotz pensó que ella estaba equivocada. La apariencia de princesa legítima no concordaba con aquellas palabras que salían de su propia boca.

—¿Y una princesa como tú qué va a saber lo que es nacer en la miseria?

Liebestraum se detuvo en su andar. Sabía que habían entrado en un tema del que ella no estaba del todo sana. Marclariette tenía muchos secretos, demasiados, ni siquiera un amigo de la infancia sabía lo que ella guardaba y si se enteraba de algo, no era por boca de ella.

La joven de cabellos blancos se detuvo, se giró hacia el corpulento hombre y lo miró fijamente.

Sus ojos parecían dos dagas de color esmeralda. Estaba seguro que había tenido un vuelco en el corazón. Ella intimidaba, no a gran medida pero lo hacía.

—¿Por qué te guías por la apariencia? Si es así, ¿has mirado mis cicatrices? ¿Sabes de qué son? ¿Una princesa podría tener estas aberraciones en su cuerpo? No, te equivocas, yo sé lo que es ser miserable.

Sin más que decir se dio media vuelta y siguió caminando con paso apresurado.

—Eso no significa nada.

—Ya no la molestes. Ella tiene la apariencia de una princesa pero créeme que no lo es. Ha estado en guerras y luchas, cualquiera le daría la razón.


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