Abi había llegado a casa tarde en la noche y estaba contenta de que sus abuelos ya estuvieran durmiendo. Su padre fue quien la dejó entrar.
Andrés vio sus ojos hinchados y rojos, pero solo preguntó si estaba bien. Abi le dijo que estaba bien, que solo estaba un poco molesta y su papá no preguntó más. Parecía que la entendía y simplemente la llevó a su habitación, diciéndole que descansara.
Abi intentó dormir y lo hizo después de unas horas de sollozar en silencio, pero se despertó a las 3 am y comenzó a llorar de nuevo. No pudo volver a dormirse porque su mente estaba demasiado caótica, con tantos pensamientos dando vueltas como pollos sin cabeza, así que se levantó y abrió la ventana. La luna ya no estaba allí. Ni siquiera las estrellas. El cielo estaba oscuro, tan vacío y sin vida como su interior.