–Es hojaldre relleno de crema de calabaza– explica la dependiente.
–¿Y estos?– pregunta Yi.
–Son pastelitos salados, ligeramente amargos. Es normal comerlo juntos a un licor dulce.
La dependienta explica pacientemente una a una las peticiones de Song y Yi. De hecho, parece entusiasmada. Debe de pensar que son dos niñas ricas que están de paso por la ciudad. Y que puede hacer un gran negocio con ellas. Lo último es lo único que es posible.
No puedo ver tras sus velos, aunque estoy seguro de que se les hace la boca agua. Me pregunto que comprarán al final. Supongo que tienen el encargo de comprar para todas.
–Ponnos dos de cada. Escribe los nombres. Así podremos encargar cantidades más grandes de los que prefiramos– decide finalmente Song.
Ha estado hablando en voz baja con Yi. La verdad es que me ha sorprendido su decisión. Aunque también me parece razonable. Podremos probarlos y elegir los que más nos gusten. Y luego encargar en gran número. No es un problema. Podemos guardarlos. Bueno, suponiendo que me dejen probarlos. Espero que no sean tan crueles con su castigo.
La dependienta se pone manos a la tarea inmediatamente. El pedido no es enorme, pero no está mal. Los coge y envuelve con cuidado. Añade siempre una tarjeta con un nombre.
Mientras, las dos cuchichean. No conmigo. Se supone que soy el guardaespaldas. Así que no es extraño que esté mirando por la ventana. Y no me gusta lo que estoy viendo. Dai Fen y uno de sus amigos se ha acercado a la mesa de Rui y Ning. Algo les dice.
Mmm. Parece enfadado. Ha dado un golpe en la mesa. Rui se levanta. Saca la daga. La clava junto a la mano. Claramente podría habérsela clavado. Aunque entonces hubiera sido problemático. Ha sido un aviso. Él da un paso atrás.
Los guardaespaldas han dado un paso adelante. Pero se han detenido. Están en un lugar público. Dai Fen parece asustado. Algo les grita. Sin acercarse. Rui se sienta y lo ignora. Ning mira a Rui. Sin saber qué hacer, continúa bebiendo lo que sea que ha comprado.
El que se había quedado sentado se acerca a Dai Fen. Algo le dice. Se van los tres. Al menos no ha pasado nada grave.
Miro hacia Song y Yi. La dependienta ha acabado. Les da a las dos una tarjeta. Tienen unos culos preciosos.
–Cuando hagáis más pedidos, podéis preguntar por mí. Os haré descuento– ofrece.
Más bien, creo que es para tener la venta. Debe cobrar algún tipo de comisión. Como esclavos, a veces nos aprovechábamos de ello. Los dependientes ganaban su comisión, y nosotros teníamos una comida o bebida. Un pequeño premio. Quizás pueda parecer poco. Para nosotros, era algo excepcional. Y a la secta le da igual.
–¿Pasa algo?– pregunta Song cuando salimos.
–Ese idiota se ha acercado a Rui y Ning. Algo le han dicho. Se ha puesto un poco violento. Rui ha acabado clavando una daga en la mesa, junto a la mano– les explico.
–Envíanoslas. Les preguntaremos– propone.
–Debería habérsela clavado en la mano– se queja Yi.
Song y yo nos reímos. Yo cargando toda la compra. Para algo soy el guardaespaldas. O eso han dicho entre risas. Nos alejamos del lugar. Veo de reojo que Ning y Rui se levantan y nos siguen. Encontramos un lugar adecuado para llevarlas de vuelta. Para cambiarme ligeramente de ropa. Para que Ning y Rui vuelvan.
–Ese idiota. ¿Sabes que ha dicho…?– empieza Ning.
–Luego– la interrumpe Rui.
–Vale, vale…
Suspiro. Las envió con las chicas. Las interrogan. Luego las dejan ir. Ning y Rui se veían nerviosas. Ning aún tiene miedo a Song. Y puede que Rui también.
Sigo caminando hasta que encuentro una herboristería. Acabo dejando a Wan dentro. Me he hecho pasar por su hermano. Shi y Liang se supone que son nuestras primas. Están en una tienda cercana. Mirando varias telas. Me quedo fuera, observándolas. No sé qué quieren hacer con esas telas.
Para entretenerme, me quedo mirando a Bronceada practicando desnuda. Es bastante sexy. Lástima que no pueda llamarla ahora para algo más.
Veo por la ventana que Shi está discutiendo con otra clienta. Voy hacia allí a ver qué pasa. Liang me dice que no con la cabeza. Me quedo donde estoy
Al cabo de un rato, sale esa clienta. Parece enfada.
–¡Maldita presuntuosa! ¡No sabe con quién se mete! ¡Si la vuelvo a ver, le daré una lección!– la oigo decir.
Su sirvienta suspira en silencio. Ya me explicarán lo que ha pasado más tarde. Aún tardan un rato más en salir.
Me dan las compras y se meten en la herboristería. Unos minutos más tarde, sacan a Wan casi a rastras.
–Aún quedaban muchas hierbas por mirar. Y podía haber regateado un poco más… Solo necesitaba un poco más de oro para comprar más cantidad– se queja Wan.
A pesar de ello, lleva dos pesados paquetes. Parece que se ha gastado toda su asignación. No era poco.
–Tienes para un montón de días. Ya compraremos más cuando te falte– la calma Liang.
–¿¡De verdad!? ¡Gracias! ¿Nos vamos ya? Tengo mucho que hacer– nos apremia.
Nos miramos. No podemos evitar reírnos.
–¿Eh? ¿Qué pasa?– pregunta Wan extrañada.
–Nada, nada. Vamos…– dice Shi, aguantándose la risa.
–Dai Fen…– murmuro.
Parece que tengo que encontrármelo hoy por todos lados. Shi me ha explicado que han intentado ligar con Rui y Ning. Rui no se ha cortado. Le ha dicho que se perdiera. Que le molestaba a la vista. Tengo que felicitarla. Me hubiera gustado ver su cara.
Él se ha enfadado. Ha gritado su nombre y el de su familia. Golpeado la mesa. Presumiendo. Tratando de intimidarlas. Ha sido cuando Rui ha sacado la daga. Según Ning, casi se caga encima.
Se acerca a nosotros. A mí y a Wan nos mira de reojo. Algo despectivo. A Liang y Shi las mira de arriba abajo. Parece que son su tipo, como Rui. Y eso que su rostro está oculto. Y sus ropas no son muy ajustadas. O le da igual. Como sea, me está irritando.
–Hola, preciosas. Soy Dai Fen. De la rica familia de mercaderes Dai. ¿Queréis venir a tomar algo con nosotros? Nos lo pasaremos bien– propone directamente.
Me ignora. Podría ser el novio de alguna. De hecho, soy algo así. Parece que se cree por encima de todos. De hecho, se está acercando demasiado a Shi. Que lo mira fijamente. No parece asustada.
–¿Te has quedado sin habla? Vamos, no seas tímida– intenta coger a Shi de la muñeca.
Liang ha dado un paso atrás. Su cultivación es relativamente baja. Así que el otro que se acercaba tiene que esperar.
Estoy a punto de dar un paso hacia él. Pero Shi se adelanta. En lugar de dejarse coger la muñeca, le coge ella la de él. Se la dobla. Le pega un rodillazo en el estómago. Lo lanza hacia atrás. Cae pesadamente. Recibe una patada.
–¿Quién te crees que eres? ¿Un idiota niño rico pervertido? ¿Creer que puedes tocarme? ¿Aprovecharte de quien te dé la gana cuando quieras? ¡Maldito pervertido!– le grita.
Con ello, atrae la atención de toda la gente de alrededor. Los guardaespaldas se acercan a él para ayudarlo. Cuando se levanta, los empuja furioso. Rojo. Mira hacia Shi furioso.
–Joven señor, hay mucha gente mirando– le dice uno de los guardaespaldas –. Es mejor irnos.
–Fen'er, vámonos. Hoy son todas unas estrechas que no saben qué se pierden– le dice su acompañante. No sé quién es.
–¡Esto no acabará así!– amenaza.
A pesar de eso, se acaba dando media vuelta. Aunque se gira varias veces, amenazante. No le ha sentado bien la humillación. Algo les dice a sus guardaespaldas. Uno de ellos hace unas indicaciones a alguien.
–Ha sido refrescante. Mejor vámonos– sugiere Shi.
–¡Deberías haberle dado en los huevos!– exclama Wan, excitada.
–Se lo hubiera merecido. Pero si nos pasamos, igual actuarían a pesar de los testigos– explica Liang.
–Ah… Ya veo… ¿Nos vamos ya? Tengo que tratar las hierbas y…– sigue nuestra alquimista.
–Ja, ja. Vamos– ríe Shi.
Yo las sigo. Cargado con multitud de paquetes.
Esta vez, llegamos a una calle solitaria. Junto a una puerta. Tras unas cajas. Allí las devuelvo. A todas menos a Shi. Nos quedamos besándonos un rato. Metiéndonos mano.
–Aaaah… Ya viene. Podría haber tardado un poco más– se queja Shi.
Como no salíamos, se ha acercado. Es al que le ha hecho signos el guardaespaldas. Nos ha seguido hasta aquí. Nos sobrepasa y se queda mirando la puerta. Supongo que cree que nos hemos metido allí. No nos ha visto. Estábamos escondidos entre las cajas.
Shi lo golpea con el mango de la espada. Quería hacerlo ella. El sirviente cae inconsciente.
–¿Está vivo?– pregunto.
–¡Claro! ¿Quién te crees que soy? ¿Song?– se ríe.
–Me chivaré– amenazo.
Ella me saca la lengua.
Lo atamos. Lo dejamos entre las cajas. Con una nota amenazante a Dai Fen. Vale la pena asustarlo un poco.
Luego salimos y buscamos otro sitio. Para devolverla y cambiarme de ropa. Para que no reconozcan ese disfraz. Han dicho algo de que me harían más.
Solo quedan Yu, Shun y Lang. Las acompaño comprando ingredientes. Ahora soy un sirviente. Parecen animadas. También compran un par de utensilios de cocina. Bastantes especias. Delantales para todas. Y no sé cuantas cosas más.
En el mercado junto a la secta no hay estas cosas. Los estudiantes no suelen cocinar. Y la secta tiene trato directo con los mercaderes.
Cuando están satisfechas, nos vamos. Me besan una a una antes de volver. Me dan las gracias. Soy yo quien tiene que darles las gracias a ellas. Son encantadoras. Supongo que ya es hora de ir a ver a Guo Xua.
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–¿Estás bien?– le pregunta un cliente. A mí me atiende la misma dependienta de siempre.
Me compra la leche. Ha aumentado la cantidad. Y hay de la etapa dos. Así que gano más. Compro carne, bastante más que el otro día. También me quedo algo de oro. Hoy hemos gastado demasiado. En especial Wan.
–Solo un poco indispuesta. Nada grave– oigo decir a Guo Xua.
Me ha mirado y ha asentido levemente. Sus ojos están un poco rojos. ¿Ha estado llorando?
Acabo mis negocios y espero a que cierren. No tardan mucho. Veo como la dependienta se aleja. Salgo de mi escondite y llamo a la puerta lateral.
Abre y entro. Me encuentro a Guo Xua quieta. Mirándome. Está empezando a llorar. Cierro la puerta con el pie. Se abalanza sobre mí. Llora.
–Mi… Mi hija me ha escrito… Dice que está bien… Que es feliz… Estaba tan preocupada… Me alegro por ella… Estará mejor que obligada a casarse como yo…– se desahoga en mis brazos.
Me limito a abrazarla. A dejarla llorar. A acariciar ligeramente su cabello morado. No sé muy bien qué más hacer. Aunque no puedo decir que me haya cogido del todo por sorpresa. Al fin y al cabo, es la carta que ha escrito Hai. La que le ha dado al sirviente de antes.
Tarda en calmarse. En mirarme con ojos llorosos.
–Lo… siento. Tú no has venido para esto… Es solo que… Espera… Debo estar horrible– intenta alejarse.
No la dejo. La atraigo hacia mí. Le hago hundir su rostro en mi pecho.
–He venido por ti. Por mi preciosa Xua'er. Llora todo lo que tengas que llorar– le aseguro.
Ella levanta un momento la cabeza. Incrédula. Le sonrío. Las lágrimas vuelve a aparecer. Vuelve a esconder su rostro en mi pecho. Está un rato más llorando. Y roja.
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–¿Me lo harías… despacio?– me pide cuando se tranquiliza.
En lugar de responderle, la cojo en brazos. La subo por las escaleras hasta la cama. La dejo bocarriba sobre esta. La desnudo poco a poco. Acariciándola y besándola por todo el cuerpo. Recreándome en su lugar más secreto. Ella se deja hacer. Expectante.
Meto la cabeza entre sus piernas abiertas. Lamo su clítoris con un poco de qi. Con suavidad. Hasta que se corre. Entonces, me pongo sobre ella. Mirándola. Acariciando su cabello. Su mejilla. Espero a que se recupere. Asiente con la cabeza.
La beso larga y húmedamente. Cojo un pecho con una mano. La otra en su cabeza. En su pelo. Las suyas me acarician por el frente.
La penetro despacio. Poco a poco. Salgo y entro un poco más. Hasta acabar llegando al fondo. No dejo de entrar y salir de ella. Ni de besarla. De acariciarla. De mimarla.
Puedo sentir que su lealtad hacia mí ha aumentado de golpe cuando la he dejado llorar. De una forma muy íntima. Puede que se haya enamorado de mí. O al menos aprecia que le haga caso. Que la trate como a una persona. No como a un objeto. Sé lo que es eso.
La verdad es que me gusta. Su cuerpo no es tan suave. Ni tan firme. Pero no por ello deja de ser sensual. De una forma diferente. Madura. Así que, mientras la follo, le hago tragar una píldora de las inocuas. Una excusa para ayudarla. Para que no sea tan raro cuando sus meridianos mejoren. Y se acerque al siguiente nivel.
No me pregunta qué es. Confía en mí.
Me quedo con ella durante un buen rato tras llenarla. Acariciándola suavemente. Está agotada. Del sexo. De llorar. De las emociones del día.
–¿Volverás?– casi me suplica.
–Claro. Como podría no volver por mi preciosa tendera– le aseguro.
Ella sonríe. Nos besamos suavemente. Apoya la cabeza en mí. Se acaba durmiendo plácidamente.