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Capítulo 3

Saori intentó reaccionar con rapidez, pero la moto se la llevó puesta de la manera más humillante posible.

(Salvo, claro, que encuentren una manera más humillante de ser golpeada que rodar, ensuciarte, rasparte las rodillas, y quedar tirada de culo con las piernas abiertas, mostrando a todo el mundo la vista de tu ropa interior favorita, es decir la más usada)

—Qué día de mierda para usar una falda... —gruñó.

De alguna manera, y pese a contar con la protección de la moto, el chico atrás del manillar había quedado peor que ella. Se quejaba y retorcía como si estuviera agonizando. Y para colmo, no llevaba casco.

Saori se levantó como pudo, maldiciendo su suerte.

—¿Estás bien? ¿Te hiciste algo? —preguntó.

—N-n-n-no.

—Ese quejido de moribundo no me convence mucho. Y una de tus piernas está torcida en un ángulo muy raro.

—E-e-en serio, estoy bien. Perdona. ¿Te golpeé muy fuerte?

—Mi dignidad va a tardar más en sanar que los raspones, no te preocupes.

—¿E-En serio no estás lastimada? Tienes el pelo todo revuelto...y la cara sucia. ¿Necesitas que te lleve al hospital?

(En ese momento deseé poner la rueda de atrás de la moto encima de su cuello, y acelerarla. Y aun así hubiera sido una muerte misericordiosa, para lo que se merecía. Pero ya saben, después los titulares iban a decir "adolescente asesinado de forma brutal por una loca de mierda", así que ni modo)

—Mi pelo es así; deberías verme recién levantada. Y de todos modos, te está sangrando un poco la cabeza. No estás para llevar a nadie a ningún lado.

—Arghh... ¿Me vas a ayudar a levantarme?

—Ni en sueños, pendejo. Podrías tener una conmoción cerebral. Vas a tener que quedarte ahí hasta que venga una ambulancia.

Por suerte, el viejo del kiosco la ayudó a sacarle la moto de encima de las piernas, y él solito se encargó de cuidarlo hasta que apareciera el servicio médico. Lo cual era de agradecer, porque Saori tenía que irse de una vez.

—¿Necesitas mi número para el parte del seguro? ¿O cómo hacemos?

—N-n-no tengo seguro.

—Sin casco y sin seguro. Resultaste ser bastante imbécil.

—¡Hey!

—Menos mal que también tienes la cabeza dura. ¿Qué estabas haciendo, que no me viste? ¿Dormiste mal anoche?

—N-no...

—¿Tuviste pesadillas? ¿Te dejó tu novia? ¿Perdiste algún examen?

—E-eres un poco creepy, sabías?

—Gracias por el halago. Entonces ¿me puedes explicar QUÉ MIERDA ESTABAS HACIENDO, que no viste a una persona directamente enfrente tuyo?

—E-estaba contestando un whatsapp...

—¿Estabas mandando un audio por whatsapp, en lugar de fijarte lo que tenías delante?

—Era un...texto...

("Adolescente estrangulado hasta la muerte por loca de mierda" No, no sonaba mejor que lo otro. Además, la gente era tan retorcida que iba a pensar en un crimen pasional. Depresiva de closet, con carácter explosivo y gusto por los menores. Genial. Más turbia que Misato en Evangelion)

—Señor Gurméndez... ¿Está seguro de que puede sólo con esto?

El viejito hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

(De acuerdo. Ahora, componerse y llegar sobre la hora, responder vaaarias preguntas, y llamar la atención de manera no consentida. Hermoooso día)

La persiana del comercio no estaba subida del todo, como siempre, para impedir que los clientes entraran antes de tiempo. Esto obligaba a torcer un poco el cuerpo para entrar, contorsión que le costó a Saori un par de maldiciones y más tiempo del que debería. Adentro, su compañera ya estaba cambiada y arreglando su caja. Se detuvo en seco al verla.

(Por la cara con que me miró Cecile, mis esfuerzos por acomodarme un poco tras el accidente, habían resultado un asco. El rayito de sol me miraba como si hubiera salido de un apocalipsis zombie. Pero como zombie)

—¿Saori, estás bien?

—Podría estar mejor, pero creo que tengo todo en mi lugar. Al menos, los órganos internos.

—Tienes las rodillas lastimadas.

—Sí, ya sé.

—Espera aquí . Voy a curarte un poco.

—Cecile, yo sé que eres una boy scout frustrada, pero...

El "rayito de sol" ya se había dado la vuelta, dejándola en el aire. De todas maneras, no demoró mucho en volver.

—La próxima vez que quiera quejarme al vacío, te llamo. ¿Dónde estás la encargada?

—Sao, tendrías que tener una actitud más positiva, ¿sabes? Lo positivo atrae lo positivo.

(Traducción: "Sao, con ese humor retorcido, no vas a agarrar novio ni de aquí a quinientos años" Además...)

—Dile eso a un imán —solté.

—¿Qué? —preguntó, con la cara más bobalicona que se puedan imaginar.

—Nada, el chiste pasó por encima de tu cabeza. Igualmente, era un chiste bobo. ¡Ayy!

Cecile le había apoyado la gasa con desinfectante en la rodilla más jodida. Y no muy suavemente.

—Perdón.

—¿Perdón? Te vengaste, ya me di cuenta.

Saori la miró. Su compañera estaba arrodillada frente a ella, con una media sonrisa formada en su boca. En la actualidad, era tan raro verla enseñando un gesto malvado, que hasta se consideró afortunada. Cecile sacó la gasa, y aprovechó para ponerle más desinfectante.

—Ahora va la otra.

—¡Ayyyyyyy! ¿Estás pensando en matarme?

—¿Piensas que sería buena enfermera, Saori?

—¡Claro! Serías buena enfermera, por la misma razón que Hannibal Lecter sería buen médico.

—¿Quién es Hannibal Lecter? ¿Es de alguna serie nueva?

—Uff, nada, Cecile. Avísame cuando desarrolles un poco de buen gusto.

—Sabes, ayer tuve que decirle a Gloria que no te conocía mucho...

—¿Y para qué tendrías que decirle eso a la encargada?

—Porque con lo...que te pasó ayer, pensó que estabas mal psicológicamente o algo así. Y si decía que te conocía de antes, iba a pensar que estaba de tu lado.

—Qué manera de meterse en líos sin necesidad...

Cecile le dedicó la sonrisa más dulce que era capaz de ofrecer.

—Entonces, yo podría decir: "Qué manera tan rara de dar las gracias"

—Gra...gracias.

Saori ya había bajado la vista al suelo.

—Ahí llega Gloria. Bueno, te dejo, pedazo de desagradecida. Trata de protegerte las rodillas con algo, antes de ponerte el uniforme. Y lávate esa cara.

—Tal vez podrías prestarme las rodilleras que usas con tu novio.

Cecile le dedicó una mirada asesina, antes de irse a organizar su caja. De nuevo. Sacar de quicio a la rayito de sol era como un pequeño triunfo, que no se podía conseguir muy seguido. La coraza de wellness y pensamiento positivo que tenía esa chica encima era tan dura como un muro de piedra.

—¿Estás mejor hoy, Saori?

Saori hubiera dicho que sí inmediatamente, pero Gloria se fijó en sus rodillas antes de que pudiera escupirle un "sí, gracias".

—¿Se puede saber qué te pasó hoy?

—Me atropellaron.

—¿Te golpeaste en la cabeza? Porque si es así, no te puedo dejar trabajar.

El dedo índice me apuntaba como acusándome.

(Más calma, señora, que yo soy la víctima)

—Mi cabeza está bien, al menos físicamente. Pero debería ver cómo quedó el otro.

La mueca de seriedad de la encargada la convenció de que eso había sido una mala broma. Definitivamente.

Saori tuvo que explicar el accidente con pelos y señales a la encargada. De veras, Gloria podría haber sido una buena periodista de la crónica roja. Tras verle los ojos de cerca, se convenció de que el estado de su subordinada era apenas un poco peor que el de costumbre.

—Está bien, pero a la primera que te sientas mal, me avisas y te vas para casa. Veremos cómo nos las arreglamos.

—Pero, Gloria...

—Que tú no te preocupes por tu salud, no quiere decir que a nosotros nos dé igual. No somos tan explotadores, chica.

(Eso era debatible, pero...)

—Escúcheme...

No. Es una orden. ¿Entendido?

—S-sí...

—Y ve a acomodarte un poco.

(Diablos, ahora estaba tartamudeando como el maldito mocoso que me había chocado. ¿De veras no tendría una conmoción cerebral encubierta?)

Y así, de manera algo insólita, comenzó el turno. El minisúper sólo podía darse el lujo de abrir las 24 horas durante el fin de semana; fuera del sábado y domingo, la poca cantidad (y calidad) de gente que podía pasar por el local no compensaban el gasto en electricidad y sueldos. El local pasaba de ser un lugar donde comprar los vicios, a un comercio familar donde comprar las cosas del día a día, hacer recargas de saldo, o conseguir un bocadillo y un café para mantener el cuerpo funcionando.

—Dios mío, si tengo que estirar la pata que sea ahora, y no delante de Carlos...

—¿El qué?

—Nada, Cecile. Métete en tus asuntos.

El rayito de sol parecía estar entre sorprendida y extasiada a partes iguales. Tal vez ni siquiera consideraba que Saori fuera capaz de rezar.

—Sabes, eso es un buen cambio de actitud. Si te acostumbras a que sólo salgan insultos y críticas de tu boca, no esperes recibir cosas buenas, en cambio...

—Ya para con el discursito, Cecile. Por favor.

—Sólo digo "Más lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre"

(Buena hija de un pastor evangélico, resultó la pesada)

—Primero: soy mujer, no hombre. Segundo: bastaaaa. O le diré a Gloria que se me hinchó el cerebro de tanto escucharte.

—De acuerdo. Pero no me pidas consejo cuando se acerque tu ex-novio por aquí.

—¡¡No es mi ex-novio!!

—No grites. ¿Así que te sientes mal por alguien que ni siquiera tuvo una conexión íntima contigo?

—Era mi amigo.

—Ahh... ¿Oportunidad desperdiciada, tal vez?

Cecile podía ser tan precisa como un bisturí, cuando quería. No importaba si el rayito de sol estaba al tanto o no de ciertas historias, su intuición rellenaba los huecos. Saori calló, apesadumbrada, y cerró los ojos por unos segundos. Un toque en el hombro la sacó de su discurso interior.

—¿Qué quieres?

—Toma, un cepillo. Es el de las publicidades. ¿No vas a producirte un poco, al menos?

—Además de creer en las energías y el Feng Shui... ¿Ahora compras "cepillos mágicos" de la Teletienda?

—Prueba y verás.

—No. Ya me peiné hace un rato en el baño.

—Pues no se nota.

—Estoy trabajando. Si alguien me ve, voy a quedar como más "bicho raro" de lo que soy.

—Ahora mismo no hay clientes. Aprovecha.

Saori tardó un poco en acomodarse de manera decente. Tampoco es que pudiera hacer demasiado, dadas las circunstancias.

—¿Conoces algún champú que pueda arreglar mi pelo? ¿Algo con placenta de tortuga o alguna cosa rara por el estilo?

Cecile la miró como si Saori le hubiese confesado un genocidio indígena o algo así.

—Saori, con todo respeto: tú no necesitas un champú, necesitas quince baños de crema seguidos, y comer mejor. Y sabes que estoy en contra de los productos que puedan incluir maltrato animal.

—Cecile, era una maldita broma. Las tortugas ponen huevos, no hay manera de que tengan placenta.

Pero Cecile ya había cerrado los ojos, mirando hacia arriba. Una de sus "micro-meditaciones", de seguro.

El resto de la mañana fue una rutina más: un día más de cotización para una jubilación que tal vez nunca llegara, un día menos de vida. Eso, por lo menos, hasta el mediodía.

—¡Chssst!

—Cecile...¿Qué diablos?

—Adivina. El bombón.

—¿C-Carlos?

—¿Cuántos amigos sexys tienes? —dijo el rayito de sol, enarcando los ojos—.

—Idiota.

—¿Dejo que se acerque a tu caja, o le hago señas de que venga por la mía?

—Juro que voy a matarte si haces eso.

—Buena chica, así me gusta. Defendiendo lo tuyo.

—¡Que no es nada mío!

Carlos sonrió a lo lejos y siguió comprando, sin prestar atención al cuchicheo de las chicas.

—O es muy inocente, o muy hábil. Mira esa sonrisita. Me gusta su aura.

—Cecile, no podrías ver un aura ni aunque te golpearan con una cámara Kirlian. ¿No puedes simplemente admitir que te gustaría meterte en su cama?

—Qué grosera eres, Saori.

—En mi barrio se llama realismo.

—Sí, sí. Tú sigue reafirmando esas actitudes perjudiciales. ¿Te ha ido bien en la vida, pensando así?

—¿Intentas hacerme sentir culpable?

—No vas a arrastrarme a una de tus peleas, Saori. Hoy no.

—¿Te da pena discutir con una pobre accidentada?

—Me da pena discutir con una chica que desperdicia oportunidades, punto.

Saori calló un momento. Eso había dolido. Por otra parte, Carlos ya se acercaba a su caja como un león acechando a una gacela. O al menos, eso le pareció a ella. Tal vez sólo lo hacía de manera casual y tranquila.

Hora de ejercitar la sonrisa de atención al público.


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