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Lou estaba asustado y lloró por su madre durante horas, hasta que se le secó la garganta. Tenía mucha sed. Su cuerpo se debilitó mucho.
Estaba pensando en romper su promesa a su madre.
Pero, en el cuarto día, su padre finalmente vino. Abrió la puerta y lo alimentó. Lo puso en su regazo y le palmeó la espalda.
—Eres mi hijo. Realmente eres mi hijo. No estás contaminado por la sangre de ese usuario de magia. Bien. Bien.
El pequeño Lou no sabía qué sentimiento tenía en ese momento, pero sentía el impulso de quemar a ese hombre, justo como lo hizo su madre con Paul.
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—Ahí, duerme ahí con tu sucia madre.
La hermosa mujer en sus cuarenta y pocos, lanzó al pequeño Lou al calabozo, donde la habían mantenido antes de la ejecución de mañana. Lou aún no lo sabía, pero estaba contento porque podía pasar tiempo con su madre.