Kamila siempre terminaba volviendo a Belius cuando sabía que la Camelia estaba a punto de morir. Iba allí con la esperanza de soportar el ver sus últimos momentos y encontrar la fuerza para seguir adelante, pero simplemente renovaba la impronta y volvía a empezar.
Mirar la flor marchita ya era difícil, hacerlo con toda la presión de tres años de recuerdos desde su apartamento pesando sobre ella era casi imposible.
—Al principio, todos menos yo pensaron que esta cosa barata era un regalo de compromiso—. Kamila pensó mientras recogía el mal martillado metal pintado de verde que formaba el tallo de la Camelia.
—Luego, mientras otros lo olvidaban, empecé a esperar que Lith me diera otro. Una Camelia perenne como un regalo de compromiso adecuado. Sin embargo, sabía que nunca sucedería hasta que lográramos sacar todas las palabras no dichas que quedaban entre nosotros.