Después de que Lith pagó la cuenta, dieron un paseo por el paseo marítimo. A pesar de la hora tardía, la ciudad todavía estaba llena de carruajes y pequeños barcos taxi.
Todo se movía lentamente. A diferencia de las metrópolis de la Tierra, ni los cocheros ni los barqueros parecían tener prisa, igual que sus pasajeros. Para Lith, parecía que la ciudad de Vinea se estaba durmiendo perezosamente.
De repente, el silencio entre los dos se rompió por un suspiro, seguido rápidamente por otro.
—¿Qué pasa? ¿Tienes dudas sobre el plan? —preguntó Lith.
—No —Phloria negó con la cabeza—. Es tan extraño. Me siento tan feliz pero al mismo tiempo tan asustada. —Se sentó en un banco de madera, invitándolo a hacer lo mismo.