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17.64% En su mente (Español) / Chapter 3: II: Reina de las tristezas

Chapter 3: II: Reina de las tristezas

"La confianza de los inocentes es la herramienta más útil de los mentirosos"

Stephen King

Aceptó a regañadientes ser el copiloto del agente de policía, el silencio inamovible reinó la mayor parte del camino, hasta que algunos kilómetros antes Alessio apuntó con su barbilla el sobre de cartón que reposaba sobre el tablero de su coche.

— Será mejor que le eches un vistazo, quizá quieras tener algo de material para saber qué preguntas serán más propicias.

Estaba claro que Stefano había analizado la carpeta que su jefe le había proporcionado hasta el mismo cansancio, pero aún cuando las palabras muertas sobre el papel hicieron volar su imaginación sobre escenarios sangrientos, hubo un hambre morbosa obligándolo a inspeccionar el contenido.

Alessio lo observó con su visión periférica, intentando captar su reacción. El material podía descomponer los estómagos más fuertes. Stefano las observó, reflexionando.

— ¿Hay algún patrón en los asesinatos que llamen tu atención?

Alessio meditó el cuestionamiento de su compañero por algunos segundos, el mismo tiempo que tardó el psicólogo en contestar su propia pregunta: todos y cada uno de los cuerpos estaban acomodados meticulosamente. En las noticias hablaron de locura desmesurada al referirse a las escenas, pero hubo una macabra tendencia artística en la manera en que los escenarios y el propio cadáver habían sido ordenados, una labor post mortem, alejado del frenesí intrínseco de un psicópata.

Una de las fotografías entre sus dedos fue, sin duda, tomada por un profesional cuya mano no tembló frente a los acontecimientos a los que se enfrentó detrás del lente. Un hombre estaba sentado en una silla, sus hombros rectos se apoyaron contra el respaldo mientras sus brazos rodearon su propia cabeza de manera enfermiza, acunando su rostro. La mueca de grotesco terror plasmada en su rostro quizá hubiera sido más visible si tan sólo sus ojos no hubieran sido arrancados de sus cuencas, la sangre caía coagulada de los huecos en su cráneo que fueron ocupados por pequeñas esferas amarillentas.

— Encontraron sus ojos dentro de la boca.— contestó Alessio a una pregunta no formulada.

Stefano direccionó su atención hacia la boca del occiso, cocida de manera desprolija, algunos pedazos de piel sostenidos únicamente por el hilo que los unía.

— La mayoría de los cadáveres fueron despojados de sus ojos, y si no los encontraron dentro de alguna cavidad, su asesino parecía guardarlos para asesinatos posteriores, comprobando la relación entre las muertes. Además, se han encontrado reptiles, sobre todo serpientes, en el interior de los cuerpos.

Si Stefano había tenido alguna reacción al respecto, Alessio no pudo captarla en su rostro, él siempre le pareció tan estoico e inhumano. El psicólogo tampoco se mostró asombrado cuando iban llegando a su destino: la cárcel destinada a casos especiales, como los del ángel de la muerte, era un edificio imponente alzándose sobre la cabeza de los mortales. La lluvia golpeaba las paredes impenetrables de adoquín astillado, cuya estructura helaba la sangre de policías y reclusos por igual; poseía un aura sofocante que forzaba un instinto de lucha o huida, una necesidad carnal que te incitaba a correr, lejos.

Alessio escuchó todo tipo de historias acerca de lo que le sucedía a los reclusos que habitaban su inmunda estancia allí, de algún modo, quiso comprender que vigilar a criminales tan irrazonables costaba una cuota de propia cordura.

El auto se detuvo lentamente, la lluvia volviéndose más copiosa.

— Vamos, ya están esperándonos.

(**)

— Ah, entonces este es el dúo que según Leonzio podrá lograr lo que mis mejores policías y psicólogos no.— un hombre de barba frondosa aplastó el final de su cigarrillo contra el cenicero, sus ojos azules inspeccionaron a los jóvenes frente a él, la mirada que les dirigió demostró un descontento palpable.-—Subdirector Giovanni Vespucio.

— Alessio Di Fiore, agente del Departamento Policial.

Su compañero fue formal en su presentación, estirando su mano por algunos avergonzados segundos antes de bajarla ante la falta de respuesta. El tal Giovanni no parecía albergar amabilidad para los extranjeros.

-—Stefano Cacciatore.

— Las puertas de nuestra institución normalmente están cerradas para tanta cantidad de personal de departamentos innecesarios y ajenos revoloteando por las instalaciones, pero las necesidades lo ameritan, supongo.

— Solemos volvernos necesarios cuando la ineficiencia del personal cotidiano se vuelve demasiado evidente.

Alessio giró su cabeza mirando de manera fulminante al psicólogo a un lado de él, el cual se había enfrascado en un desafío con el subdirector frente a ellos. Desafiar a una autoridad ajena a sus departamentos nunca fue una primera actividad favorable, y se sintió ansioso por terminar aquel incómodo encuentro:

— ¿Podría guiarnos hacia la celda del acusado?

Giovanni tardó en contestarle, su voz neutral sonando lejana entre la niebla de hostilidad que se alzó entre los dos hombres.

— Ah, sí. — el hombre fornido ajustó el arma en su cinturón mientras rodeaba su escritorio.— Síganme.

(**)

Luego de sortear el bloque de las oficinas, los pasillos que guiaban a las celdas fueron un laberinto gris y repleto de humedad que podrían recordar a duras penas luego de un primer recorrido, los corredores se mezclaron en algún punto donde el concreto se percibió cada vez más asfixiante a su alrededor. Giovanni abrió otra serie de rejas antes de bajar una escalera que los sumergió a las entrañas de la cárcel donde la temperatura bajó algunos grados; al entrar finalmente a la sala de detenciones con mayor seguridad, el inconfundible sonido de los gritos invadieron la mente de los recién llegados, rebotando contra las paredes, perforaron sus oídos hasta que no estuvieron seguros desde qué dirección venían exactamente o si todos gritaron a la vez al escucharlos.

Una aterradora bienvenida, sin dudas.

Se detuvieron frente a una puerta, dos guardias inamovibles se paraban a cada lado de la puerta sosteniendo porras entre sus manos, en sus cinturones descansaron armas de electrochoque, gas pimienta y un par de esposas de metal.

— Aquí estamos entonces.— concedió Giovanni, rascó su barba luego de asentir hacia los hombres frente a él para que abrieran la puerta.— Vengan a mi oficina después de verla, me gustaría escuchar sobre sus avances.

Stefano apretó su mandíbula guardando silencio, no podía soportar sentirse subestimado bajo ningún termino.

Uno de los guardias estiró su mano, abriendo la puerta para ellos. El frío abrazo de la muerte los recibió en el interior cuando ambos entraron dentro de la celda, la puerta cerrándose detrás de sus espaldas, el ruido del click alertando por primera vez al ocupante del espacio.

Arabela D'Angelo estaba recostada en la silla de la prisión de respaldo alto como si fuera un trono, una de sus piernas estirada lánguidamente sobre su rodilla mientras tiraba distraídamente de las cadenas de hierro de sus esposas. Su postura no sufrió ninguna alteración cuando los dos hombres comenzaron a caminar dentro de la habitación; su atención descansó momentáneamente en Alessio, catalogó su carácter en cuestión de segundos mientras el policía mantuvo su mirada centrada en la silla opuesta que acomodó cuidadosamente frente a la mesa para poder sentarse, caminó con la tensión de un hombre que intenta buscar el lugar más seguro en la trinchera de la primera línea de ataque.

En su trono, coronada, los recibió la reina de las tristezas.

Lo que sea que Stefano pudo suponer a partir de la información proporcionada por sus colegas pareció invalidada mientras la observaba. Poseía un aire de superioridad que invadió la habitación de manera sofocante, labios carnosos y agrietados curvándose ante la promesa de un nuevo entretenimiento: carne fresca . Su cabello estaba mucho más largo que en la fotografía policial, acomodado detrás de sus hombros mientras algunas finas hebras cubrieron superficialmente los costados de su rostro. Lucía demacrada, los pómulos hundidos acentuaron los círculos oscuros debajo de sus pestañas y, sin embargo, de alguna manera sus ojos lograron lucir como si estuvieran iluminados por el sol matutino del cielo más despejado. El hambre y la desidia pudieron encontrar un modelo atractivo en el que proyectarse.

Stefano ni siquiera se molestó en mover la silla libre a un costado de Alessio y recostó su cuerpo contra la pared a un costado de ellos, libreta en mano, intentando que la atención de ella siguiera atendiendo a su compañero para poder analizar con mayor profundidad su proyección: ella fue tan inocua que comprendió la inquietud de su jefe, la inofensiva chispa en un campo de trigo seco.

Ardió antes de que la llama se encendiera.

Sus intenciones se vieron frustradas cuando la mirada estigia de su paciente se encontró con sus ojos de colores diferentes. Percibió la manera en que su cabeza se torció levemente, un arqueamiento de sus cejas y una imperceptible emoción que Stefano no pudo descifrar grabada en las líneas de su rostro. Ella lució... ¿complacida? Un destello de regocijo cuando parpadeó nuevamente cubrió su mirada ambarina, haciéndola lucir iridiscente debajo de la iluminación artificial de su celda.

Si Giovanni lo había hecho sentir subestimado, Arabela lo miró bajo el microscopio de su propio análisis, donde lo clavó a una cruz de madera para expiar cada una de sus debilidades mundanas, como si tuviera el poder para hacerlo.

Quizá ella lo tenía, ese poder, en el interior de esa habitación.

El diablo fue sin duda el ángel más bonito que Dios había creado, ¿cierto?


CREATORS' THOUGHTS
Marina_Gray Marina_Gray

Espero que disfruten la lectura, los invito a votar y guardar el escrito en sus bibliotecas. Me encantaría que me dijeran qué piensan del avance de la historia o si son tan amantes del gore como yo.

Espero que se encuentren muy bien, nos leemos pronto. 

Chapter 4: III: Almizcle y lluvia

— Señorita D'Angelo, mi nombre es Alessio Di Fiore, y seré el jefe policial de su caso en el que, según tengo entendido, está acusada de múltiples asesinatos y otro repertorio de delitos, ¿cierto? — su compañero logró lucir firme aún cuando Stefano leyó en su lenguaje corporal que estaba tenso.

Stefano dejó de mirar a su compañero para observar la reacción de ella frente a las acusaciones. Sus ojos aún estaban firmemente sobre él, ni siquiera tuvo intención de alejar su mirada cuando se supo descubierta. En cambio, sus ojos se dirigieron perezosamente al oficial de policía que hablaba frente a ella, y Stefano pudo verlo claramente: una de las esquinas de su boca se torció hacia arriba, fue tan imperceptible que pudo creer que sólo se lo había imaginado, en algún rincón oscuro de su mente imaginó que ella podría estar riéndose de ambos.

La punta de su lengua se asomó entre sus labios, humedeciéndolos.

Alessio tomó otra respiración profunda cuando las cadenas de hierro chocaron entre ellas mientras jugaba con sus esposas, indiferente.

Silencio.

— Tanto yo, como el psicólogo criminalista.— Alessio dirigió un gesto hacia su compañero.— el señor Stefano Cacciatore. —sus ojos ambarinos se iluminaron.— Hemos sido reclutados por las competencias de los Departamentos para obtener más detalles sobre sus crímenes.

— Presuntos.— interrumpió D'Angello.

Su voz femenina fue más aterciopelada de lo que se hubieran imaginado originalmente, algo grave por el desuso.

— ¿Disculpe? — Alessio levantó la vista del papel en el que había elaborado su guion conjetural, la nuez de Adán moviéndose en su garganta.

— Mis presuntos crímenes. Aún debo ser condenada, señor Di Fiore—- no hubo desdén en su voz, no el esperado de un criminal al que Alessio había incitado verbalmente, fue el suave recordatorio de un peligroso anfitrión.

Stefano tenía la suficiente experiencia con criminales femeninos, como con mujeres en su vida privada, como para asegurar que ella no estaba intentando dar una advertencia peligrosa tintada por el timbre de la seducción. Algo en su aura fría helaba la sangre, un instinto propio de las pulsiones de vida que instaban a estar lejos de ella, de lucha o huida. Una voz dentro de lo profundo de sus pensamientos inconscientes se preguntó si sus víctimas también habían experimentado ese pavor helado y aplastante. Recordó el terror de la mueca vacía del cadáver de la foto, sus cuencas oscuras y la boca cocida, ¿le molestaron sus gritos? ¿odiaba la forma en que la miraban?

Stefano tomó ese último pensamiento, y enfrentó su mirada mientras su compañero acomodaba nuevamente su guion con las preguntas que había preparado previamente, si Arabela sintió molestia ante su desafío Stefano no tuvo modo de saberlo.

— Ah, uh-sí, por supuesto. Comenzaremos con las preguntas, podremos hacer énfasis en tu colaboración si está dispuesta a contestar con la verdad.—ella ni siquiera lo miró.— ¿Conocías a alguna de las víctimas?

Stefano apretó la lapicera entre sus dedos, la punta dejando un gran manchón de tinta en el medio de la hoja del anotador que sostenía con una de sus manos. Alessio levantó la vista expectante, fue una decepción evidente la que cruzó su rostro y el psicólogo quizá habría tenido tiempo de burlarse de ello, más tarde, si al menos lo hubiera notado. Su atención estaba girando en torno a la mujer frente a él.

Un latido de silencio, el policía suspiró.

— ¿Cuándo comenzaste a tener estos aparentes instintos asesinos?

D'Angelo lo ignoró.

— ¿Por qué todas tus supuestas víctimas son hombres?

Alessio apoyó uno de sus codos encima de la mesa, conteniendo el impulso de tomar en puente de su nariz entre sus dedos. Arabela no pareció darse cuenta ni siquiera de ello, su mirada estaba totalmente concentrada en el hombre de ojos diferentes parado a unos pies de distancia del molesto policía. Stefano no estaba seguro de que ella hubiera siquiera pestañeado durante todo ese tiempo.

¿Cuánto había transcurrido entonces? Pudieron pasar tan sólo unos cuantos minutos que se sintieron una caída eterna hacía el infernal nether.

D'Angelo lo ignoró.

— Por su padre, quizá.— Stefano intervino por ella, aún mirándola.

El insoportable silencio fue cortado por su voz, y Alessio envió un gesto de advertencia, el malestar adueñándose de sus facciones, su resistencia al abandonar el guion que habían elaborado juntos. Ella no era alguien con quien se pudiera dar pasos improvisados.

Stefano se paró de su lugar, ni siquiera acomodó su libreta de anotaciones mientras se acercaba a la mesa. Arrastró las palabras con indiferencia, como si ella se tratara del simple sudoku que obtenía de sus periódicos cada mañana. Fáciles de resolver y leer.

— Todos fueron hombres, jóvenes de cabello castaño, con vidas sociales muy activas.— él se detuvo frente a la mesa, apoyando sus palmas.— Seguramente una jovencita con traumas paternales encontraría una inclinación a vengarse del hombre que nunca la quiso, de los hombres que no encontraron motivos para quedarse a su lado.

D'Angello lució radiante, una sonrisa que mostraba sus dientes, colmillos afilados para matar. Ella pareció domesticar un impulso salvaje, sus ojos aun lucieron el brillo de un auténtico depredador mirando a sus presas más dóciles y recientes acercarse a sus fauces abiertas. Stefano lo vio en su rostro, supo que incluso un felino tendría mayor consideración con su alimento que un cetáceo odontoceto mostrando aquel tipo de estímulo bestial que se divirtió encontrando el arte del placer en el acto de matar.

— Mi padre murió hace muchos años, un hombre muy cariñoso, por cierto.— respondió tan fácilmente que pareció que estaban sosteniendo el nuevo tema de una conversación previa.— Lo que quiero decir, señor Cacciatore.— su lengua acarició las sílabas de su nombre como si estuviera saboreándolo, haciéndolo girar alrededor de su boca como si fuera un buen vino.— Tu hipótesis carece de valor conjetural.— su lengua rosada salió disparada y se deslizó por su labio inferior suavizando las grietas.

— Manifestando ira por su partida entonces.

Arabela levantó una de sus cejas, con aparente curiosidad. Stefano también vio burla en su mirada, pero pensó ni por un instante de volver al silencio: ella por fin estaba hablando.

— Adolece de motivos suficientes para justificar ardua tarea.— fue su respuesta, las palabras lentas contrastaron con la intensidad que ella demostró inclinando su cuerpo hacia la mesa.

Stefano intentó reprimir la sonrisa burlona que le hubiera regalado en circunstancias totalmente distintas, también se inclinó en dirección a ella. La miró a la distancia de un suspiro, a la altura de sus ojos.

— En cambio, tu labor póstumo pudo deberse al hecho de que no pudieras entender o aceptar su muerte, y quisiste experimentarla nuevamente para saciar el vacío que te provocó.

Olía a antiséptico, almizcle y lluvia. Podría ser recordado fácilmente como el aroma de un perfume anodino que envolvió el aura de un ser prohibido para el disfrute mundano.

Entonces ella sonrió abiertamente, su sonrisa torcida fue la de una bestia voraz, alegría, furia y un hambre que prometió consumirlo de un solo bocado. Fue un festín que ella disfrutó en el silencio de su celda, bebió de la expectativa que vio en sus ojos diferentes, molesta por no poder obtener nada más de él que acusaciones.

Una cobra hipnotizando a su presa, bailando a su alrededor.

— Cerca, pero no lo suficiente.— murmuró jugando con él, intentando extraer otro comentario ingenioso que alimentara la conversación.

Alessio empujó a Stefano de manera imperceptible, llamando su atención, la burbuja se rompió. Fue el primer gran gesto que hizo que Arabela mirara por fin al policía, un brevísimo atisbo de violencia invadió su mirada antes de echarse hacia atrás en su silla, tomando su pose lánguida y desinteresada. Él arrugó los papeles del guion entre sus manos, despojando a Alessio de sus posesiones, el temperamento del psicólogo controlándose ante la innecesaria interrupción.

— Vamos.— Stefano se giró hacia la puerta impartiendo una orden que no daba lugar a objeciones, recordó por qué no era sano que ellos trabajaran juntos.— Ahora.

El policía fue el primer en tomar el picaporte de la puerta, y su compañero no dignó una última mirada hacia su nueva paciente mientras se alejaba. Sin embargo, su voz los detuvo.

— Solo hablaré con él.

Stefano levantó una de sus cejas mientras giraba su cuerpo para mirarla, no creyó lograr un avance tan significativo en una primera sesión tan breve e improvisada.

— Dile a Giovanni que si quiere información, sólo hablaré con el señor Cacciatore. Sin supervisión, ni guaridas. Sólo él y yo.

Su egocentrismo profesional no lo invadió ni por un minuto, no quiso atribuirse un logro que, posiblemente, ni siquiera era suyo sino de ella.

D'Angello sonrió. Un depredador mostrando sus colmillos afilados ante un tipo de presa que no retrocedió de miedo ante su exhibición.

Stefano pensó en cuántos pecados debía pagarle al diablo y en cuántas cuotas debería partir su alma para servirle.


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