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32.6% La tormenta adolescente / Chapter 15: ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

Chapter 15: ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo».

Cien Años de Soledad, Gabriel García Márquez.

 

 

 

 

 

 

 

Durante las clases, la ausencia de Levi era más notable en las materias correspondientes a sus colegas. Para evitar cualquier tipo de interrogatorio por parte de sus amigos, David decidió sentarse lejos de ellos y a la vez, muy cerca de la entrada para salir antes que todos.

La imagen de Levi se repetía una y otra vez en su mente. Jamás lo había visto llorar, ni siquiera al salir malherido de alguna pelea en defensa de un animal. David estaba siendo consciente de la línea que había atravesado, un paso más lejos de la verdad y uno más cerca de donde se encontraban sus padres.

A pesar de que David, desde un comienzo, deseaba regresar a su vida normal y sin preocupaciones –como lo había sido hace dos años atrás– a ese punto parecía imposible regresar en el pasado cuando aún existía una amistad con Levi. No lo culparía si él no regresaba a lo largo de la jornada porque al verse la palma de la mano, esta le ardía incontrolablemente.

«Tengo que disculparme, al menos, por la bofetada».

Las primeras horas de clase, antes del primer recreo, Jonatán observaba desde su asiento con preocupación a su mejor amigo. Era la primera vez que lo observaba tan retraído, lo cual provocaba en su propia mente una serie de inquietudes con respecto a su primer y único año de secundaria con David.

Si bien, para Jonatán era claro que algo estaba mal; sin embargo, David se veía diferente desde que comenzó a asistir a clases y Jonatán temió que su presencia fuese el causante de los conflictos.

—¿Por qué no puedo ir con él? —Jonatán preguntó una vez que salieron a su receso.

—Ah... No es algo sencillo de responder —confesó con dificultad al ver la preocupación en Jonatán—. Simplemente, hay que dejar que las cosas se enfríen un poco.

—David se ve muy desanimado, ni siquiera se comió una galleta. —Abrazó con fuerza su bolsa de galletas antes de levantar la cabeza y cruzar miradas con él—. Papá Saúl, ¿a dónde fue Levi?

—¡Repite eso! ¡¿Acabas de decirme papá?! —Saúl se emocionó más de lo que podría haber reaccionado cualquier otro.

—Aquí lo dice. —Se vio animado ante el entusiasmo de Saúl. Sacó su Biblia de bolsillo y en unos segundos encontró la referencia—. Saúl y Jonatán son familia. —Con timidez regresó su atención en el contrario, desviando con nervios la mirada—. ¿Está mal si te trato así? Puedo dejar de...

—¡No, ni lo pienses! —Se llevó la mano contra el pecho, antes de limpiarse las lágrimas—. Es el más grande honor que me hayan dado en la historia. ¡Ser el padre postizo del chico más adorable del instituto!

—Chica, papá Saúl —susurró, señalando con la mirada—. Papá Saúl, una chica se le acercó a David.

—Esa es Paris, ¿no? —Preguntó al voltearse.

David se encontraba sentado en el mesón de siempre, esperando a que sus amigos llegasen a sentarse con él y conseguir una distracción. Aunque de llegar a rodearse con sus amistades, David estaba seguro que seguiría pensando en Levi toda la mañana.

Una mano suave se posó sobre su hombro, cuando giro de lado su cabeza no había nadie llegando a confundirlo, hasta que giró del otro lado consiguiendo que un delgado dedo se hundiese en su mejilla. Esbozó una pequeña sonrisa al ver a su compañera riéndose de su expresión.

—Hola, David.

—Antes que todo, quisiera disculparme por lo que te hayan dicho en la mañana. Te aseguro que es una completa mentira.

—Solo somos amigos, ¿cierto? —Bajó la mirada, esperando por una respuesta.

—Absolutamente. No estoy preparado para una relación ahora —suspiró con pesadez.

—No te preocupes, tampoco estoy lista y si te soy honesta me gusta más que seamos amigos. La amistades suelen durar más.

—Sí, es mejor de esta forma —admitió entre risas—. Se siente... cómodo —murmuró.

—Te ves desanimado.

—No, nada que ver. —Le dirigió la mirada, mostrándose sumiso y cansado—. Estoy exhausto, es todo.

—¿Qué te parece si vemos una película? —Sonrió ampliamente—. En el teatro, los días sábados, pasan películas muy buenas y clásicas.

—¡Me encantaría! —A pesar de que la idea le gustaba, había un pequeño detalle al respecto—. Pero creo que es muy caro para mí...

—¡David! —En esta ocasión, a pesar de que estaba listo para recibir el impacto de Jonatán, este nunca llegó—. ¡Ya terminó el recreo, te esperaremos en el salón!

Al girarse en su asiento observó a su mejor amigo a la distancia, moviéndose en el mismo punto una y otra vez. Jonatán parecía querer lanzarse a abrazarlo, pero algo se lo impedía.

—Vamos, David —llamó Paris, tomando la ruta hacia Jonatán—. ¿Te pasa algo?

—¡Estoy bien! —Se levantó de inmediato, sintiendo una extraña sensación en su abdomen.

—¿David? —Paris se acercó al verlo inmóvil—. ¿David, estás bien?

«¿Por qué no me abrazó?...». Lentamente, se llevó las manos a su estómago.

—David —una vez más llamó, sujetándolo de los hombros—. David.

Jonatán seguía en su lugar, observando el esfuerzo de Paris en llamar a David. El par de mejores amigos estaban observándose fijamente, buscando entre ellos una señal de alerta.

—¡Jonatán, se hace tarde! —Informó su compañera de baile.

Por los siguientes veinte segundos, Jonatán tanteo entre ir con David o con su compañera; pero al recordar las palabras de Saúl, se apartó dejando que Paris se encargase de todo.

 

[. . .]

 

Los colegas de Levi se encontraban caminando por el pasillo antes de separarse a sus distintas aulas. Estaban sorprendidos de que Levi no se encontrase en el colegio, cuando todos lo habían visto y saludado por la mañana.

—Ya le habían quitado el yeso —comentó el profesor de matemáticas—. No encuentro otra razón por la que pudiese retirarse.

—Hoy pensaba ayudarme con un experimento antes de terminar las clases —comentó el instructor de química—. No me dijo nada de que se sintiera mal o algo.

—Luego de ese día pasé como dos o tres días yendo al baño —comentaba Saúl entre risas, siendo acompañado con las señoritas y sus amigos—. David hizo como un poderoso laxante con ese desayuno...

—Ustedes dos —expresó con seriedad el profesor—, vengan.

David observó con temor al grupo de profesores, no solo por ser las materias que más se le dificultaban, sino porque ellos eran amigos de Levi.

—¿Sí, profesores? —Saúl comenzó de forma tranquila, esperando alguna buena noticia.

—¿Saben que le ocurrió a Levi?

Al escuchar la pregunta, David continuó su camino por el pasillo, siendo seguido por Paris al verlo alejarse; no obstante, fue detenido por el profesor de física elemental –quien podría ser un verdadero holgazán, menos en esos casos–.

—Monroe, ¿por qué te vas?

—Vamos tarde a danza y de todas formas, la vida de Levi no me incumbe.

No esperó realmente a ser soltado, ya que el docente lo hizo voluntariamente. Saúl se vio envuelto entre la confusión y sorpresa de las acciones de su amigo. David, no era ese tipo de alumno.

Paris se quedó callada ante los comentarios, siguiendo de lejos a David al no poder seguir su ritmo acelerado. El grupo de profesores estaban enterados de los gustos de su amigo; pero con ver la reacción de David, estaban seguros que las cosas no habían resultado.

«¡Él tiene la culpa! ¡Levi es el culpable de todo!... ¡Jamás debió confesarse!»

—¡David! —Chilló Paris.

El profesor pausó la música al ver las dos parejas en el suelo. Había un único culpable en esta ocasión y era David, al apresurar el ritmo sin siquiera avisarle a Paris.

—Señor Monroe, es la tercera vez que golpea a su pareja y choca con la vecina.

—Estoy un poco distraído, profesor —masculló, antes de levantarse.

—Un poco no es como definiría los accidentes en esta hora. —Le extendió la mano a Paris para ayudarla a levantarse—. Ni siquiera tiene la caballerosidad de ayudar a su pareja de baile. ¿Acaso está inconforme con el emparejamiento?

—¡Solo estoy distraído! —Gritó con molestia—. ¡¿Acaso uno ya no puede sentirse mal por una maldita vez?! ¡A ver, responda!

En el instituto, habían ciertas normas que no podían ser quebrantadas y una de ellas era levantarle la voz a los profesores. David tuvo que ser llevado a la rectoría, para esperar un futuro castigo en su historial académico.

«Que alguien me mate». Observó con incomodidad la pequeña área de espera en donde se encontraba. «Necesito desaparecer antes de que el día se ponga peor».

—Gabriel, es la tercera vez que me llaman esta semana.

David seguía repitiéndose lo mucho que deseaba desaparecer en ese momento, mientras escuchaba a la alarmada madre de su compañero de asiento. El chico parecía tener diecinueve años, pero David nunca lo había visto por el área de último año.

Al joven no parecía importarle lo que dijese su progenitora, mientras David se imaginaba cómo sería su vida si llegaba a terminar a un punto como él. Estar en la sala de espera para recibir un castigo ya era demasiado horrible para David; peor sería escuchar a su madre gritarle por ello.

El pequeño salón se quedó en silencio una vez que madre e hijo se fueron. Pasaron algunos minutos, muy tranquilos en el área de esperar aunque turbulentos en la mente de David. Era mediodía, lo único que le pidieron fue el número de sus padres y había estado esperando a que su tío llegase desde hace media hora.

—¡Tío Lucas...! —David estuvo por levantarse, pero el contrario levantó la mano con furia y siguió su camino a la recepción.

—¿En dónde está el rector? —Consultó con el encargado—. Recibí una llamada hace treinta minutos, por un problema con mi sobrino, David Monroe.

—En un momento lo atendemos —respondió, removiéndose de su silla—. Se lo anunciaré, pero puede esperar por mientras, señor Knight.

Lucas se regresó con David, tomando asiento a su lado. No parecía tener la intención de iniciar una conversación, mucho menos al ver lo bien vestido que lucía en ese momento con un elegante traje. David estaba casi seguro que acababa de cavar su tumba al sacar a su tío del trabajo.

—David...

—Señor Knight, pase, por favor —lo animó el recepcionista al salir.

—Ya vas a ver cuando salga de aquí, chamaco pulgoso —murmuró entre dientes.

David estaba caminando fuera del edificio, cargando su mochila en brazos al no haber tenido tiempo de acomodarse. Ese día, sin duda alguna, había sido el peor de su vida y el que más adrenalina le había causado a lo largo de la jornada.

En ese momento, decidido en huir del colegio, decidió imaginar qué hubiese pasado de haber aceptado los sentimientos de Levi desde un principio. Cualquier giro en su vida que estuviese exclusivamente dirigido a causarle un bien en ese instante, era muy bienvenido y llamado con urgencia, incluso si esto lo salvaba de la furia de Lucas o le otorgaba un millón de euros para comenzar una nueva vida en España.

—¡David! ¡David, espera si soy yo, Jonatán! —La situación tan tensa logró hacerlo acelerar al escuchar su nombre. Jonatán lo alcanzó, atrapándolo en un abrazo—. Papá Saúl y yo iremos a mi casa a trabajar después de clases, ¿quieres venir con Levi?

—¿Regresó? —Preguntó tartamudo, deseoso por escapar de inmediato.

—No, pero podemos ir por él...

—¡No, todos menos eso!

—David, ¿te encuentras bien? —Pasó a colocarse frente a él, sin conseguir que David se enfocase en su presencia—. Has estado muy distraído y cambiante estos últimos días; al menos, he notado que te pones peor cuando Paris está cerca. ¿Acaso ella te gusta?

—¡Dulce Señor, no, por supuesto que no! —Al volver la mirada sobre él, David se calmó con sentir las manos de su amigo aferrándose. Lo había asustado—. No, no me gusta Paris y nada de nada... ¿Qué hay de ti? Nunca me has dicho de tus gustos, ni siquiera me has mencionado si te gusta alguien —exclamó sin pensar bien en su pregunta.

—Bueno... —Sus labios comenzaron a temblar y sus mejillas se ruborizaron—. ¡Es complicado! Es... muy complicado para mí explicarte porque no sé cómo vas a reaccionar.

—¿Qué? —Al verlo de esa manera, David se ruborizó. No esperaba una respuesta—. Jonatán, tú...

—David, voy a ser muy serio, muy serio, incluso pondré mi cara de seriedad como la de mi hermano mayor. —El blanquecino rostro de Jonatán no se comparaba con el de su hermano. Solo consiguió enfatizar su belleza de forma seria—. David...

—¿Qué ocurre? —Tartamudeó. Las miradas serias siempre le traían problemas—. Dime, rápido, dime qué ocurre.

—¿Tú crees que soy lindo? —No duró mucho su expresión para cambiar a una tristeza—. Para ti, ¿quién soy?

—¿A qué te refieres con eso?... —Su corazón comenzó a acelerarse. David estaba sintiendo que la situación se repetía.

—Eres mi mejor amigo, solo quiero que seas sincero. Mi rostro, mi cuerpo, mi actitud, todo de mí... —David se sobresaltó al ver las pequeñas lágrimas acumulándose en los ojos de su amigo—. ¿Tú crees que soy lindo de esta forma?

—¿Jonatán, tomaste tus pastillas? —Al verlo bajar la cabeza, negando lentamente, David bajó su mochila para abrazarlo—. Tranquilo. Resiste un poco, llegaremos a tu casa y podrás tomarte tus pastillas. Todo va a salir bien. Aguanto un poco más.

 

[. . .]

 

David se sintió mucho mejor al lado de Jonatán durante el camino a su hogar. Pasó las últimas clases ocultándose de Lucas, los profesores y esperando a que sus amigos llegasen para marcharse.

Luego de muchos años, David sabía reconocer ciertos ataques de pánico en Jonatán, lograba diferenciarlo cuando estaba medicado y cuando no, de igual forma sabía cómo atender en estos momentos su situación llena de tan intensas emociones.

Saúl observaba atentamente a David armando un fuerte de cojines, rodeando completamente a Jonatán. Ya habían avisado a los padres de este lo ocurrido, por lo que pronto llevarían su medicamento junto con el almuerzo; por los momentos, le dieron una pastilla que lo dormiría en poco tiempo.

—¿Cómo te sientes? —David comenzó a acariciarle la cabeza, esbozando una dulce sonrisa—. ¿Ya no te sientes mareado?

—Tengo sueño —confesó balbuceante.

—Descansa en lo que avanzamos con las tareas —sugirió Saúl—. No te preocupes, que aquí va a estar David para asegurarse que estaré leyendo el libro.

—Tengo que decirte... —Extendió la mano hacia David—. Quiero decírtelo.

—Cuando despiertes —afirmó, tomándole la mano—. Primero tienes que descansar. Te aseguro que me quedaré aquí para esperar.

—Por cierto, ¿cómo terminó así? —Saúl preguntó preocupado al verlo tan delicado.

—No tomó su medicamento. Las emociones fuertes tienden a agobiarlo o molestarlo; pero llegan estos casos donde le afectan demasiado.

—¿Y de qué estaban hablando?

—David... —Llamó con suavidad al verlo alejarse demasiado.

—Saúl, es mejor si dejamos de hablar, al menos, hasta que Jonatán consiga dormirse —pidió en voz baja, antes de acercarse—. ¿Necesitas algo?

—Tengo que decírtelo —respondió titubeante, llevándose la mano contra la cabeza—. No puedo dormir, no puedo... ¡Me siento mal por no decírtelo antes! ¡¿Cuántos problemas te habré causado antes por esto?!

David lo retuvo en el fuerte de cojines, impidiendo que se moviese. Jonatán comenzó a llorar, observándolo fijamente con arrepentimiento. Para ese punto, Saúl entendía lo que estaba pasando y aun así, prefirió no intervenir, permitiendo que David lograse calmarlo hasta que la pastilla hiciera su efecto finalmente.

—Me preocupa mucho —confesó David, luego de unos largos minutos revisando a Jonatán—. Me preguntó qué es lo que me quiere decir con tanta urgencia.

—Debe ser algo muy importante —habló calmado, a pesar de que no deseaba observarlo fijamente—. En fin, ¿cómo llegaron a esto?

—Me estaba preguntando si me gustaba Paris, pero por inercia le pregunté si le gustaba alguien y dijo que era complicado, porque él no sabía cómo reaccionaria.

—¿Y... te ella te gusta?

—No, acabo de conocerla —respondió, desviando la mirada a su cuaderno—. Creo que ya perdí todas mis posibilidades, pero supongo que está bien. No quiero saber de nada ahora... Excepto por Jonatán. —Sus labios temblaron al pensar en una nueva confesión—. ¿Tú crees que le gusto a Jonatán? Sé que dijo que no es homosexual...

—David, no —respondió de inmediato—. No es eso.

—¿Tú... sabes lo que me quiere decir? —Amplió la mirada, espantando con la idea de que era así.

—Sí —susurró bajo, encogiéndose—. Es complicado de decir y no me corresponde a mí hacerlo.

—¡¿Cómo es posible que te lo haya dicho a ti, antes que a mí?!

—David, baja la voz —masculló sorprendido, volviendo la mirada hacia Jonatán—. No fue nada del otro mundo. Simplemente, ese día, después de que te desmayaras, pasamos tiempo juntos y conversamos en lo que esperábamos. Te seré honesto, Jonatán no confía mucho en ti con respecto a este tema por la forma en como te comportas, pero tú sigues siendo su mejor amigo y...

—Ahora dudo mucho de que lo sea —vociferó, levantándose de su lugar—. ¡Si somos mejores amigos, no debió tener miedo en ocultarme las cosas!

—David... —Saúl escuchó los pequeños quejidos de Jonatán.

—¡Estoy cansado de esto, Saúl! ¡Todos tienen un secreto y yo, también lo tengo, pero ya estoy cansado de que el resto tengan que influenciar en mi vida! —Saúl no estaba observándolo fijamente, preocupado en que Jonatán escuchase—. ¡Levi está enamorado de mí; Jonatán, no confía en mí y tú siempre ocultas a tu novia! ¡¿Ahora, qué sucede?! ¡¿Tu novia es un travesti hermafrodita?! —Su rostro enrojeció manifestando toda la frustración que ocultaba dentro—. ¡Ya despierta de una vez, Saúl! Tu país perfecto jamás existirá porque todas las personas que quieres defender son una minoría, ¡una insignificante minoría! ¡A nadie le va a importar! ¡Estarían mejor muertos!

—¡David, calma! —Se removió del colchón al verlo tan furioso. Esperaba sujetarlo para llevarlo afuera, lejos de Jonatán—. Te estás alterando mucho y...

—¡No me toques! ¡No te me acerques! —Retrocedió, quedando acorralado contra la pared—. Tú lo sabias todo, desde lo de Levi hasta ahora con Jonatán. ¡¿Acaso pensaste que era gay?!

—No... —Murmuró decepcionado—. Creí que eras de mente abierta. Tenía la esperanza de que ibas a comprender y tomarlo de la forma más respetuosa.

—¡Todos ellos deberían morirse, Saúl! Mis padres tienen tanta razón en alegrarse por las bajas, ¡porque todos son una ridícula minoría que nadie va a extrañar, más los de la comunidad LGBT!

—¿Lo dices en serio? —La suave voz de Jonatán hizo que ambos dirigieran su atención sobre él.

—¿Tú los apoyas? —David levantó la voz, suspirando con pesadez—. ¡Jonatán, responde!

—Por supuesto... —Se encogió asustado, cubriéndose con los cojines—. Mi hermano se casó con su novio hace poco y mi padre, antes de mi madre, solía salir con varones y yo...

—Jamás me contaste sobre eso —interrumpió estupefacto—. ¡Nunca me lo dijiste!

—¡Porque es la vida de mi familia, no es algo que se le cuenta a cualquiera!

—Me voy a casa —murmuró, buscando su mochila para marcharse—. No quiero estar aquí.

—David, no hagas esto. —Saúl deseaba detenerlo a palabras sin recurrir a lo físico—. Las personas no tienen que cargar carteles con sus descripciones para ser elegidas y mucho menos, para que vengas a discriminarlas por sus gustos.

—Solo quiero irme. —Su voz comenzó a quebrarse al borde del llanto.

—Entonces... ¿Planeas dejar así a Jonatán? —Saúl logró que David reaccionara al llanto de su mejor amigo.

—Jonatán... —Bajó la mochila, acercándose lentamente hacia la pequeña bola que ahora era Jonatán—. Lo siento...

Con el primer intento de abrazarlo, Jonatán lo empujó con fuerza tumbándolo contra el suelo. Saúl fue el siguiente en acercarse, llamando previamente antes de abrazarlo. David escuchó atentamente el llanto de Jonatán.

—¿Por qué todos van contigo? —Preguntó bajo, retrocediendo al saber que Jonatán no lo deseaba cerca—. Siempre van contigo...

—Porque yo sí quiero un mundo mejor —articuló fuerte volteándolo a ver—. Quiero ser presidente porque siempre me preocupo por los demás, les doy mi comprensión y los trato como los seres humanos que son.

—David... —Jonatán murmuró entre lágrimas, dirigiéndole la mirada.

—¡Jonatán, ¿qué ocurrió?! ¿De nuevo un ataque? —El padre del susodicho llegó para dejar el almuerzo.

—Preguntele a Saúl... —David balbuceó, antes de alcanzar su mochila.

—David dijo algo espantoso, pero no lo culpe porque él no sabia nada de esto.

—David. —Jonatán se levantó con lentitud al verlo con la intención de marcharse—. David, lo siento... —La poca fuerza del momento hacían tambalear a Jonatán— David... —Alcanzó a sujetarlo de los hombros, cruzando miradas con el contrario— ¿Tú crees que soy lindo?

—Sí —respondió titubeante, observando con tristeza las lágrimas del contrario—. No lo creo, lo eres.

Jonatán, esbozó una sonrisa sin poder divisar a David por el velo de lágrimas en sus ojos; al cerrarlos, las lágrimas cayeron desde sus pestañas. David, ciertamente, había visto a su amigo llorando un par de veces en el pasado, pero nunca había llegado a ver sus pestañas tan empapadas y brillantes. Esa tarde, Jonatán se veía radiante.

—Déjame corregirte mi pregunta y sé honesto —susurró con la intensión de que David fuese el primero en escuchar su nueva y auténtica voz—. ¿Tú crees que soy una linda chica?

—¿Chica? —Expresó casi inaudible, soltando un grito ahogado.

—Desde que soy una pequeña, siempre he pensado que soy linda —respondió, abriendo los ojos para encontrarse el rostro estupefacto de su amigo—. Supongo... que no tendré un mejor amigo por siempre. —Torció una mueca en un esfuerzo de mantenerse sonriente. Jonatán bajó la cabeza y con una gran libertad, se permitió llorar dejando escapar su voz entre los sollozos.

David, había estado hablando bastante sin pensar, aunque de cierta forma, solo pensaba en cómo querría sus padres que él respondiesen ante la situación. Nunca creyó que se quedaría abandonado cuando era lo que más deseaba evitar.


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