Era una criatura colosal, tan imponente que bastarían tres caballos de guerra alineados para igualar su tamaño. Su piel, revestida en escamas relucientes, resplandecía con un tono cambiante que oscilaba entre el azul más profundo y el azul más claro. Su cola, tan vasta como su propio cuerpo, se enroscaba a su alrededor con una elegancia peligrosa, mientras una mandíbula reptiliana se desplegaba, adornada con dientes afilados como cuchillas. Sus ojos, dos abismos lumínicos de un azul etéreo, albergaban en su interior la furia y el poder de una tormenta latente. Una tormenta literal que, su cuerpo expulsaba cada que la presa que le proveían los rondadores era consumida.
Orion detuvo sus pasos, inspiró profundo, tratando de mimetizar su presencia con las rocas a su alrededor, un instinto casi primigenio de su ser acostumbrado a la muerte.
—Transfórmense —dijo con una mirada seria—. Anda, guarda tu distancia, y ataca. —En su mirada habitaba una clara advertencia que el joven delgado supo comprender de inmediato.
—Gracias, Trela D'icaya —dijeron los islos al unísono.
—Sí, señor Barlok —dijo el líder de Los Búhos.
A tan solo un centímetro de su palma, un imponente mandoble de hoja roja surgió de la nada. En un gesto instintivo y fluido, lo empuñó al momento de materializarse, su mano se adaptó con cierta naturalidad a la empuñadura. La hoja resplandecía con un destello carmesí profundo, parecía latir con energía propia, con un poder aún desconocido para propios y extraños.
Mujina y los islos comenzaron su transformación, una metamorfosis increíblemente dolorosa, pero también estimulante.
En el preciso instante en que la sangre ancestral de los islos comenzó a hervir con la fuerza de su herencia genética, la criatura serpentina se volvió consciente de la presencia hostil. Con un evidente desprecio por la osadía de cruzar su territorio, ordenó a los rondadores de eliminar a los invasores.
[Grito de guerra]
[Espadas danzantes]
El grito resonó, deteniéndolos en seco, mientras la cúpula, inundada de un torbellino de armas afiladas y de apariencia ilusoria, segaba las vidas de innumerables criaturas.
*Tu habilidad: Espadas danzantes ha subido de nivel*
*Tu habilidad: Grito de guerra ha subido de nivel*
Alir dejó escapar un aullido que resonó como un trueno, mientras su pelaje blanco resplandecía como nieve bajo la tenue luz de las dos piedras incrustadas en ambas paredes. La armadura que le envolvía creció y se amoldó con precisión a su cuerpo bestial. Era una amalgama entre lobo y humano, la fuerza bruta que se combinaba con el raciocinio. Cada movimiento suyo era una sinfonía de poder y gracia, de poder contenido y astucia predatoria.
Mujina rugió con poderío y autoridad. Su pelaje, oscuro como el vacío entre las estrellas, parecía absorber la poca luz que osaba acercarse; una sombra viviente en sí misma. Sus ojos, dos glaciares que se asemejaban al frío del inyar, centelleaban con el salvajismo de su especie. Aquella criatura, una hibridación entre pantera y ser humano, encarnaba una simbiosis perfecta de ambos mundos: la sigilosa gracia de un depredador, la astucia de un cazador al acecho, la calma inquietante de un ser superior, y la brutalidad implacable de la naturaleza en su forma más pura.
Jonsa imitó el rugido majestuoso de su Sicrela, aunque con una potencia y profundidad que palidecían en comparación con el de ella. La criatura lucía un pelaje platinado que brillaba como la plata bajo la cálida luz del sol, mientras sus patas delgadas y poderosas evocaban la robustez y solidez de un roble centenario. Sus ojos, de un color profundo, eran oscuros espejos que podían reflejar la capacidad más oscura de su raza. Era una cruza entre puma y humano, combinando la veloz agilidad del felino con la brutalidad instintiva que cada islo poseía al nacer.
Jonsa se impuso a sí mismo como el escudo de las dos hembras de su estirpe, aunque no con la intención de protegerles. Sus movimientos eran ráfagas de destreza letal, dictando la caída de cada osado rondador que se acercaba. Mujina, como una fiera desencadenada, canalizaba una fuerza brutal, destrozando los cuerpos que antiguamente se habían creído de gran resistencia. Sus puñetazos eran mazas de hierro, martillos que convertían en pulpa cualquier cosa que se les atravesase. Alir, con una astuta fiereza, desmantelaba a los rezagados de sus extremidades, atacando con sus fauces, y manchando la superficie de sangre.
Orion, por el contrario, navegó entre los cadáveres mutilados con una mirada enfocada en la serpentina criatura, que como ama y señora del lugar, se estacionaba en el centro de la cueva. Su espada había oscilado un par de veces, el filo perverso de su hoja fue suficiente para conceder la muerte a las osadas criaturas que se habían interpuesto en su sendero.
La criatura percibió el desafío en los ojos del humano. Su inteligencia se podría considerar alta para una bestia, pero esa misma le otorgó una arrogancia solo comparable a la de arrogantes príncipes, y familias de alta alcurnia. Siendo ese estado de altivez el causante de su primera y segunda herida. Provocadas por un par de lanzas de luz que se sumergieron en su piel, pero ella solo fue consciente del ataque cuando las fulgurantes impactaron, debiendo hacer uso de su energía para suprimir el daño.
Abrió sus fauces con el presagio de la destrucción total. Un destello de luz blanca azulada surcó el aire a la velocidad del rayo, precipitándose hacia el joven que apenas logró esquivarlo. No obstante, su cuerpo no salió ileso; su brazo izquierdo quedó gravemente herido. El dolor lo obligó a detenerse por un instante, respirando con profundidad para contener el ardor.
[Corte solar]
La hoja roja se cubrió con el manto del fuego, que se lanzó veloz en una larga línea curva hacia la serpenteante criatura. Esta esquivó con cierta facilidad el furioso embate que prosiguió su camino hasta impactar contra la dura superficie rocosa. Las piedras de azul profundo resplandecieron en el momento de su impacto, creando una defensa invisible.
Era rápida, más allá de lo que el ojo humano podría percibir, pero Orion lo hizo, y debió hacer uso de toda su astucia para no caer preso de sus fauces.
[Grito de guerra]
Le influenció sobremanera, y en su confusión trazó una larga y profunda línea en la superficie de su piel, de la cual brotó un líquido espeso de color oscuro.
Su aliento eléctrico rozó su cuerpo, pero en su evasión su mala postura le hizo merecedor del latigazo causado por la cola de la criatura. Lo arrojó al suelo, y en un instante ya estaba frente a él, con el deseo claro de engullirlo.
[El empalador]
[Lanza de luz]
Los ataques sucesivos le brindaron la oportunidad de levantarse y recobrar la compostura, mientras su oponente le miraba con una frialdad y malicia anormal. El dolor de su brazo le concedió la claridad para la batalla, y su mente astuta la estrategia para terminar con todo lo más rápido posible.
[Grito de guerra]
[Dominante]
La combinación de ambas habilidades causó un descontrol en la criatura, sus movimientos se volvieron erráticos y más furiosos, permitiéndole tomar el ritmo del combate. Sus golpes y cortes iban cargados con toda su fuerza e intención asesina, le reconocía como una gran amenaza para la comodidad que le había entregado la vahir, en la que había estado trabajando arduamente, por lo que permitir que tal criatura mantuviera su existencia, era como arrodillarse al destino y esperar su muerte.
[Aliento ígneo]
Chamuscó gran parte de su cuerpo escamado, relentizando sus movimientos de escape. Perforó su cola con la punta de su espada, que se clavó en la dura tierra, impidiéndole moverse.
[Lanza de luz]
Una decena de hermosas y fulgurantes lanzas impactaron en el cuerpo escamoso de la criatura serpentina, haciéndole gemir y soltar un chirriante sonido, y aunque de cada herida brotaba ese líquido vital que necesitaba para subsistir, sus movimientos enloquecidos demostraban lo viva que todavía se encontraba.
No podía deshacerse del agarre de la espada, era como un sello muy poderoso de la que era cautiva, desestabilizando su habilidad eléctrica que cada segundo salía expulsada a ninguna parte. Chirrió tan fuerte que los islos y Los Búhos llevaron sus manos a sus respectivas orejas.
Los rondadores, como una marea cambiante se dirigieron a toda prisa a proteger el cuerpo de la criatura serpentina, mientras otras se abalanzaban hacía Orion en un ataque frenético.
[Dominante]
[Grito de guerra]
[Aliento ígneo]
*Tu habilidad: Aliento ígneo ha subido de nivel*
[Espadas danzantes]
Las bestias fueron calcinadas, o mutiladas ante sus ojos. Los islos habían llegado en el preciso instante para cubrir su retaguardia, asesinando con bestialidad a los rondadores que con osadía se habían acercado.
Respiró profundo, sus piernas tuvieron el impulso de querer tocar la dura tierra, estaba exhausto físicamente, su energía se encontraba al cuarenta porciento de su capacidad total, no obstante, la criatura serpentina continuaba con vida, y por las incesantes embestidas a su espada por parte de los rondadores, parecía que pronto podría liberarse. Extrajo un nuevo mandoble de su inventario, concentrándose para potenciar la única habilidad que pensaba podría poner fin de una vez por todas a esta maldita e innecesaria batalla que por curiosidad había desatado.
[Corte solar]
La enorme cuchilla que consumió casi el diez por ciento de su energía total viajó a máxima velocidad al cuerpo de la criatura serpentina, haciéndose con la vida de innumerables rondadores. El tiempo pareció detenerse justo en el momento que la brutal e imbloqueable haz de luz impactó en las poderosas escamas que recubrían el largo cuerpo de la criatura serpentina, fue una explosión de chispas y acto de luces nunca antes vistas, pero fue un segundo después, que, se sintió eterno, que todo retornó a normalidad, con la única diferencia que, su adversario ya no tenía su cabeza pegada al cuerpo.
*Has subido de nivel*
[Grito de guerra]
Su grito fue bestial, cargado de furia e imponencia, tanto así que sus propios subordinados debieron bajar su cabeza por respeto y miedo.
Las criaturas sobrevivientes se postraron en el suelo, sometiéndose al soberano de Tanyer.
*Cincuenta y dos bestias de la raza: rondador desea subyugarse a ti*
*Aceptas: SI/NO*
*Has completado la tarea oculta: Terrible abominación*
*Has ganado trescientos puntos de prestigio*
*Has desbloqueado dos habilidades*
—Je, je, je, ja, ja, ja.
El agotamiento se desvaneció al instante en que la notificación de aumento de nivel apareció, revitalizando por completo su energía. Las heridas se desvanecieron de su cuerpo como si nunca hubieran existido, mientras experimentaba una sutil mejora en sus estadísticas.
Inspiró con una sonrisa solemne mientras, mentalmente, elegía la opción "SI" en la interfaz. En ese preciso instante, sintió una conexión profunda con los rondadores. Cada uno de ellos comenzó a emitir sus característicos sonidos raciales, al tiempo que las gemas en sus frentes resplandecían con una intensidad deslumbrante. Algunos experimentaron transformaciones en sus escamas, otros vieron cómo el color de sus gemas se tornaba en un resplandeciente dorado, y una minoría no mostró cambio alguno.
Orion entrecerró los ojos, podía sentir la mejoría, y su instinto, así como su inteligencia, le aconsejaron hacer uso de su habilidad [Instruir] en cada uno de los rondadores para potenciarlos, sin embargo, dudaba que fuera una buena idea.
Se acercó al rondador de mayor tamaño. Después del cambio, todos habían vuelto a postrarse en el suelo. Orion posó su mano sobre la gema dorada de la criatura.
—¿Puedes entenderme?
El rondador hizo un movimiento de cabeza que Orion interpretó como una afirmación.
Observó su identificación en su interfaz.
•~•
- Nombre: No obtenido.
- Raza: Rondador.
- Afinidad elemental: Tierra.
- Sangre: Normal.
- Lealtad: Decente.
- Estado: Sirviente.
- Habilidad especial: Mordedura, Escavador, Zarpazo, Aliento ácido, Fortaleza pétrea.
~•~•
—Desde ahora te llamarás Rompehuesos.
[Instruir]
El impetuoso viento que nació de la tierra, abrazó como el cobijo de una madre el enorme cuerpo del rondador. La criatura comenzó a abrir el hocico, a moverse en su sitio de forma errática, como si algo en su interior le estuviera atormentando. Su gema brilló con intensidad, volviendo su matiz dorado más claro y hermoso, su cuerpo creció casi al doble de su tamaño, sus escamas se tornaron más lustrosas y duras, sus dientes se volvieron más largos y filosos, y la potencia de su aura incrementó al cuádruple.
Volvió a observar la identificación de la criatura al culminar su bendición.
•~•
- Nombre: Rompehuesos.
- Raza: Rondador.
- Afinidad elemental: Tierra, Fuego.
- Sangre: Mutada.
- Lealtad: Máxima.
- Estado: Sirviente.
- Habilidad especial: Llamarada, Desgarro, Garras penetrantes, Bomba ácida.
- Cuerpo especial: Cuerpo endurecido.
~•~•
—Si desean convertirse en alguien merecedor de mi bendición, deberán mostrar más que solo postrarse ante mí. —Les miró, y ellos temblaron, más de expectación que de miedo, eran bestias, pero el grado de inteligencia que poseían les hizo añorar el poder de su hermano de raza—. Recuperen todos los cadáveres en esta caverna y formen aquí una pila con ellos.
Las bestias se adentraron de inmediato a sus agujeros, desapareciendo de la vista de los presentes.
Mujina, transformada nuevamente en su versión humana se acercó a su señor, estaba cansada, no había sido una batalla fácil, y la sangre que derramaba de sus brazos era una prueba de ello. Jonsa y Alir tenían peores heridas, pero ninguna que necesitara una pronta intervención.
Orion les miró, y sin pensarlo se quitó el Anillo de la Eternidad, estirando el brazo y abriendo la palma para concederlo a la capitana de su guardia personal.
—Úsalo —ordenó.
Mujina experimentó un fuerte nerviosismo, no sabía por qué, pero aquella pieza de joyería inspiraba en ella un miedo y respeto terrible. Deseó rechazar, no creyéndose lo suficientemente digna para portarlo. Sin embargo, la solemne mirada de su soberano le forzó a aceptarlo. Sus dedos se acercaron a su palma, pero justo en el momento que tocó su fría superficie, sus piernas perdieron las pocas fuerzas que había logrado reunir. Sus rodillas tocaron el áspero terreno, con los ojos sumidos en la incapacidad y desconcierto. Tuvo que apartar los dedos del anillo para recuperar el aliento. El poder guardado en tal objeto era colosal, no había palabras para describirlo, era como si el cielo mismo hubiera caído sobre ella.
Jonsa y Alir tragaron saliva, temerosos de que algo malo le sucediese a su Sicrela.
—Perdóneme Trela D'icaya, perdone mi atrevimiento a tocar su tesoro. No soy digna... —dijo de inmediato, creída de su fracaso en una prueba a su fidelidad.
Orion le observó, confundido por el acto, e incluso sin entender lo sucedido, optó por volver a colocarse el anillo, pues, en su deseo de ayudarle a recuperarse con prontitud, la iba a terminar matando.
—¿Puedes levantarte?
Mujina lo intentó, su expresión se tornó dolorosa por la impotencia.
—No. —Negó con la cabeza.
—Sanen y recupérense.
—Gracias, Trela D'icaya —dijeron los islos al unísono.
Orion se volvió a la gran criatura serpentina. Mantenía en calma su respiración, con un semblante indiferente decorando su rostro, sus ojos descendieron a su preciada espada clavada en la larga cola. Había sido un combate extraordinario, dejándole un buen sabor de boca por su supervivencia. Tomó el arma con una facilidad risible, guardándola nuevamente en su inventario.
Un segundo después identificó al cuerpo inerte.
•~•
- Nombre: Nunca obtenido.
- Raza: Todocola.
- Afinidad elemental: Relámpago, Oscuridad.
- Sangre: Antigua (diluida).
- Estado: Muerto.
- Rasgo: Líder.
- Título: Señor de la caverna.
- Habilidad especial: Paso relámpago, Aliento eléctrico, Cadena de rayos.
- Cuerpo especial: Cuerpo eléctrico.
~•~•
*El cadáver identificado posee recursos para la alquimia*
Tomó la cabeza decapitada, acercándola al cuerpo del todocola, y con un solo pensamiento le hizo desaparecer, llevándolo por completo a una ranura de su inventario. Sonrió, orgulloso de sí mismo por lograr lo que en primer pensamiento creyó imposible.
Mujina se encontraba en un estado mental alterado, lo sentido luego de tocar el anillo le había inducido a rozar el velo que la separaba de la locura, seguía sin poder controlarse, su cuerpo temblaba y la gran fuerza vital de la que gozaba su raza parecía haber desaparecido. Su mirada se enfocaba en su soberano, siempre le había visto como lo más cercano a un ser divino, a un escogido por E'la para ayudar a su gente a retomar el buen camino, o incluso a una reencarnación de la propia diosa, pero, ahora, no tenía dudas, era un dios disfrazado de humano, un ser cuya existencia su propia mente no podía concebir. En su corazón no hubo más que temor y respeto absoluto, nunca había tenido sentimientos de traición, ni siquiera un pensamiento, pero, ahora que descubría la verdad, el peso de la responsabilidad se hizo mayor, casi imposible de cargar, y su corazón y mente entendió que era mil veces preferible asesinar a toda su gente que traicionar a un ente de tal magnitud. Sin percatarse, la sangre de sus heridas había dejado de brotar.
Alir y Jonsa se quedaron de piedra al instante que notaron la desaparición del enorme cuerpo serpentino, no comprendían la razón detrás de un acto semejante, pero la presencia de su señor y cercanía al inerte les proveyó de la suficiente información para que sus mentes aceptarán que el acto había sido efectuado por el mismo hombre al que pagaban su lealtad.
Los Búhos tuvieron una expresión y comportamiento muy parecido al de la pareja de islos, con un razonamiento similar.
Orion se sentó sobre el cadáver de uno de los rondadores, esperando a que sus subordinados se recuperaran de sus heridas. No había otro pensamiento, más que el de continuar en la persecución de las atrevidas criaturas gigantes que habían atacado a su caravana.
Cerró los ojos, analizando su anterior batalla para encontrar en qué se había equivocado, porque había sido herido, quemado y forzado al dolor, y con el entendimiento de lo frágil que era su existencia en el nuevo mundo, sabía que no podía volver a cometer un error similar. Esa impulsividad maldita, lo emocional de sus acciones representaban al causante de sus males. Desgraciada esa personalidad suya que pulió el laberinto, que lo instaba a batirse en duelo poniendo su tesoro más valioso en riesgo.
«Debí traer a todo un escuadrón», pensó al ver a sus subordinados, quienes sin su presencia, tenía total certeza de que se habrían convertido en la próxima comida de la criatura serpentina.
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