Exhaló, mirando la sólida pared de roca. Lamió sus labios, detectando el sabor a hierro de la sangre seca. Se desabrochó el peto casi destruido, devolviéndolo al inventario junto con todo su equipo defensivo. Del umbral de la entrada una dama de expresión nerviosa se aproximó, haciendo suya su exblanca camisa ahora teñida de rojo. Trató de reunir coraje al mirarlo, pero su apariencia de guerrero ensangrentado apenas si le permitía pensar con claridad.
--¿Está listo? --Preguntó, quitando por sí mismo el pantalón de cuero igualmente manchado de sangre, para luego entregárselo a la estática dama.
--Sí, señor Barlok.
--Agradezco que estés aquí para ayudarme. --Le sonrió con calidez, enfatizando su curiosa presencia. La dama devolvió la mueca, un poco más calma al seguirlo al otro cuarto.
--Por usted, señor Barlok, lo que sea. --Observó sin timidez sus blancas nalgas, que saltaban en cada paso.
El olor a hierbas inundaba la habitación, pintada con el nebuloso vapor caliente. Se dirigió a la tina de metal colocada en el rincón, sumergiéndose en ella y sintiendo como su cuerpo se relajaba.
--Esto me encanta. --Dijo, regresando a la superficie. La sangre en sus cabellos y rostro se fue diluyendo, devolviéndole el tono habitual a su piel.
La dama se acercó, tomando un paño blanco que ocupó para limpiarle el pecho, una acción llevada únicamente por su brazo izquierdo. Orion le miraba, sin malicia, ni lujuria, en su mente solo había una cosa, purificar su cuerpo de la muerte presente, y como los libros lo dictaban, el mejor ritual para llevarlo a cabo era un buen baño de hierbas. Estiró el brazo, luego el otro, sintiendo la suave caricia en sus piernas y en medio de ellas. Volvió a sumergirse, mirando en su regreso la sonrojada expresión de la dama.
--Puedes quitarte el abrigo, la habitación está cerrada, el frío no va a molestarte.
--Gracias, mi señor, pero lo prefiero así. --Respondió, exprimiendo el paño.
Sonrió, abriendo los ojos con total calma.
--Quítate el abrigo. --Ordenó.
--¿Señor?
--¡Quitátelo!
Asintió aterrada, obedeciendo con renuencia. Su fina silueta salió al descubierto, mientras se abrazaba con timidez y miedo.
Se levantó, saliendo de la tina sin mancha alguna de sangre en su cuerpo. Se acercó a ella, suprimiéndola con su pura estatura.
--Alguien intentó abrir la puerta, Idril --Dijo con calma--, pero huyó antes de conseguirlo --Dio un paso al frente, mientras ella retrocedía otro--. Pensó que podría escapar al palacio, pero mis Búhos vigilaban, y una de esas flechas consiguió herirlo. Idril ¿Por qué estás aquí? --No había agresividad en su tono, solo interés por la respuesta.
--El señor Astra mencionó que aquí lograría resguardarme de los soldados enemigos.
--¿De verdad? --Asintió repetidas veces-- Entonces --La tomó del cuello, levantándola del suelo para impactar su cuerpo contra la pared cercana. Idril dejó de proteger el decoro de su silueta, llevando sus manos a la de su soberano por la falta de aliento. Con su mano libre sujetó su vestido, desgarrándolo en un movimiento. Sus pequeños senos saltaron a la vista, intimidados por el ultraje-- ¿Esta herida como te la hiciste? --Señaló con sus ojos a la tela cuidadosamente pegada abajo de su hombro.
Calló, no aguantando las lágrimas por el furioso acto de su señor.
--No hace falta que te excuses, sé que fuiste tú, Idril. Y aunque la cólera domina mi pensamiento, así como las ganas de asesinarte, también estoy sorprendido, has sido la única que logró engañar a la interfaz con tu falsa lealtad, y eso te convierte en un espécimen de mi interés. --Alivió el agarre.
--Mi lealtad nunca fue falsa --Dijo al reunir el coraje suficiente para mirarlo a los ojos, con dificultad por el apretón en su cuello--, en verdad deseaba ayudarle a mejorar la vahir...
--Mentira --Bramó--, si fuera como dices ¿Por qué nos traicionaste?, ¿por qué favoreciste a los humanos y casi provocaste la muerte de todos en esta fortaleza? Eh, Idril ¡¿Por qué lo hiciste?!
--Por una deuda de sangre --Respondió con calma, aceptando el destino que con tanta renuencia había querido evitar--, deuda de sangre de mi fallecido complemento.
--¿Maté a alguien importante para ti? --Preguntó dudoso, ya que no recordaba haber asesinado a un Kat'o.
--Se podría interpretar, sí.
--¿Interpretar? ¿Yo lo asesiné o no?
--Lo obligó a pelear como arquero, pero él no era un guerrero.
--Entiendo --Asintió, aclarando el panel completo de la intriga que se llevó a cabo--, lamentablemente tu acto manchó su muerte, porque yo no he obligado a nadie a pelear. Si hizo lo que hizo fue porque así lo decidió.
--Usted lo obligó. --Refutó con sentimiento.
--Como quieras creerlo --La soltó. Idril cayó al suelo, postrada a cuatro patas y con una fuerte tos--, pero tu pareja, o como quieras llamarlo murió porque odiaba ser un esclavo de los humanos, todos lo odian, yo solo les doy la oportunidad de vengarse.
Siguió tosiendo, no podía oponerse a las palabras de su Barlok, pues en su interior lo sabía, pero por su obstinación e ingenuidad se dejó ensuciar la mente por las artimañas de Luciana, la madre de su pareja eterna.
--Lo siento... --Sollozó con extremo dolor.
--Tus disculpas no valen nada, si quieres mi perdón y una muerte digna, habla, dime con quienes confabulaste en mi contra.
--Con nadie --Dijo después de un largo silencio--, fue mi idea y solo yo actué.
--Sé que eso es mentira --La sujetó de la nuca, levantándola con fuerza excesiva--, y te torturaría hasta conseguir los nombres, no te dejaría escapar hasta escuchar tu último aliento, y alimentaría a los cerdos con tu cuerpo por todo lo que provocaste, pero tu vida vale mucho más que tu muerte, al menos por el momento --La arrojó de vuelta al suelo, tiempo que ocupó para vestirse con un conjunto digno de su posición, sacado del inventario--. Sígueme.
∆∆∆
Al alba, con la frescura de la madrugada y el tranquilo viento, todos y cada uno de los residentes de la vahir se encontraban presentes, los nuevos y viejos. El ejército detrás de la guardia personal y el señor de Tanyer, mientras por los flancos estaban los esclavos y los pobladores, y relegados a un extremo los soldados enemigos recientemente vencidos, amarrados, desvestidos y amenazados por cinco espadas ilusorias que flotaban arriba de sus cabezas. Todas y cada una de las miradas estaba puesta en el medio de todo, donde tres hogueras descansaban, y ahí, amarradas de pies y manos se encontraban tres personas cubiertas del rostro, semidesnudas y temblando.
--Esos malditos bastardos se merecen una muerte más horrible. --Dijo Jonsa, masajeando el vendaje de su pecho, invisible al ojo por la armadura presente.
--Siguen siendo de los nuestros --Dijo Alir, todavía con la pintura blanca de batalla en su rostro--, un poco de misericordia mostrará el buen corazón de Trela D'icaya.
--Por eso mismo, porque son de los nuestros es que deberían de morir con mucho dolor.
--Cállense --Ordenó sin tacto la capitana de la guardia personal de Orion--, o me encargaré de agravar sus heridas.
Los dos islos asintieron, recuperando la digna compostura.
Fira bostezó, guardando la mueca con sus manos para evitar la falta de respeto, mientras Lork miraba indiferente la situación. Astra se había perdido en sus pensamientos, tratando de descifrar el corazón humano, las razones sobre la toma estúpida de decisiones, así como la confianza que a veces no debía de ser conferida.
[Grito de guerra]
--Gente de Tanyer --Dijo sorpresivamente, con un tono imponente, que hizo vibrar los corazones con complicados sentimientos. Los murmullos fueron callados de forma inmediata con su única frase, volviéndose el punto de atención--, comprendo el sentimiento que rodea a cada uno de ustedes, lo entiendo, y digo con total sinceridad que igual a mí me duele. La gloria que nuestros caídos gozan para nosotros es sinónimo de dolor, de tristeza por el recuerdo que dejaron en nuestras vidas. Entiendo las lágrimas, y el odio que puedan sentir hacia mí, lo entiendo en verdad --La mayoría de las madres y esposas de los fallecidos bajaron el rostro, no logrando evitar humedecer de vuelta sus lindos ojos. Otros optaron por observar el cielo, donde el humo de los cuerpos había ido a parar, mientras que un grupo mayormente compuesto por hombres miraron al Barlok, no de forma retadora, no, sus miradas, aunque complicadas de descifrar, estaban cargadas de agradecimiento, probablemente por el honor conferido a sus hijos o parientes, por la oportunidad de reunir grandes méritos para el acceso a Los Palacios Dorados, y de permitirles morir como Kat'os, y no como esclavos de los humanos--. Pero ese odio puede causar más muertes que una espada enemiga, exactamente como ocurrió esta noche... Comprendo que me culpen, que alberguen intenciones maliciosas hacia mi persona, no los culpo --Mintió como un experto--, pero cuando esos planes resultan en la muerte de mi ejército, mi gente o mis esclavos, me enfurece, y no perdono a quien ose poner en riesgo a mi preciada gente de Tanyer, así sea mi propia gente preciada que por una idea de redención o de venganza justificada lo intenten hacer --Asintió a los tres soldados junto a las hogueras, mismos que obedecieron al quitarle las capuchas a los cautivos, que dirigieron sus rostros al pueblo al que pertenecían--. Esta noche se perdieron más de trescientas vidas, cien de las cuales no debieron pasar, pero estos malditos traidores --Los señaló con la mano derecha--, confabularon con los humanos para matarnos, guiándolos en la noche como criaturas nocturnas por la vahir, lugar que yo había prohibido para la confrontación por miedo al asesinato de las familias de mis soldados. Atacaron a los Wuar, y quemaron la casa de la familia Herther, asesinaron a más de setenta esclavos, y asaltaron la fortaleza, con un traidor dentro con la tarea de abrir la puerta y dar paso al asesinato a todos dentro --Respiró profundo, dejando un momento para la reflexión y el enojo que ahora podía observar en muchas de las caras de los pobladores--. Quiero enfatizarlo para que nunca lo olviden, dentro de la fortaleza se encontraban sus hijos, padres y parejas de vida, que hubieran muerto sino fuera por la diestra habilidad de un arquero... He sido muy bueno con todos ustedes, los liberé, les entregué mayor cantidad de comida, tela para abrigarse en invierno, conocimiento para sus hijos, seguridad por las bestias que acechan desde el bosque, y lo único que les pedí fue su absoluta lealtad, pero me abofetearon la cara, un insulto que jamás volveré a dejar pasar --Observó a los soldados de pie al lado de las hogueras--. Háganlo.
Los tres asintieron, recogiendo cada uno de ellos una antorcha encendida clavada en el suelo, para después dejarla caer a los pies de los cautivos, donde descansaba la leña. Las llamas fueron inmediatas, junto con los gritos de dolor. Los cuerpos tardaron en arder, y aunque el silencio había regresado, todos los presentes aseguraban seguir escuchando los desgarradores lamentos.
--Los cielos se abren cuando una persona de bien muere, pero cuando lo hace un traidor, los dioses escupen. --Citó como suya una frase escrita en un libro antiguo, mirando con detenimiento a los residentes de la vahir, buscando aquella expresión de odio puro, de deseos de venganza, sin embargo, no la encontró.
--¡¡Señor Orion!! --Dijeron los soldados al unísono-- ¡¡Suya es nuestra lealtad, suya es nuestra vida!! --Cayeron de rodillas, con las cabezas gachas y el puño derecho en sus pechos. El acto fue imitado por la guardia personal y gente cercana. De los pobladores fueron los islos los primeros en arrodillarse, luego los Kat'os, para finalizar con los estelaris y antars.
Orion asintió, pero el repentino relincho de caballo le arrebató su preciado momento de regocijo.
Volvió su mirada al origen del sonido, disgustado por la interrupción, aunque curioso por el jinete desconocido, custodiado por dos guardias montados que debieron haber estado en la fortaleza.
--Pueden retirarse --Dijo al ver a sus soldados--. Disfruten de la victoria, pero manténganse alertas. Porque el enemigo sigue haya afuera. --Aconsejó.
--Sí, señor Barlok. Gracias, señor. --Dijo Romo, comandante de Las Garras de Oso.
Asintió, volviendo su mirada al perdido Ministro y a su hermana, y observando por el rabillo de su ojo el cese de movimiento de dos de los tres jinetes.
--Astra, Fira, vayan con la gente y hablen con ellos, tranquilicen a las familias de los caídos, háganles saber que tienen mi apoyo, que les seguiré suministrando de alimento, vestimenta y demás cosas necesarias.
--Sí, mi señor --Dijo la hermosa dama de cabello platinado. Pellizcó el brazo de su hermano, quién seguía embobado mirando la nada--. Astra, nuestro Barlok te ha dado una orden.
El Ministro despertó, enojado por el súbito y agresivo acto de su consanguínea, pero al mirar su seria expresión, así como la silueta de su Barlok, entendió que algo había pasado.
--¿Qué sucede? --Dijo con un tono quedo.
--Nuestro Barlok te dio una orden y no respondiste. --Respondió al mismo volumen.
Fue sutil su cambio de expresión, pero el sentimiento fue profundo, ya se sentía demasiado culpable con su señor, como para ahora recibir la noticia de que lo estuvo ignorando.
--No fue tu culpa, a mí también me engañó. --Dijo al verlo. Su compresión a las emociones de los residentes del nuevo mundo había llegado a un nivel aterrador, permitiéndole ser un hábil manipulador, pues no empatizaba con emociones que no podía sentir, aunque sí podía comprenderlas.
--Debí ser más atento, mi señor.
--Sí, debiste --Dijo, y de inmediato calló para observar al jinete-- ¿Quién es él? --Interrumpió el saludo formal del hombre.
--Para hablar a mi señor...
--Es comunicar --Interrumpió Fira--. Se dice: "para comunicarle a mi señor".
--Eso no importa ahora --Intervino Orion--. Habla.
--Sí, mi señor --Respondió con timidez, intimidado por la fiera dama y el fuerte séquito a espaldas de su soberano--. Ese hombre es un enviado de la durca Sadia Lettman, y ruega le permita escucharlo.
--Mujina, Alir, conmigo. Los demás custodien a los esclavos y cautivos, si creen que necesitan ayuda ordenen en mi nombre a los soldados para que los asistan --Su rostro se endureció--. Y no quiero que se repita ese incidente con las esclavas ¿Comprendieron?
--Sí, Trela D'icaya. --Dijo Mujina.
--Mantendremos a esos salvajes quietos, Trela D'icaya. --Prometió Jonsa con una sonrisa maliciosa.
Se limitó a asentir, regresando su atención al desconocido jinete.
--Señor --Dijo al bajar del caballo, reverenciándolo como lo haría con su soberano. La muestra de respeto fue exquisita, tanto la postura como el regreso--, mi nombre es Youns Timar, guardia personal de la gran señora, Sadia Lettman, y me presento ante usted como un emisario con la orden de entregar un mensaje importante.
Lo estudió, siendo consciente del muy ligero temblor de su mano derecha, un probable resultado del nerviosismo generado por su imponente presencia. Youns era un hábil guerrero, de eso no había duda, pero Orion tenía la plena confianza de que en una pelea uno contra uno lo vencería, sin exagerar en diez o veinte movimientos, tres si hacía uso de todas sus habilidades, y estaba seguro de que el hombre de la rajada en el cuello también lo sabía.
--¿Qué mensaje? --Preguntó, dejándole claro con el tono que sus siguientes palabras podrían ser las últimas.
--La gran señora, Sadia Lettman acepta su superioridad en batalla...
--¿Te refieres a mi victoria? --Interrumpió, con una mueca disgustada.
--Sí, señor. --Respondió, consciente de la burla hacia su señora.
--Dilo.
--Usted venció, señor... La Durca --Continuó al verlo asentir-- desea conocer sus exigencias por la victoria de su ejército, señor. Solicita verle esta tarde en la colina cerca del arroyo.
--No, nadie solicita verme --Calló por un segundo, meditando por una probabilidad de trampa--. Ese lugar no me convence, pero acepto la entrega de mis términos. Dile a tu señora que la estaré esperando al alba de mañana cerca del Lago de los Sueños.
--Lamento mis siguientes palabras, señor, pero dudo que la Gran Señora conozca ese lugar.
Asintió con calma, inspirando con profundidad.
--De donde estoy de pie, mil quinientos pasos al Oeste --Se guio con el mapa de su interfaz--, doscientos al Sur, y veinte nuevamente al Oeste. Si llegan o no, dependerá de ustedes.
--Gracias, señor. Le daré su mensaje. --Dijo, despidiéndose con una respetuosa reverencia. Sujetó las riendas del caballo, saltando a su lomo y guiándolo para comenzar la cabalgata.
Los dos guardias bajaron la cabeza con respeto, retirándose de inmediato para custodiar la salida del todavía probable enemigo.
--Ordenen a Kaly y a la estratega Nadia regresar al palacio, de inmediato.
--Sí, Trela D'icaya. --Dijeron al unísono, pero Alir fue la única en retirarse.
--Habla.
--No confío en ellos, Trela D'icaya, tengo miedo que estén tramando una trampa para usted, por ello le ruego permita a los míos acompañarlo, Trela D'icaya. Por favor, se lo pido.
--No me subestimes, Mujina, no lo hagas --Reprendió con frialdad. La capitana quiso disculparse, pero se tragó sus palabras--, puede que los humanos tengan sus planes, pero yo también tengo los míos, y aunque puedas considerarme un imbécil, no lo soy tanto como para ir solo.
--No fue mi intención ofenderle, Trela D'icaya...
--Pero lo hiciste --Suspiró, mirando su martirizada expresión--... Aunque aprecio tu preocupación --Mujina detuvo sus pensamientos, pétrea como una estatua, no creyéndose que semejantes palabras habían salido de la boca de su soberano--. Ahora ve y cumple mi orden.
--Sí, Trela D'icaya. --Se despidió con una plácida sonrisa luego de una hermosa reverencia propia de su raza.
Se quedó de pie, mirando la cara Este de la fortaleza, lugar donde una noche había trepado para hacer suya una deuda de sangre, una noche que había dado comienzo a su aventura como Barlok, la noche que lo había cambiado todo.
∆∆∆
Se sentó en el pasto, observando el azulado reflejo en el agua quieta. Los susurros de la madrugada, acompañados por sonidos de las criaturas nativas de la zona. Admiró las esporas que se unían al interior, brillando con un tono tan calmo, que invitaba al descanso.
--Este lugar es muy peligroso, mi señor. --Dijo Astra con arco y flecha en mano, preparado para la acción.
--Lo sé, fue por ello que lo escogí. --Dijo al alzar el rostro, dirigiéndole una calma expresión.
--Estan en posición, Trela D'icaya --Dijo Alir al aparacer, dubitativa por la manera en como la siniestra sombra del fondo la observaba. Mujina la miró, sujetando su brazo para calmarla.
--No nos harán nada --Sonrió Orion con tranquilidad--, no son entes territoriales, y aunque lo fueran, ya les he advertido con mi energía que cualquier acto hostil representaría la destrucción de sus cuerpos ilusorios.
Alir asintió, poco convencida por la sencilla explicación de su señor, pero confiaba en él y en su inmenso poder, muchísimo más de lo que algún día podría confiar en sí misma, por lo que concentró su valor, falsificando una digna postura.
*Me sonrió... --Alir volteó de inmediato, tragando saliva por la siniestra cosa que le seguía mirando.
--No le prestes atención. --Aconsejó el soberano al sentir el miedo presente, actuando más tranquilo que de costumbre.
--Entiendo tu miedo --Le susurró al oído--, pero no es forma de comportarte en presencia de Trela D'icaya.
--Lo lamento, Sicrela. --Dijo con sinceridad.
--Hace mucho experimenté una situación similar --Dijo repentinamente. Los tres individuos prestaron su oído de inmediato, entusiasmados por escuchar un relato de su señor--, pero en lugar de un lago, fue en la cima de una montaña. Recuerdo haber estado rodeado de centenares de entes, mucho más siniestros que estás cosas, y acompañado de una densa ventisca --Sonrió como lo haría un loco--, por ese entonces tenía mis invocaciones --Suspiró--, y mis demás habilidades... Tenía una que hacia... Parece que han llegado. --Calló, levantándose y retomando su habitual personalidad, solemne e imponente.
Los tres maldijeron en sus adentros, la historia los había atrapado, estando más que ansiosos por conocer el desenlace, pero sobretodo, por escuchar un poco sobre el pasado de su soberano.
--Astra, los ojos abiertos. Mujina, Alir, un movimiento, una muerte. Después de recibir mi orden. --Les miró, advirtiendo que debían comportarse hasta que lo inevitable sucediera.
--Sí, mi señor.
--Sí, Trela D'icaya.
--Excelente. --Asintió, complacido con sus buenos subordinados.
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