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42.6% El diario de un Tirano / Chapter 72: El deber de un hermano

Chapter 72: El deber de un hermano

Los rayos del sol atravesaban la espesura de las altas y anchas copas de los árboles, iluminando la tierra húmeda por la lluvia de un día anterior.

--¡Mierda de perro!

Lucian esquivó con suma facilidad, al tiempo que golpeaba con el pomo de su espada la nuca del salvaje atrevido, noqueándole y sacándolo de la batalla. Inspiró profundo, dejando salir toda su furia en un soplido bestial.

[Fortaleza pétrea]

[Pasos veloces]

Se escuchó un estallido cuando desapareció y, de forma inmediata un hombre fue ejecutado, luego otro y, otro, hasta llegar a la cifra de nueve en menos de cinco segundos, todos ellos con la misma muerte: decapitación. Cuando volvió a aparecer exhaló, jadeó y limpió la hoja teñida de rojo de su espada con un movimiento al aire. Esquivó la flecha repentina, cortó el pecho del salvaje cercano y rodó para asesinar a otro par más.

[Inspiración]

Gritó, elevando la moral de sus tropas. Apretó de vuelta la empuñadura de su espada, arremetiendo con un par de cortes a los tres salvajes que se acercaban con palos afilados en sus puntas.

--¡Retirada!

La orden fue repetida por los salvajes presentes, partiendo de inmediato del campo de batalla y salvando a sus camaradas si les era posible.

Lucian se quitó su casco dorado teñido de rojo, desabrochó el cinturón de su vaina luego de una exhalación larga, para después sentarse en una de las sillas de su tienda. Sus manos temblaban, aún experimentando las secuelas de la batalla. Cerró ambos ojos, tratando de encontrar un punto mental en el cual poder recuperar la paz, aunque fuera por solo un momento.

--Salvajes bastardos. --Abrió los ojos con brusquedad, frustrado al no lograr calmarse.

--Cuarto General.

Lucian volteó al reconocer la voz, encontrándose con la mirada respetuosa de su criado, joven y delgado, de expresión servil y tullido de una pierna.

--El soldado de...

--No es necesaria tanta formalidad. --Dijo Aldurs al entrar, con la fatiga en su rostro y el cuchillo del criado en su garganta.

--Baja el cuchillo y, ve por pan y alcohol. --Ordenó sin un cambio en su mirada.

Aldurs chasqueó la lengua, sonriendo con frialdad al ver el tambaleante caminar del sirviente de su hermano.

--Buena que no soy rencoroso. --Dijo al tomar asiento en una de las sillas desocupadas.

--Ni hábil. --Añadió su hermano, quitando la mediacapa de su hombro.

--Si no fuera tú deshago lo mataría.

Lucian volteó con la frialdad en su mirada, apareciendo de inmediato con una daga sobre su mano, una que clavó en la madera de la silla, cerca de las partes nobles de Aldurs.

--Eres mi hermano, sangre de mi sangre, pero un insulto más y te cortaré la puta lengua. Así que deja de jugar y dime a qué has venido.

Aldurs tragó saliva, con la tez pálida, enterándose de que el juego había finalizado.

--Madre solicita tu presencia. --Dijo con un cambio completo de tono, más respetuoso y sumiso.

--Y ahora que quiere esa mujer --Suspiró con cansancio, un cansancio que ni mil batallas consecutivas podrían producir--. Espero que no sea otra vez esa maldita propuesta.

--No pudieron rescatar a Helda. --Dijo de repente, cortando de tajo las innumerables especulaciones que Lucian tenía ahora en su cabeza.

--¿Qué? --No podía creerlo-- ¿Qué sucedió con el segundo y tercer ejército?

--No conozco los detalles, pero por palabras del Maestro Silfo fueron asesinados, solo así se explicaría la Señal de la Derrota que recibieron de la generala o de uno de los comandantes, dijo él. --Se levantó, siguiendo la espalda de su hermano.

--¿Hace cuánto fue la batalla? --Se giró, mirándole con emoción en sus ojos.

--Más de diez lunas.

Lucian quiso poner toda su tienda de cabeza, la ira no cabía dentro su cuerpo.

--Cuarto...

--¡Largo! --Ordenó sin verle, no sabía si sería capaz de contenerse si miraba a alguien que no fuera su hermano.

El criado asintió, colocó la charola en el suelo y se retiró con lentitud y respeto, guardando para sí las palabras que no pudo decir.

--Maldita sea... --La indecisión mataba la poca estabilidad que poseía.

--Madre promete encargarse del rey si algo resulta mal.

--Ja --Tronó la boca-- ¿Mal? Ni siquiera creo que haya un buen final para esto --Inspiró--. Esa maldita chiquilla en verdad se metió hasta el fondo y, ahora debo ser yo quien deba rescatarla.

--Es nuestra hermana. --Dijo Aldurs, arrepintiéndose un segundo después de hablar.

--¡Me importan tres carajos que sea mi hermana! Esa maldita niña siempre ha sido un dolor en las bolas y, ahora mi honor será manchado si elijo ir a salvarla.

--Sí no eres tú ¿Quién más, Lucian?

El joven de cabellos dorados bajó la mirada, cuestionándose esa misma pregunta.

--Tienes razón. Sangre es sangre --Hizo un sonido gutural. Suspiró y desabrochó su armadura--. Comunícate con mi Segundo... Y con el Quinto General, tiene una deuda conmigo, es momento de que la salde.

∆∆∆

El olor de la carne ahumada golpeaba su nariz con mucho placer, mientras la bebida caliente acariciaba su garganta. Al bajar el vaso sus ojos atraparon la mirada de Fira, quién sonreía con las migajas de pan en sus mejillas. Volvió a sorber, terminando con el líquido en el interior del recipiente.

--Niño, este no es un lugar donde debas estar --Dijo Irena, la sirviente mayor--. Vete a qué te amamanten a otro sitio.

Lork sintió el empujón sobre su hombro, pero la postura y la gran fortaleza de sus piernas le hizo imposible a la mujer adulta poder moverlo. El esclavo protector no hizo por moverse por la presencia del Barlok, temiendo por insultarlo.

--Señor Orion... --Dijo, tratando de imitar el tono de los dos hermanos.

--Déjalo entrar --Ordenó, sin apartar la mirada de su carne--. Y tú, esclavo, ordené que nadie lo tocara.

Irena retrocedió, sorprendida por el suceso, no conocía al niño, ni su estado, pero por la familiaridad de su tono al dirigirse al amo del palacio pudo intuir que nada bueno le esperaba si no se disculpaba.

--Sí, amo. Perdone mi grosería. --Bajó la cabeza, dolida por disculparse con un niño, pero temerosa por la fría mirada del esclavo, quién parecía poder matarla con sus propias manos.

Lork ni siquiera le prestó atención a su acto, era un ignorante de los tratos y costumbres de Tanyer, muy similar a los primeros días de Orion en este nuevo mundo, sin embargo, eso no significaba que pasara por alto la acción hostil que había recibido, pero la promesa hecha al joven le impedía actuar y, su respeto por la disparidad de poder le valía para cumplirla.

--Toma asiento y come. --Ordenó Orion.

Lork asintió, caminando hacia la segunda silla al lado de su señor. El esclavo lo acompañó a la mesa, pero retrocedió unos pasos hasta tocar con pared. La Mayor y sus tres subalternas quisieron impedir el acto, no sabían quién era ese niño y porque no actuaba como infante, porque no sabía que debía sentarse al menos dejando un espacio de tres sillas del amo del palacio y, del porque no había hecho una reverencia respetuosa al entrar. No sabían quién era, pero la intuición femenina les dictaba que poseía un alto estatus, al menos a la par de los dos hermanos.

--Mocoso, siéntate aquí --Apuntó a la silla frente a ella, con exactitud tres asientos separados de su soberano--. Ten un poco más de respeto.

Lork volvió a asentir, le molestaba el tono con el que Fira se dirigía a él, en verdad lo odiaba, tanto como la odiaba a ella, pero para su desgracia existía esa promesa, esa maldita promesa que lo obligaba a comportarse. Solo le pedía a los Altos Cielos que lo bendijeran con paciencia para no explotar contra todos aquellos que lo miraban con hostilidad.

--Come. --Ordenó una vez más, terminando con su platillo.

--¿Qué desea que le sirva? --Preguntó una de las sirvientas al acercarse.

--Pan. --Dijo de inmediato, con una sonrisa en su cara. La expresión de niño más cercana que podía hacer.

--Lo traeré de inmediato... --Dijo, dudando sobre el título que debía conferirle, escapando al final hacia la cocina para no cometer un error similar a su superiora.

Abrió la interfaz gracias a un punto directo de una notificación sin leer.

[Instruir]: No hay cosa más hermosa que enseñar aquello que se sabe.

-Desbloquea potenciales ocultos de tus sirvientes/subordinados.

-Enseña las habilidades que dominas.

-Sobrecarga a tus hombres de tu energía y potencia sus fuerzas.

*Se necesita subir de nivel la habilidad para descubrir las otras ventajas*

Observó de reojo al pequeño niño con una sonrisa sobre su cara por disfrutar un buen trozo de pan, luego a Fira, quién observaba con desagrado al infante. Alzó las comisuras, disfrutando de la buena sensación que producía una nueva maquinación.


Chapter 73: Puntos de apoyo

--Levanta el brazo un poco más, la espada debe proteger también tu rostro --Aconsejó, rodeando y analizando sus flaquezas--. Abre un poco los pies, de manera que tengas mejor apoyo. La espada más alta, niño. En la batalla un segundo de indecisión cuesta la vida. Calma tu respiración, domina el tiempo que toma llenar tus pulmones. Mirada al frente y a los flancos, que le sea difícil al atacante emboscar tus puntos ciegos. Respira más lento, que no se escuche... Descansa.

Orion inspiró, insatisfecho por el lento aprendizaje del infante. Lork se sentó en el suelo, cansado y cubierto de sudor, nunca pensó que provocaría tanta fatiga entrenar posturas, incluso sin saber para qué las necesitaba.

--Ataques impulsivos lleva a una muerte segura --Dijo de repente, acercándose al niño de mirada impasible--. Tardé una vida en pulir mis habilidades. Mucha sangre fue derramada para ello. Por lo que si hoy deseo enseñar, es porque reconozco tu valía. Pero no sabes aprender.

--Matar conozco, mis manos lo hacen si lo quiero, solo debo dejar de pensar. --Dijo el niño, indiferente a la fiera mirada de Fira.

--Haberlo hecho no significa saberlo. No conoces las formas adecuadas, las maneras correctas para evitar una muerte segura. Eres niño, dicen los libros que aprenden rápido, pero desconocen todo.

Apareció ante su mano una espada de dos manos, pesada y delgada, filosa por ambos de sus lados. Desplegó de su cuerpo la totalidad de su energía, fue tal el poder que desató que hizo que las paredes vibraran. Fira tragó saliva, sin aliento y con el dolor en su pecho, aun cuando Orion había hecho lo posible para no influenciarla. Dejó caer la hoja al cuello del niño, quién palideció con el miedo dibujado sobre todo su rostro.

--Si conocieras las posturas podrías haberme bloqueado --Dijo después detener la espada sobre el terso cuello del niño, desapareciendo el arma y su energía sobrenatural--. No siempre el fuerte sobrevive. La muerte de alguien me lo enseñó.

Lork seguía temblando, su piel todavía no recuperaba el color y la voz no salía de su boca. Trató de mil maneras volver a su antiguo yo, a su comportamiento indiferente, pero por los cielos, sí que le estaba costando.

--Las posturas que me enseñó fueron diferentes. --Dijo Fira, un poco tímida por su valiente respuesta a una pregunta nunca hecha.

--Tu espada es corta, tu cuerpo es distinto. Las posturas que he de enseñarte deben ser diferentes. Más adecuadas a tu tipo correcto de lucha. --Explicó al lanzarle una breve mirada.

Fira asintió, sonriente por la respuesta, una más personal, que indicaba que había pensado en ella para enseñarle.

--Niño --Regresó su mirada a Lork, limpiando la humedad de sus labios con el pulgar--, tu cuerpo es un recipiente frágil, demasiado para intentar enseñarte todo, pero haré que te fortalezcas, poco a poco lo haré. Por el momento entrena las posturas, hazlo y prometo recompensarte con lo que más deseas.

--¿Pan de miel? --Preguntó, expectante por recibir una respuesta afirmativa.

--Eso y más. --Afirmó con la cabeza.

∆∆∆

Practicaba la espada al amanecer, cuando el lucero titilaba antes del alba, luego degustaba un trozo de pan o carne, para después templar su mente, alejándose de la locura que al despertar le susurraba. Meditaba con una actitud tranquila, encontrando los momentos adecuados para supervisar la extraña energía, la que parecía haber crecido en tamaño, ligeramente más poderosa, pero para nada hostil. Abrió los ojos, los rayos del sol se habían vuelto molestos, no se acostumbraba a ello, aunque admitía que los prefería a las oscuras y lúgubres tonalidades del laberinto. Inspiró profundo al levantarse, mirando desde su balcón a los diferentes batallones que día tras día entrenaban, sin excusas ni pretextos. El territorio al interior de la fortaleza se había vuelto pequeño por la inmensidad de soldados pisando la tierra, en su mayoría vestidos con harapos y con palos como armas. Giró, perdiendo el interés de lo que sucedía haya afuera. Se colocó las botas, el pantalón de cuero, la camisa, la túnica negra y, por último la capa de piel que cubría tanto su pecho como su espalda, para de forma inmediata proseguir a la puerta, donde su servicial escolta lo esperaba.

--Trela D'icaya. --Saludó Mujina, con el máximo respeto reflejado en su voz y ojos.

Avanzó, con una actitud tranquila y dispuesta para comenzar un buen día, quería aprovechar al máximo los segundos de vida que el nuevo mundo le había obsequiado, pero más que eso, quería explotar al máximo la eficacia de sus trabajadores no pagados.

*Investigación completada*

Tocó la notificación.

•Manos rápidas• —Brinda un aumento del 10% en la velocidad y eficacia de los trabajos manuales.

Sonrió complacido y satisfecho, una alegría que duró muy poco tiempo al haber sido remplazada por la sorpresa y confusión. El árbol de investigación mostraba más de veinte ranuras desbloqueadas. Recordaba que hace tan solo unos cuantos días había poco menos de diez, pero ahora, parecía que gracias a las cinco construcciones adquiridas después de la escaramuza nocturna muchas de las investigaciones predecesoras fueron desbloqueadas de forma automática.

Mujina mantuvo una postura estoica, no comprendía las razones de porque su soberano se detenía, sonreía con placer o astucia y, hasta veces compartía consigo mismo frases que para ella sonaban extrañas, pero nunca hizo por preguntar, alarmarse o cuestionar su comportamiento, su obligación era la obediencia y la protección, solo eso, lo demás no le correspondía saberlo.

Reanudó el paso, cambiando la dirección a una conocida, pero muy pocas veces visitada.

--Ve a la sala de investigación y dales esto, que empiecen de inmediato --Extrajo un libro y un plano enrollado de la nada. Mujina asintió y con las manos extendidas aceptó los objetos--. Ah --Hizo aparecer dos monedas de plata--, también hazles entrega de una moneda a cada uno. Menciona lo complacido que he estado del trabajo que han hecho.

--Sí, Trela D'icaya.

Se despidió con respeto, retirándose para cumplir con la encomienda a pasos veloces.

Abrió la puerta, su mirada barrió el interior, cayendo en las repisas de documentos enrollados, en la joven dormida en el suelo con una postura no muy cómoda, en los diversos papeles y libros regados por la mesa y finalizando en su fiel subordinado, quién con una expresión somnolienta le miraba, mostrando que acababa de despertar.

--Señor Orion --Dijo adormilado, para después bostezar, masajear su rostro y quitar las lagañas de sus ojos-- ¡Señor Orion! --Se levantó con brusquedad, ahora sí despierto y con la sorpresa en su rostro-- Idril, despierta --Golpeteó la mesa--. Mil disculpas, mi señor ¡Idril!

Idril abrió los ojos con lentitud, volteando para ver al Ministro mientras quitaba de su cachete un papel que se había pegado por la saliva derramada. Jugó con sus ojos, intentando aclimatarlos a la luz de la mañana. Bostezó, pero su acción fue interrumpida al notar al extraño, el alto joven que le miraba con tranquilidad.

--Señor Barlok.

Se levantó, tropezando al frente por un objeto mal colocado en el suelo. Orion impidió su caída al tocarle la frente con su palma.

--Ruego me disculpé, señor Barlok. --Se retiró dos pasos hacia atrás, bajando la mirada.

--Ve por bebidas calientes. --Ordenó Astra con la vergüenza plasmada en su sonrisa.

Idril asintió, volvió a respetar a su soberano con una ligera reverencia bien entrenada, para al final salir por la puerta.

--Mucho trabajo. --Dijo por fin.

--Lo normal, mi señor.

--Hay asuntos importantes de los cuales hablar. --Dijo al sentarse en la única silla disponible.

--Lo escucho, mi señor. --Se sentó, cambiando los libros de la mesa al suelo con rapidez.

--Tengo dudas. --Suspiró.

--Pido me perdone, mi señor --Dijo de inmediato al bajar la mirada--, he estado aprendiendo el comportamiento adecuado y creo que por ello mi trabajo ha sido menos eficiente. No hay excusas, lo sé. Cualquier castigo que decida lo aceptaré, mi señor.

--No de ti, Astra.

--Gracias, mi señor. --Suspiró para sus adentros.

--Mis dudas son referentes a la administración de estas tierras --Percibió la llegada de su dama guardiana, tanto por su particular energía, como por la mirada de Astra. Guardó silencio, admirando las montañas de papel--. Hay cosas urgentes por resolver, materiales por conseguir y recursos que demandar, gente sin hogar y, aún no descubro personas capaces. La vahir se ha desarrollado muy rápido, el aumento de la población ha sido una ventaja, pero esa ventaja podría convertirse en la futura destrucción de este lugar.

--Quien se atreva a albergar tales pensamientos lo exterminaré, mi señor. --Dijo resuelto, abriendo y cerrando sus fosas nasales.

--No lo pongo en duda. --Asintió complacido.


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