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31.73% El diario de un Tirano / Chapter 53: Dolor ajeno

Chapter 53: Dolor ajeno

Se adentró en la sala, admirando a los seis personajes vestidos con pieles y cuero, altos individuos, robustos y no muy agraciados, al menos la mayoría. Fira inmediatamente fue a quitarle la capa a su señor, logrando hacerlo sin alguna resistencia, para después ponerla en un perchero de madera negra.

--¿Quiénes son ustedes y, que quieren? --Preguntó sin mucha cortesía al sentarse en su silla, estaba muy presionado con la presencia del enemigo en sus tierras, no queriendo estar ocupado en asuntos de los que Astra se podía hacer cargo.

--Trela D'icaya... --Respondió Mujina con un tono repleto de respeto.

--Mi pregunta no iba dirigida ti --Interrumpió, golpeando la mesa con su mano. La guardiana asintió, bajó la cabeza y retrocedió un par de pasos--. Les hice una pregunta. --Regresó su mirada a los seis individuos.

--Queremos servirlo, Trela D'icaya, queremos... --Dijo una dama, forzada a ser valiente.

--¿Quieren? --Interrumpió de nueva cuenta, su entrecejo se endureció al momento que su respiración comenzaba a agitarse-- ¿Mi opinión no les es importante?

--No era nuestra intención ofenderlo...

--Y ahora me interrumpen --Sus ojos perdieron la racionalidad, impregnando el lugar con una poderosa intención de matar. Los presentes tragaron saliva, resultándoles complicado hasta respirar, pero ninguno de ellos hizo ni el más mínimo ademán por querer retirarse, tal vez por una estúpida valentía, o porque el propio miedo les impedía moverse--. Niños, me aproximó a una guerra --Calmó sus impulsos--, a una batalla donde solo un bando continuará con vida y, para serles franco, los islos que tengo entre mis tropas son suficientes, así que retírense y continúen entrenando. Si todo sale bien, algún día podré necesitarlos.

Los seis asintieron con un poco de desgana, estando dispuestos a cumplir con la encomienda, sin embargo, el lento ademán de su Sicrela les forzó a quedarse.

--Trela D'icaya --Dijo Mujina, rodeando la mesa para quedar frente a su señor y poder mirarle de frente--, entiendo que mis acciones no han sido las mejores y, posiblemente mi irreverencia me haga merecedora del destierro, pero le juro por la sangre que corre por mi cuerpo que no fue mi intención ir en contra de sus designios... Somos una especie guerrera, usted mismo eligió a los mejores de nuestra raza para hacerlos parte de su ejército, pero hoy estoy aquí con una petición --Giró el cuello para observar a la dama que había mostrado la gallardía de responderle al señor de Tanyer, ella asintió, dando otro paso al frente--. Yerena Rela, nuestra anterior futura líder es la persona a la que he elegido de todo mi pueblo para que la maldición de su sangre pueda ser levantada. Jonsa Liner, Bastron Grifon, Lenuar Hil, Trunan Qu y, Alir Desser --Al ser nombrados, cada uno de ellos dio un paso al frente con el máximo de los respetos--, son los individuos que he escogido para pertenecer a su guardia personal, con el permiso correspondiente de usted, Trela D'icaya. Los he entrenado por meses yo misma y, puedo decirle con total confianza que son los jóvenes más prominentes de nuestra raza --Se arrodilló--. Solo quiero devolverle una pizca de lo usted nos ha dado, Trela D'icaya. Prometimos morir por usted, pelear por usted y, los aquí presentes no son la excepción, por favor, Trela D'icaya, permítanos el privilegio.

Orion inspiró profundamente, las palabras de su guardiana habían cambiado un poco sus pensamientos, el enojo en su interior había aminorado, pero la incertidumbre por el futuro todavía le afectaba en la toma de sus decisiones. Era claro que los presentes buscaban lo mejor para él y, en un cierto grado lo apreciaba, pero la petición de Mujina no le agradaba por completo, los seis individuos podrían tener potencial, pero había un sentimiento de inquietud en su interior respecto a ellos, como si sintiera que en su afán de querer protegerlo quisieran restringirlo de alguna manera.

--Yerena, nos conocemos ¿Es así?

--Sí, Trela D'icaya, es verdad. --Afirmó con la cabeza.

--Ha pasado algo de tiempo --Dejó escapar una bocanada de aire, intentando tranquilizar a su apresurado corazón. Yerena sonrió ligeramente, el ambiente había cambiado y, ella misma notó eso en el rostro de su señor--. Prometí desbloquearle su sangre a uno de ustedes --Se levantó, acercándose con calma a la dócil dama-- y, como lo dije, lo cumpliré. No sonrías todavía, porque no sé sí Mujina te lo comentó, pero si fallas, no volveré a intentarlo con ninguno ustedes, con ninguno de tu raza --Yerena titubeó por un segundo, ya era consciente de aquella información, pero al escucharla personalmente de su señor, la presión que sentía aumentó-- ¿Aún quieres ser tú con quién lo intente?

--Sí, Trela D'icaya, será un honor morir si así lo quieren los Dioses, pero le prometo que haré todo lo posible para que eso no pase.

Orion asintió, ligeramente complacido con sus palabras.

--Fira guía a los presentes a una de las salas, en su momento les daré a conocer mi decisión.

--Sí, señor Orion. --Asintió, ordenando a todos los presentes que la siguieran a la entrada.

--Mujina, sal y protege la sala.

--Sí, Trela D'icaya. --Afirmó con la cabeza, se colocó de pie y, con una actitud completamente digna de su título cumplió con lo encomendado.

--Yerena, tú te quedas conmigo.

La ex futura líder de los islos respiró un par de veces, podía sentir la pesadez del ambiente, como si repentinamente diez grandes rocas cayeran en su espalda y fuera forzada a cargarlas, en realidad, aquello no estaba lejos de la verdad, pues, aunque tenía bastante confianza en conseguir pasar la prueba, siempre había ese pequeño gusano en su interior que le daba los más sombríos escenarios y, había uno en especial, el más lúgubre y oscuro, donde ella se convertía en la villana de su pueblo por no haber logrado ser tan fuerte como se jactaba y, así mismo perder la esperanza que su pueblo tenía en el levantamiento de la maldición de su sangre.

--¿Estás lista? --Preguntó al colocarse en el medio de la sala, donde intuía que los daños serían menores.

Yerena inspiró profundamente, tranquilizó su corazón y, asintió un par de veces. Levantó la mirada y observó a su señor, quién le miraba con una expresión completamente imperturbable.

--Sí, Trela D'icaya.

∆∆∆

Una señora de aspecto gentil cepillaba los largos cabellos negros de una bella dama a la luz de la luna, sentada tranquilamente sobre una silla de madera, mientras tarareaba una tranquila y suave melodía. Se notaba el amor y la compresión en sus ojos brumosos, que anhelaban cada día con retrasar el tiempo.

--Mi dulce niña, dime ¿Qué sueños tienes para el futuro? --Preguntó con dulzura, en un tono que delataba que en lo profundo de su ser el dolor estaba presente. No hubo respuesta, solo silencio, ella solo sonrió, dejando que las dos solitarias lágrimas resbalaran por sus mejillas. Cada día hacia esa pregunta, con la esperanza de que un día de estos le respondiera como cuando era niña, cuando su inocencia, su pureza y, sus ganas de vivir prevalecían.

La bella dama continuó observando el horizonte, admirando el lugar donde se encontraba el árbol de la colina, donde muchas veces en el pasado se escapó para visitar.

El súbito y escandaloso bullicio despertó a ambas damas de su tranquilo acto, provocando que la madre de la bella dama se sintiera intrigada por la razón del ruido.

--Ahora vuelvo, mi dulce niña --Dijo, pero en el segundo siguiente que quiso dar media vuelta para retirarse, el fuerte apretón en su muñeca la devolvió a observar a su hija, quién le miraba con ojos suplicantes--. Aquí me quedo, Nina, no voy a ninguna parte, estaré siempre a tu lado. --Dijo con una sonrisa tranquilizadora.

--Gracias, mamá. --Dijo débilmente.

Elisa sonrió, pero inmediatamente se giró para observar al responsable que había abierto tan bruscamente la puerta.

--Aquí están, que alegría. --Dijo Katzian con una gran sonrisa agitada.

--¿Qué está sucediendo? --Preguntó sumamente curiosa.

--Las tropas enemigas del Barlok han llegado --Dijo con el temor en sus ojos--, se encuentran debajo de las colinas del Río Seco, por lo que los guardias nos han aconsejado a escondernos en nuestras casas, prometen que el señor del castillo lograra repeler su invasión.

--No sé porque le tienes tanto respeto, ese joven solo ha traído muerte a este lugar. Auch... --Gimió de dolor, mirando extrañada a su bella hija, quién había sido la autora de su dolor, no comprendiendo porque razón le había enterrado las uñas.

--Sabes porque --Dijo Katzian sin haber notado el gemido de su mujer--, no solo hizo lo que mi corazón pedía, también nos ha liberado.

--Jaja liberado --Su sonrisa no fue para nada amistosa--, solo ha provocado que --Guardó silencio al ver la bruma cristalina en la mirada de Nina--... Vayamos adentro y, esperemos que Bastian y Viviana no se hayan despertado.

∆∆∆

Orion respiró profundamente con una sonrisa dibujada en su cara, mientras observaba el cuerpo desnudo de Yerena, quién se encontraba boca abajo tirada en el suelo.

--Muy buen trabajo, niña. Hasta yo estoy sorprendido.

--Gracias... Tre...la D'icaya...


Chapter 54: Incursión nocturna

Decenas de siluetas humanoides descansaban de pie al inicio de la no muy inclinada colina, observando con quietud las centenas de postes de madera clavados en la tierra, con la suposición correcta de que funcionaban como obstáculos para la caballería.

--Informando a la general Génova --Un jinete llegó de pronto, deteniéndose a una distancia respetuosa, prosiguiendo con sus palabras al ver la aceptación de su receptora--. No hay tropas hostiles esperando al inicio de la planicie y, debo informar que es imposible rodear el cerco de postes, el terreno es engañoso y, no puedo decir con certeza de que el enemigo no haya maquinado una estrategia para emboscarnos.

Génova asintió, admirando el más allá de los que sus ojos podían percibir.

--Buen trabajo. Vuelve a tu posición. --Dijo con un tono autoritario.

--Sí, general.

Su mirada fue inmediatamente dirigida a sus dos comandantes, quienes mostraron la dignidad de sus títulos al no titubear, ni mostrar el menor indicio de nerviosismo.

--Perdimos demasiado tiempo siendo cautelosos --Apretó la rienda de cuero con fuerza--, el enemigo se preparó para nuestra llegada, maldita sea.

--Fue la mejor decisión, general --Dijo Etnark--, nadie podía asegurar que estás tierras están malditas.

La general lo observó, asintiendo al estar de acuerdo con sus palabras, aunque por dentro sabía que solo se estaba engañando para no hacerse responsable por su falla. Respiró profundo, calmando las emociones que burbujeaban como agua en ebullición, para volver a su habitual y calculadora calma.

--Comandante Kaly, lidere a la caballería y dé la orden para rodear el cerco de postes.

--Sí, general.

--Comandante Etnark, usted vendrá conmigo.

--Sí, general.

--Por nuestra victoria. --Dijo con pasión, golpeando su pecho con fuerza y provocando que el metal de su armadura sonara con un tono elevado.

--Por nuestra victoria. --Repitieron los generales, imitando el mismo acto del golpe.

Los soldados a pie pertenecientes a los escuadrones ligeros y pesados marcharon con lentitud al subir la pendiente, la mayoría estaban nerviosos por la batalla próxima y, nadie podía culparlos por el sentimiento, los últimos días habían vivido un verdadero martirio, se habían enfrentado a las crueles bajas temperaturas, a cientos de sombras nocturnas, a una alimentación de comidas insípidas, para terminar con una incursión en las tierras menos pobladas del reino para pelear contra un enemigo desconocido, el cual había tenido la brillante idea de secuestrar a la hija predilecta de la Gran Señora de la casa Lettman. Estaban cansados, hartos y con muchas ganas de volver, dejando claro con ello que su moral no era la más alta.

Cruzaron el cerco y comenzaron a aumentar con inteligencia la velocidad, vislumbrando en la lejanía con lujo de detalles la imponente fortaleza de la familia Horson y, para nadie fue sorpresa notar algunas nuevas construcciones que se suponían no deberían estar, ya que ninguno de ellos había visitado anteriormente el lugar.

La general aterrizó su mirada sobre la cima de los oscuros muros, a su vez de la alta torre de arqueros, tenía un sentimiento complicado, como si alguien la estuviera observando y analizando cada paso que daba.

--General, las escaleras están listas, a su orden...

El repentino ruido en la silenciosa noche hizo cambiar su expresión, observando solo de reojo como decenas de luces eran encendidas de rojo.

--¡Escudos! --Gritó al instante que ella misma se protegió con su escudo de madera.

Una cortina de flechas incendiarias iluminaron el cielo nublado, advirtiendo con su caída.

∆∆∆

Tuvo unos cuantos errores, no sabía si era por el cansancio, o por la mala calidad de los materiales, no logrando completar con éxito el arma que trataba de fabricar. Se reclinó sobre su silla, haciéndola chirriar por el peso elevado de su cuerpo.

--Creo que será mejor descansar --Dijo derrotado, no le gustaba desistir, así fuera en la cosa más mínima le era de su agrado terminarla, dejando claro que el sentimiento que ahora poseía no era el mejor--. Continuaré fabricando tú arma y armadura en unos días.

--Sí, Trela D'icaya. --Dijo Yerena sin vergüenza alguna por mostrar su cuerpo desnudo, mostrando así la confianza que poseía en su señor y benefactor.

--Perdone la intromisión, Trela D'icaya. --Dijo Mujina al abrir de golpe la puerta--, pero es urgente la información que debo darle.

--Habla.

Mujina asintió, no sin antes darle otro vistazo a su compañera de tribu.

--El ejército enemigo está a poco tiempo de la colina, Trela D'icaya.

--¿Qué tan poco? --Preguntó curioso y un poco sorprendido.

--No sabría responderle, Trela D'icaya, lo lamento.

--Vuelve con los tuyos, niña. --Giró el cuello para observar a Yerena, ordenándole con una actitud menos opresiva.

--Déjeme pelear, Trela D'icaya, le prometo... --Dijo suplicante, deseosa por demostrar su valía y de lo que ahora era capaz.

--No estés tan ansiosa por morir, niña --Sonrió con ligera calidez, recordando involuntariamente uno de sus episodios en el laberinto--, habrá momento para pelear en el futuro --Tocó su hombro, para después continuar con su trayecto a la salida--, de eso estoy seguro. --Dijo para sí mismo con un tono bajo.

Mujina observó a Yerena con frialdad, amenazándola con la mirada para que cumpliera con las órdenes, no sabía si su señor le había otorgado el privilegio de permitirle ser su nueva guardiana, pero, aunque no lo fuera, no la iba a perdonar si iba en contra de sus designios, no ahora que estaba en tan mala posición con él. La hija del señor de los islos asintió, entendiendo que no podía refutar las palabras ya dichas y, con una desesperanzada mirada observó desaparecer ambas siluetas de la habitación.

Orion hizo uso de todos los sirvientes del castillo para convocar a los comandantes de su ejército, ocupando a Astra, quién brilló de buena manera al cumplir impecablemente con las órdenes.

El ajetreo fue inmediato en la fortaleza, todos comenzaron a tomar sus posiciones y, aunque parecía que todo era un caos, nadie se golpeaba accidentalmente, mostrando que en el desorden había un perfecto entendimiento de lo que debía hacerse.

--Todo listo, señor. --Dijo Astra al recuperar el aliento.

--¿La caballería está preparada?

Mientras el hombre hablaba, Fira estaba inmersa en la colocación de las hombreras de la armadura de su señor, así mismo como con los brazales.

--Sí, señor, lo están. --Afirmó con la cabeza.

--Bien. Puedes retirarte.

--Le pido permiso para hacer una petición.

--Habla.

--Deseo combatir. --Dijo resuelto, mostrando la determinación en su expresión.

Fira perdió la concentración al escuchar la barbaridad que su hermano había dicho, fallando con el abrochamiento del último brazal.

--Agarra un arco y sube a la torre. Estoy seguro de que estaré orgulloso.

--Sí, señor --Sonrió sumamente feliz--, gracias, señor.

Hizo una sutil reverencia y de inmediato se retiró, con el miedo de que en el último momento su señor cambiara de opinión.

--Gracias, señor Orion. --Dijo Fira, no sabía si aquello lo había hecho por ella, pero estaba muy agradecida que el alto hombre mantuviera a su estúpido hermano fuera del peligro.

Orion solo asintió, acomodándose los brazales para notar que nada estuviera fuera de lugar y, con una calma opuesta para la situación se colocó los guantes de cuero.

--Fira ve al pueblo y, asegúrate que nada les pase, confío en ti.

--Sí, señor. --Asintió con respeto, retirándose del lugar, vestida igualmente con una hermosa armadura de cuero negro.

Orion se dirigió a los escalones que daban a los pasillos de los muros con la compañía de su guardiana, donde todos los arqueros estaban dispersos en sus ya preestablecidas posiciones. En la cima de la muralla admiró el oscuro horizonte y, aunque la luz era mínima, su entrenada visión logró percibir la aparición de las centenas de siluetas por el territorio de su cerco. Aquello le hizo sonreír, sintiéndose complacido al haber intuido bien.

Esperó un poco de tiempo, manteniéndose en completa quietud, para que en el momento preciso asintiera con total seguridad al capitán de los arqueros, quién inmediatamente paso la orden.

--Enciendan los calderos.

La orden fue transmitida de boca en boca con suma rapidez, al momento que la tarea fue llevada a cabo.

--Enciendan las flechas y en posición.

Igualmente que con la anterior orden está misma fue completada.

--¡¡Disparen!! --Gritó al recibir la autorización.

El grupo de arqueros de las murallas, junto con los pocos que se encontraban en la torre de arqueros liberaron de entre sus dedos los proyectiles, los cuales hicieron un espléndido vuelo en el cielo, pintándolo de rojo por solo un instante antes de caer en picada.


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