Con cada masticada silenciosa, él contemplaba la escena, aun cuando los ojos malhumorados y llenos de disgusto lo atacaban. Se concentraba en el palpitar de su corazón, escuchando la sincronía con el sutil latido de la persona de enfrente, la minúscula energía invasora aclamaba por la compañía femenina, en busca de más poder, para crecer y demostrar lo valiosa que era.
--¿Cuánto tiempo más continuarás mirándome? --Devolvió el retazo de pan al plato hondo, mientras limpiaba las migajas de sus mejillas con un paño engañosamente limpio.
--El tiempo que yo desee. --Respondió, sin quitarle la mirada de encima.
Helda relajó el semblante, suspirando al intuir que esas palabras saldrían de la boca del joven, jugó con la cuchara de madera, golpeando sin querer el caldo al fondo del tazón y salpicándose en consecuencia.
--Maldición. --Musitó, abriendo sus fosas nasales y apretando los labios.
--¿Cómo siguen tus manos? --Preguntó sin un verdadero interés.
--Destrozadas --Respondió sin mirarle, limpiando con un paño rojo las minúsculas gotas manchadas en sus harapos--. Deberías saberlo, tú lo causaste.
--Eres una mujer inteligente --Dijo, atrayendo la atención de la dama--, astuta, pero muy mentirosa --Alzó las comisuras de su boca con malicia--. Dime con honestidad ¿Cuándo comenzaste a sentir los dedos nuevamente? --Su tono era tranquilo, apacible, pero su expresión mostraba todo lo contrario.
--Hace un par de días. --Dijo renuentemente.
--Creo que quieres preguntarme algo. --Volvió a retomar su expresión imperturbable, con un parpadeo tranquilo.
--Lo deseo, pero prefiero guardar silencio.
--¿Guardar silencio? ¿Tú? --Soltó una risita burlona, causando que el semblante de la dama se endureciera--. Vamos, maga ¿Cuándo has guardado silencio?
--Eres --Mordió su labio, pero rápidamente suspiró, negando con la cabeza y, cortando su fastidio de raíz--... ¿Qué quieres de mí?
--Sabes lo que quiero --Dijo sin ocultar sus negras intenciones--, pero el momento todavía no se presenta, así que mientras llega, quiero conocer un poco al monstruo que tengo enjaulado.
--¿Monstruo? --Su irá explotó como la presa que no pudo aguantar más la presión del agua, volcándose sobre las tierras que muchos creyeron protegidas-- ¿Yo soy el monstruo? ¿Acaso...? --Gimió de dolor, sosteniendo con su mano su inflamado vientre, mientras el sufrimiento se reflejaba en cada arruga de su rostro--. Algún día... lo prometo... algún día sufrirás... cómo lo hago yo...
Se levantó, no sabía porque cada vez que mostraba esa expresión de preocupación por algo que evidentemente no iba dirigido a ella, él se sentía impotente, como si las fuerzas de su cuerpo se esfumaran sin dejar rastro.
--El castigo más siniestro que puedas imaginarte ya lo sufrí, niña --Abrió la puerta, dirigiéndole una última mirada--. Y por cierto, mi nombre es Orion.
Azotó la puerta, encontrándose con la expresión tranquila de su protectora.
--Vámonos. --Ordenó.
∆∆∆
Entre respiraciones entrecortadas y jadeos incesantes, un escuadrón practicaba simultáneamente cortes de espada al aire, todos con una sincronización casi perfecta.
--¡Alto! --Gritó con autoridad al percibir por el rabillo de su ojo un alto y familiar individuo-- ¡Todos, saluden a nuestro Barlok!
La veintena de hombres detuvieron sus movimientos, tomando una postura de firmes, sonó un sonido sordo causado por un fuerte golpe simultáneo de pecho, que, fue acompañado por una expresión de absoluto respeto, lamentablemente solo pudo apreciarse por poco menos de un segundo, ya que, todos dirigieron su vista al suelo.
--¿Cómo está? --Preguntó al acercarse.
El comandante del escuadrón en formación tragó saliva, bajando la cabeza para comenzar a hablar.
--Para responder, al señor Barlok, el joven que usted me pidió que entrenara se encuentra listo --Alzó la vista, notando que sus palabras no habían logrado agradar al señor de la vahir--. ¡Demir, al frente de la fila! --Ordenó con una actitud opuesta a la que poseía segundos antes.
Un joven adulto, con un rostro de niño, cuerpo delgado, pero bien tonificado apareció de entre las filas de hombres, mostrando la dureza de un soldado, pero la docilidad del buen adiestramiento.
--Trela D'icaya ¿Podría...? --Dijo al inspeccionar de pies a cabeza al muchacho, no logrando satisfacer sus expectativas, pues sentía que un islo podría considerarse mejor aún si la transformación que su sangre le brindaba.
--No --Le cortó de tajo su intención, mirándole con seriedad, para luego volver su vista al comandante--. ¿Estás seguro?
--Sí, señor Barlok --Dijo resuelto, más por obstinado que por una creencia definida--, le he enseñado todo sobre el manejo de espadas que un soldado puede saber, ahora solo le falta la experiencia del combate real.
Orion sonrió, complacido por la respuesta, pero más que ello, por el aumento considerable en la fortaleza de todos los presentes, no logrando compararlos con aquellos debiluchos que encontró prisioneros unos meses atrás, muchos de ellos habían recibido a lo que llamaban "bendición", que no era otra cosa más que su habilidad [Instruir], despertando los potenciales que no sabían que tenían y, en muy pocos casos, una habilidad única.
--Acércate. --Ordenó, haciendo un ademán con la mano.
Demir avanzó unos cuantos pasos antes de detenerse, mirando sin hostilidad al señor de su vahir.
--¡De rodillas, niño! Estás en presencia de Trela D'icaya. --Mostró su fiero rostro, sosteniendo involuntariamente el mango de su espada.
Demir obedeció de inmediato, dejándose caer sin preocuparse por las consecuencias del golpe y, no fue el único, todos los presentes, e incluso el comandante llevaron a cabo la acción, no fue por respeto o algo parecido, fue por el fuerte miedo que le tenían a esa dama de tez morena, que tenía la particularidad de convertirse en una bestia y desgarrar a cualquier individuo que se encontrara en su camino, además de que esa imponente aura, poderosa y salvaje que la acompañaba a todos lados, había sufrido un poderoso incremento, haciendo que los fuertes corazones de los soldados casi pidieran clemencia.
--Levántense --Ordenó y, todos casi por instinto observaron primero a la guerrera antes de obedecer--. Mujina, no seas insolente. --Sus ojos poseían la tranquilidad de un lago, pero la frialdad de un carámbano de hielo y, la dama entendió rápidamente su error.
--Perdón, Trela D'icaya --Bajó la mirada--, es solo que el ministro Astra me informó que cuando alguien ajeno a su círculo personal se acerque a usted, primero debe arrodillarse, o si no estaría ofendiéndolo.
--Entiendo --Contempló calmadamente--, entonces actuaste correctamente. Bien hecho.
--Gracias, Trela D'icaya. --Levantó la vista, sonriendo con orgullo.
--Sígueme.
Demir asintió, caminando a espaldas de Mujina, quién transitaba a dos pasos de la espalda de su señor.
∆∆∆
Se arrojó la capa al hombro, acomodó el cuello de su túnica abierta y, jugó con sus anillos, mientras miraba a los cinco rostros juveniles en la sala, todos ellos en edad suficiente para ser emparejados, pero con la falta de madurez pintada en cada rincón de sus rostros, teniendo una particularidad compartida: todos habían sido escogidos cuidadosamente por su señor.
--De pie --Ordenó, mientras el mismo se acercaba con pasos dramáticos. Obedecieron inmediatamente, sus posturas, aunque bien ejecutadas, seguían viéndose algo toscas, no eran las apropiadas para ser presentadas frente a un hombre con un título similar al que poseía Orion, pero ello no le importó, no estaba bien versado en la etiqueta de los hombres y, mientras lo ignorara, no se molestaría--. Cada uno de ustedes posee un talento único y un gran potencial --Comenzó a explicar--, pedí específicamente que fueran entrenados con mucho esmero para pulir sus habilidades, porque lo que deseo de ustedes es algo muy importante y, esa es la razón por la que están aquí --Todos y cada uno de los presentes tragaron saliva, expectantes por las siguientes palabras--. Crearé un escuadrón bajo mi mando, que solo me responderá a mí --Observó las expresiones de todos y se sintió complacido--. No obligaré a nadie a quedarse, así que, quién no esté dispuesto compartir la gloria al estar bajo mi mando puede irse --Espero un lapso de tiempo apropiado, pero nadie hizo ni el más sutil movimiento de irse--. Los escogí bien --Sonrió con soberbia--. Fira.
La dama de cabello platinado se acercó con un par de conjuntos de armaduras ligeras color negro sobre sus manos, pasando al frente de cada individuo para darle uno. Uno de los jóvenes se quedó perdido en la hermosura de la dama ¿Y quién podría culparlo? Pero la siniestra mirada que ella le dirigió al notarlo le hizo bajar su rostro rápidamente.
--Desde hoy serán conocidos como Los Búhos, mi escuadrón secreto de asesinos.
Los cinco individuos asintieron, alzando el mentón con orgullo y, golpeando con la mano derecha su pecho, mientras sostenían con la izquierda su nuevo equipamiento.
Demir, Anda, Yora, Throka y, Denis habían terminado de vestirse con su nueva indumentaria, probando la movilidad de los materiales con movimientos rápidos y poco agresivos. Yora, la dama de más edad del grupo se probó la capucha con capa que ocultaba gran parte de su rostro, notando la calidad de la tela y, por inverosímil que pareciera, de ninguna forma obstruía su visión, logrando ver todo con claridad. Throka hizo un sonido gutural, concentrándose. Sus brazos resplandecieron de gris, como si estuvieran revestidos de piedra, terminando con una sonrisa al cerciorarse que su conjunto no había sufrido ni una ligera rasgadura. Denis hizo por saltar, haciendo un par de volteretas evasoras y, terminando por quedar satisfecha con su nueva armadura.
--Las hice yo mismo. --Dijo para interrumpir los banales juegos de los Cinco.
Los Búhos rápidamente recuperaron sus posturas y la formalidad en sus expresiones, olvidando sus actos infantiles, aunque la alegría por portar tan buenas armaduras persistía en sus corazones.
--Anda, eres la única persona con experiencia real de combate, eres calculador y fuiste el mejor en la prueba Blanca --Se detuvo frente a él, su estatura no era menos baja, pero el joven se sintió pequeño, como si estuviera en presencia de una montaña-- y, por ello te concedo el título de Capitán del escuadrón de Los Búhos.
Anda se dejó caer al suelo, arrodillado con la cabeza gacha, con un puño en su pecho y el otro en su espalda baja. Era un ignorante de la etiqueta, pero recordaba por una historia de su niñez que así se comportaban los héroes al recibir un honorífico, tratando de imitarlo, pero no consiguiendo la belleza de la verdadera postura. Abrió los ojos al sentir una extraña energía cubrir su cuerpo, muy similar a cuando su señor lo había bendecido, con la diferencia de que en esta ocasión sentía que sus instintos, reflejos y, todo lo relacionado con los atributos de agilidad había sufrido un aumento considerable.
--De pie.
Anda obedeció, retomando su posición junto a su nuevo escuadrón. Los jóvenes no se sorprendieron demasiado por la decisión de su señor, todos poseían cierto orgullo respecto a sus potenciales innatos para el manejo de las varias armas, así como la facilidad de adaptación en las situaciones de riesgo, sin embargo, admitían que había alguien que sobresalía y, ese era Anda, prácticamente gracias a su liderazgo habían logrado pasar la prueba Blanca, por lo que respetaban la decisión y, aunque no hubiera ocurrido algo similar, aun así nadie se atrevería a objetar, pues no estaban locos, su señor, aunque parecía joven, había asaltado una fortaleza por si solo, logrando salir victorioso sin herida alguna, muchos comenzaron a llamarlo por esa hazaña "Ter'aemon", que en lengua común significaba algo parecido a: La segunda vida de Dios, o, aquel que posee la sangre de Dios. Hombre que infunde respeto y temor, así lo veían.
--Sus armas --Volteó para mirar a su subordinada, asintiendo al encontrar sus ojos. Fira afirmó con la cabeza, abriendo los dos grandes cofres-- están listas. Pueden tomarlas.
Al recibir la autorización todos comenzaron a acercarse a pasos lentos, no querían repetir sus actos impulsivos, actuando con más decoro. En el interior de los cofres se encontraban cinco espadas de una mano, con sus respectivas vainas, cinco grupos de diez cuchillos arrojadizos envueltos en un cinturón para ocultar, cinco cuchillos largos perfectos para el combate cuerpo a cuerpo, dos arcos medianos de gran alcance, acompañados de su carcaj, tres ballestas pequeñas y, cinco cinturones de cuero endurecido con la particularidad de permitir una buena gestión con las diferentes incorporaciones que podrían necesitar, como por ejemplo: pócimas, elixires, hierbas, piedrecillas, monedas, o alguna otra cosa no muy grande.
--Acostúmbrense, porque requeriré de sus servicios antes de lo que piensan. --Dijo al notar que el último joven se había equipado con todas las armas, sintiéndose satisfecho, pues ahora sí parecían aquel grupo de asesinos que había imaginado en su mente.
--Sí, señor Barlok. --Dijeron al unísono.
∆∆∆
Despertó descansado, con una gran vitalidad para cumplir con sus tareas cotidianas, admiró por un momento el techo, perdiéndose en los preparativos y las decisiones que estaba por tomar, haciendo trabajar su mente para encontrar la mejor manera. Bostezó, estirando el cuerpo, poco a poco se acercó a la orilla, las sábanas blancas cayeron al suelo, mostrando un cuerpo herculino, brillante y terso. Al levantarse liberó de su almacenamiento un conjunto de: camisa, pantalón, túnica abierta y, una semicapa para el hombro, vistiéndolo de inmediato.
Salió de la habitación, percibiendo de reojo a la dama morena que lo seguía con una actitud responsable y seria, mientras que él se perdía en su interfaz. Después de que el escuadrón de Los Sabuesos se hubiera formado, había desbloqueado un inciso en el panel de Gobernante, donde aparecían desplegadas sus tropas, con el tipo de combate específico al que pertenecían, logrando administrar para mejor la tasa de experiencia que obtenían, la moral, la posibilidad de un aumento de clase, entre otras cosas.
--Señor Orion. --Dijo con prontitud, sonriendo con cansancio.
Detuvo su caminata, enfocando su vista al emisor.
--¿Qué sucede, Astra? --Preguntó con seriedad.
--No quería importunarle tan de mañana, señor, es solo que hemos tenido algunos problemas. --Dijo un poco avergonzado.
--¿De qué tipo? --Su humor no parecía haber sido influenciado, hablando con su habitual tono serio.
--Han asesinado a tres cabezas de ganado antes de caer el alba.
--¿Quién? --Frunció el ceño, mostrando un ligero descontento por la noticia.
--No lo sabemos, señor. Las marcas en sus cuerpos son extrañas, hay indicios que señalan que fueron desgarrados, una de las vacas perdió la cabeza y seguimos sin encontrarla. Aunque tenemos un testigo, pero --Dudó por un momento, pero al ver la mirada inquisitiva de su señor, su lengua se soltó--... Un niño le dijo al centinela que vio algo, una sombra que se movía muy rápido, un dak dijo él. --Explicó lo más serio que pudo, tratando de no irrespetar a su señor por hablar cosas no verídicas.
--¿Un dak? --Se cuestionó a si mismo, acariciando con la mano su mentón--. No recuerdo haber leído sobre ese animal.
--No es un animal, señor Orion --Dijo, apenado por sentir que su tono no había sido el apropiado para iluminar al joven--. Es una criatura, una de las criaturas de las profundidades de la oscuridad. Un mal presagio.
--Tu tono es diferente ¿Qué ocultas de mí? Dilo.
--Un dak es una criatura de cuentos, señor, una cosa que ocupan las madres para que los niños duerman a buen tiempo. No se ha visto un dak desde hace siglos, es más, dudo que en realidad haya existido. En verdad dudo que lo que mató al ganado haya sido una criatura de los mitos.
--Si lo dudas ¿Por qué tienes miedo? --Astra observó a Mujina al querer desviar su mirada, notando que la dama no había cambiado su expresión desde el comienzo de la conversación.
--Por qué si es un dak, la muerte está cerca.
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