--El día por el que nos hemos preparado al fin ha llegado --Su capa de piel de oso ondeó con el frío viento--, será el momento de hacerle conocer al mundo de nuestra existencia. Por qué hoy, nace una nueva Tanyer, hoy nazco de nuevo y, como los Antiguos, recibo el nombre de Orion, el primero y el último...
Volteó, posando su mirada en cada uno de los presentes, quienes, al ser sumergidos por la imponente y digna atmósfera de un soberano, no tuvieron más remedio que arrodillarse, con un profundo respeto, olvidando hasta el poderoso frío que golpeaba sus caras. Orion sonrió débilmente, estando muy satisfecho con sus actuaciones.
∆∆∆
Era una noche nublada, tan oscura que apenas podía dejar pasar leves indicios de la presencia del orbe blanco en el cielo. Y en la tierra de los sin alas, las cosas iban igual, o peor, la espesa neblina no ayudaba a nadie, las pocas antorchas distribuidas en el campamento eran la penumbra en la niebla que parecía consumir a todo alrededor de ella y, el infernal frío que hacía, los dejaba con menos ganas de salir de sus rápidas e improvisadas tiendas.
Dentro de una de ellas, posiblemente la más grande del lugar, con un interior decorado con un par de pieles y, una mesa de madera justo en el centro, se encontraban dos individuos femeninos y, uno masculino, de aspectos duros, fieros y cuadrados.
Génova, la generala del ejército de los mil soldados golpeó la mesa, frustrada por las repentinas noticias y su propia incompetencia. Endureció su postura, olvidando lo que segundos antes había sentido y, volviendo a su habitual Yo calmado.
--El mal tiempo no ayuda nadie, lo sabemos --Observó a los presentes--, pero un día más en este maldito lugar, es un día más que la señorita Helda está lejos de su nuestra Señora y, presa por ese bastardo desgraciado. --Apretó el puño, pero se abstuvo de volver a golpear a la inocente mesa, guardando su intensidad en una larga exhalación.
--No podemos avanzar, mi general --Interrumpió el silencio--, los caminos están llenos de lodazales, la tierra es traicionera, pero nuestra mayor enemiga ahora es la neblina, la maldita niebla no nos permitirá avanzar con claridad, nos será imposible vislumbrar a más allá de unos cuántos pasos. Mi general y, no olvidemos a esos salvajes animales...
--Son solo excusas, Etnark. --Arremetió contra el hombre, enviando su único ojo bueno a verle y juzgarle sin consideración--. Dirigí a un ejército con un solo ojo en contra de esos bastardos y, salí victoriosa, no me salgas con que está débil neblina detendrá mis pasos.
--No pensé decir aquello --Se disculpó de inmediato con una mirada arrepentida--, solo me es imposible pensar en una solución ahora mismo. --Inspiró, dejando salir el aire por su boca momentos después.
--Pendora y Versino nos bendigan. --Musitó ceremonialmente, besando el brazalete de su muñeca izquierda.
--No menciones a los Sagrados --Aconsejó con una fiera mirada--, los necesitaremos cuando las espadas deban desenvainarse y, la sangre deba ser regada.
La joven comandante asintió, bajando la cabeza de un modo servil y sumiso, guardando su brazo a su espalda por inercia.
--Mi general --Dijo cuando el silencio había sido la única constante--, sobre la información recibida...
--Los exploradores de ese bastardo ¿No? --El comandante asintió-- ¿Y qué si saben dónde estamos? No creo que sea tan imbécil para pensar que puede planear en nuestra contra, en realidad --Pensó, alzando las comisuras desdeñosamente--, será para mejor, tal vez tengamos la oportunidad de que se rinda al ver nuestros números en persona, siempre y cuando sea listo. --Observó a la nada, sonriendo como si la victoria ya estuviera en sus manos.
--Sería lo mejor si quiere vivir. --Añadió la comandante, estando de acuerdo con su generala.
--No, comandante Kaly --Su sonrisa se hizo más pronunciada, con toques visibles de frialdad excesiva--, él no vivirá aunque se rinda, téngalo por seguro.
∆∆∆
Se recargó en el respaldo de su silla, observando a uno de los tres cuadros que acompañaban a la sala, perdido en la incógnita que los trazos de pintura querían relatar sobre el lienzo. Se masajeó la barbilla, intentando entender, pero no consiguiéndolo, inspiró, cerrando los ojos un momento y, por la oportuna aparición de Fira, la interrogante sobre el arte retratado en la pared se esfumó.
--Señor Orion --Dudó un momento al pronunciar su nombre, más por el nerviosismo que por la dificultad en sí de la palabra. Deslizó con delicadeza una taza de plata sobre un pequeño plato de un fino material blanco brillante--, su bebida.
Le miró, asintiendo con solemnidad, sujetando con gracia el asa de la taza y, haciendo caso omiso a las advertencias de su sierva por la alta temperatura que poseía el líquido. Sus labios se posaron sobre la caliente superficie del valioso material, consumiendo lentamente su contenido y, quemándose la lengua, pero por la gran sensación de sentir el cálido líquido resbalando por su garganta, ignoró el repentino sufrimiento, forzándolo a irse de su mente.
Fira dio un paso atrás, tomando la vasija con el líquido caliente para rellenar la taza de su señor, pero al recibir la negativa, devolvió el recipiente a su lugar de origen, quedándose quieta a un lado de él, de un modo natural y, como siempre lo había hecho.
Se cansó de juguetear con sus dedos en el escritorio, por lo que comenzó a observar algunas cosas de su interfaz, extrayendo la espada de su almacenamiento y, sorprendiendo a la dama presente. Observó sus atributos, la mayoría de ellos bloqueados por alguna extraña razón, pero aún con esas restricciones, el arma era sumamente poderosa, mucho más de lo que había sido su anterior preciada espada de dos manos. La devolvió al inventario, no estaba muy gustoso de verla, pues cada vez que lo hacía podía sentir la fría, autoritaria e imponente mirada de esa criatura de rostro extraño y, por supuesto, por haberla tenido clavada en su pecho.
--Fira --Desvió su mirada al rostro de la bella dama, quién día a día sorprendía más al joven por su delicada y divina belleza--, acércate. --Fue una orden, pero no lo pareció por su gentil voz.
La dama giró el cuerpo, dando un paso al frente y colocándose justo al lado de su señor, observándole de manera obediente.
[Instruir]
Le tocó la frente, activando su habilidad, la sensación fue sutil en el inicio, pero al cabo del paso de los segundos, pudo sentir lo inexplicable, pues toda su energía interior estaba siendo consumida por el delgado cuerpo de Fira, quién apretaba los ojos, forzándose a no gritar. Comenzó jadear, los papeles volaron y la habitación vibró, volviendo a la normalidad un minuto más tarde, cuando el joven se recargó sobre el respaldo de su silla sumamente cansado.
*Tu habilidad [Instruir] ha subido de nivel*
*Tu habilidad [Instruir] ha subido de nivel*
Quiso hablar, pero su acción fue interrumpida por la notificación parpadeante en una de las esquinas de su campo de visión, tocándola al no aguantar la curiosidad.
--Vaya --Alzó ambas cejas, no logrando creer lo que observaba--, esto es mejor de lo que pensaba.
La dama se tiró al suelo, sus piernas apenas si respondían y, aunque tenía la intriga por saber el porqué de la mirada de su señor, acompañada de esas extrañas palabras, prefirió callar, no tenía fuerzas y, creía que aunque las tuviera, no se atrevería a interrogarlo.
•~•
- Nombre: Fira
- Edad: 16 ernas (años)
- Estatus: Subordinado de [Orion]
- Sangre: Divina (Elegida de E'la).
- Potencial: Ilimitado.
- Lealtad: Máxima.
- Habilidad especial: Aprendiz de todo, corte silencioso.
- Cuerpo especial: Cuerpo divino.
- Don: Soplo de vida.
~•~•
*Uno de tus subordinados ha sido elegido por algún Dios ¿Deseas cancelar su subordinación?*
*SI/NO*
No dudó en escoger la negativa, sonriendo por la pregunta tan estúpida que la interfaz le había hecho.
*Actualizando datos*
•~•
- Nombre: Fira
- Edad: 16 ernas (años)
- Estatus: Subordinado de [Orion]
- Sangre: Divina.
- Potencial: Ilimitado.
- Lealtad: Máxima.
- Habilidad especial: Aprendiz de todo, corte silencioso.
- Cuerpo especial: Cuerpo divino.
- Don: Soplo de vida.
~•~•
Inspiró profundamente, mirando con detenimiento a lo que ahora era su bien más preciado, sintiendo la obligación de protegerlo y ayudarle a explotar todo su potencial, pero el problema radicaba en qué por el momento su agotamiento era bastante para siquiera pensar en colocarse de pie y, Fira, aunque no parecía padecer de lo mismo, también sufría de cansancio.
Se levantó con un poco de dificultad, siendo alumbrada por un pequeño quinqué que iluminaba gran parte de la habitación, pero fue su belleza la que en verdad le trajo luz al lugar, sus cabellos plateados que caían en picada como una avalancha sin control, sedosos y brillantes como hilos de plata, el azul de sus ojos, hipnotizante como el cuadro más bello nunca antes pintado, una nariz fina, alta y pequeña, con pómulos pronunciados haciéndoles compañía, unas cejas tupidas preciosas, delineadas de manera que dejaba ver la expresión de la solemnidad y elegancia y, debajo de ellas, como protectores, se encontraban unas largas pestañas, curvas y negras, que con cada parpadeo parecían atacar los corazones de los más fuertes.
--Señor... --Dijo con dificultad. Su tono también había sufrido un cambio, no sustancial, pero si importante, haciendo más impactante al escucharle, como si estuviera en presencia de un trovador de voz privilegiada, relatando los más hermosos versos jamás escritos.
--No hables --Aconsejó, apoyando sus extremidades en los recargabrazos--, cierra los ojos --Respiró profundo-- y, acostumbra tu cuerpo... no dejes escapar ni una mota de lo que ahora te pertenece.
Fira dudó, pero no se atrevió a desobedecer, cerrando con lentitud los párpados y calmando su respiración, inhaló una vez, luego exhaló, repitiendo el proceso dos veces más antes de sentir una ligera brizna rozar su piel, no teniendo más remedio que volver a abrir los ojos. El lugar era hermoso, blanco y puro, parecía estar en la cima de una montaña con las nubes a sus pies, flotando tal vez, o siendo tan ligera como una pluma para no caer, el lugar estaba siendo iluminado por una gran esfera blanca que sobresalía del horizonte, al poco tiempo se percató que había algo tocando su pecho, era un hilo dorado, tan delgado que parecía frágil, pero al tocarlo pudo sentir el poderío de un ente prodigioso, una conexión cálida y la sensación de no estar a la altura de lo que se escondía detrás de ese orbe luminoso, donde parecía terminaba el hilo clavado en su pecho. Regresó a la realidad y, cuando lo hizo sus blancas mejillas recibieron un notable color rojo, pues su mirada se topó con la de su señor, quién la sujetaba de la cintura con un brazo y, con el otro apoyaba a su cabeza para que no cayera.
--Lo hiciste bien. --Dijo él, intuyendo que había logrado absorber toda la energía que no lograba entender de dónde provenía.
Fira sonrió tímidamente, su corazón palpitaba como loco y, sus labios temblaban al no saber qué decir, pero aún con todo su nerviosismo, la idea de levantarse del confort de los brazos del alto hombre nunca cruzó por su mente ¿Y por qué lo haría? Se sentía cómoda, protegida y, querida de una manera paternal, una sensación que ya había olvidado.
--Sí pudiera quedarme así para siempre. --Dijo quedamente, pero por la sonrisa poco antes vista de Orion, se percató que sus palabras habían sido escuchadas, provocando que el color en sus mejillas aumentará y, no teniendo más remedio que intentar levantarse para evitar la humillación y, lo intentó, pero el fuerte agarre del hombre le impidió hacerlo.
--A mí también me gustaría.
La puerta se abrió, dejando pasar a una dama morena de hermosa armadura negra, con pequeños detalles en los brazales y hombreras, caminando con una postura firme y ágil, sin hacer un solo ruido al avanzar.
--Lamento interrumpir --Se colocó de rodillas, bajando la cabeza y golpeando con ambos de sus puños el suelo--, Trela D'icaya, pero deseo pedirle algo.
Orion liberó de sus brazos a la tímida Fira, quien rápidamente retomó su personalidad fría y solemne.
--Habla. --Le permitió tranquilamente, sin mostrar realmente si la interrupción le había molestado, cosa que ambas damas se preguntaban.
--Trela D'icaya --Alzó el rostro, pero no sé levantó--, he hablado con los exploradores que regresaron hace un día...
--Háblame de tu petición. --Dijo, desinteresado por la historia detrás.
--Claro, perdón Trela D'icaya --Se disculpó con la mirada, pero luego de eso recuperó su habitual aura digna--. Mi petición es ¿Podría usted, Trela D'icaya, desbloquear la sangre de otros hermanos islos para que me apoye en su guardia personal? Estoy preocupada por su seguridad y, aunque daré mi vida para protegerlo, tengo miedo que pueda fallar. --Le miró suplicante.
Dejó caer sus codos sobre el escritorio, recargando su mentón en sus puños y pensando aquella petición, mientras de reojo observaba a Fira. La dama asentía convencida, completamente de acuerdo con las palabras de Mujina, pero se resistió a apoyarla para no faltarle el respeto a su señor.
--Lo haré --Asintió después de un momento de contemplación--, pero --Interrumpió la sonrisa de ambas damas--, solo será a una persona y, tú la escogerás, si falla, jamás intentaré nuevamente desbloquear sus sangres ¿Aceptas mi trato?
--Por supuesto --Asintió con fervor--, Trela D'icaya y, muchas gracias. Prometo no decepcionarlo.
--Puedes levantarte.
Mujina obedeció, colocándose de pie y observando con una tenue sonrisa satisfecha a su señor.
--¿Algo más?
--No, Trela D'icaya.
--Entonces regresa a tu posición.
--Sí, Trela D'icaya, gracias, Trela D'icaya.
La puerta volvió a cerrarse, pero la atmósfera que antes había envuelto la sala no volvió a presentarse.
--¿Quieres protegerme? --Le preguntó al levantarse, llevando su cuerpo hacia ella.
--Sí, señor Orion, lo deseo mucho. --Asintió resuelta.
--Me gusta tu mirada, espero no la pierdas. --Alzó las comisuras de su boca, mostrando una mirada seria, repleta de malas intenciones.
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