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22.48% El diario de un Tirano / Chapter 38: Un rugido a la luna

Chapter 38: Un rugido a la luna

  --Señor... --Astra se acercó, mirando al joven con una expresión de culpa.

  --Ve con los islos y, dile que envíen a la dama, ellos sabrán a quién. --Interrumpió con un tono oscuro, se dio media vuelta, retirándose del lugar.

  --Sí, señor. --Dijo con un tono bajo, su compasión a sí mismo duró menos de dos segundos, volviendo a su compostura original y, dirigiéndose afuera de la fortaleza para cumplir las órdenes de su señor.

∆∆∆

En el interior de una habitación tenuemente iluminada, decorada solo con un par de antorchas, se encontraban dos individuos, un hombre y una mujer.

  --¿Me has entendido?

Mujina asintió, no mostrando ni una pizca de vacilación en su expresión. El joven respiró profundo y, al estar completamente preparado llevó su mano al pecho de la dama, activando su habilidad [Instruir]. La energía fue tan potente que Mujina sintió como su corazón se detuvo por un solo segundo, pero ni siquiera pudo disfrutar la sensación, ya que el dolor comenzó a florecer por todo su cuerpo, mientras la ferocidad de su alma se desataba de los barrotes que la enjaulaban.

*Roooaaaaar.

Rugió con potencia, sus ojos perdieron la humanidad y, su dolor se convirtió en locura, comenzado a rasgarse la ropa y la piel, solo que en su acto, no hubo sangre de por medio. Su estatura creció y, como la primera vez, se convirtió en esa bestia híbrida de una cruza entre humano y tigre negro.

  --¿Puedes entenderme? --Preguntó sumamente cansado, había ocupado cerca del setenta por ciento de su energía para activar la habilidad y, aunque aún podía moverse con libertad,  no podría ocupar la habilidad en ese grado otra vez, al menos hasta recuperarse.

Mujina asintió, soltando un pequeño rugido. El joven entendió que no podía hablar.

  --Bien, porque ahora quiero que por tu propia voluntad quites tu transformación.

Mujina dudó, aunque su parte animal era la que ahora predominaba, aún era consciente y pensaba con lógica y, aunque no estaba dispuesta, aceptó. Cerró los ojos y comenzó a hacer el proceso inverso, el dolor volvió a su cuerpo, mientras su pelaje desaparecía para ser remplazado por piel, sus rugidos se convirtieron rápidamente en gritos y, sus garras en uñas, lamentablemente perdió el conocimiento antes de completar la transformación.

El joven miró el cuerpo desnudo de la dama, sintiéndose decepcionado, había notado que en sus características su sangre aparecía aún con el término "bloqueada", pensando que rompería ese bloqueo al transformarse por sí misma en humana  y, para que esa teoría diera resultado, debía intentarlo otra vez.

Al siguiente día el proceso se repitió, pero para desgracia de ambos, la transformación inversa no pudo llevarse a cabo con éxito, teniendo que intentarlo otra vez al otro día y, así pasaron cerca de catorce lunas.

  --Transformate. --Ordenó, menos cansado que las anteriores catorce veces, ya que por la continua experimentación, su habilidad [Instruir] había vuelto a subir de nivel.

Mujina asintió, repitiendo el proceso que por días había mejorado. Ahora no hubo rugidos convertidos en gritos, ni movimientos bruscos y, aunque sentía dolor, lo soportó. Se transformó en humana después de diez segundos, cayendo de rodillas, pero aún consciente. El joven sonrió, abriendo sus estadísticas.

~•~•

  - Nombre: Mujina.

  - Edad: 75 ernas (años)

  - Estatus: Subordinado de [ ]

  - Sangre: Herencia de Zeer.

  - Potencial: Sobresaliente.

  - Lealtad: Máxima.

  - Habilidad especial: Rugido amenazador, silencio sepulcral y, baile de garras.

~•~•

La sonrisa del joven se hizo más grande, mirando que después de tanto trabajo, al fin había tenido un resultado.

  --Mujina, tu sangre ha sido desbloqueada.

La dama levantó la mirada, expresando en su rostro una gran sonrisa, se había olvidado por completo que estaba desnuda y, en realidad no le importaba, recordaba que en las historias de sus antepasados su raza siempre habían estado sin ropas que cubrieran sus cuerpos, por lo que no tenía nada de que avergonzarse.

  --Gracias Trela D'icaya, muchas gracias. --Las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos, parecía que no había aguantado la emoción.

  --Mujina, te doy el título de capitana de mi guardia personal ¿Aceptas?

La mujer no dudó ni siquiera por un segundo, asintiendo con mucho fervor, su raza era orgullosa y, sabía que sus ancestros nunca se hubieran sometido a alguien más, pues se podría interpretar como una mancha en su honor, sin embargo, para su "Santo Nuestro" todo cambiaba, pues era la persona que había logrado levantar la maldición en su sangre, la persona que les había traído esperanza y, servirlo de cerca y protegerlo, le confería el más alto honor. Segundos después abrió los ojos al sentir que su cuerpo humano había sufrido un refuerzo, ahora se sentía más ligera y más fuerte y, aunque quiso preguntar, no lo hizo, sentía que no era adecuado hacerlo.

  --Ponte de pie y acompáñame, creo que puedo hacer una armadura que se adapte a tus rasgos únicos.

Mujina asintió, siguiéndolo un paso atrás.

∆∆∆

El cielo estaba repleto de estrellas y, como representante del orbe sagrado se encontraba una luna completa, mirando el espectáculo con una posible sonrisa. Debajo de los cielos, en las tierras llanas de la aldea de los Kat'o, una multitud de individuos, hombres, mujeres, niños y ancianos, todos ellos se encontraban de pie, observando la ceremonia que por muchos siglos no se había llevado a cabo.

  --Sicrela Mujina, por favor, háganos el honor de presenciar a la verdadera sangre. --Dijo el sacerdote de su pueblo, con una pequeña piedrecilla en forma de gota en su mano.

Algunos contuvieron el aliento, habían escuchado los rumores sobre el repentino despertar de la sangre en una compañera de su tribu. Muchos estaban escépticos por la noticia, sintiendo un fuerte enojo por el causante que le había dado origen a esa falsedad y, aunque no quisieron asistir a la ceremonia de entrega de la Gota Divina, eran islos y, como tales apoyaban a su sangre, aunque eso sí, si todo no era más que una broma, no serían tan educados como para quedarse quietos.

Una dama de piel morena, cabello negro como la noche y una mirada tranquila salió de entre la multitud, vestida con una túnica roja, sus brazos estaban pintados de rojo, al igual que su pecho, simulando el despertar de su sangre, o al menos así lo interpretaban ellos.

  --Yo, Mujina, aceptó la sangre de Zeer, me convierto en Sicrela y, prometo jamás deshonrar a mi raza.

  --Y yo acepto tu promesa.

Mujina comenzó a respirar con irregularidad, mientras soportaba el dolor que crecía en su pecho, sintiendo como sus palpitaciones incrementaban. Alzó el rostro para mirar a la luna, mientras la piel de su cuerpo caía al suelo, siendo remplazado por un pelaje color ébano, al poco de unos segundos terminó su transformación, convirtiéndose en esa bestia híbrida y, con la fuerza de un trueno, rugió al cielo. Los islos adultos y ancianos quisieron imitar su rugido, lamentablemente solo lograron gritar ahogadamente, sintiéndose abatidos por su fracaso.

  --Maravilloso --Dijo el sacerdote con una gran sonrisa--. La Gota Divina es tuya, Sicrela Mujina.

Llevó la piedrecilla roja a su boca de manera respetuosa y de forma ceremonial. La dama convertida en bestia la aceptó, tragándosela momentos después, los músculos de su cuerpo se contorsionaron, rugiendo con dolor, se rasgó el pecho, creándose una fea herida, la sangre comenzó a fluir de esas tres aberturas, sin embargo, al poco de unos segundos la herida sanó, su pelaje se tornó negro con pequeños matices de rojo, mostrándose ante su gente cuando el doloroso proceso terminó. Los islos adultos llevaron su mano a su boca, haciéndose una pequeña herida con sus colmillos, levantándola al cielo al finalizar. Era el pacto de su raza, que mostraba que mientras aún siguiera un islo con una gota de sangre en sus venas, no dejarían de pelear.


Chapter 39: El comienzo de una leyenda <Final>

Los días continuaron pasando y, todo parecía que había tomado un buen curso, los nuevos pobladores poco a poco se acostumbraban a sus nuevos hogares, estableciendo una rutina de trabajo para aumentar la seguridad de la aldea, como construir una barricada de troncos de árboles para defenderse de una incursión a gran escala, así como de estacas largas para imposibilitar el acercamiento de la caballería enemiga, todo bajo las órdenes del joven, quién después del ataque nocturno de los asesinos, intuyó que la persona que quiso rescatar a la maga no se detendría.

Se había percatado que aún era un ignorante del nuevo mundo, afortunadamente la sala de libros de los Horson estaba bien diversificada, yendo desde estudios poco conocidos, a escritos de tácticas militares de las épocas antiguas y, gracias a su mente mejorada logró entender todo, logrando modificar para mejor algunos de esos escritos, prácticamente sus días se la pasaba estudiando y, fabricando armaduras y armas para su ejército, los primeros sets eran todavía de muy baja calidad, pero había logrado nivelar la habilidad hasta el quinto nivel gracias a sus largas jornadas de trabajo y, aunque el equipo no era mejor que el de un herrero competente, los atributos únicos en cada arma o armadura le entregaba a cada conjunto unas buenas bonificaciones a los portadores.

Las cosas con la maga aún no se habían resuelto, muchas veces trató de hablar con ella sobre la cosa extraña que sentía en su interior, sin embargo, al final no pudo, no sabía porque, pero aquellos ojos fríos y arrogantes, ocultaban un hermoso brillo, uno que le hacía querer protegerla y, para evitar ser embrujado, comenzó a evitarla nuevamente.

El primer inyar estaba cerca, el trigo ya había sido cosechado, se habían preparado los granos y, los almacenes del castillo habían sido llenados, prácticamente no había preocupación por una posible hambruna en los fríos días del inyar, sin embargo, si existía la preocupación con los habitantes de las celdas, entendiendo que para evitar que muriesen congelados, debía construir afuera de los muros un establecimiento comunal para un descanso más cálido, pasando la tarea a su fiel sirviente Astra, quién sabía que se encargaría de todo. Aunque, todavía existía un dilema sobre que hacer con la familia de tres que tenía enjaulada en la mazmorra, decidiendo al final que esos días fríos, los hospedaría en una de las habitaciones desocupadas del castillo.

A mediados de la temporada, fueron visitados por un noble y, una pequeña caravana de un comerciante de esclavos, junto con su séquito de protectores, por no decir mercenarios. Se les comunicó que debían irse y, nunca más volver, pero ellos, con gran necedad exigieron ver al Barlok de la familia Horson, vociferando sobre un contrato con la realeza, que decía que cada dos temporadas, ellos debían entregar al menos a cincuenta esclavos sanos, o se les multaría en consecuencia, bastó con decir que la nueva capitana de la guardia real hizo lucir sus habilidades aquel día, demostrando una brutalidad que dejó helados a todos los presentes. De esos necios hombres, jamás se volvió a hablar.

Unos días más tarde se finalizó por fin la primera investigación, dando como resultado en los planos de una nueva manera de construir muros más eficaces y resistentes, un nuevo edificio llamado atalaya y, una torre de arqueros mejorada. El joven no dudó en llamar a los oficiales de construcción para qué llevarán a cabo las mejoras en los muros, una tarea bastante complicada, no solo por la novedosa investigación, sino también por el esfuerzo y mano de obra que se necesitaba, entendiendo después de una larga explicación de Astra, que lo mejor era conseguir más gente que ayudará en las tareas manuales y, no como nuevos reclutas para su ejército, del cual ya había salido una compañía. Después de analizar las varias opciones, se optó por invitar a la tribu estelaris, enviando a la recién formada compañía de soldados ligeros: Los Sabuesos a su aldea. Al principio se negaron, pero después de ver los pros y contras de quedarse, decidieron aceptar, quedaba de más decir que la única contra era que si se quedaban, serían enmarcados como enemigos y, al ser mayormente hombres y mujeres que trabajaban la tierra más que un arma, el instinto de supervivencia los hizo aceptar y, así fue como se anexionaron doscientas personas más a su aldea, así como de cincuenta cabezas de ganado y, unas ciento cincuenta gallinas de las casi cuatrocientas que poseían en su antigua tierra.

Y así llegó la temporada más fría del año, el inyar. La gente comenzó a vestir ropas más acolchonadas, siendo lo más ocupado los atuendos de lana, ya que, por disposición oficial del Barlok, quedó prohibido hacer comercio con telas, o alimentos a aldeas cercanas y, aunque la gente no estuvo muy contenta con esa ley, nadie se atrevió a objetar.

∆∆∆

En una cálida sala, un joven se encontraba fabricando una armadura con la ayuda de su interfaz, para simplificar el proceso, él introducía los materiales en las ranuras correspondientes, mientras visualizaba el conjunto que quería crear y, aunque también había planos predeterminados para ayudarlo a hacer el trabajo más sencillo, al visualizarlos, le entregaba al producto final mayores mejoras.

La puerta se abrió de golpe, despertando al joven de su extenuante trabajo. Al ver su expresión, las dos damas sonrieron de manera forzada, no querían abrir de tal manera la puerta, pero, al no decidirse quién debía de hacerlo provocó una pequeña discusión, al final, en un mal movimiento, Mujina empujó la puerta, dando en el resultado que todos conocemos.

   --Lo lamento señor.

  --Perdóneme, Trela D'icaya.

Ambas mujeres se disculparon, aunque el joven en realidad no estaba molesto, solo un poco cansado.

  --¿Qué es lo que quieren? --Preguntó.

  --El señor Katzian pidió una audiencia con usted, dice que es muy importante.

  --¿De qué se trata? --Su cerebro despertó-- ¿Le ocurrió algo a Nina?

  --No --Antes de que contestaran, un hombre gordo, abrazando un pesado objeto largo y delgado se presentó, caminando con dificultad al frente--, nada le ha ocurrido a Nina.

  --Entonces ¿Qué es tan importante para venir tan noche? --Preguntó sin hostilidad, acercándose.

  --Muchacho, digo, Barlok --Compuso con rapidez--, hace tiempo que he tratado de darte esto, pero no había podido hacer el viaje.

  --¿Qué quieres darme?

  --Mira por ti mismo.

Se arrodilló, dejando caer el objeto con suavidad y descubriéndolo del cuero que lo tenía oculto, mostrando una hermosa espada de hoja carmesí, era un arma única, hermosa, pero con un aura tiránica, desbordante de poder. Ambas damas admiraron su belleza, pero no sé atrevieron a acercarse por miedo a ser asesinadas por su feroz filo. El joven observó la espada con una complicada expresión y, por instinto se tomó del pecho, todavía podía sentirla allí, atravesándolo, se sintió furioso, débil y con ganas de matar, pero al pensar que en realidad él había sido el triunfador de esa batalla, sus fuertes emociones se fueron aminorando poco a poco. Llevó su mano a la empuñadura, logrando levantarla sin mucho esfuerzo, algo que sorprendió a Katzian, ya que él había necesitado de varios descansos para lograr llevarla al castillo y, ni se diga de dónde la había dejado.

  --Recuerdo ese día --Comenzó a hablar con una expresión nostálgica--. Nina y yo nos dirigíamos al pueblo Roca Ancha para intercambiar nuestras cosechas por utensilios y hierbas, sin embargo, no nos esperábamos que de regreso, Nina te vería tirado, herido y con esa espada en mano, era una imagen horrible, yo la quise alejar del lugar, pero por más que lo intenté, no pude. Ella dice que abriste los ojos por un instante y la miraste y, desde ese momento comenzó a insistirme que te salvara. Yo no podía permitirme salvarte, sabes el porqué, pero no podía negarme a esos bellos ojos de mi hija, podía ver el deseo que tenía por salvarte y, no pude decir no, así que enterré tu espada, era muy pesada y sentía que no era conveniente llevarla con nosotros. Te seré sincero, creía que morirías en la carreta, que no lograrías llegar a la aldea, pues la herida que tenías en el pecho era aterradora ¡Por los Antiguos! Nadie podría sobrevivir a una herida así, pero tú lo hiciste y, puedo ver porque --Las damas escucharon la historia con atención, pues ni en sus sueños más salvajes conocerían que una vez su señor estuvo a pasos de la muerte y, que gracias a la hija del hombre gordo, eso no había sucedido, teniendo un ligero afecto y agradecimiento por esa persona llamada Nina--. Te respeto, muchacho, te respeto mucho y, por ello quise entregarte tu arma y, de ser posible conocer tu nombre... Es verdad --Añadió. El joven cerró la boca, esperando por las palabras del hombre gordo--, no fue lo único que ese día encontramos a tu lado --De un pequeño escondite de su atuendo, extrajo un pequeño librillo, con un objeto largo y diminuto, parecido a una rama de metal--. Una vez intenté abrirlo, pero me fue imposible.

  --Gracias --Dijo sin expresión, mientras hacía desaparecer su diario en su inventario, sorprendiendo a los presentes--. Y una cosa más, está no es mi arma, sino la de mi enemigo.

Antes de que lograra responder, Astra apareció en el umbral de la puerta, agitado y sudoroso.

  --Señor, los exploradores han regresado y, tienen noticias.

  --Dímelas. --Lo volteó a ver, guardando en su inventario la espada.

Astra asintió, aunque también quiso preguntar cómo había hecho desaparecer esa extraña arma.

  --A unos diez días de aquí marcha un ejército de mil hombres.

  --Parece que han hecho su movimiento.  --Dijo, sonriendo con frialdad y astucia.

∆∆∆

Arriba de los muros, el joven, en compañía de cuatro individuos observó el horizonte, mirando el más allá de sus fronteras y, aunque aún no podía verlos, ya podía saborear la sangre de sus enemigos.

  --El día por el que nos hemos preparado al fin ha llegado --Su capa de piel de oso ondeó con el frío viento--, será el momento de hacerle conocer al mundo de nuestra existencia. Por qué hoy, nace una nueva Tanyer, hoy nazco de nuevo y, como los Antiguos, recibo el nombre de...


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