Gracias a la prevención del ministro de asuntos internos y externos se comenzaron a construir más campos de trigo y, de otras plantas comestibles, unos cuantos huertos de frutas y legumbres, así como de un pequeño campo de lino, ya que, bajo su análisis, la comida escasearía para los siguientes dos inyar (invierno), por el aumento en la población y, no fueron las únicas implementaciones, ya que, días antes se había inaugurado el nuevo campo de entrenamiento para los nuevos y viejos reclutas, permitiéndoles aprender formaciones de batalla, maniobras ofensivas y defensivas, emboscadas y, cargas de la aun pequeña caballería. También, por petición especial de los dos hermanos se comenzaron los preparativos de la guardia personal de su joven señor, escogidos de lo mejor de lo mejor.
--¿Qué es lo que quieres hablar conmigo? --Preguntó desde detrás de su escritorio, con una mueca seria.
--Trela D'icaya, la gran Sicrela (Siempre fuerte) Mujina ha estado entrenando día y noche, pero no ha obtenido el resultado que Trela D'icaya le concedió ese día...
--¿Quieres que la ayude a despertar de nuevo? --Preguntó con frialdad.
--No me atrevo a pedirle algo, Trela D'icaya, si no más bien es una súplica. Usted logró volver nuestra sangre al comienzo y, siempre tendrá nuestro eterno agradecimiento, pero, como sabrá, para que la gran Sicrela Mujina herede la Gota Divina, debe estar en su verdadera forma.
--En realidad no lo sé, conozco tanto de sus costumbres como de los reinos humanos --Dijo, colocándose de pie y mirando hacia el arrodillado hombre--, para que entiendas, nada. Y seré directo contigo, no tengo planes de seguir tratando de desbloquear sus sangres.
--Pero Trela...
--Dijiste que obedecerías cualquier mandato mío y, que con gusto aceptarías la muerte si te ordeno morir, así que ¿En verdad deseas refutar mis palabras?
El padre de Yerena negó con la cabeza, sintiéndose impotente y triste, la maldición con la que había cargado su pueblo durante siglos era su mancha en su legado, el dolor más grande de sus vidas y, por eso mismo, al haber conocido a la persona que podía poner fin a ello les otorgó una felicidad inconmensurable, sin embargo, esa persona se estaba negando a ayudarlos, no teniendo más remedio que sentirse impotente con la situación.
--No, Trela D'icaya, no me atrevo. --No levantó la mirada.
--Reconozco el sentimiento por el que ahora pasas --Suspiró-- y, quiero que comprendas algo, no te estoy diciendo que no lo haré más, solo que por el momento no está en mis planes.
Y no era por orgullo, tenía un ligero temor de volver a caer enfermo y ser salvado nuevamente por la maga, por lo que esperó a que su habilidad fuera de un mayor nivel para volver a ocuparla.
--Gracias --Levantó la mirada con una sonrisa, pues después de todo, aún había esperanza--, Trela D'icaya.
El joven lo miró, dándole la orden de que se levantase y se fuera y, al segundo siguiente lo hizo.
--¿Qué es eso de Terla D'maya? --Preguntó Fira, intentando imitar el acento del padre de Yerena.
--No lo sé, una vez me explicó el significado, pero ese día no le presté atención, por lo que no lo recuerdo bien, creo que significaba algo sobre "mi santo", o "nuestro más alto". Solo sé que es el título más alto que se otorga en su raza.
Fira asintió, sonriendo por escuchar la explicación de su señor, desde hace algún tiempo se había dado cuenta de que a su hermano y a ella los trataba diferente, alegrándose mucho por ello.
El joven volvió a su asiento, recargándose sobre el respaldo de la silla y, disfrutando de la quietud. Abrió sus ojos repentinamente al sentir ese a algo en su cuerpo, la intriga ya se había convertido en fastidio y, aunque sabía que la maga sufría de lo mismo, no se atrevía a volver a visitarla, no después de ese día, ya que, cada vez que la veía, sentía tan complicados sentimientos en su corazón que le provocaban dolor. Fira notó la extraña expresión de su señor, sintiéndose ligeramente alarmada, sin embargo, el joven no solo por eso había abierto los ojos.
--Señor ¿Se encuentra bien?
--Sí --Asintió--. Fira, tráeme un poco de té caliente. --Sonrió como nunca lo había hecho.
La dama asintió, retirándose un momento después.
--Buenas tácticas --Su mano desfundó el cuchillo oculto en su atuendo con sumo cuidado-- ¿Acaso buscas matarme?
Al terminar su pregunta se levantó, arrojándose a dos pasos al frente para evadir el proyectil que se acercaba a su cabeza. Al voltear por completo observó a la silueta oscura que repentinamente había aparecido.
--Sorprendente... --Dijo el individuo de detrás de la capucha.
Sonrió al notar que su cuchillo había asestado justo en el blanco: en el pecho del individuo, quién se tambaleó, tropezando con su escritorio y cayendo al suelo segundos después. El joven se le quedó mirando, antes de que su mente procesara algo de suma importancia.
--Mierda, la maga.
Salió de su oficina como un rayo, yendo directo al pasillo de las habitaciones y, justo al llegar se percató que sus instintos no habían estado equivocados, pues dos de esos individuos acababan de matar a la guardia de la entrada.
Dentro de la habitación de la maga.
Dos individuos encapuchados y vestidos de negro entraron al oscuro cuarto, matando de un solo movimiento al guardia, quién no se había enterado de nada.
--Dama Lettman, hemos venido a rescatarla. --Dijo uno de ellos.
Helda despertó de su sueño, observando al frente con un poco de dificultad por la oscuridad, al ver a los afamados asesinos de su madre, su corazón palpitó de alegría, Levantándose inmediatamente de su cama. El individuo sacó de su atuendo un extraño papiro enrollado que desprendía una poderosa energía volátil, pero al mismo tiempo en equilibrio.
--¿Son solo ustedes? --Preguntó interesada.
--No --Negó la cabeza con respeto--, aún falta el asesino al que se le encomendó la tarea de matar a quien se atrevió a capturarla, dama Lettman.
--¿Uno?
--Sí, dama Lettman, uno es más que suficiente.
--¡Idiotas! --Gritó-- El no es cualquier hombre.
--Correcto --Apuñaló cinco veces la espalda del asesino de atrás--, no lo soy.
El líder asesino volteó, mirando con sorpresa al joven que repentinamente había aparecido, sus piernas temblaron al notar su expresión, no podía creer que una persona tan joven pudiera desprender tal cantidad de intención asesina, a la vez de poner esa expresión de helada ferocidad.
--¡Activa el pergamino! --Gritó Helda.
El asesino asintió, tomó de la mano a la dama y activó el papiro encantando, sin embargo, antes de lograr completar su tarea, el joven ya había cortado su cabeza, todo había sido tan rápido que él había creído que había podido escapar. El joven tomó el cuerpo de la dama y se arrojó al suelo, dejando que el vórtice se tragara al decapitado asesino.
*Has fastidiado los planes de rescate de la familia Lettman*
*Has ganado cincuenta puntos de prestigio*
El joven se levantó, mirando a la maga con una sonrisa siniestra.
--Querías dejarme ¿No es así? Y yo que pensaba que nos empezábamos a entender, jejejajaja. --Comenzó a reír como un loco, algo que aterró a la dama sentada en el suelo, no atreviéndose a levantar la mirada.
El joven comenzó a caminar hacia el cuerpo del asesino muerto, desnudándolo y buscando en cada parte de su cuerpo por algún artilugio que la maga pudiera usar en su contra, pero al inspeccionar por completo y guardar los objetos en su inventario, comenzó a alejarse para hacer lo mismo con el guardia y, al terminar se dirigió a la salida.
--Espera, no irás a dejarme aquí con esos cadáveres ¿Verdad? --Preguntó alarmada, con una sonrisa forzada--. Espera ¡Espera!
El joven se detuvo, volteando para observarla una vez más.
--Disfruta de tus visitas.
Azotó la puerta.
--Señor... --Astra se acercó, mirando al joven con una expresión de culpa.
--Ve con los islos y, dile que envíen a la dama, ellos sabrán a quién. --Interrumpió con un tono oscuro, se dio media vuelta, retirándose del lugar.
--Sí, señor. --Dijo con un tono bajo, su compasión a sí mismo duró menos de dos segundos, volviendo a su compostura original y, dirigiéndose afuera de la fortaleza para cumplir las órdenes de su señor.
∆∆∆
En el interior de una habitación tenuemente iluminada, decorada solo con un par de antorchas, se encontraban dos individuos, un hombre y una mujer.
--¿Me has entendido?
Mujina asintió, no mostrando ni una pizca de vacilación en su expresión. El joven respiró profundo y, al estar completamente preparado llevó su mano al pecho de la dama, activando su habilidad [Instruir]. La energía fue tan potente que Mujina sintió como su corazón se detuvo por un solo segundo, pero ni siquiera pudo disfrutar la sensación, ya que el dolor comenzó a florecer por todo su cuerpo, mientras la ferocidad de su alma se desataba de los barrotes que la enjaulaban.
*Roooaaaaar.
Rugió con potencia, sus ojos perdieron la humanidad y, su dolor se convirtió en locura, comenzado a rasgarse la ropa y la piel, solo que en su acto, no hubo sangre de por medio. Su estatura creció y, como la primera vez, se convirtió en esa bestia híbrida de una cruza entre humano y tigre negro.
--¿Puedes entenderme? --Preguntó sumamente cansado, había ocupado cerca del setenta por ciento de su energía para activar la habilidad y, aunque aún podía moverse con libertad, no podría ocupar la habilidad en ese grado otra vez, al menos hasta recuperarse.
Mujina asintió, soltando un pequeño rugido. El joven entendió que no podía hablar.
--Bien, porque ahora quiero que por tu propia voluntad quites tu transformación.
Mujina dudó, aunque su parte animal era la que ahora predominaba, aún era consciente y pensaba con lógica y, aunque no estaba dispuesta, aceptó. Cerró los ojos y comenzó a hacer el proceso inverso, el dolor volvió a su cuerpo, mientras su pelaje desaparecía para ser remplazado por piel, sus rugidos se convirtieron rápidamente en gritos y, sus garras en uñas, lamentablemente perdió el conocimiento antes de completar la transformación.
El joven miró el cuerpo desnudo de la dama, sintiéndose decepcionado, había notado que en sus características su sangre aparecía aún con el término "bloqueada", pensando que rompería ese bloqueo al transformarse por sí misma en humana y, para que esa teoría diera resultado, debía intentarlo otra vez.
Al siguiente día el proceso se repitió, pero para desgracia de ambos, la transformación inversa no pudo llevarse a cabo con éxito, teniendo que intentarlo otra vez al otro día y, así pasaron cerca de catorce lunas.
--Transformate. --Ordenó, menos cansado que las anteriores catorce veces, ya que por la continua experimentación, su habilidad [Instruir] había vuelto a subir de nivel.
Mujina asintió, repitiendo el proceso que por días había mejorado. Ahora no hubo rugidos convertidos en gritos, ni movimientos bruscos y, aunque sentía dolor, lo soportó. Se transformó en humana después de diez segundos, cayendo de rodillas, pero aún consciente. El joven sonrió, abriendo sus estadísticas.
~•~•
- Nombre: Mujina.
- Edad: 75 ernas (años)
- Estatus: Subordinado de [ ]
- Sangre: Herencia de Zeer.
- Potencial: Sobresaliente.
- Lealtad: Máxima.
- Habilidad especial: Rugido amenazador, silencio sepulcral y, baile de garras.
~•~•
La sonrisa del joven se hizo más grande, mirando que después de tanto trabajo, al fin había tenido un resultado.
--Mujina, tu sangre ha sido desbloqueada.
La dama levantó la mirada, expresando en su rostro una gran sonrisa, se había olvidado por completo que estaba desnuda y, en realidad no le importaba, recordaba que en las historias de sus antepasados su raza siempre habían estado sin ropas que cubrieran sus cuerpos, por lo que no tenía nada de que avergonzarse.
--Gracias Trela D'icaya, muchas gracias. --Las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos, parecía que no había aguantado la emoción.
--Mujina, te doy el título de capitana de mi guardia personal ¿Aceptas?
La mujer no dudó ni siquiera por un segundo, asintiendo con mucho fervor, su raza era orgullosa y, sabía que sus ancestros nunca se hubieran sometido a alguien más, pues se podría interpretar como una mancha en su honor, sin embargo, para su "Santo Nuestro" todo cambiaba, pues era la persona que había logrado levantar la maldición en su sangre, la persona que les había traído esperanza y, servirlo de cerca y protegerlo, le confería el más alto honor. Segundos después abrió los ojos al sentir que su cuerpo humano había sufrido un refuerzo, ahora se sentía más ligera y más fuerte y, aunque quiso preguntar, no lo hizo, sentía que no era adecuado hacerlo.
--Ponte de pie y acompáñame, creo que puedo hacer una armadura que se adapte a tus rasgos únicos.
Mujina asintió, siguiéndolo un paso atrás.
∆∆∆
El cielo estaba repleto de estrellas y, como representante del orbe sagrado se encontraba una luna completa, mirando el espectáculo con una posible sonrisa. Debajo de los cielos, en las tierras llanas de la aldea de los Kat'o, una multitud de individuos, hombres, mujeres, niños y ancianos, todos ellos se encontraban de pie, observando la ceremonia que por muchos siglos no se había llevado a cabo.
--Sicrela Mujina, por favor, háganos el honor de presenciar a la verdadera sangre. --Dijo el sacerdote de su pueblo, con una pequeña piedrecilla en forma de gota en su mano.
Algunos contuvieron el aliento, habían escuchado los rumores sobre el repentino despertar de la sangre en una compañera de su tribu. Muchos estaban escépticos por la noticia, sintiendo un fuerte enojo por el causante que le había dado origen a esa falsedad y, aunque no quisieron asistir a la ceremonia de entrega de la Gota Divina, eran islos y, como tales apoyaban a su sangre, aunque eso sí, si todo no era más que una broma, no serían tan educados como para quedarse quietos.
Una dama de piel morena, cabello negro como la noche y una mirada tranquila salió de entre la multitud, vestida con una túnica roja, sus brazos estaban pintados de rojo, al igual que su pecho, simulando el despertar de su sangre, o al menos así lo interpretaban ellos.
--Yo, Mujina, aceptó la sangre de Zeer, me convierto en Sicrela y, prometo jamás deshonrar a mi raza.
--Y yo acepto tu promesa.
Mujina comenzó a respirar con irregularidad, mientras soportaba el dolor que crecía en su pecho, sintiendo como sus palpitaciones incrementaban. Alzó el rostro para mirar a la luna, mientras la piel de su cuerpo caía al suelo, siendo remplazado por un pelaje color ébano, al poco de unos segundos terminó su transformación, convirtiéndose en esa bestia híbrida y, con la fuerza de un trueno, rugió al cielo. Los islos adultos y ancianos quisieron imitar su rugido, lamentablemente solo lograron gritar ahogadamente, sintiéndose abatidos por su fracaso.
--Maravilloso --Dijo el sacerdote con una gran sonrisa--. La Gota Divina es tuya, Sicrela Mujina.
Llevó la piedrecilla roja a su boca de manera respetuosa y de forma ceremonial. La dama convertida en bestia la aceptó, tragándosela momentos después, los músculos de su cuerpo se contorsionaron, rugiendo con dolor, se rasgó el pecho, creándose una fea herida, la sangre comenzó a fluir de esas tres aberturas, sin embargo, al poco de unos segundos la herida sanó, su pelaje se tornó negro con pequeños matices de rojo, mostrándose ante su gente cuando el doloroso proceso terminó. Los islos adultos llevaron su mano a su boca, haciéndose una pequeña herida con sus colmillos, levantándola al cielo al finalizar. Era el pacto de su raza, que mostraba que mientras aún siguiera un islo con una gota de sangre en sus venas, no dejarían de pelear.
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