• Jessica •
El mal humor que manejaba este día era incalculable, no solo por tener que levantarme tan temprano para ir a una ciudad que no me apetecía, sino que tenía que hacerlo con una persona que me enfurecía y sacaba lo peor de mi cada vez que veía alguna oportunidad.
Había intentado de toda forma posible convencer a mi padre pero no había caso, él creía firmemente en que trabajar con el tatuado me daría la capacidad necesaria para poder ser una gran líder en un futuro.
No me interesaba ser líder, tampoco me interesaba tener a esa persona cerca de mi. Había enviado un mensaje, explicando que estaba por llegar a buscarme. Solo pensar en su sonrisa de satisfacción me daba una ira asesina.
Envíe un texto a Mackenzie mientras esperaba. Últimamente se mostraba muy distante y aunque quería dejarle su espacio personal, me preocupaba que ya no quisiera pasar tiempo conmigo.
No soportaría mi vida sin ella, bastante la estaba llevando sin Scott y eso me estaba costando horrores y pesadillas.
Con expresión molesta baje mi maleta hacia el hall de entrada, encontrándome con Kenny en su lugar habitual de trabajo.
—¿Que ha pasado? —preguntó al notar mi rostro arrugado de fastidio —¿Se ha caído de la cama?.
—Tengo un viaje corto que hacer. No estoy de humor y necesito una tonelada de café —me quejé.
Kenny me conocía hace muchos años y podía descubrir cuando estaba de malas o cuando no entraba en mi de felicidad.
—No debe ser con sus amigas, señorita Jessica. Nunca tiene esa expresión cuando se va de viaje.
—No, no es con mis amigas. Es con un ser arrogante, manipulador y desagradable —aclare poniendo los ojos en blanco.
Una voz gruesa y varonil irrumpió mi platica.
—Muchas gracias por la presentación, pero Kenny ya me conoce... ¿Verdad?.
Maldición.
—Buenos días, señor James —dijo el hombre que conversaba conmigo con una sonrisa.
Me di la vuelta de mala gana y mi mandíbula casi se cayó al piso. Su cuerpo esbelto y musculoso estaba cubierto de una camiseta negra que tapaba cada uno de sus tatuajes, y unos jeans negros con roturas que le quedaban demasiado bien.
Se bajó las gafas negras para observarme.
—Al fin llegas —dije, pasando por delante de él hacia la salida.
—Vaya, crei que serías el tipo de rubia que llevaría consigo una maleta rosa, digna de todo cliché —exclamó caminando detrás de mi —¡Que decepción!.
Se adelantó para abrirme la puerta de su auto y tuve que parpadear varias veces para no pensar que lo que estaba viendo era producto de mi imaginación.
El fabuloso Aston Martín negro que se encontraba estacionado en la acera, el cual llamaba la atención de los transeúntes, era una pieza sumamente espectacular.
Amaba ese tipo de autos, me parecían elegantes y sofisticados, pero sin dudas eran para los hombres pretenciosos o jeques árabes que adoraban gastar su dinero en esos juguetes raros y extravagantes.
—Tu si eres todo un cliché. Imaginé que un hombre millonario con el ego como el tuyo tendría un Aston Martin que presumir.
—Un Astor Martin y dos Lamborguini —agrego —¡Todos del tamaño de mi ego!.
Moría de ganas de impactar mi puño en su rostro para quitar esa sonrisa que mostraba todos los dientes y después golpearme a mi misma por parecerme tan atractivo e intentar imaginar que tan Grande podía llegar a ser su "Ego".
Tomó mi maleta para guardarla en la parte de atrás y mientras lo hacía me introduje en el asiento del copiloto. La belleza de su auto era única, no podía descifrar si me resultaba más seductor el vehículo que su dueño.
—Hubo un cambio de planes —dijo, ingresando al auto —Iremos en Jet privado.
—¿Por qué no me lo han informado? —pregunte frunciendo el ceño.
—Te lo estoy informado.
Guiño un ojo de manera cautivadora y me obligue a recuperar el control de mi misma. Odiaba la manera en la que revolucionaba mis hormonas, era como un shock de oxitocina pura y las únicas intenciones que me nacían eran sumamente pecaminosas.
—Me parece un gasto completamente innecesario —aclaré con la simple intención de llevarle la contraria —Es un vuelo de tres horas, no necesitamos tantas comodidades.
—No es un gasto, el Jet es mío.
—Otro cliché.—dije, sonriendo.
—Odio las aerolíneas comerciales, me fastidian. El servicio es malo, las personas se amontonan, algunos asientos no se reclinan y aunque pagues el asiento más caro, sigue siendo un mal servicio.
Con todos los problemas que transitaba el mundo, a él le fastidiaba algo tan insignificante como volar con turistas.
—¡Problemas de niño lindo, blanco y con dinero! —exclamé sin pensar.
—¿Crees que soy lindo? —preguntó mientras se quedaba mirándome con una media sonrisa.
—¡Cállate! —Mascullé inspirando bruscamente, mientras procesaba lo que se había escapado de mi boca hacia unos segundos e intentaba recuperar algo de dignidad frente al personaje ladino que tenía a mi lado.
—No lo he dicho yo. Lo has dicho tú —señaló, con la vista en la acera.
—¿Por qué no permanecemos callados el resto del viaje?.
—Será muy aburrido —argumentó.
—Si, pero no me apetece hablar contigo.
Se dio la vuelta quitándose las gafas, cruzó los brazos y exhalo todo el aire de sus pulmones. Todo pensamiento que se cruzó por mi mente en aquel momento sin dudas era digno de censura.
—¿Por qué me detestas tanto? —preguntó, dejándome sorprendida —¡Creo no haberte hecho nada!.
No lo detestaba. Me atraía demasiado como para permitirme estar cerca de un hombre que representaba todo lo que había estado evitando tener en mi vida.
—Déjame ver... permites que me case contigo en las Vegas en total estado de ebriedad, luego me tratas de perra cazafortunas. Te das cuenta que mi único interes es alejarme de ti y me acosas no solo en mi casa, sino también en la empresa de mi padre.
—¡Yo no te acoso! —gruñó —Solo quiero acercarme.
Stephen James era el tipo de hombre que mi madre hubiese deseado para mi, poderoso, con una extensa cuenta bancaria, inteligente y dueño de su propio imperio. Estaría orgullosa con el hecho que fuese una esposa florero como Lara Elizabeth Simmons lo había sido toda su vida.
Yo quería más.
Quería que mi vida significara mucho más. Quería superarme, ser alguien, que mi nombre no se asociara únicamente a la persona que tenía a mi lado sino que cuando lo escucharan lo afiliaran al éxito y a la determinación.
—¡Es una manera muy particular la que tienes para acércate a las personas!.
—¡Eres demasiado complicada, mujer!.
—No buscó que me entiendan, así que si es tu tarea, lo siento por ti.
Era claro que lo había molestado, ya que lanzó un suspiro cansado y arrancó el auto con bastante velocidad. Pose mi vista en mi celular hasta el momento que llegamos al aeropuerto, pese a sentir en varias oportunidades el peso de la mirada de mi acompañante.
—¡Deberíamos hacer una tregua! —propuso ni bien bajamos del auto, mientras un hombre vestido de traje se hacía cargo de las maletas.
—La tregua es entre enemigos. Ni siquiera tienes ese papel.
—Jessica, por favor. ¿Puedes al menos intentar ser un poco menos hostil?. Tendrás que pasar dos dias conmigo y no tengo intenciones de que me trates como a una planta.
La mirada arrolladora e intensa de sus ojos azules me desestabilizó. Me costó unos segundos procesar el hecho que aceptara sus intenciones para conmigo, pero aquello también suponía una señal de alarma.
Parecía una persona de esas que amaban poseer y llevar el control de las cosas, y yo era un alma libre.
Las relaciones serias eran una jaula, estaba sola porque lo quería así, no estaba dispuesta a entregarle mi libertad a nadie.
Había estado tanto tiempo en soledad que me había acostumbrado. Tener que ceder mi independencia y mi autosuficiencia por alguien que no fuese el indicado sería una forma de retroceder al pasado nuevamente, y buscaba alejarme lo más posible de él.
—Intentaré, aunque no te prometo nada porque sueles ser muy irritante.
—¿Yo soy irritante?.
—¿Te das cuenta? —dije, señalando su rostro —¡Ahí apareció esa sonrisa irritante que me provoca golpearte!.
Negó con la cabeza lanzando una carcajada mientras una azafata joven y bonita me saludaba con amabilidad, invitándome a ingresar.
El interior era enorme, de espacio amplio y todas las comodidades posibles, decorado con elegancia y exquisitez.
—Debió haberte costado una buena fortuna —repuse mirando todo el lugar.
—Es heredado —respondió con la vista en su IPad.
—¿Era de tu padre? —pregunte con curiosidad.
No se sabía mucho sobre su vida privada y tampoco me había tomado el tiempo en averiguar nada sobre el. Solo sabía que era un empresario exitoso, que había estudiado en Harvard y era el socio de mi padre.
Levantó la mirada hacia mi antes de responder.
—No, era de mi... —se quedó pensativo unos momentos —Era de mi abuelo.
—Ah.
No parecía del tipo de personas que le gustara hablar de su familia y lo entendía completamente; yo huía de las preguntas cuando alguien sentía la necesidad de indagar en mi árbol genealógico.
Esa era una de las principales razones de porque "Juliet Stone" había cobrado vida. Podía ser alguien completamente diferente e inventarme una vida distinta a la que tenía.
❤︎❤︎❤︎
La ciudad de Los Ángeles era una de las más impresionantes que había visitado dentro del país. Como fiel amante de las zonas costeras me encantaban las playas idílicas de la ciudad, eran muy hermosas, así también como el sinfín de discográficas, productoras, estudios de televisión y de cine que se podía apreciar estando en el lugar.
Los diferentes contrastes de culturas que radicaban en esta parte del estado eran admirables, y se podía apreciar la diversidad de idiomas que se manejaban en las calles.
Me sentía bien con el cambio de aire y por sobre todo me recordaba las veces que había sobrevolado California para visitar a mis abuelos en Santa Bárbara.
El viaje en avión fue corto y tranquilo, me la pase fingiendo estar dormida mientras mi acompañante trabajaba en lo que sea que hacía en su portátil y lo alternaba con largas miradas hacia mi dirección que me incomodaban bastante.
Stephen era una persona sumamente extraña.
Al llegar al hotel, el empleado me asignó la suite contigua a la del hombre con tatuajes.
No pude evitar bufar al notar la habitación sumamente lujosa que había elegido para mi.
—A las once de la mañana tenemos que estar en la torre Belinwurst —hablo detrás de mi, mientras tecleaba en su móvil.
—Bien.
—¿Te alcanzará el tiempo? Las mujeres suelen tardar horas en arreglarse.
—Adiós —dije, cerrando la puerta en su nariz antes de que siquiera pudiera maldecir.
Dejé mis pertenencias en el enorme mobiliario, mi maleta encima de la cama y me dispuse a buscar lo que usaría para la reunión.
Había empacado un hermoso mono Valentino de encaje negro que compré en Europa y los tacones Jimmy Choo que nunca fallaban.
Después de darme una ducha rápida, me vestí para luego maquillarme con tonos suaves, resaltando mis ojos con un buen delineado.
Golpee la puerta de la habitación de al lado con intenciones de apurar a mi acompañante, pero este abrió con total soltura, mientras exhibía su torso desnudo.
—Parece que eras tú quien necesitaba horas para arreglarse —dije, intentando no reparar en su abdomen tallado por los mismos dioses del Olimpo.
—¡Que graciosa!.
—¡Vístete ya! —ordene.
—En eso estaba.
Comencé a releer los contratos.
—¿Que puedes decir de Swanson? —grité sentándome en el sillón que se encontraba en medio de la habitación, mientras este terminaba de vestirse para la reunión.
—Un nerd con mucho dinero que creo una de las empresas de informática más grandes del país.
—¿Para que querría alguien que se dedica a la informática invertir en fideicomisos? —pregunte negando con la cabeza.
—¡Hay personas que buscan ampliar sus horizontes!.
—Ya veo.
Me concentré tanto en lo que estaba leyendo que no me percaté que Stephen leía por sobre mi hombro lo que había en el IPad.
—¿Has revisado que todo esté en orden? —susurró detrás de mi, tan cerca de mi cuello que sentí su respiración golpeando en mi piel.
—Oye, ¿No conoces lo que es el espacio personal? —pregunte apartándome —Si, esta todo verificado tres veces.
—¡Que buena asistente! —susurró en mi oído acercándose nuevamente.
No era posible ser tan exasperante y tan sensual, eso no iba de la mano. Con su espectacular traje negro de tres piezas que lo hacía ver menos como empresario y más como un líder de la mafia rusa, hacía muy difícil tener que tratar con el sin reparar en el aspecto increíble que portaba.
—¡Por el amor de Dior! —refunfuñé.
—¿Cambias a Dios por Dior?.
—El si existió —asegure.
Se acercó al espejo y acomodó su corbata azul de Razo.
—La madre de Theo te enviaría a lavar con jabón esa boca pecaminosa si te llega a oír —relato.
—¿La doncella ya ha terminado de arreglarse? —pregunte con diversión.
—Si, ya podemos irnos.
Abrió la puerta invitándome a salir, con su vista en mi anatomía y esbozando una sonrisa genuina que me resultó encantadora.
Maldita sea.
—¡Llegaremos tarde! —me quejé.
—La realeza no llega tarde, Jessica. Los demás se adelantan —aseguró con ese atractivo deslumbrante mientras caminaba hacia el elevador.
Intenté recuperar la compostura y recordarme que era lo que había venido a hacer aquí.
No había lugar para nada más.