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26.92% Life and Death #3: Después del amanecer / Chapter 14: PLANES

Chapter 14: PLANES

Beau se tomaba la mitología mucho más en serio desde que se había convertido en vampiro y más ahora que no sabía si era, o no, una estrige.

Cuando Beau recordaba sus primeros cuatro meses como inmortal, solía imaginar el aspecto que tendría el hilo de su destino en el telar de las Parcas, porque claro, ¿quién podía saber si existían o no en realidad? Estaba persuadido de que su hilo había cambiado de color, pensaba incluso que podía haber comenzado como un beige encantador, sufrido y contemporizador, algo que resultaría bien como fondo de las cosas. El color de su piel era ligeramente parecido al de las hadas. Sus ojos habían perdido el color carmesí que los caracterizaba, de hecho, solo había una franja roja que iba disminuyendo con el pasar del tiempo; sin embargo, su visión había mejorado bastante, veía cosas que incluso los vampiros comunes no.

Las hebras de su familia, amigos y vecinos se entretejían hasta formar un tapiz hermoso, deslumbrante, compuesto por sus propios y brillantes colores de complemento.

Le sorprendían algunas de las hilazas que había terminado por incluir en su vida y otras que lamentablemente había dejado atrás. Por ejemplo, los licántropos, con sus colores amaderados, intensos, no eran algo que cupiera esperar; a pesar de las disputas que se habían creado en la manada de Sam, Julie seguía ahí, no estaba seguro de si dispuesta a colaborar cuando fuese necesario pero por supuesto intervendría con los Cullen si llegaba a ser necesario, aunque claro, ya no existía nada que lo uniese puesto que ese solo era Beau cuando aún era humano. Las tensiones entre aquellas familias habían aumentado en buena parte gracias a Beau, ese ser del que nadie sabía bien qué era.

Desde la llegada de Beau y Edward de isla Earnest, los Cullen se habían mantenido a raya para no permitir que nadie de fuera supiera qué era lo que escondían, o más bien, a quién. Creían que todas las especies de este mundo —vampiros, licántropos, hadas y brujos— podían ponerse alerta de llegar a saber que Beau aparentaba algo que quizá no era. Y es un «quizá» porque ninguno de ellos podía averiguar cómo alguien se transformaba en una estrige, incluso indagaron en otras especies que podrían ser la respuesta, pero la realidad era que no había ser igual o con las características de una estrige. Los quileutes también habían comenzado a sospechar de la familia, puesto que cuando salían de caza, ocultaban a Beau. Incluso en una ocasión se habían topado con Paul transformado en lobo, justo en aquella línea invisible que marcaba los territorios de cada uno. Paul se dio cuenta de cómo cuidaban del chico, al principio la manada creía que se debía a que era un neófito, pero luego Julie recordó que Beau tenía un mejor autocontrol que Carine. Lo cual ya no comenzaba a cuadrarles.

Julie estaba demasiado intrigada por la situación que una parte de ella le pedía a gritos que fuera a investigar por sí misma. Sabiendo que no podía haber nada peor que transformar al chico que le gusta en un chupasangres. De todas formas se contuvo de sus instintos, ya que cualquier cosa que ella averiguara, la manada terminaría enterándose, y sí, ella estuvo convenciéndose a sí misma de que Beau había muerto, pero luego de que lo vio el día de su funeral, había cambiado de perspectiva. Y esto afectaba mucho las cosas para ella, porque si lo que averiguaba era malo, entonces pondría en peligro a su antiguo amigo. «¿Realmente estoy haciendo lo correcto?», se repetía una y otra vez.

Por otra parte, Beau ya comenzaba a aburrirse de estar todo el tiempo encerrado en esa casa, no podía salir a tomar el aire, al menos no sin compañía, tenía que ponerse lentes de contacto si quería hacerlo, y la sensación de las lentillas le incomodaba bastante por lo que, de mala gana, prefería quedarse en casa.

—Podría estar cerca de casa para que nadie me vea —sugirió Beau—, prometo tener cuidado.

Ninguno aceptó la propuesta de Beau, ni siquiera Royal que también parecía preocupado por lo que le estaba ocurriendo al chico. Lo cual sorprendía bastante a Beau. ¿Quién iba a pensar que después de todo Royal se compadecía de él? Beau no estaba seguro de si eso transformaba su nueva amistad en una hermandad, pero algo es algo.

Se suponía que la felicidad sería el componente primordial de la vida de Beau tras ser inmortal, y el diseño principal de su tapiz y en ocasiones así lo era, cuando podía pasar el tiempo a solas con Edward. Pero entonces lo inundaba el estrés. Tanto que su relación con Jasper se había convertido en algo mucho más cercano de lo que había soñado jamás. Sin embargo, Beau se sentía algo molesto con él.

—¡Ya está bien! —Se quejó Beau con Edward una noche después de que los habían dejado en su casa—. Ya me harté de que todos estén tratando de cubrirme la espalda. ¡Me gustaría que Jasper dejara de andar a mí alrededor todo el día!

—Nadie duda de ti, Beau, ni lo más mínimo —le aseguró Edward—. Ya conoces a Jasper, no puede resistirse a un buen clima emocional. Tú rezumas tantos a la vez todo el tiempo, amor, que gravita a tu alrededor sin pensárselo. No lo hace de forma consciente.

Y entonces Edward lo abrazó estrechamente, porque nada le agradaba más que el éxtasis sobrecogedor que sentía en esta vida nueva.

Y Beau estaba eufórico casi siempre. Los días no eran lo bastante largos para poder disfrutar de la adoración que sentía por Edward; y las noches no tenían horas suficientes para satisfacer su necesidad de tocarlo.

Sin embargo, había un punto débil en esta irritación. Si le daba la vuelta a la tela de sus vidas, imaginaba que el diseño en la parte del revés debía de basarse en los hilos desvaídos y grisáceos de la duda y el miedo.

Edward y Carine se sumergieron en una investigación dirigida a obtener todo tipo de respuestas, con el fin de saber qué era lo que podían esperar. No había mucho que pudiera encontrarse y nada que confirmar.

Alice y Royal comenzaron a contactar a sus amigos mágicos. Resultaba que tenían varios contactos con las hadas y los brujos; en parte se debía a que ambos tuvieron grandes aventuras antes de la llegada de Beau y sin darse cuenta habían generado una suma enorme de conocidos a lo largo de toda su existencia que ahora mismo les era muy útil para averiguar que le sucedía a su hermano. Para ello, iban registrando cada una de las nuevas características del chico, documentando cada fase de su conversión en estrige.

Todos los días era lo mismo, salir y buscar a gente nueva que conociera de algún caso peculiar, investigar en la mitología de los libros, visitar brujos, pero nadie conocía la respuesta. Y Beau se sentía tan inservible porque no lo dejaban ayudar. Se veía obligado a investigar de continuo a la búsqueda de nuevo material porque era lo único que sabía hacer bien mientras estaba en aquella casa.

Según los cálculos de Carine, las estriges eran seres que iban perdiendo el control con el pasar del tiempo, pero «pasar del tiempo» suena más duradero de lo que en verdad es, cosa que en Beau no parecía funcionar de esa forma, aunque… Sería un monstruo fuera de control en algún momento, a pesar de que con Beau las cosas funcionaran diferente.

Muy poco tiempo. Y Beau no solo tendría sed por la sangre humana.

Perdería los estribos y no le importaría alimentarse de la especie que se le cruzara al frente.

Carine y Edward discutían en voz baja sus opciones para el futuro desde cada ángulo posible, y Beau procuraba no escucharlos. Ellos nunca mantenían estas discusiones en presencia de Beau, ya que no querían herirlo de alguna forma. Temían que jamás encontrarían la respuesta a tiempo. Pero incluso si no hacían nada, era… ¡Demasiado peligroso!, le gritaban sus instintos a Edward.

Carine y Edward habían investigado ya todo lo que podían en Forks y sus alrededores y ahora se estaban preparando para seguir las viejas leyendas en sus mismas fuentes. Iban a regresar a Brasil, y empezar allí mismo. Las hadas tenían leyendas sobre las estriges, y si habían existido otros como Beau, quizá quedara una alternativa…

La única cuestión que quedaba era cuándo iban a partir exactamente.

Los licántropos eran la causa de la demora. Sus sospechas iban en aumento y no había forma de que pudieran hacerles creer lo contrario; pero más aún, había un viaje diferente que Beau sabía que habrían de realizar primero… y tenía una clara prioridad. Y también, debía ser una excursión a solas.

Ésa había sido la única discusión que Edward y Beau habían tenido desde que se había convertido en vampiro. El punto singular de este enfrentamiento era la cuestión de si Beau iría solo, pero los hechos seguían ahí, y su plan era el único que tenía sentido desde un punto de vista racional. Debía realizar una visita a los Vulturis y tenía que ir solo por completo.

Beau no lograba olvidarlos a pesar de estar liberado de las viejas pesadillas y de cualquier tipo de sueños. Ni tampoco ellos los habían abandonado sin dejarles algún que otro recordatorio.

Beau no supo que Alice les había enviado un anuncio de que sobrevivió hasta que le llegó el regalo de Sulpicia. Edward y Beau estaban muy lejos, en la isla Earnest, cuando ella había tenido una visión de Jane y Alec, los gemelos de poderes devastadores, con otro grupo de soldados. Athenodora planeaba enviar una partida de caza para comprobar si era cierto que Beau estaba vivo, algo que no debía de pasar de esa forma, porque Beau les tenía que contar de buena forma, con argumentos y todo, lo que le estaba ocurriendo para que ellos no trataran de atacarlo. Así que Alice había enviado el anuncio en previsión de que esto retrasara su actuación, mientras ellos descifraban el significado que esto ocultaba. Pero vendrían en algún momento. Eso era cierto.

El regalo en sí no era una abierta amenaza. Extravagante, sí, casi atemorizador en su misma excentricidad. La advertencia estaba en la frase de despedida de la felicitación de Sulpicia, escrita de su puño y letra con tinta negra en un cuadrado de pesado papel blanco:

«Aspiro con deleite ver al nuevo señor Cullen en persona».

El regalo venía presentado en una antigua caja de madera elaboradamente tallada, grabada con oro y madreperla y adornada con un arco iris de gemas. Según Alice, la caja en sí misma era un tesoro de valor incalculable que podría haber oscurecido a cualquier pieza de joyería que fuera allí dentro.

—Siempre me he preguntado por el paradero de las joyas de la corona después de que Juan de Inglaterra las empeñara en el siglo XIII —comentó Carine—. Supongo que no me sorprende que los Vulturis tomaran parte en ello.

El collar de oro era sencillo, una gruesa cadena con eslabones en forma de escamas, imitando a una feroz serpiente que podía colgarse alrededor del cuello. De él colgaba una joya: una obsidiana negra con la forma de una flecha.

El poco sutil recordatorio de la nota de Sulpicia le interesó a Beau más que la misma joya. Los Vulturis necesitaban cerciorarse de su inmortalidad y de la obediencia de los Cullen, y no tardarían en querer comprobar ambos aspectos. Y Beau no deseaba verlos cerca de Forks, por lo que sólo había una manera de mantener su vida allí a salvo.

—No vas a ir solo —había insistido Edward entre dientes, con las manos cerradas en forma de puños.

—No me harán daño —replicó Beau en el tono de voz más tranquilizador que pudo improvisar, forzándola a que sonara segura—. No otra vez. No tienen motivos para eso, ahora soy un vampiro. Caso cerrado.

—No. No, ni hablar.

—Edward, es la única manera de protegernos y de que no tergiversen lo que ven en mí.

Edward no había sido capaz de argumentar en contra de esto. Su lógica era clara como el agua. Incluso durante el corto periodo de tiempo que había conocido a Sulpicia se había dado cuenta de que su naturaleza era la del coleccionista, y sus piezas más valoradas eran las vivas. Codiciaba la belleza, el talento, y la rareza en sus seguidores inmortales más que cualquier joya que pudiese atesorar bajo las bóvedas de su hogar. Ya era suficientemente desafortunado que ambicionara las capacidades de Alice y Edward, por ello Beau no quería darle más razones para que estuviera celosa de la familia de Carine. Beau era hermoso y era único, sólo existía él en su especie. Sulpicia no debía verlo ni siquiera a través de los pensamientos de otro. Sin embargo, para Beau era necesario tener menos cargas.

Alice no preveía ningún problema en su viaje, pero le preocupaba la poca definición de sus visiones. Decía que a veces percibía algo brumoso cuando había decisiones externas que podrían entrar en conflicto, pero que aún no habían sido resueltas con solidez. Esta falta de certeza hacía que Edward, ya vacilante, se opusiera de modo resuelto al propósito de Beau. Quería acompañarlo hasta que hiciera la conexión en Londres, pero Beau no deseaba eso, así que Carine vendría en su lugar. Esto los relajó a los dos un tanto, el saber que Carine estaría a unas pocas horas de distancia.

Alice continuó escaneando el futuro, pero sus hallazgos no guardaban relación alguna con lo que ella estaba buscando. Una nueva tendencia en el mercado de valores, una posible visita de reconciliación por parte de Irina, aunque su decisión aún no era firme, una tormenta de nieve que no los afectaría al menos durante otras seis semanas.

Beau y Carine salieron a comprar los boletos para Italia el día después de que Beau cumpliera tres meses como vampiro. Para el chico era como pan comido bloquear la sangre humana que lo rodeaba, sin embargo, después de tanto tiempo encerrado en aquella casa llena de vampiros, fue como si lo hubieran llenado de aperitivos tan deliciosos. Su mirada fue a parar directamente a la de Carine, que mantenía un perfil bajo, casi como si para ella no existiera diferencia entre lo que ellos eran y los humanos.

—Haces que se vea demasiado fácil —dijo Beau reajustándose las gafas de sol— ¿cómo se te ocurrió probar un camino diferente al habitual?

Una sonrisa enigmática curvó los labios de Carine.

—¿No te contó la historia Edward?

—Sí, pero pretendo comprender cómo se te ocurrió…

Su rostro se volvió súbitamente serio y Beau se preguntó si sus pensamientos habían seguido el mismo camino que los suyos, si se preguntaba cuándo sería el momento en que Beau terminaría cayendo en la tentación.

—Ya sabes que mi padre era clérigo —musitó mientras avanzaban en el auto por la ciudad con cuidado—, y tenía una visión bastante estricta del mundo, que yo había empezado a cuestionar ya antes de mi transformación… Así que ya entonces discrepaba con su forma de entender la fe, pero en cualquier caso nunca, en los casi cuatrocientos años transcurridos desde mi nacimiento, he visto nada que me haya hecho dudar de la existencia de Dios. Ni siquiera el reflejo en el espejo.

Beau fingió examinar los locales para ocultar la sorpresa por el rumbo que había tomado su conversación. En esas circunstancias, el último tema de conversación que se le hubiera ocurrido mantener con ella era la religión. Él mismo carecía de fe. Charlie se consideraba luterano, pero eso era porque sus padres lo habían sido; el único tipo de servicio religioso al que asistió los domingos era con una caña de pescar en las manos. Renée probaba con unas iglesias y otras, igual que hacía con sus súbitas aficiones al tenis, la alfarería, el yoga y las clases de francés, y para cuando Beau se daba cuenta de su nuevo hobby, ya había comenzado con otro.

—Estoy seguro de que esto suena un poco extraño, procediendo de una vampira —sonrió al percatarse de que Beau siempre se sorprendía cuando ella mencionaba la palabra con tanta naturalidad—, pero albergo la esperanza de que esta vida tenga algún sentido, incluso para nosotros. Es una posibilidad remota, lo admito —continuó con voz brusca—. Según dicen, estamos malditos de todas formas, pero espero, quizás estúpidamente, que alcancemos un cierto mérito por intentarlo.

—No creo que sea una estupidez —murmuró Beau al recordar como Edward pensaba justo lo contrario. Beau no se podía imaginar a nadie, incluido cualquier tipo de deidad, que no se sintiera impresionado por Carine. Además, la única clase de cielo que Beau podía tener en cuenta debía ser uno que incluyera a Edward—. Y tampoco creo que nadie lo vea así.

—Pues, tú eres el único que está de acuerdo conmigo.

—Lo sabía de Edward, pero ¿los demás no lo ven igual? —preguntó Beau sorprendido.

Carine nuevamente adivinó la dirección de sus pensamientos.

—Edward sólo comparte mi opinión hasta cierto punto. Para él, Dios y el cielo existen… al igual que el infierno. Pero no cree que haya vida tras la muerte para nosotros —Carine hablaba en voz muy baja. Su mirada se perdía a través de la ventana en el vacío, en la oscuridad—. Ya ves, él cree que hemos perdido el alma.

—Ése es el problema, ¿no? —Beau intentó adivinar—. Por eso resultaba tan difícil persuadirle en lo que a mí respecta.

Carine respondió pausadamente.

—Miro a mi… hijo, veo la fuerza, la bondad, la luz que emana, y eso todavía da más fuerzas a mi esperanza, a mi fe, más que nunca. ¿Cómo podría ser de otra manera con una persona como Edward?

Beau asintió con la misma confianza.

—Pero si yo creyera lo mismo que él… —Carine miró a Beau con sus ojos insondables—. Si tú creyeras lo mismo que él, ¿le quitarías su alma?

La forma en que enunció la pregunta desbarató la respuesta de Beau. Si Carine le hubiera preguntado si arriesgaría su alma por Edward, la respuesta sería obvia. Pero ¿habría arriesgado su alma? Beau frunció los labios con tristeza. Esto no era cualquier cosa.

—Supongo que ves el problema.

Beau negó con la cabeza, consciente de la posición terca de su barbilla.

Carine suspiró.

—Fue elección —insistió Beau—. Quiero decir, no me gustó el cómo, pero al fin y al cabo era lo que yo quería.

—También era la suya —Carine levantó la mano cuando vio que Beau se disponía a discutir—, desde el momento en que él fue el responsable de hacerlo.

—No era el único capaz de hacerlo —fijó una mirada especulativa en Carine, que se echó a reír, aligerando repentinamente su humor.

—¡Oh, no, me parece que Edward se hubiera molestado bastante! —entonces suspiró—. Ésta es la parte de la que nunca puedo estar segura. En muchos otros sentidos, creo que he hecho lo mejor que he podido con lo que me ha tocado. Pero ¿es correcto maldecir a otros con esta clase de vida? No podría tomar esa decisión.

—Pero lo hiciste, con Earnest y Edward.

—Fue la madre de Edward la que me hizo decidir —la voz de Carine era casi un susurro. Su mirada ausente se perdió más allá de la carretera.

—¿Su madre?

—Sí. Su nombre era Elizabeth. Elizabeth Masen. Su padre no llegó a recobrar el conocimiento en el hospital. Murió en la primera oleada de gripe. Pero Elizabeth estuvo consciente casi hasta el final. Edward se le parece mucho, tenía el mismo extraño tono broncíneo de pelo y sus ojos eran del mismo color verde.

—¿Así que Edward sí tenía los ojos verdes? —dijo Beau con una sonrisa.

—Sí… —los ojos de color ocre de Carine habían retrocedido cien años en el tiempo—. Elizabeth se preocupaba de forma obsesiva por su hijo. Perdió sus propias oportunidades de sobrevivir por cuidarle en su lecho de muerte. Yo esperaba que él muriera primero, ya que estaba mucho peor que ella. Cuando le llegó su final, fue muy rápido. Ocurrió justo después del amanecer, cuando yo llegaba para relevar a los doctores que habían estado trabajando toda la noche. Eran tiempos muy duros como para andar disimulando, había mucho trabajo por hacer y yo no necesitaba descansar. ¡Cuánto odiaba regresar a casa para esconderme cuando había tanta gente muriendo!

»En primer lugar me fui a comprobar el estado de Elizabeth y su hijo, con quienes me sentía emocionalmente ligada, algo siempre peligroso para nosotros si se tiene en cuenta la fragilidad de la naturaleza humana. Me di cuenta a primera vista de que ella tenía muy mal aspecto. La fiebre campaba a sus anchas y su cuerpo estaba demasiado débil para seguir luchando.

»Sin embargo, no parecía tan débil cuando me clavó los ojos desde la cama.

»—¡Sálvelo! —me ordenó con voz ronca, la única que su garganta podía emitir ya.

»—Haré cuanto me sea posible —le prometí al tiempo que le tomaba la mano. Tenía tanta fiebre que ella probablemente no sintió la gelidez antinatural de la mía. Su piel ardía, por lo que todo debía de parecerle frío al tacto.

»—Debe hacerlo —insistió mientras me aferraba con tanta fuerza que me pregunté si, después de todo, conseguiría sobrevivir a la crisis. Sus ojos eran duros como piedras, como esmeraldas—. Debe hacer cuanto esté en su mano. Incluso lo que los demás no pueden, eso es lo que debe hacer por mi Edward.

»Esas palabras me amedrentaron. Me miraba con aquellos ojos penetrantes y por un momento estuve segura de que ella conocía mi secreto. Entonces, la fiebre la venció y nunca recobró el conocimiento. Murió una hora después de haberme hecho esa petición.

«Había sopesado durante décadas la posibilidad de crear un compañero, alguien que pudiera conocerme de verdad, más allá de lo que fingía ser, pero no podía justificarme a mí misma el hacer a otros lo que me habían hecho a mí.

»Era obvio que al agonizante Edward le quedaban unas pocas horas de vida, y junto a él yacía su madre, cuyo rostro no conocía la paz ni siquiera en la muerte, al menos no del todo…

Carine rememoró la escena completa; conservaba muy nítidos los recuerdos a pesar del siglo transcurrido. Beau la veía con idéntica claridad a medida que ella hablaba: la atmósfera desesperada del hospital, la omnipresencia de la muerte, la fiebre que consumía a Edward mientras se le escapaba la vida con cada tictac del reloj… Beau volvió a estremecerse y se esforzó en desechar la imagen de su mente.

—Las palabras de Elizabeth aún resonaban en mi cabeza. ¿Cómo podía adivinar lo que yo podía hacer? ¿Querría alguien realmente una cosa así para su hijo?

»Miré a Edward, que conservaba la hermosura a pesar de la gravedad de su enfermedad. Había algo puro y bondadoso en su rostro. Era la clase de rostro que me hubiera gustado que tuviera mi hijo…

«Después de todos aquellos años de indecisión, actué por puro impulso. Llevé primero el cuerpo de la madre a la morgue; luego, volví a recogerle a él. Nadie se dio cuenta de que aún respiraba. No había manos ni ojos suficientes para estar ni la mitad de pendientes de lo que necesitaban los pacientes. La morgue estaba vacía, de vivos, al menos. Lo saqué por la puerta trasera y lo llevé por los tejados hasta mi casa.

»No estaba segura de qué debía hacer. Opté por imitar las mismas heridas que yo había recibido hacía ya tantos siglos en Londres. Después, me sentí mal por eso. Resultó más doloroso y prolongado de lo necesario.

»A pesar de todo, no me sentí culpable. Nunca me he arrepentido de haber salvado a Edward —volvió al presente. Sacudió la cabeza y le sonrió a Beau en cuanto bajaron del auto—. De esa misma forma Edward estaría dispuesto para protegerte, no me cabe duda.

Avanzaron hacia la casa mientras Beau reflexionaba sobre lo que Carine le había contado.

—No lo sé, yo… —proceso bien sus palabras— solo quiero ayudar. Al menos con algo tan pequeño como…

Estuvo a punto de decir «Algo tan pequeño como ir a hablar con los Vulturis». Pero se dio cuenta de que no era nada pequeño ese asunto. Aunque lo que sí podría resolver desde casa, era hablar con los Quileutes, quienes no paraban de preguntarse por el secreto de los Cullen, si quizá Beau pudiera hablar con Julie…

—¿Qué? —preguntó Carine abriendo la puerta.

Beau sonrió.

—Iré a hablar con Julie, solo así nos quitaremos a los lobos de encima.

Carine parecía demasiado confundida por lo que había salido de la boca de Beau. Tanto que ni ella misma sabía qué responder, incluso antes de que pudiera abrir la boca, Edward ya había aparecido frente a ellos.

—De ninguna manera —soltó Edward.

—Edward, ¿no te das cuenta? Si no les decimos nada, al igual que con los Vulturis, van a tergiversar lo que me pasa.

Pero Edward no parecía aceptar nada de lo que dijera su novio. La furia permanecía encriptada en sus ojos. Beau soltó un bufido al no obtener respuesta de Edward.

—Oye, si no lo hacemos, se desencadenaría una pelea contra la manada y no quiero llegar a ese punto.

—La diferencia es que los Vulturis son civilizados, ¿en verdad crees que esos perros van a escuchar cualquier palabra que salga de tu boca?

Beau rió.

—¿En serio? ¿Crees que los Vulturis son más civilizados que ellos?

—Paul casi te mata una vez.

—¡Los Vulturis me querían muerto! —Carine fue retrocediendo lentamente hasta dejarlos solos, para que ellos mismos decidieran que era lo mejor—. Como sea, no te estaba pidiendo permiso.

Edward tomó a Beau de la mano, el chico creyó que Edward intentaba aplicar fuerza pero el resultado era otro.

—No es no y punto.

***

Una llamada fue suficiente para que Julie asistiera a la petición de los vampiros. Los chicos permanecían de un lado de la carretera, del que era claro su lugar, mientras que Julie puso su moto a andar a cuanta velocidad le permitía. Por su cabeza rondaban miles de preguntas, ¿para qué la habían citado Edward y Beau? ¿Se trataba de alguna clase de jugada? Y aunque parecía estar molesta por tal atrevimiento, allí estaba, con la curiosidad a flor de piel.

«¿Por qué mierda vine?».

A Beau le llamó la atención que Jules haya preferido asistir en su forma humana y no como lobo. Miró entre la espesa masa verde de los árboles en busca del llamativo olor asqueroso de los lobos, sin embargo, no lo encontró. Julie venía sola, casi como si no hubiera puesto a la manada al tanto de la llamada.

—Creí que un lobo de pelaje marrón aparecería —dijo Beau.

—Prefiero hablar por mí misma —bufó bajándose de la moto—. Ya lo sabes.

—Claro —se hundió de hombros.

La chica rodeo su moto y se posicionó con una pose firme y dura frente a los chicos. Se quedó quieta, expectante de lo que fuera a salir de sus bocas, pero ninguno de los dos dijo nada, ella tampoco diría nada hasta que notó que Beau llevaba puestas unos lentes de sol y eso la abrumó un poco. Estaba muerta de la curiosidad.

—¿Se me van a quedar viendo o me van a decir para que me llamaron?

Beau exhaló de los nervios antes de pedirle con un dedo a Julie que caminara junto con ellos por entre los árboles. La chica accedió más obligada que porque haya querido moverse. Estaba segura de que debía de ser algo realmente serio como para que ni ellos hayan hablado entre sí. La maleza de los árboles empezaba a bañarse por la nieve que comenzaba a caer, cada vez con mayor frecuencia; sus ropas empezaron a llenarse de la misma, cosa que nadie notó debido al asunto que les esperaba.

Pasaron varios minutos antes de que Beau o Edward decidieran parar. Ya estaban lo suficientemente lejos del lugar en el que se habían citado, por lo que Julie prefirió detenerse.

—Okey, es suficiente caminata por hoy.

Edward y Beau se miraron, Edward no creía que era lo correcto, pero de todas formas, ya estaban ahí.

—La paciencia no es lo mío.

Prosiguieron andando unos doscientos metros más por el camino en dirección opuesta a la carretera, y Julie les pisaba los talones. Ella ardía por dentro y los dedos le temblaban. Estaba al límite, lista y a la espera.

Se detuvieron sin previo aviso y giraron sobre sí mismos para plantarle cara a Julie. La expresión de Edward la dejó helada durante un instante Julie no fue más que una niñita, una rapaz que no ha salido de un pueblo minúsculo en toda su vida. Sólo una chica. Lo supo porque iba a tener que vivir mucho y sufrir más para comprender la lacerante agonía que había en los ojos de Edward y la preocupación de Beau.

Edward alzó una mano como si fuera a secarse el sudor de la frente, pero los dedos se hundieron en su rostro y, durante un instante, dio la impresión de que iban a arrancar esa piel suya de granito.

Un fuego iluminaba sus ojos desorbitados que parecían ver cosas que no estaban allí. Tenía la boca entreabierta, como si fuera a gritar, pero no profirió sonido alguno.

Era el semblante propio de alguien consumido por el sufrimiento.

Julie fue incapaz de articular palabra durante unos segundos, miraba a Beau quien no estaba moviéndose, cual estatua. Ambos semblantes eran demasiado reales. Julie lo había atisbado cuando la llamaron con urgencia, lo había escuchado en la voz de Beau y también lo vio en los ojos de Edward, esto era la confirmación. Algo andaba mal.

—Estás en grabes problemas, Beau ¿no es así? Uno muy grande.

—Julie —dijo Beau, intentando razonar con ella—, sé que tú tienes aquí obligaciones, eres la segunda al mando…

Julie resopló.

—No soy la niñera de la manada. De todos modos, ellos también tienen responsabilidades en La Push —cambió su semblante, dejando que la Julie dura se fuera y por unos momentos ella escuchara a su antiguo amigo—. Beau, dime qué va mal.

Cuando Julie pronunció esas palabras, supo que su rostro era una versión levemente atenuada del de Edward. Atenuada y desemejante, porque todavía estaba intrigada. Todo estaba ocurriendo muy deprisa y su cabeza aún no lo había asimilado. La de ellos sí. Era diferente porque Julie lo había perdido ya muchas veces y de formas muy distintas en su fuero interno, y también porque no podía perder lo que nunca le había pertenecido.

Y distinto porque no era culpa suya.

Beau se quitó con mucha calma los lentes, mientras miraba al suelo y con los ojos cerrados. Para Julie fue como si el chico tardara años, dándose cuenta de que quizá no había sido necesario involucrarla, pero entonces miró al frente, sin moverse, manteniendo la extraña mirada fija en Julie. Las rodillas de Edward cedieron y se vino abajo, quedando delante de Julie, en un estado de completa vulnerabilidad. Resultaba difícil concebir un objetivo más sencillo para ella… pero ahora Julie también estaba fría como la nieve: ya no había fuego alguno en ella.

—¡Qué mierda! —dijo tan de repente Julie, no dejando que esto la afectara tanto. Quizá solo era un nuevo descubrimiento en los vampiros que por eso protegían tanto a Beau.

La chica ruda volvió a aparecer.

—Déjenme ver si entiendo. —Edward la miró con enfado, preguntándose si era en serio la pregunta que iba a soltar—: Los ojos rojos son cuando bebes sangre humana y dorados cuando es sangre animal.

Beau asintió sin ver a donde quería llegar.

—¿Qué me están tratando de decir? ¿Ahora te alimentas de fantasmas o por qué están blancos?

Edward se levantó. Molesto por la actitud que estaba tomando Julie, avergonzado de que se haya dejado mostrar débil en su presencia.

—¿Crees que esto en un maldito juego?

Julie no dijo nada. Sabía que solo trataba de no dejarse afectar, había mostrado una cara, no iba a cambiar de postura por ahora.

—Creemos que me estoy convirtiendo en una estrige.

—¿Quieres que te explique qué es una estrige o harás otro comentario estúpido?

Julie miró con el ceño fruncido a Edward.

—Sé bien lo que es una estrige, imbécil —Julie le echó nuevamente una mirada rápida a Beau—. Deberías haberlo dejado con vida.

—No —bufó Beau.

Era un poquito tarde para eso. Quizá Julie tendría que habérselo pensado antes de dejarlo junto con todo ese grupo de chupasangres italianos.

Ella pudo apreciar que Edward estaba de acuerdo con ella cuando él alzó la cabeza y la contempló desde su propio y personal infierno.

—No lo sabíamos. Jamás se nos pasó por la imaginación —contestó Edward con un hilo de voz—. No había precedentes de algo similar a lo ocurrido en Beau. ¿Cómo íbamos a prever que Beau tendría la apariencia de una estrige…?

—…sobre todo cuando el chico debería haber terminado asesinado antes del proceso, ¿no?

—Sí —concordó Edward.

—¡No! —Gritó Beau—. Ya basta. Era mi destino convertirme en un vampiro y punto, sea el problema que sea, debe de haber una solución.

—No entiendo cómo no tienen un nombre para lo que tú eres —le espetó Julie—. No hay nada de peligroso en ti, en definitiva no eres una estrige.

—Las estriges no se vuelven peligrosas sino hasta pasado unos meses…tememos que muy pronto.

Con el propósito de mírala, Edward alzó el rostro: parecía el de alguien con mil años.

—¿Y qué planean?

—Necesitamos un favor, Julie —dijo Edward.

—¡Estás loco si crees que lo voy a hacer, parásito!

Edward no dejó de mirarla con esos ojos enturbiados en parte por la fatiga y en parte por la locura.

—¿Y por mí? —dijo Beau.

Julie apretó los dientes con fuerza.

—Hice todo lo posible por apartarte de él. Todo. Ahora es demasiado tarde.

Beau agachó la mirada.

—No te pido mucho, solo que les aclares a tu manada lo que ocurre conmigo.

Sus miradas se encontraron durante un momento. Bajo una fina capa de autocontrol, el rostro de Beau era la viva imagen del terror. El ceño fruncido se le vino abajo a Julie y la boca se le abrió de sorpresa conforme empezó a asimilar el significado de sus palabras.

Julie asintió.

—Entonces, tenemos un trato.

Julie asintió, Beau tendió su fría y pétrea mano. La chica tragó su desagrado y alargó la suya para estrechársela. Cerró los dedos alrededor de la piedra y le dio un único apretón.

—Lo tenemos —aceptó Julie.

La chica se despidió con rapidez antes de echarse a correr por el bosque. Dejando atrás a Edward y a Beau, quienes no terminaban de creerse lo fácil que había resultado eso.

De forma rutinaria, Beau recorrió con los ojos la ladera de la montaña detrás suyo en busca de presas y peligros mientras se ensimismaba en los acontecimientos ocurridos. No pensó en ello, fue un impulso automático la forma en que sus instintos se activaron. O quizás había una razón para su escaneo, algo imperceptible que disparó sus sentidos agudos como cuchillas antes de que Beau fuera siquiera consciente de ello.

Cuando sus ojos recorrieron el borde de un acantilado distante, que alzaba su contorno azul grisáceo contra el verde casi negro del bosque, un fulgor plateado, ¿o tal vez dorado?, atrapó su atención.

La mirada de Beau se concentró en el color que no debía estar allí, tan lejano en la bruma que ni un águila hubiera sido capaz de descubrirlo. Se quedó observándolo. Edward se percató de algo y giró en la misma dirección que Beau.

Ella les devolvió la mirada.

Beau no albergó duda de que se trataba de una vampira. Su tez era del color blanco del mármol, y su textura un millón de veces más suave que la de la piel humana. Incluso bajo las nubes, relucía con ligereza. Y si no la hubiera delatado la piel, lo habría hecho la inmovilidad. Sólo los vampiros y las estatuas eran capaces de estar tan perfectamente quietos.

Tenía el pelo de color rubio muy claro, casi plateado. Ése había sido el resplandor que había captado la atención de Beau, ya que le caía recto, como cortado con una regla, hasta la altura de la barbilla, partido en dos lados iguales por una raya en medio.

Era una extraña para Beau, estaba seguro de que no la había visto jamás antes, ni siquiera cuando era humano. Ninguno de los rostros que había en su nebulosa memoria era como éste, pero la reconoció por sus oscuros ojos dorados.

Irina había decidido venir, después de todo.

Durante un momento se quedaron mirándola y ella les devolvió la mirada. Beau se preguntó si adivinaría de forma inmediata su identidad. Alzó la mano a medias, como para saludar, pero su labio se torció un poco, dándole al rostro de Beau un aspecto repentinamente hostil.

«¡MIERDA!», pensó Beau. Tomó las gafas y se las colocó con tanta velocidad como pudo.

¿Cuánto tiempo llevaba observándolos? Seguro que el suficiente para apreciar la naturaleza y profundidad del cambio que se había producido entre ellos. Su rostro se contrajo en un espasmo de dolor. Y Edward entendió bien el porqué.

De forma instintiva, Edward tomó con fuerza la mano de Beau. Mientras Irina les daba la espalda, curvó el labio hacia arriba sobre los dientes, abrió las mandíbulas y aulló. Cuando el tenue sonido les llegó, ella ya se había vuelto definitivamente y había desaparecido en el bosque.

—¡Mierda! —gruñeron Beau y Edward al mismo tiempo.

Beau salió disparado. No sabía en qué dirección había partido Irina, o lo asustada que estaba en esos momentos.

La venganza era una obsesión bastante común entre las hadas, pero ahora Irina parecía haber tomado sus costumbres, y no era nada fácil de suprimir.

Corriendo a la máxima velocidad, sólo les llevó dos segundos llegar al punto en el que habían visto a Irina, sin embargo, parecía que esta ya se había alejado.

Edward sacó el móvil y tocó el botón de marcación rápida. Carine contestó al primer timbrazo.

Beau escuchó con atención, a su lado, mientras Edward informaba a Carine.

—Ven, trae a Jasper—comentó con tanta rapidez que Edward se preguntó si Carine podría seguir la frase—, he visto a Irina y ella nos ha visto, pero entonces ha notado los ojos blancos de Beau, se ha enfurecido y ha huido. No ha aparecido por aquí, bueno, no todavía, pero parecía bastante enfadada o sea que quizás se presente en cualquier momento. Y si no es así, debemos salir tras ella y hablarle. No me da buena espina.

—Estaremos ahí en medio minuto —les aseguró Carine y Beau escuchó el roce del viento que generó su carrera.

Beau y Edward se apresuraron hacia el prado grande y allí esperaron en silencio mientras Beau aguzaba el oído para detectar la aproximación de alguien que no pudieran reconocer.

Pero el primer sonido que percibió era muy conocido. En un instante Carine estuvo a su lado y Jasper, unos cuantos segundos más tarde.

—Estaba allí, en lo alto de aquel acantilado —les dijo Beau con rapidez, señalando el punto exacto. Si Irina estaba huyendo gozaba ya de una buena ventaja; ¿pararía ella para escuchar a Carine? Su expresión le hacía pensar que no—. Quizá debería haberles dicho a Eleanor y Royal que vinieran también. Parecía… realmente enfadada. Nos rugió.

—¿Qué? —inquirió Jasper con voz alterada.

Carine puso una mano sobre su hombro.

—Está sufriendo. Iremos detrás de ella.

—Yo voy con ustedes —insistió Edward.

Intercambiaron una larga mirada, en la que quizás Carine estuvo midiendo la irritación de Edward con Irina frente a su capacidad de ayuda como lector de mentes. Al final, Carine negó, Edward ya sabía la respuesta que produjo ella en su mente; y luego Carine y Jasper se marcharon para seguir el rastro sin llamar a Eleanor o Jasper.

Edward estaba molesto. Quería llevar a Beau de vuelta a la seguridad de la casa, sólo por si acaso. Beau estuvo de acuerdo con él y ambos se apresuraron hacia allá.

Beau sujetaba con fuerza la mano de Edward, sin siquiera pensar en soltarlo un solo segundo. Como la reunión con Julie se había terminado y la llegada de Irina se vio mal, tendría que apañarse con lo que sea que se avecinara. Sus pensamientos eran bastante petulantes.


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