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43.64% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 103:  LA SOMBRA DE ENDER .- Segunda parte NOVATO .- 8 BUEN ESTUDIANTE

Chapter 103:  LA SOMBRA DE ENDER .- Segunda parte NOVATO .- 8 BUEN ESTUDIANTE

8 BUEN ESTUDIANTE

-¿No juega para nada al juego de fantasía?

-No ha llegado a elegir un personaje, y mucho menos a atravesar el portal.

-No es posible que no lo haya descubierto.

-Volvió a formatear las preferencias de su consola para que la invitación no siga apareciendo.

-De lo cual se deduce...

-Sabe que no es un juego. No quiere que analicemos cómo funciona su mente.

-Y sin embargo quiere que lo promocionemos.

-Eso no lo sé. Se entierra en sus estudios. En estos tres meses ha sacado unas notas brillantes en todas las pruebas. Pero sólo lee el material de las lecciones una vez. Las materias que estudia son de su propia elección.

-¿Como cuáles?

-Vauban.

-¿Fortificaciones del siglo diecisiete? ¿En qué está pensando?

-¿Ve el problema?

-¿Cómo se lleva con los otros niños?

-Creo que la descripción clásica es «solitario». Es amable. No ofrece nada voluntariamente. Sólo pide lo que le interesa. Los novatos con los que va piensan que es raro. Saben que saca mejores puntuaciones que ellos en todo, pero no lo odian. Lo tratan como a una fuerza de la naturaleza. No son amigos, pero tampoco enemigos.

-Eso es importante, que no lo odien. Deberían hacerlo, si se mantiene tan

apartado.

-Creo que es una habilidad que aprendió en la calle: mitigar la furia. Él mismo no se enfada nunca. Tal vez por eso dejaron de burlarse de su altura.

-Nada de lo que me está usted diciendo sugiere que tenga capacidad de mando.

-Si piensa que él intenta demostrarnos su capacidad de mando y fracasa, entonces usted tiene razón.

-Entonces... ¿qué cree que está haciendo?

-Analizándonos.

-Recopila información sin ofrecer ninguna. ¿De verdad cree que es tan rebuscado?

-Sobrevivió en las calles.

-Creo que es hora de que sondee un poco.

-¿Y hacerle saber que su reticencia nos molesta?

-Si es tan listo como usted piensa, ya lo sabe.

A Bean no le importaba estar sucio. Después de todo, había pasado años sin bañarse. Unos cuantos días no le molestaban. Y si a los demás les importaba, se guardaban sus opiniones para sí. Ya tenían otro chismorreo sobre él. ¡Es más pequeño y más joven que Ender! ¡Saca las mejores puntuaciones en todas las pruebas! ¡Apesta como un cerdo!

El tiempo que se dedicaba a la ducha era precioso. Era cuando él podía conectar su consola como uno de los otros niños, mientras los demás se duchaban. Estaban desnudos, sólo llevaban sus toallas a la ducha, por lo que sus uniformes no los identificaban. Durante ese lapso Bean podía conectar y explorar el sistema con total libertad; los profesores no podían saber que estaba aprendiendo los trucos. Dudó un poco, sólo un poco, cuando modificó las preferencias, a fin de que no tuviera que enfrentarse a aquella estúpida invitación a jugar su juego mental cada vez que cambiaba de tarea en su consola. Pero no era algo muy difícil, y decidió que no se alarmarían demasiado por haberlo descubierto.

Hasta ahora, Bean había descubierto sólo unos pocos datos realmente útiles, pero le parecía que estaba a punto de derribar murallas más importantes. Sabía que había un sistema virtual que los estudiantes tenían que romper. Había leído leyendas sobre cómo Ender (naturalmente) había descifrado el sistema el primer día y firmado como Dios; sin embargo, era consciente de que, aunque Ender hubiera sido inusitadamente rápido al respecto, él no iba a hacer nada que no se esperara de un estudiante brillante y ambicioso.

El primer logro de Bean fue encontrar la forma en que el sistema de los profesores seguía la actividad informática de los estudiantes. Al evitar las acciones de las que se informaba inmediatamente a los profesores, pudo crear un área de archivos privados que no advertirían a menos que la buscaran deliberadamente. Entonces, cada vez que encontraba algo interesante en la red haciéndose pasar por otra persona, recordaba la ubicación, iba y descargaba la información en su área segura y trabajaba en ella a placer... mientras su consola informaba que estaba leyendo obras de la biblioteca. La verdad era que leía aquellas obras, por supuesto, pero con mucha más rapidez de lo que informaba su consola.

Con toda esa preparación, Bean esperaba realizar verdaderos progresos. No obstante, muy pronto se topó con los cortafuegos: información que el sistema tenía, pero que no estaba disponible. Encontró varios rodeos. Por ejemplo, no pudo hallar ningún mapa sobre el conjunto de la estación sólo de las zonas accesibles a los estudiantes, y éstos eran siempre diagramas y bocetos, confeccionados deliberadamente a una escala inadecuada. Pero también encontró una serie de mapas de emergencia en un programa que los mostraba de forma automática en las paredes de los pasillos, por si se producía una emergencia de pérdida de presión; en ellos estaban dibujadas las compuertas de seguridad más cercanas. Esos mapas sí estaban a escala, y al combinarlos con un solo mapa en su área segura, pudo crear un esquema de toda la estación. Sólo estaban marcadas las compuertas, naturalmente, pero descubrió un sistema paralelo de pasillos a ambos lados de la zona de estudiantes. La estación debía de ser no una, sino tres ruedas paralelas, que se entrecruzaban en muchos puntos. Ahí era donde vivían los profesores y el personal, donde se ubicaba el equipo de soporte vital, las comunicaciones con la flota. Lo malo era que disponían de unos sistemas de circulación de aire separados. Los canales de uno no conducían a ninguno de los otros. Lo que significaba que, aunque con toda probabilidad podría espiar todo lo que pasaba en la rueda de los estudiantes, las otras ruedas quedaban fuera de su alcance.

Sin embargo, incluso dentro de la rueda de los estudiantes, había muchos lugares secretos que explorar. Los estudiantes tenían acceso a cuatro cubiertas, más el gimnasio

bajo la Cubierta-A y la sala de batalla sobre la Cubierta-D. No obstante, había nueve cubiertas, dos bajo la Cubierta-A y tres sobre la D. Esos espacios tenían que utilizarse para algo. Y si pensaban que merecía la pena ocultarlos a los estudiantes, Bean supuso que merecía la pena explorarlos.

Tendría que empezar a explorar pronto. Sus ejercicios lo estaban volviendo más fuerte, y se conservaba delgado al no comer demasiado: era increíble cuánta comida intentaban obligarle a comer, y seguían aumentando sus raciones, probablemente porque no había ganado tanto peso como pretendían que ganara. Pero lo que no podía controlar era su crecimiento en altura. No podría franquear los conductos dentro de poco... o quizás no podía en ese preciso instante. Sin embargo, usar el sistema de aire para acceder a las cubiertas ocultas no era algo que pudiera hacer durante las duchas. Eso significaría perder sueño. Así que seguía posponiéndolo; algún día le sería posible.

Hasta que una mañana muy temprano Dimak llegó a los barracones y anunció que todo el mundo tenía que cambiar su contraseña de inmediato. Lo debían hacer de espaldas al resto de los alumnos, y no tenían que decirle a nadie cuál era la nueva contraseña.

-Nunca la introduzcáis donde alguien pueda veros -dijo.

-¿Alguien ha estado utilizando las contraseñas de los demás? -preguntó un niño. Por el tono en que lo dijo, seguro que le parecía una idea repugnante. ¡Qué desfachatez! A Bean le entraron ganas de echarse a reír.

-Debe cambiarlas todo el personal de la F.I., así que bien podríais empezar a acostumbraros ahora -dijo Dimak-. Todo el que utilice la misma contraseña durante más de una semana aparecerá en la lista negra.

Pero Bean dedujo que habían descubierto lo que estaba haciendo. Eso significaba que probablemente habían examinado sus sondeos durante las últimas semanas y que sabían lo que había averiguado. Puso la consola en marcha y borró su directorio de archivos seguros, por si existía la posibilidad de que no lo hubieran descubierto todavía. Todo lo que realmente necesitaba de allí lo había memorizado ya. Nunca volvería a confiar en la consola para algo que su memoria pudiera almacenar.

Después de desnudarse y envolverse en la toalla, Bean se encaminó hacia las duchas con los demás. Pero Dimak lo detuvo en la puerta.

-Hablemos -dijo.

-¿Qué hay de mí ducha?

-¿Qué ocurre? ¿De repente te preocupa la higiene?

Bean esperó la reprimenda por robar contraseñas. Sin embargo, Dimak se sentó a su lado en un camastro junto a la puerta y le formuló preguntas mucho más generales.

-¿Cómo te va por aquí?

-Bien.

-Sé que tus puntuaciones en las pruebas son satisfactorias, pero me preocupa que no estés haciendo muchos amigos.

-Tengo un montón de amigos.

-Quieres decir que conoces el nombre de un montón de gente y no te peleas con nadie.

Bean se encogió de hombros. No le gustaban estas preguntas más de lo que le habría gustado que le preguntaran cómo utilizaba su ordenador.

-Bean, el sistema que empleamos fue diseñado por un motivo. Consideramos varios factores cuando hemos de tomar nuestras decisiones referidas a las dotes de mando de los estudiantes. El trabajo en clase es una parte importante. Pero también lo es el liderazgo.

-Todo el mundo aquí está plenamente capacitado para liderar, ¿no? Dimak se echó a reír.

-Bueno, es cierto, pero no podéis ser líderes todos a la vez.

-Tengo la altura de un niño de tres años -constató Bean-. No creo que muchos niños estén ansiosos por empezar a saludarme.

-Pero podrías estar construyendo tu círculo de amistades. Los otros niños lo hacen. Tú no.

-Supongo que no tengo lo que hace falta para ser comandante. Dimak alzó una ceja.

-¿Tratas de decirme que quieres que te despidan?

-¿Acaso mis puntuaciones sugieren que tengo intención de suspender?

-¿Qué es lo que quieres? -preguntó Dimak-. No juegas con la consola, como los otros niños. Tu programa de ejercicios es extraño, aunque sabes que el programa estándar está diseñado para fortaleceros para la sala de batalla. ¿Significa eso que tampoco pretendes jugar a ese juego? Porque si eso es lo que pretendes, se te expulsará de verdad. Es el principal medio de que disponemos para evaluar las dotes de mando. Por eso toda la vida de la escuela gira alrededor de las escuadras.

-Lo haré bien en la sala de batalla -aseguró Bean.

-Si piensas que puedes hacerlo sin preparación, te equivocas. Una mente rápida no puede sustituir a un cuerpo fuerte y ágil. No tienes ni idea de las condiciones físicas que se exigen en la sala de batalla.

-Me atendré a las tablas gimnásticas estándar, señor,

Dimak se echó hacia atrás y cerró los ojos con un pequeño suspiro.

-Vaya, sí que eres obediente, ¿no?

-Intento serlo, señor.

-Eso es una mentira como una casa -dijo Dimak.

-¿Señor?

Estoy perdido, pensó Bean.

-Si dedicaras a hacer amigos la energía que dedicas a ocultar cosas a los profesores, serías el chico más querido de la escuela.

-Ese es Ender Wiggin, señor.

-¿Y crees que no hemos notado lo mucho que te obsesiona Wiggin?

-¿Que me obsesiona?

Bean nunca había vuelto a preguntar por él después del primer día. Nunca participaba en las charlas sobre las calificaciones. Nunca visitaba la sala de batalla durante las sesiones de práctica de Ender.

Oh. Qué error tan obvio. Estúpido.

-Eres el único novato que ha evitado por completo ver siquiera a Ender Wiggin. Conoces tan bien su horario que nunca estás en la misma sala que él. Eso requiere un verdadero esfuerzo.

-Soy un novato, señor. Él está en una escuadra.

-No te hagas el tonto, Bean. Esto es sólo una excusa. Decir una mentira inútil y obvia, esa era la regla.

-Todo el mundo me compara constantemente con Ender, porque cuando vine aquí era muy pequeño, y bajito. Quería ser yo mismo.

-Esta te la dejaré pasar por ahora, porque hay un límite en la mierda en la que quiero que chapotees -soltó Dimak.

Pero al decir lo que había dicho sobre Ender, Bean se preguntó si no podría ser cierto.

¿Por qué no debería él experimentar un sentimiento normal, como los celos? No era una máquina. Así que le ofendió un poco el hecho de que Dimak asumiera que tenía que haber algo más sutil. Que Bean mentía no importaba lo que dijera.

-Dime por qué te niegas a jugar al juego de fantasía.

-Me parece aburrido y estúpido -dijo Bean, sincero por una vez.

-No me lo trago. Para empezar, no es aburrido y estúpido para ningún otro niño de la

Escuela de Batalla. De hecho, el juego se adapta a tus intereses.

No tengo ninguna duda de eso, pensó Bean.

-Es pura inventiva -dijo-. Nada es real.

-Deja de esconderte un segundo, ¿quieres? -exclamó Dimak-. Sabes perfectamente que utilizamos el juego para analizar la personalidad, y por eso te niegas a jugar.

-Creo que ya han analizado mi personalidad de todas formas -dijo Bean.

-No te rindes nunca, ¿eh?

Bean no dijo nada. No había nada que decir.

-He estado mirando tu lista de lecturas -dijo Dimak-. ¿Vauban?

-¿Sí?

-¿Ingeniería de fortificaciones de la época de Luis XIV?

Bean asintió. Pensó en Vauban, en el modo en que sus estrategias se habían adaptado a la política financiera cada vez más precaria del rey. La defensa en profundidad había dado paso a una fina línea de defensas; se habían dejado de construir nuevas fortalezas y se dio preferencia a las que estaban mal ubicadas o eran innecesarias. La pobreza triunfó sobre la estrategia. Empezó a hablar sobre eso, pero Dimak lo interrumpió.

-Venga ya, Bean. ¿Por qué estás estudiando un tema que no tiene nada que ver con la guerra en el espacio?

Bean no tenía realmente una respuesta. Había estado trabajando en la historia de la estrategia desde Jenofontes y Alejandro hasta César y Maquiavelo. Vauban venía después. No había ningún plan: la mayoría de sus lecturas eran una tapadera para su trabajo informático clandestino. Pero ahora que Dimak se lo preguntaba, ¿qué tenían que ver, ciertamente, las fortificaciones del siglo diecisiete con la guerra en el espacio?

-No soy yo quien puso a Vauban en la biblioteca.

-Disponemos de todos los escritos militares que se encuentran en todas las bibliotecas de la flota. Nada más significativo que eso.

Bean se encogió de hombros.

-Te pasaste dos horas con Vauban.

-¿Y qué? Me pasé el mismo tiempo con Federico el Grande, y creo que no vamos a abrir zanjas en el campo, ni a pasar a bayoneta a todos los que rompan filas durante una avanzada.

-No leíste a Vauban, ¿verdad? -dijo Dimak-. Quiero saber qué estuviste haciendo.

-Leí a Vauban.

-¿Crees que no sabemos lo rápido que lees?

-Y también pensé en Vauban.

-Muy bien, pues, ¿en qué estuviste pensando?

-En lo que usted dijo. Cómo se aplica a la guerra en el espacio.

Con eso ganó un poco de tiempo. ¿Qué tiene que ver Vauban con la guerra en el espacio?

-Estoy esperando -insistió Dimak-. Muéstrame las reflexiones que te ocuparon dos

horas ayer.

-Bueno, por supuesto, las fortificaciones no tienen lugar en el espacio -explicó Bean-. En el sentido tradicional, claro. Pero se pueden erigir otras edificaciones. Como las minifortalezas, donde dejas una fuerza de salida ante la fortificación principal. Además, se pueden estacionar escuadras de naves para interceptar a los cazas. Y se pueden emplazar barreras. Minas. Campos de material a la deriva que provoquen colisiones con las naves que se mueven a toda velocidad, frenándolas. Ese tipo de cosas.

Dimak asintió, pero no dijo nada.

Bean empezaba a calentar la discusión.

-El verdadero problema es que, al contrario que Vauban, sólo tenemos un único punto que defender: la Tierra, Y el enemigo no se limita a una dirección. Podría venir de cualquier parte. De todas partes a la vez. Así que nos encontramos con el problema clásico de la defensa, elevado al cubo. Cuanto más se desplieguen nuestras defensas, más debemos tener, y si tus recursos son limitados, pronto tienes más fortificaciones que las que puedes dotar. ¿De qué sirven las bases en las lunas de Júpiter, de Saturno o de Neptuno, cuando el enemigo no tiene que pasar por ellas en el plano de la elipse? Puede pasar de largo todas nuestras fortificaciones. Como Nimitz y MacArthur usaron el salto bidimensional de isla en isla contra la defensa en profundidad de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial. Sólo que nuestro enemigo puede trabajar en tres dimensiones. Por tanto, no podemos mantener la defensa en profundidad. Nuestra única defensa es detectarlos pronto y componer una sola fuerza masiva.

Dimak asintió con un leve movimiento de cabeza. Su rostro no mostró ninguna expresión.

-Continúa.

¿Continuar? ¿No era suficiente para explicar dos horas de lectura?

-Bueno, entonces pensé que incluso eso estaba abocado al desastre, porque el enemigo es libre de dividir sus fuerzas. Así que, aunque interceptemos y derrotemos a noventa y nueve de cada cien escuadrones al ataque, sólo se precisa un escuadrón para causar una terrible devastación en la Tierra. Vimos cuánto territorio puede calcinar una sola nave cuando aparecieron por primera vez y empezaron a atacar China. Sólo con que llegaran diez naves en un solo día (y si se extienden lo suficiente, tendrían mucho más que un día), sería posible arrasar la mayoría de nuestros grandes centros de población. Todos nuestros huevos están en una sola cesta.

-Y sacaste todo eso de Vauban -concluyó Dimak.

Por fin. Al parecer, eso era suficiente para satisfacerlo.

-De pensar en Vauban, y también en el hecho que nuestro problema defensivo entraña una mayor dificultad.

-Bien -dijo Dimak-, ¿qué solución propones?

¿Solución? ¿Qué se creía Dimak que era él? ¡Estaba pensando en cómo controlar la situación allí en la Escuela de Batalla, no en cómo salvar al mundo!

-Creo que no hay ninguna solución -dijo Bean, para ganar tiempo otra vez. Pero, en cuanto lo dijo, empezó a creer que era cierto-. No tiene sentido intentar defender la Tierra. De hecho, a menos que tengan algún sistema defensivo que no conozcamos, como un medio de proteger todo un planeta con un escudo invisible, el enemigo es igual de vulnera- ble. Así que la única estrategia que tiene sentido es un ataque a gran escala. Enviar nuestra flota contra su mundo y destruirlo.

-¿Y si nuestras flotas se entrecruzan? -preguntó Dimak-. ¿Si destruimos nuestros

mundos mutuamente y lo único que nos quedan son las naves?

-No -respondió Bean, la mente al galope-. No, si enviamos una flota inmediatamente después de la Segunda Guerra Insectora. Después de que la fuerza de choque de Mazer Rackham los derrotase, haría falta tiempo para que les llegara la noticia de su derrota. Así que construimos una flota lo más rápidamente posible y la lanzamos de inmediato contra su mundo. De esa forma, la noticia de su derrota les llega al mismo tiempo que nuestro devastador contraataque.

Dimak cerró los ojos.

-Y ahora nos lo dices.

-No -dijo Bean, como si de pronto comprendiera que tenía razón en todo-, Esa flota se ha enviado ya. Antes de que nadie de esta estación naciera, se envió.

-Una teoría interesante-reconoció Dimak-. Naturalmente, estás equivocado en todos los puntos.

-No, no lo estoy -replicó Bean. Sabía que no estaba equivocado, porque Dimak trataba de fingir que estaba tranquilo. El sudor le resbalaba por la frente. Bean había dado con algo importante, y Dimak lo sabía.

-Quiero decir que tu teoría es cierta, es difícil la defensa en el espacio. Pero por duro que sea, tenemos que seguir en ello, y por eso estáis vosotros aquí. En cuanto al hecho de una supuesta segunda flota enviada... la Segunda Guerra Insectora agotó los recursos de la humanidad, Bean. Hemos tardado todo este tiempo en conseguir de nuevo una flota de tamaño razonable. Y en lograr unas armas más eficaces para la siguiente batalla. Si aprendiste algo de Vauban, deberías haber descubierto que no se puede construir más de lo que tienes recursos para mantener. Además, presupones que sabemos dónde se halla el mundo del enemigo. Pero tu análisis es válido en cuanto has identificado la magnitud del problema al que nos enfrentamos.

Dimak se levantó del camastro.

-Es bueno saber que no pierdes todo el tiempo de estudio infiltrándote en el sistema informático -comentó.

Fue la última frase que pronunció antes de salir de los barracones.

Bean se levantó y regresó a su propio camastro, donde se vistió. Ya había pasado el momento de la ducha, y no importaba de todas formas. Porque sabía que había dado en el clavo, con lo que le había dicho a Dimak. La Segunda Guerra Insectora no había agotado los recursos de la humanidad, de eso estaba seguro. Los problemas para defender un planeta eran tan obvios que la Flota Internacional no podría haberlos pasado por alto, sobre todo después de haber estado a punto de perder una guerra. Sabían que tenían que atacar. Construyeron la flota. La lanzaron. Se perdió. Era inconcebible que no hubieran tomado ninguna otra medida.

Entonces, ¿para qué era toda esta tontería de la Escuela de Batalla? ¿Tenía razón Dimak en que simplemente era para construir la flota defensiva alrededor de la Tierra y así contrarrestar cualquier ataque enemigo que la flota invasora propia hubiera pasado por el camino?

Si eso era cierto, no habría ningún motivo para ocultarlo. Ningún motivo para mentir. De hecho, toda la propaganda en la Tierra estaba dirigida a transmitir a la gente lo vital que era prepararse para la siguiente invasión insectora. Así que Dimak no había hecho más que repetir la historia que la Flota Internacional contaba a todo el mundo en la Tierra desde hacía generaciones. Sin embargo, sudaba a chorros. Lo que sugería que la historia no era cierta.

La flota defensiva alrededor de la Tierra estaba ya completamente equipada, ése era el problema. El proceso normal de reclutamiento habría sido suficiente. La guerra defensiva no requería brillantez, sólo estar alerta. Detectar pronto, interceptar con cautela, proteger con la reserva apropiada. El éxito dependía no de la calidad del mando, sino de la cantidad de naves disponibles y la calidad de las armas. No había ninguna razón para que existiera la Escuela de Batalla: la Escuela de Batalla sólo tenía sentido en el contexto de una guerra ofensiva, una guerra donde las maniobras, las estrategias y las tácticas tendrían un papel importante. Pero la flota ofensiva ya se había marchado. Por lo que Bean sabía, la batalla ya se había librado hacía años y la F.I. esperaba la noticia para saber si habían ganado o perdido. Todo dependía de a cuántos años luz de distancia se encontraba el planeta natal de los insectores.

Por lo que sabemos, pensó Bean, la guerra ha terminado ya, la F.I. sabe que hemos ganado, y simplemente no se lo han dicho a nadie.

El motivo era obvio. Lo único que había acabado con la guerra en la Tierra y había unido a toda la humanidad era una causa común: derrotar a los insectores. En cuanto se supiera que ya no existía ninguna amenaza insectora se daría rienda suelta a todas las hostilidades acumuladas. Ya fuera el mundo musulmán contra occidente, o el contenido imperialismo ruso y la paranoia contra la alianza atlántica, o el aventurerismo indio, o... o todos a la vez. El caos. Los recursos de la Flota Internacional serían divididos por comandantes amotinados de una facción u otra. Posiblemente ello significara la destrucción de la Tierra... a la que no contribuirían los fórmicos de modo alguno.

Eso era lo que la F.I. intentaba impedir. La terrible guerra caníbal que seguiría. Igual que Roma se deshizo en una guerra civil después de derrotar definitivamente a Cartago, sólo que mucho peor, porque las armas eran más temibles y los odios mucho más profundos, nacionales y religiosos en vez de las meras rivalidades personales entre los ciu- dadanos de Roma.

La F.I. estaba decidida a impedirlo.

En ese contexto, la Escuela de Batalla cobraba un sentido pleno. Durante muchos años, casi todos los niños de la Tierra habían sido examinados, y los que tenían capacidad para el mando militar eran enviados al espacio. Los mejores graduados de la Escuela de Batalla, o al menos aquellos más leales a la F.I., bien podrían ser utilizados para comandar ejércitos cuando se anunciara el esperado final de la guerra y se diera un golpe preventivo para eliminar a los ejércitos nacionales y unificar el mundo, de forma definitiva y permanente, bajo un solo gobierno. No obstante, el propósito principal de la Escuela de Batalla era sacar a esos niños de la Tierra para que no pudieran convertirse en comandantes de los ejércitos de ninguna nación o facción.

Después de todo, la invasión de Francia por las principales potencias europeas después de la Revolución Francesa hizo que el desesperado gobierno francés descubriera y ascendiera a Napoleón, aunque al final se hiciera con las riendas del poder en vez de defender solamente a la nación. La F.I. estaba decidida a que no hubiera Napoleones en la Tierra para liderar la resistencia. Todos los posibles Napoleones se hallaban en la Escuela de Batalla, vestidos con uniformes tontos y luchando unos con otros por la supremacía en un juego estúpido. Todo era una lista negra. Al quedarse con nosotros, han domado el mundo.

-Si no te vistes, llegarás tarde a clase -dijo Nikolai, el niño que dormía en el camastro de abajo, frente a Bean.

-Gracias -respondió Bean. Se quitó la toalla seca y se puso rápidamente el uniforme.

-Lamento haber tenido que decirle que estabas usando mi contraseña -dijo Nikolai. Bean se quedó de una pieza.

-Quiero decir, no sabía que eras tú, pero empezaron a preguntarme qué estaba buscando en el sistema de mapas de emergencia, y como no sabía de qué estaban hablando, no fue difícil suponer que alguien estaba firmando por mí, y aquí estás tú, en el lugar perfecto para ver mi consola cada vez que la pongo en marcha y... quiero decir, que eres muy listo. Pero eso no significa que te haya denunciado.

-No importa -dijo Bean.

-Pero ¿qué has descubierto en los mapas?

Hasta este momento, Bean habría pasado por alto la pregunta... y al niño. No gran cosa, sólo sentía curiosidad, eso es lo que habría dicho. Pero ahora todo su mundo había cambiado. Ahora era preciso comunicarse con los otros niños, no sólo para poder mostrar sus habilidades como líder ante los maestros, sino porque cuando la guerra estallara en la Tierra, y cuando el plan de la F.I. fracasara, como iba a fracasar, él sabría quiénes eran sus aliados y enemigos entre los comandantes de los diversos ejércitos nacionales y facciones.

Porque el plan de la F.I. fracasaría. Era un milagro que no hubiera fracasado ya.

Su éxito radicaba casi de un modo exclusivo en que millones de soldados y comandantes fueran más leales a la F.I. que a sus patrias, lo cual suponía un peligro. No, ello no iba a suceder. Era inevitable que la propia Flota Internacional se dividiera en facciones.

Sin embargo, no había duda de que los conspiradores eran conscientes de ese peligro. El número de conspiradores se habría reducido al máximo, quizás sólo hubiese quedado el triunvirato de Hegemón, Strategos y Polemarca y tal vez unas cuantas personas aquí en la Escuela de Batalla. Porque esta estación era el corazón del plan. Aquí era donde todos los comandantes dotados desde hacía dos generaciones habían sido íntimamente estudiados. Existían archivos de todos ellos: quién tenía más talento, quién era más valioso. Cuáles eran sus debilidades, tanto de carácter como de mando. Quiénes eran sus amigos. Cuáles eran sus lealtades. Cuáles de ellos, por tanto, deberían de tomar el mando de las fuerzas de la Flota Internacional en las guerras intrahumanas del futuro, y cuáles habrían de ser retirados del mando e incomunicados hasta que acabaran las hostilidades.

No era extraño que se mostraran preocupados por la falta de participación de Bean en su jueguecito mental. Eso lo convertía en un elemento desconocido. Lo hacía peligroso.

Pero ahora jugar era más peligroso que nunca. No jugar podría significar que estuvieran recelosos y temerosos, pero en cualquier movimiento que planearan contra él, al menos no sabrían nada sobre su personalidad. Mientras que sí jugaba, entonces podrían albergar menos sospechas..., pero si actuaban contra él, lo harían sabiendo toda la in- formación que el juego les proporcionara. Y Bean no confiaba en su habilidad para vencer en ese juego. Aunque intentara darles resultados equivocados, esa estrategia en sí misma podría decirles más sobre él de lo que quería que supieran.

Había también otra posibilidad. Podía estar completamente equivocado. Podía haber información clave de la que carecía. Tal vez no se había enviado ninguna flota. Tal vez no habían derrotado a los insectores en su mundo natal. Tal vez había realmente un esfuerzo desesperado por construir una flota defensiva. Tal vez.

Bean tenía que obtener más información para verificar que su análisis era correcto y que sus opciones serían válidas.

Y su aislamiento tenía que terminar.

-Nikolai -dijo Bean-, no creerías lo que he descubierto en esos mapas. ¿Sabes que hay

nueve cubiertas, no sólo cuatro?

-¿Nueve?

-Y eso sólo en esta rueda. Hay otras dos ruedas de las que no nos han hablado nunca.

-Pero las imágenes de la estación muestran una sola rueda.

-Esas imágenes fueron tomadas cuando sólo había una. Pero en los planos hay tres. Paralelas unas a otras, girando juntas.

Níkolai parecía pensativo.

-Pero eso son sólo los planos. Tal vez nunca llegaron a construir las otras ruedas.

-Entonces, ¿por qué tienen planos de ellas en el sistema de emergencia? Nikolai se echó a reír.

-Mi padre siempre dice que los burócratas nunca tiran nada.

Por supuesto. ¿Por qué no había pensado en eso? Sin duda, el sistema de mapas de emergencia había sido programado antes de que la primera rueda entrara en servicio. Así que todos esos mapas estarían ya en el sistema, aunque las otras ruedas no se construyeran nunca, aunque dos tercios del mapa no llegaran a colgarse nunca de una pared. Nadie se molestaría en entrar en el sistema y borrarlo.

-No se me había ocurrido -admitió Bean. Sabía, dada su reputación de inteligencia, que no podía hacer un cumplido mejor a Nikolai. Y, de hecho, pudo comprobarlo al ver la reacción de los otros niños en los camastros cercanos. Nadie había mantenido una conver- sación así con Bean antes. Nadie había pensado en nada que Bean no hubiera pensado antes. Nikolai se sonrojó de orgullo.

-Pero lo de las nueve cubiertas, tiene sentido -reconoció Nikolai.

-Ojalá supiera qué hay en ellas -dijo Bean.

-Sistemas de mantenimiento vital -aclaró la niña llamada Luna de Trigo-. Tienen que fabricar el oxígeno en alguna parte. Eso requiere un montón de plantas.

Entonces se unieron más niños a la conversación.

-Y personal. Sólo vemos a los profesores y a los nutricionistas.

-Y tal vez sí que construyeron las otras ruedas. No podemos afirmar lo contrarío. Todo el grupo empezó a especular. Y en el centro de todos, Bean.

Bean y su nuevo amigo, Nikolai.

-Vamos -dijo Nikolai-, llegaremos tarde a la clase de mates.


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