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80% Indira / Chapter 8: Lucha interna

Chapter 8: Lucha interna

La intervención de su amigo hizo reaccionar a Antonio, quien soltó el cuello de fray Juan. Éste último rodó sobre su costado derecho y comenzó a toser luego de que sus vías respiratorias fueron liberadas. Gonzalo se puso en medio de ambos hombres.

—¿Qué te pasa Antonio? ¿Estás loco?

Montejo lo ignoró y mantuvo su mirada llena de rabia contra el pobre misionero, que apenas se recuperaba del ataque. Gonzalo volvió a hablar.

—Fray Aguilar, ¿puede levantarse? —dijo sin mostrar un gramo de amabilidad y sólo lo miró desde arriba.

El religioso se levantó con mucho esfuerzo, las piernas le temblaban y le faltaba el aire. Su mente era una maraña de ideas y estaba confundido. Apenas pudo contestar.

—Cof... cof... estoy bien... gracias.

—Perfecto, retírese —ordenó Gonzalo sin mirarlo.

Fray Juan caminó hacia la puerta sin voltear a ver a ambos hombres y salió de la cabina. Gonzalo esperó a que estuviera solo con Antonio para luego cerrar la puerta. Después tomó asiento y cruzó los brazos como un padre molesto que quiere escuchar la versión de su hijo que se había portado mal.

Conocía a Antonio desde que tenían 15 años y en el tiempo en que llevaban juntos como compañeros de aventuras, no lo había visto actuar de esa manera.

Recordó que la primera vez que vio a Montejo fue en un barco de carga que iba al reino. Él había nacido en España y sabía lo difícil que era que un mestizo como Antonio consiguiera lugar en una tripulación. A pesar de ello, los capitanes buscaban a su amigo por su inteligencia y arrojo en viajes peligrosos.

Su personalidad fría y ecuánime hacían de Antonio el candidato perfecto para domar las aguas del pacífico. Por eso le extrañaba ver que actuara de esa manera tan infantil por una niña extranjera.

El silencio en la habitación duró bastante tiempo, hasta que Antonio rompió el hielo.

—Creo que me estoy volviendo loco.

—Eso parece —señaló Gonzalo mirándolo serio.

—Tú sabes que no soy así, pero Indira me la recuerda —continuó Montejo, mientras se rascaba el cuello.

—¿A quién? Si se puede saber —preguntó intrigado su amigo, quien le sorprendió que Antonio tuviera más secretos a pesar de que lo conocía desde hacía años.

—Indira se parece a una joven que conocí antes de comenzar mi vida como marinero...

Luego de escuchar esto, el segundo al mando abrió los ojos como enormes platos e intentó hablar, pero no se le ocurrió nada por la impresión. Sólo pudo pensar: "¡Vaya! Este hombre tiene corazón después de todo".

—Decidí irme a la mar por esa chica —continuó relatando con amargura—. Quería ganar mucho dinero y poder casarme con ella. Pero...

—¿Se casó con otro? —interrumpió otra vez Gonzalo, quien supuso que el motivo de la frialdad de Antonio era un mal de amores.

Antes de que pudiera responder, el barco se sacudió violentamente, lo que ocasionó que ambos hombres perdieran el equilibrio. En ese momento un mozo entró a la cabina sin avisar.

—Perdone mi capitán, pero hay una terrible tormenta y varias velas se han roto con el viento.

Luego de que el marino diera parte de la situación, Antonio caminó hacia la puerta con un aura totalmente diferente. Parecía que habría vuelto aquel hombre frío que dominaba cualquier ola salvaje. Sin mayor dilación, su amigo también lo siguió.

Montejo subió a popa y vio cómo sus hombres luchaban contra el viento y las olas que inundaban la cubierta. Caminó hacia el timón y lo tomó tan fuerte, que todo su cuerpo parecía fusionarse con el barco. En ese momento sintió que la furia de la tormenta era suficiente para desahogar la ira que le carcomía.

Al ver a su amigo enfrentarse al mar embravecido de esa manera, prefirió dar órdenes a la tripulación para que mantuvieran el barco a flote. Sabía que Montejo no estaba en sus cabales y todos podrían terminar en el fondo del mar si alguien cometía un error.

En tanto, Antonio sentía que las olas que chocaban contra su barco lo llenaban de energía. Parecía un monstruo que luchaba contra la tormenta, ya que agarraba el timón con una fuerza descomunal, ocasionando que por ratos perdiera el gobierno del navío.

Ya no era el ecuánime capitán que con su experiencia libraba sin ningún esfuerzo cualquier tormenta. A pesar de que sus años como marinero sirvieron para enterrar aquellos recuerdos que lo torturaban, ahora la herida había sido abierta de nuevo.

Por otro lado, Gonzalo, que seguía luchando por ayudar a mantener el barco a flote, se dio cuenta de que Antonio estaba en una lucha contra sí mismo, al notar que sus ojos mostraban una oscuridad que jamás había visto.

Como su amigo movía bruscamente el timón, Gonzalo pensó que sería mejor mandarlo a descansar a su camarote, sin embargo dejó atrás aquel pensamiento y decidió continuar trabajando para mantener el gobierno del barco.

Tan terrible era la tormenta, que las fuertes olas movían con violencia a "La Castiza" y la tripulación se resbalaba en su intento por evitar que las velas y cuerdas resultaran dañadas. Incluso algunos hombres estuvieron a punto de caer al mar. A pesar de esto, Antonio no se inmutaba por los gritos de sus marinos.

Después de una hora, la tormenta amainó y el mar volvió a la calma. La tripulación comenzó a revisar los daños y a ayudar a los heridos. Luego de la inspección, Gonzalo se dirigió a Antonio para darle su informe sobre el estado del barco.

Cuando se acercó, notó que su amigo tenía una postura calmada. Era como si la fuerte lluvia hubiera lavado su corazón, llevándose con ella el dolor que guardaba en su pecho.

—Antonio —lo llamó.

—Dime —contestó el capitán sin voltear a ver a su amigo.

—Me informan que hay 20 hombres con heridas leves, entre la tripulación de cubierta y los que estaban en el camarote. El resto de los marinos, incluidos las prisioneras y el religioso resultaron ilesos.

Cuando Gonzalo hizo mención de fray Aguilar, un brillo asesino se apoderó de la mirada de Antonio, agarrando con furia el timón. Su amigo al notar la repentina ira, suspiró y trató de desviar su atención para que olvidara su incidente con Indira y el misionero.

—En general, salimos bien librados de esta tormenta, ya que las provisiones y mercancías están intactas. La pólvora también se salvó. Ahora los hombres están sacando el agua que entró al camarote y otros se encargan de reparar las dos velas que resultaron dañadas por la tormenta...

Antes de que continuara dando su reporte, Montejo lo interrumpió.

—¿Cómo está Indira?

El segundo al mando abrió los ojos sorprendido y sólo pensó: «Vaya, no le importa nadie más que Indira».

—Está bien, ella estaba dormida cuando fui a su camarote —respondió sin meditar.

—¿Entraste a su camarote sin mi permiso? —gritó lleno de rabia.

Gonzalo se sorprendió de los celos repentinos de su amigo, pero respiró profundo y contestó serio.

—Calma, sólo abrí la puerta y desde ahí vi que ella estaba en su cama.

—¿Entonces cómo sabes que estaba dormida? —reclamó.

—Porque cuando abrí la puerta, noté que ella no se movió, ¿contento? —respondió impaciente Gonzalo.

Al escuchar esto, Antonio soltó el timón y ordenó a uno de sus hombres que lo tomara.

—Jonás, toma el timón —gritó mientras se dirigía a toda prisa al camarote de Indira. Sus pasos eran tan fuertes, que todos en cubierta temblaron y se apartaban del camino del capitán.

Gonzalo intentó seguirlo, pero Antonio se volteó de golpe y con una mirada llena de furia, le ordenó:

—Tú quédate aquí y revisa el curso.

El segundo al mando no esperó a que se lo repitieran y se quedó en su sitio.

Antonio llegó a la puerta del camarote de Indira y abrió con violencia la puerta, ocasionando que ésta se azotara contra el muro. A pesar del ruido, la joven no se despertó y sólo se movió para acomodarse en la cama.

El capitán se sorprendió del sueño pesado de la joven. Respirando de alivio, entró a la habitación y cerró la puerta tras de él. Entonces se acercó a la cama y al llegar, se inclinó para ver de cerca a Indira.

Durante varios minutos observó cada detalle del rostro de la niña. Sus cejas gruesas y pestañas pobladas resultaban irresistibles para el corazón del iracundo capitán. Aunque su tono de piel era más moreno, toda ella le recordaba a Fátima, su amor imposible.


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