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52.08% Las mil y una noche / Chapter 25: HISTORIA DE EL-HADDAR, SEGUNDO HERMANO DEL BARBERO

Chapter 25: HISTORIA DE EL-HADDAR, SEGUNDO HERMANO DEL BARBERO

HISTORIA DE EL-HADDAR, SEGUNDO HERMANO DEL BARBERO

"Sabe, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que mi segundo hermano se llama El-Haddar, porque muge co- mo un camello, Y además está mellado. Como oficio no tiene ninguno, pero en cambio me da muchos dis- gustos. Juzgad con vuestro entendimiento al oír esta aventura.

Un día que vagaba sin rumbo por las calles de Bagdad, se le acercó una vieja y le dijo en voz baja: "Es- cucha, ¡oh ser humano! Te voy a hacer una proposición, que puedes aceptar o rechazar, según te plazca," Y mi hermano se detuvo, y dijo: "Ya te escucho," Y la vieja prosaguió: "Pero antes de ofrecerte esa cosa, me has de asegurar que no eres un charlarán indiscreto." Y mí hermano respondió "Puedes decir lo que quie- ras," Y ella le dijo: "¿Que te parecería un hermoso palacio, con arroyos y árboles frutales, en el cual corrie- se el vino en las copas nunca vacías, en donde vieras caras arrebatadoras, besaras mejillas suaves, y disfru- taras de otras cosas por el estilo, gozando desde la noche hasta la mañana? Y para disfrutar de todo esto, no necesitarías más que avenirte a una condición." Mi hermano El-Haddar replicó a estas palabras de la vieja: "Pero ¡oh señora mia! ¿cómo es que vienes a hacerme precisamente a mí esa proposición, excluyendo a otra cualquiera entre las criaturas de Alah? ¿Qué has encontarado en mí para preferirme?" Y la vieja con- testó: "Ya te he dicho que ahorres palabras, que separ callar, y conducirle en silencio. Sígueme, pues, y no hables más." Después se alejó precipitadamente. Y mi hermano, con la esperanza de todo lo prometaido, echó a andar detrás de ella, hasta que llegaron a un palacio magnífico, en el cual entró la vieja e hizo entrar a mi hermano Haddar. Y mi hermano vio que el interior del palacio era muy bello, pero que era más bello aún lo que encerraba. Porque se encontró en medio de cuatro muchachas como lunas. Y esas jóvenes esta- bas tendidas sobre riquísimos tapices y entonaban con una voz deliciosa canciones de amor.

Después de las zalemas aeostumbradas, una de ellas se levantó, llenó una copa y la bebió. Y mi hermano Haddar le dijo:' "Que te sea sano y delicioso y aumente tus fuerzas." Y se aproximo a la joven, para tomar la copa vacía y ponerse a sus órdenes. Pero ella llenó inmediatamente la copa y se la ofreció. Y Haddar, co- giendo la copa, se puso a beber, Y mientras él bebía, la joven empezó a acariciarle la nuca pero de pronto

lee gdpeó con tal saña, que mi hermana acabó por enfadarse. Y se levantó para irse, olvidando su promesa de soportarlo todo sin protestar. Y entonces se acercó la vieja y le guiñó el ojo, como diciéndole: "¡No ha- gas eso! Quédate y aguarda hasta, el fin." Y mi hermano obedeció, y hubo de sopórtar pacientemente todos los caprichos de la joven. Y las otras tres porfiaron en darle bromas no menos pesadas: una le tiraba de las orejas como para arrancárselas, otra le daba capirotazos en la nariz, y la tercera le pellizcaba con las uñas. Y mi hermano lo tomaba con mucha resignación, porque la vieja le seguía haciendo señas de que callase. Por fin, para premiar su paciencia, se levantó la joven más hermosa y le dijo que se desnudase. Y mi her- mano obedeció sin protestar. Y entonces la joven cogió un hisopo, le roció con agua de rosas, y le dijo: "Me gustas mucho, ¡ojo de mi vida! Pero me fastidian las barbas y los bigotes, que pinchan la piel. De mo- do que, si me quieres, te has de afeitar la cara." Y mi hermano contestó: "Pues eso no puede ser, porque se- ría la mayor vergüenza que me podría ocurrir." Y ella dijo: "Pues no podré amarte de otro modo. No hay más remedio." Y entonces mi hermano dejó que la vieja le llevase a una habitación contigua, donde le cortó la barba y se la afeitó, y después los bigotes y las cejas. Y luego le embadurnó la cara con colorete y pol- vos, y lo condujo a la sala donde estaban las jóvenes. Y al verle les entró tal risa, que se doblaron.

Después se le acercó la más hermosa de aquellas jóvenes y le dijo: "¡Oh dueño mío! Tus encantos acaban de conquistar mi alma. Y sólo he de pedirte un favor, y es que así, desnudo como estás y tan lindo, ejecutes delante de nosotras una danza que sea graciosa y sugestiva." Y como El-Haddar no pareciese muy dis- puesto, prosiguió la joven: "Te conjuro por mi vida a que lo hagas. Y después lograrás de mí lo que tú sa- bes." Entonces, al son de la dorabuka, manejada por la vieja, mi hermano se ató a la cintura un pañuelo de seda y se puso a bailar en medio de la sala.

Pero tales eran, sus gestos y sus piruetas, que las jóvenes se desternillaban de risa, y empezaron a tirarle cuanto vieron a mano: los almohadones, las frutas, las bebidas y hasta las botellas. Y la mas bella de todas se levantó entonces y fue adoptando toda clase de posturas, mirando a mi hermano con ojos como entor- nados. Y El-Haddar, que había interrumpido el baile tan pronto como vio a la joven en ese estado, llegó al límite más extremo.

Pero entonces se le acercó la vieja y le dijo: "Ahora te toca correr detrás de ella. De modo que la vas a perseguir por todas partes, de habitación en habitación, hasta que la puedas atrapar."

En este, momento de su narración, Schahrazáda vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ LA 31a NOCHE Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el barbero prosiguió su relato en esta forma:

"Mi hermano, Haddar, empezó a perseguir a la joven, que, ligera, huía de él y se reía. Y las otras jóvenes y la vieja, al ver correr a aquel hombre con su rostro pintarrajeado, sin barbas, ni bigotes, ni cejas, se mo- rían de risa y palmoteaban Y golpeahan el suelo con los pies.

Y la joven, después de dar dos vueltas a la sala, se metió por un pasillo muy largo, y luego cruzó dos ha- bitaciones, una tras otra, siempre perseguida por mi hermano, completamente loco. Y ella, sin dejar de co- rrer, reía con toda su alma, moviendo las caderas.

Pero de pronto desapareció en un recodo, y mi hermano fue a abrir una puerta por la cual creía que había salido la joven, y se encontró en medio de una calle. Y esta calle era la calle en que vivían los curtidores de Bagdad. Y todos los curtidores vieron a El-Haddar afeitado de barbas, sin bigotes, las cejas rapadas y pin- tado el rostro como una mujer. Y escandalizados, se pusieron a darle correazos, hasta que perdió el cono- cimiento. Y después le montaron en un burro, poniéndole al revés, de cara al rabo, y le hicieron dar la vuelta a todas los zocos, hasta que lo llevaron al walí, que les preguntó: "¿Quién es ese hombre?" Y ellos contestaron: "Es un desconocido que salió súbitamente de casa del gran visir. Y lo hemos hallado en este estado." Entonces el walí mandó que le diesen cien latigazos en la planta de los pies, y lo desterró de la ciudad. Y yo ¡oh Emir de los Creyentes! corrí en busca de mi hermano, me lo traje secretamente y le di hospedaje. Y ahora lo sostengo a mi costa. Comprenderas que si yo no fuera un hombre lleno de entereza y de cualidades, no habría podido soportar a semejante necio.

Pero en lo que se refiere a mi tercer hermano, ya es otra cosa, como vas a ver.


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