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89.6% EL Mundo del Río / Chapter 250: El volcán (3)

Chapter 250: El volcán (3)

Cada año hago un donativo por el importe de un caso respondió Parry, sonriendo a su vez y estrechándole la mano. Además, en esta ocasión creo que sería yo quien pagaría a mi cliente.

Ed Malone saludó a Seton y añadió:

He averiguado ciertas cosas que no he tenido tiempo de comunicarte. Los vecinos dicen que el volcán es obra de Dios, que lo ha hecho aparecer para castigar a los Havik. No se les aprecia demasiado por aquí. Son reservados, rara vez acuden a la iglesia, están borrachos noche y día y son muy desaliñados. Y, sobre todo, a los vecinos no les gusta como tratan a Bonnie aunque, como dicen ellos, sea «un tanto rara».

¿Qué hay de Tízoc?

Nadie le ha visto. Claro que nadie se ha puesto a buscarle tampoco. Bonnie no le ha dicho nada al sheriff porque teme que vaya a contárselo a su familia, en cuyo caso lo pasaría mal. Debe andar intentando salir para verte pero

Una detonación como la de varios cartuchos de dinamita estallando a la vez les hizo arremolinarse. Gritaron atemorizados junto con la gente que les rodeaba al ver una masa al rojo blanco que se les venía encima. Echaron a correr y oyeron tras de sí un resquebrajamiento. Al darse la vuelta, vieron un agujero que echaba humo en la parte trasera del granero.

El grito de «¡Fuego!» se elevó entre la multitud. Parry y los demás rodearon el granero a toda prisa y desde la parte delantera se asomaron al interior. La roca incandescente había aterrizado sobre un montón de heno, junto a la pared posterior, provocando el incendio de ambos. Las llamas se estaban propagando rápidamente hacia los establos, donde los tres caballos que albergaban relinchaban y coceaban frenéticamente. Desde los corrales, junto a la pared anterior del edificio, llegaban los agudos y aterrorizados chillidos de los cerdos.

Durante los fútiles esfuerzos que se llevaron a cabo para salvar el granero, Parry identificó a los Havik. El fuego les había hecho salir a todos de la casa. Henry Havik era un hombre muy alto y delgado de unos cincuenta y siete años de edad, calvo, con la nariz rota, las encías inflamadas y los labios gruesos. La nariz también era bulbosa y estaba cubierta de venitas reventadas; las erupciones del whisky. Cuando lo tuvo cerca, Parry advirtió que su aliento apestaba a alcohol y a dientes cariados. El aspecto de sus hijos, Rodeman y Albert, era la versión juvenil del que su padre ofrecía. Trascurridos veinte años, o menos, sus rostros estarían tan cubiertos de venitas reventadas y sus dientes tan cariados como los de su padre.

Bonnie había logrado salir durante la confusión y, aunque hubiera debido preocuparse del granero, era evidente que buscaba a Parry. Al ver a Malone se le

acercó, al tiempo que este señalaba a Parry. Tenía tan sólo veintiún años, pero las profundas arrugas de su rostro, la notoria cicatriz que surcaba su mejilla izquierda y el andrajoso y holgado vestido que llevaba le hacían parecer mayor. De no estar tan revuelto, su cabello rubio habría resultado atractivo. En realidad, limpia, arreglada y bien vestida, sería guapa, se dijo Parry. De todos modos, había algo salvaje e inquietante en aquellos pálidos ojos azules.

El granero seguía echando humo mientras los hombres, entre toses y juramentos, sacaban de allí a los caballos y a los cerdos al tiempo que otros formaban una hilera de cubos. Como los Havik no tenían teléfono, el sheriff tuvo que salir a toda prisa en su coche para avisar a los bomberos. Parry le hizo un gesto a Malone y Bonnie le siguió, dirigiéndose los tres hacia el otro lado de la casa. Le hubiera gustado apostar a Seton, como centinela, pero el chófer se había perdido entre la barahúnda.

No hay tiempo ni necesidad de presentaciones dijo Parry. Háblame de

Juan Tízoc, Bonnie. Todo esto tiene que ver con él ¿verdad?

Es usted muy listo, señor Parry repuso ella. Sí, así es. Cuando Padre contrató a Juan, no le presté mucha atención. Era bajo y moreno, parecía un indio, y tenía un acento extraño. También era cojo. Me explicó que, de pequeño, un turista americano que marchaba a toda velocidad le había atropellado y que nunca había podido volver a andar derecho desde entonces. A veces aquello le amargaba, pero cuando estaba conmigo se pasaba la mayor parte del tiempo riendo y bromeando. Eso fue lo que, al principio, hizo que me gustara tanto, Sepa que antes de que él llegara, no había muchas oportunidades de reír por aquí. No sé cómo, porque tampoco es que le viera demasiado, pero me hizo la vida más fácil; los días me parecían bordeados por una aureola de luz, aunque en sí no fueran muy luminosos. Madre y Padre seguían agobiándole en el trabajo; trabajaba mucho, pero ellos no parecían nunca satisfechos y no dejaban de insultarle, de gritarle y hasta se ponían quisquillosos con la comida. Pero él sabía encontrar tiempo para mí

Si tan mal le trataban ¿por qué no se marchó?

Estaba enamorado de mí repuso ella, apartando la vista.

¿Y usted?

Yo le amaba respondió con voz apenas audible. Gimió un poco y dijo:

¡Y ahora se ha ido, me ha dejado! Y tras una breve pausa, añadió: ¡Pero no puedo creer que quisiera dejarme!

¿Por qué no?

¡Le diré por qué! Los dos sabíamos perfectamente lo que cada uno sentía por el otro sin haber cruzado una sola palabra sobre ello ¡Y puede estar seguro de que buscamos las palabras adecuadas! Supongo que si yo hubiera sido mejicana me lo habría dicho hace tiempo, pero él sabía que respecto a la gente de Roosville era igual

que un negro. Y yo le quería, pero también me avergonzaba de ello. Al mismo tiempo, no creía posible que ningún hombre, ni siquiera un mejicano, me amara.

Se tocó la cicatriz.

Siga dijo Parry.

Acababa de darles el forraje a los caballos, cuando Juan entró en el granero. Miró a su alrededor y, al ver que no había nadie más, vino directamente hacia mí. Me di cuenta enseguida de lo que iba a hacer, así que me eché en sus brazos y comencé a besarle. Me estaba diciendo, entre besos, lo mucho que odiaba a los gringos, especialmente a mi familia, y cuánto deseaba que acabaran todos en el infierno, excepto yo, naturalmente, porque me quería tanto, cuando

Rodeman Havik pasó en aquel momento frente a la puerta del granero y los vio. Llamó a su padre y a su hermano, y los tres juntos entraron en el granero y se abalanzaron sobre Tízoc. Este logró derribar a Rodeman, pero el padre y Albert saltaron sobre él y comenzaron a golpearle y a darle patadas. Entonces apareció la madre de Bonnie y, con la ayuda de Rodeman, arrastraron a Bonnie hasta la casa y la encerraron en el sótano.

Y esa fue la última vez que le vi dijo con los ojos bañados en lágrimas. Padre dijo que le había echado de la granja y que le había dicho que le mataría si no se iba de la región. Y luego me pegó. Dijo que merecía que me matara, porque ninguna mujer blanca decente dejaba que un desharrapado le pusiera la mano encima. Pero soy tan fea que me sentía afortunada de que incluso un desharrapado se hubiera fijado en mí.

¿Por qué la odia tanto su padre? preguntó Parry.

¡No lo sé! exclamó ella sollozando. ¡Pero me gustaría tener el suficiente valor como para matarme!

¡No te preocupes! ¡Ya te ayudaré yo! vociferó alguien.


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