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86.37% EL Mundo del Río / Chapter 241: El Mundo del Río y otras historias (9)

Chapter 241: El Mundo del Río y otras historias (9)

Inteligencia informó que Kramer no estaba utilizando todas sus fuerzas. Aunque teóricamente poseía disponibles los suficientes soldados y marineros como para abrumar tanto Nueva Albión como Ormondia, de hecho temía retirar demasiadas fuerzas de sus estados sometidos. Sus guarniciones en ellos estaban compuestas por una minoría de hombres de Deusvolens y una mayoría de colaboradores de los estados ocupados. Mantenían a la gente aterrorizada y habían construido muros de tierra y madera en las fronteras y estacionado tropas en fuertes a lo largo de ellas. Las copias de la mayor parte de los ciudadanos estaban almacenadas en lugares bien custodiados y solamente salían de allí durante los momentos de carga. Cualquiera que deseara huir o bien tenía que robar su copia o matarse para resucitar en algún otro lugar del Río con una nueva copia. Lo primero era casi imposible de hacer, y el segundo recurso era empleado tan sólo por los más valientes o más desesperados.

De todos modos, si Kramer debilitaba excesivamente sus guarniciones, podía encontrarse con una docena de revoluciones a la vez.

Por lo que decían los espías de Stafford, Kramer había tomado discretamente dos de cada diez de sus soldados y marineros en los estados sometidos y los había trasladado a Deusvolens y Felipia, el estado contiguo a su frontera norte. Su flota estaba estacionada a lo largo de las orillas del Río en una larga línea. Pero los soldados y las embarcaciones podían ser reunidos en cualquier momento durante la noche. Cuál sería esa noche era algo, por supuesto, que se desconocía.

Los espías de Kramer saben que tú y Yeshua y Bithniah estáis aquí dijo Stafford a Mix. Tú crees que va a atacar a Nueva Albión simplemente para haceros volver a vosotros tres. Yo no lo creo. ¿Por qué deberíais ser tan importantes para él?

Otros han escapado de él dijo Mix, pero nunca de una forma tan pública. Lo noticia ha circulado por todas partes, él lo sabe, y se siente humillado. Además, teme que otros puedan tener la misma idea. De todos modos, creo que lo que está planeando es extender sus conquistas, y nosotros simplemente lo hemos estimulado a actuar más pronto de lo que pretendía.

»Lo que hará será pasar más allá de Libertad y Ormondia y atacarnos a nosotros. Si toma Nueva Albión, entonces podrá iniciar su habitual movimiento de tenaza. Fueron enviados mensajeros a Ormondia, y el duque y su consejo se encontraron con Stafford y su consejo en la frontera. Pasaron la mitad de la noche intentando conseguir que el duque aceptara unirse a ellos en un ataque por sorpresa. El resto de la noche y toda la mañana fueron empleados en discutir acerca de quién debería ser el general supremo. Finalmente, Stafford aceptó que Ormonde tomara el mando. No le gustaba hacerlo, puesto que creía que el duque no era tan capaz como él. Además, los nuevoalbionenses no se sentirían felices sirviendo a sus órdenes. Pero Stafford

necesitaba a los ormondianos.

Sin pararse siquiera a echar una cabezada, Stafford cruzó entonces el Río para conferenciar con los gobernantes de los dos estados «Hunos». Sus espías les habían informado que Kramer estaba planeando otra invasión. Estaban muy preocupados al respecto, puesto que Kramer nunca había atacado al otro lado del Río. Stafford les convenció finalmente de que Kramer acabaría atacándoles. Regatearon, sin embargo, exigiendo la mayoría en el botín. Stafford y el agente del duque, Robert Abercrombie, terminaron aceptando reluctantes.

El resto del día fue empleado en hacer planes para la disposición de los buques hunos. Hubo muchos problemas al respecto. Hartashershes y Dherwishawyash, los gobernantes, discutieron acerca de quién debería tomar la precedencia en el ataque. Mix indicó a Stafford que les sugiriera que los botes llevando a los gobernantes navegarían lado contra lado. Así los dos podrían desembarcar al mismo tiempo. A partir de ahí, cada cual se las arreglaría por su lado.

Pero todo esto puede irse al garete le dijo Stafford a Mix. ¿Quién sabe lo que los espías de Kramer han descubierto? Puede que haya algunos incluso entre mi propio estado mayor o el de los Hunos. Y aunque no sea así, los observadores en las colinas nos observarán.

Los soldados en Nueva Albión y Ormondia estaban registrando las colinas en busca de espías. Para evitar ser descubiertos, estos deberían permanecer escondidos, incapaces de encender señales de fuego o golpear sus tambores transmisores. Algunos podían haberse deslizado por entre los cazadores para llevar su información a pie o en bote. Eso, sin embargo, tomaría tiempo.

Mientras tanto, enviados de Nueva Albión habían partido hacia tres de los estados al sur de sus fronteras. Iban a intentar conseguir su ayuda en forma de gente o embarcaciones para el ataque.

Tom, al final de la noche, había sido promovido a capitán. Se suponía que debía llevar el casco y la coraza de piel reforzados con huesos de los soldados albionianos, pero insistió en seguir llevando su sombrero de cowboy. Stafford se sentía demasiado cansado como para oponérsele.

Pasaron dos días y dos noches. Durante este tiempo, Mix consiguió dormir algo. Por la tarde del tercer día, decidió que necesitaba alejarse un poco de todo aquel ruido y agitación. Había tanto barullo que no podía encontrar ningún lugar tranquilo para dormir. Subiría a las colinas y encontraría un rincón apacible donde echar una cabezada, si eso era posible. Aún había grupos de búsqueda por todas partes.

Primero, sin embargo, pasó a ver a Bithniah. Vivía ahora con uno de los hombres cuya compañera había perecido durante la lucha en el Río, y parecía bastante feliz con él. No, ella no había visto al «monje chiflado», como le llamaba. Mix le informó de que había visto a Yeshua de vez en cuando, desde lejos. Había estado cortando

pinos con su hacha, pero Mix no sabía con qué finalidad.

En su camino a las colinas, tropezó con Delores. Estaba en un grupo de trabajo que transportaba troncos de bambú gigante a la orilla. Su finalidad era reforzar los muros de madera que señalaban la frontera de Nueva Albión por el lado del agua. Parecía cansada y sucia y en absoluto feliz. Sin embargo, no era lo duro del trabajo lo que la hizo mirar a Mix con ojos llameantes. Ni una vez habían tenido tiempo ni energías para hacer el amor.

Tom le sonrió y le dijo:

¡No te preocupes, querida! ¡Estaremos juntos todo el tiempo que queramos cuando todo esto haya terminado! ¡Y te haré la mujer viva más feliz!

Delores le contestó diciéndole lo que podía hacer con su sombrero. Tom se echó a reír y dijo:

Superarás todo esto, ya lo verás.

Ella no respondió. Se inclinó y cogió de nuevo la cuerda atada al tronco, y tiró de ella junto con otra mujer para hacerle coronar la cresta de la colina.

A partir de ahora todo es cuesta abajo dijo Tom.

No, para ti no le respondió ella por encima del hombro.

Él se echó a reír de nuevo, pero, cuando se dio la vuelta, frunció el ceño. No era culpa suya el que ella se hubiera visto integrada a un equipo de trabajo. Y él lamentaba tanto como ella, más incluso, el no haber podido tener una luna de miel.

La siguiente colina era una babel de ruidos, con las hachas de piedra cortando las enormes plantas de bambú, los gruñidos de los hacheros, y las órdenes gritadas por los capataces de ambos sexos. Luego se encontró en una colina aún más alta, sólo para descubrir que allí tampoco había ningún lugar adecuado para dormir. Siguió adelante, sabiendo que cuando llegara a la montaña en sí, no iba a encontrar a ningún ser humano. Sin embargo, estaba empezando a sentirse cansado e impaciente.

Se detuvo cerca de la cima de la última colina para sentarse y recuperar el aliento. Allí los enormes árboles de hierro crecían muy juntos, y entre ellos había una hierba alta. No podía ver a nadie, pero podía oír débilmente las voces y las hachas. Quizá debiera simplemente echarse un poco allí. La hierba no era blanda, picaba, pero estaba tan cansado que aquello no iba a importarle. Abrió su capa y colocó su sombrero sobre su rostro, y se preparó para hundirse rápidamente en un bien merecido sueño. No había insectos que treparan sobre él o le picaran, no había ni hormigas ni moscas ni mosquitos. Como tampoco le molestaba el grito de ningún pájaro.

Se levantó y se quitó su blanca capa y la extendió sobre la hierba. Los calientes rayos del sol caían sobre él entre dos árboles de hierro; la alta hierba formaba como un muro a su alrededor. ¡Ah!

Stafford debía estarle buscando en aquellos momentos. Peor para él.

Se estiró, luego decidió quitarse sus botas militares. Sus pies ardían y estaban sudados. Se sentó y deslizó una bota fuera de su pie derecho, y empezó a quitarse el calcetín de hierba tejida. Se detuvo. ¿Había oído un roce entre la hierba que no había sido producido por el viento? Sus armas estaban a su lado, un tomahawk de cuarzo y un cuchillo de pedernal y un bumerán, todo ello sujeto a su cinturón. Sacó las tres cosas, dejando el bumerán sobre la capa, y sujetando el tomahawk en su mano derecha y el cuchillo en su izquierda.

El roce se había interrumpido, pero al cabo de un minuto se reanudó. Se alzó cautelosamente y miró por encima de la hierba. Allí, a siete metros de distancia, en dirección a la montaña, la hierba estaba aplastándose, luego alzándose de nuevo. Por un momento no pudo ver al transeúnte. O era más corto que las altas hojas, o andaba inclinado.

Luego vio una cabeza alzarse entre el verdor. Era un hombre de piel obscura, pelo negro, y rasgos hispánicos. Aquello no era significativo, puesto que la zona estaba llena de hombres como él, todos ellos buenos ciudadanos, algunos de ellos refugiados de Deusvolens y Felipia. La furtividad del hombre, sin embargo, indicaba que no estaba comportándose como alguien que perteneciera por derecho propio a aquel lugar.

Podía tratarse de un espía que estuviera eludiendo a los grupos de búsqueda.

El hombre había estado mirando hacia la montaña, presentando su perfil al observador. Mix se inclinó antes de que el desconocido volviera su cabeza hacia él. Se acuclilló, escuchando. El roce se había detenido. Al cabo de un rato, empezó de nuevo. ¿Era consciente el hombre de que alguien más estaba allí, de modo que estaba intentando localizarle?

Se dejó caer de rodillas y apoyó la oreja sobre la tierra. Como la mayor parte de los habitantes del valle, el tipo iba probablemente descalzo o llevaba sandalias. Pero podía pisar una rama, aunque no había demasiado de estas caídas de los arbustos. O podía tropezar.

Al cabo de un minuto de intensa escucha, Mix se puso en pie. Ahora ni siquiera podía oír el sonido del paso del hombre. Como tampoco había ningún movimiento en la hierba causado por nada excepto por la brisa. ¡Sí! ¡Ahí estaba! El tipo había seguido andando. Su nuca se estaba alejando de Mix.

Se puso rápidamente el cinturón, se ciñó su capa en torno a su cuello, y volvió a colocarse la bota. Con su sombrero blanco sujeto por el ala entre los dientes, el cuchillo en una mano, el tomahawk en la otra, siguió al desconocido. Lo hizo lentamente, sin embargo, alzando la cabeza de tanto en tanto por encima de la hierba. Inevitablemente, en un determinado momento, perseguidor y perseguido se miraron el uno al otro al mismo tiempo.

El hombre se dejó caer inmediatamente. Ahora que había sido descubierto, Mix

no vio ninguna razón para seguir agachado. Observó las oscilaciones de la hierba, traicionando al que se arrastraba entre ella como agua agitada por un nadador cerca de la superficie. Avanzó por entre la hierba, a grandes zancadas, hacia la otra estela, pero dispuesto a desaparecer inmediatamente si la estela verde cesaba.

De pronto, la obscura cabeza del hombre brotó. Sorprendentemente, se llevó un dedo a sus labios. Mix se detuvo. ¿Qué demonios estaba haciendo? Luego el hombre señaló más allá de Mix. Por un segundo, Mix se negó a mirar. Se parecía demasiado a un truco, pero ¿qué podía ganar el hombre con aquello? Estaba demasiado lejos como para obtener alguna ventaja cargando contra él cuando Mix mirara hacia sus espaldas.

Truco o no, Mix sentía demasiada curiosidad. Se volvió para examinar el territorio. Y allí estaba la hierba moviéndose, como si una invisible serpiente estuviera arrastrándose por entre ella.

Consideró rápidamente la situación. ¿Era aquella otra persona un aliado del hombre obscuro y estaba avanzando hacia él? No. Si fuera así, el hombre obscuro no se lo habría señalado. Lo que había ocurrido era que el hombre obscuro era un albioniano que había detectado a un espía. Estaba siguiendo su rastro cuando Mix lo había confundido a él con un espía.

Mix no tenía tiempo para pensar en aquel momento en cómo podría haber llegado a matar a uno de su propia gente. Se dejó caer y empezó a aproximarse al lugar donde estaba la tercera persona donde había estado, mejor dicho, puesto que en el momento en que llegara allí el desconocido estaría probablemente en algún otro lugar. Cada doce pasos o así se alzaba para comprobar el progreso del desconocido. Ahora las olas estaban moviéndose hacia la montaña, apartándose tanto de él como del hombre obscuro. Este último, como señalaba la moviente hierba, estaba arrastrándose directamente hacia donde había estado Mix.

Cansado de aquel silencioso y lento juego, seguro de que una acción repentina y violenta iba a resolver la situación, Mix lanzó un grito. Y echó a correr por entre la hierba tan rápidamente como le fue posible.

La tarde estaba realmente llena de sorpresas. Dos cabezas se alzaron allá donde había esperado una. Una de ellas era rubia, y la otra pelirroja. La mujer había estado delante del hombre mientras se arrastraban agachados y se alzaban brevemente como periscopios humanos, aunque él no los había visto realmente alzarse para observar.

Mix se detuvo. Si había cometido un error acerca de la identidad de la primera persona, ¿no podía estarle ocurriendo lo mismo con esos dos?

Les gritó, diciéndoles quién era y lo que estaba haciendo allí. Entonces el hombre obscuro gritó de vuelta, diciendo que era Raimondo de la Reina, un ciudadano de Nueva Albión. El pelirrojo y la rubia se identificaron también:

Eric Simons y Guindilla Tashent, igualmente ciudadanos del mismo estado.

Mix deseaba echarse a reír ante aquella comedia de errores, pero seguía sin estar

seguro. Simons y Tashent podían estar mintiendo de modo que los otros bajaran su guardia.

Tom se mantuvo allá donde estaba. Dijo:

¿Qué estáis haciendo vosotros dos aquí?

Por todos los infiernos dijo el hombre, ¡estábamos haciendo el amor! Pero por favor no armes un escándalo de todo esto. Mi mujer es muy celosa, y el hombre de Guindilla no se sentiría muy complacido tampoco si se enterara de esto.

Vuestro secreto está a salvo conmigo dijo Mix. Se volvió hacia de la Reina, que estaba hablándole.

¿Qué hay contigo, compañero? No hay ninguna razón para decir nada de todo esto, ¿verdad? Especialmente puesto que hace que todos nosotros parezcamos como unos estúpidos.

Había otro problema. Los dos amantes estaban probablemente faltando a sus deberes. Aquello podía ser serio, un asunto de consejo de guerra, si las autoridades se enteraban de ello. Mix no tenía intención de informar de nada al respecto, pero el español podía creer que era su deber llamar la atención de las autoridades sobre el asunto. Si insistía, entonces Mix no podría discutir con él. No con mucha fuerza, al menos.

Él, Simons, y Tashent, no se habían movido, De la Reina estaba avanzando por entre la hierba hacia él, probablemente para hablar con él de la situación. O quizá pensaba que no había que confiar en la pareja. Lo cual tenía sentido, pensó Mix. Podían ser espías que habían inventado aquella historia cuando habían sido descubiertos. O, más probablemente, la tenían ya preparada para el caso de que fueran descubiertos.

Pero Mix no creía realmente que fuera así.

En aquellos momentos, el español estaba a unos pocos pasos de él. Ahora Mix podía ver claramente sus rasgos, largos y delgados, aquilinos, un rostro hispano muy aristocrático. Era tan alto como Mix. A través de la inclinada hierba, Mix tuvo un atisbo de una toalla faldellín verde, un cinturón de piel conteniendo dos cuchillos de pedernal, y un tomahawk. Una de las manos del hombre estaba detrás de su espalda; la otra estaba vacía.

Mix no iba a permitir que nadie se acercara a él con una mano oculta. Gritó:

¡Quieto ahí, amigo!

De la Reina se detuvo. Sonrió, pero al mismo tiempo pareció desconcertado.

¿Qué ocurre, amigo?

Habló en inglés del siglo XVII, con un fuerte acento extranjero, y era posible que tuviera problemas en comprender la pronunciación americana del siglo XX de Mix. Se le podía conceder el beneficio de la duda, aunque no mucho.

Tom habló lentamente.

Tu mano. La que tienes detrás de tu espalda. Sácala. Lentamente.

Corrió el riesgo de echar una mirada a los otros. Estaban avanzando hacia él, aunque lentamente. Parecían asustados.

Por supuesto, amigo dijo el español. Y de la Reina saltó hacia él, gritando, la mano ahora revelada, empuñando un cuchillo de pedernal. Tenía una hoja de tan sólo unos cuantos centímetros, pero eran suficientes como para seccionar una yugular o rebanar una garganta. Si el español hubiera sido más listo, hubiera podido ocultar toda el arma en su mano y dejar la mano colgando con naturalidad en su costado. Pero había tenido miedo de hacer eso.

Tom Mix hizo girar el tomahawk. Su filo golpeó contra la sien de la Reina. Este cayó. La hoja resbaló de su mano.

Tom gritó a los otros dos:

¡Quedaos donde estáis!

Se miraron el uno al otro, inquietos, pero se detuvieron.

Levantad vuestras manos dijo Tom. ¡Bien por encima de vuestras cabezas! Las manos se alzaron tanto como les fue posible. Simons, el pelirrojo, dijo:

¿Qué ha ocurrido?

¡Colocaos debajo de ese árbol de hierro!

Los dos echaron a andar hacia el lugar indicado. Bajo el árbol había una choza abandonada, pero la hierba a su alrededor había sido recientemente cortada. Había vuelto a crecer hasta una altura de treinta centímetros, lo cual permitía a Mix ver si los otros llevaban armas o no. Se inclinó y examinó al español. El tipo aún respiraba, aunque dificultosamente. Podía recuperarse o no, aunque si lo hacía, era probable que jamás se recobrara totalmente. Quizá fuera mejor para él morir, puesto que iba a ser torturado. Ese era el destino de todos los espías en aquella zona que fracasaban en matarse a sí mismos cuando se enfrentaban a una captura inevitable. Aquel iba a ser colocado en una rueda de madera y las ligaduras de sus muñecas y tobillos tensadas hasta que todos sus huesos se descoyuntaran. Si no daba ninguna información útil o se creía que estaba mintiendo, iba a ser suspendido desnudo sobre un fuego suave y asado lentamente.

Mientras iba dando vueltas en el espetón, era probable que le arrancaran uno o los dos ojos, o le rebanaran una oreja. Si aún se negaba a hablar, lo sacarían de allí y lo enfriarían con agua. Entonces le arrancarían las uñas de sus manos y pies, o le harían pequeños cortes en sus genitales. Era posible que le metieran un palo de pedernal caliente por el ano. Podían irle amputando los dedos uno a uno, cauterizándole inmediatamente el muñón con una piedra ardiendo.

La lista de torturas posibles era larga, y el pensamiento de todas ellas podía llegar a ser algo insoportable para cualquier persona dotada de sensibilidad e imaginación.

Mix no había visto a los albionianos someter a interrogatorio a ningún espía. Pero

había presenciado algunas inquisiciones mientras era prisionero de Kramer, de modo que sabía muy bien los horrores que le aguardaban al español.

¿Qué podía decir aquel pobre diablo que valiera la pena oír? Nada. Mix estaba seguro de ello.

Se enderezó para observar a Simons y Tashent. Estaban ahora bajo las ramas del árbol, de pie al lado de la choza.

Se inclinó y cortó la yugular del hombre. Una vez se aseguró de que estaba muerto y hubo recogido las valiosas armas, caminó hacia el árbol. El tipo iba a ser resucitado en un cuerpo completo en algún lugar a lo largo del Río, muy lejos de allí. Quizá algún día Mix volviera a encontrarse con él, y pudiera hablarle de su piadoso acto.

A medio camino hacia el árbol, se detuvo. Desde arriba, desde algún lugar de la montaña, el estridente sonido de una siringa de bambú flotó hacia él.

¿Cómo podía alguien permanecer allá arriba perdiendo el tiempo cuando todo el mundo se suponía que estaba trabajando duramente? ¿Otro par de amantes, uno de los cuales estaba entreteniendo al otro con música entre coitos? ¿O era aquel estridente sonido alguna especie de señal de un espía? No era muy probable, pero había que tener en cuenta todas las posibilidades.

La rubia y el pelirrojo seguían todavía con las manos alzadas. Ambos iban desnudos. La mujer tenía realmente un cuerpo hermoso, y su denso vello púbico tenía exactamente el color dorado rojizo que más lo excitaba. Recordó a una starlet con la que había tenido una aventura inmediatamente después de su divorcio de Vicky.

Volveos dijo.

¿Por qué? dijo Simons. Pero obedeció.

De acuerdo dijo Mix. Podéis bajar las manos.

No les dijo que en una ocasión había sido apuñalado por un prisionero desnudo que sujetaba un cuchillo entre sus nalgas hasta que estuvo cerca de su captor.

Ahora contadme, ¿qué ha ocurrido?

Los acontecimientos se habían producido en gran medida tal como había imaginado. La pareja se había escabullido de un grupo de trabajo para hacer el amor entre la hierba. Mientras permanecían tendidos en la hierba entre dos asaltos, preparándose para encender unos cigarrillos, habían oído al espía caminar cerca de ellos. Tomando sus armas, habían empezado a seguirle. Estaban seguros de que el desconocido no pretendía nada bueno.

Luego habían visto a Mix siguiendo a de la Reina, y estaban a punto de unirse a él cuando el español los vio. Su reacción de intentar engañar a Mix haciéndole creer que ellos eran los espías había sido muy rápida.

Hubiera podido llegar a tener éxito si no hubiera intentado matarme inmediatamente en vez de aguardar una ocasión más propicia dijo Tom. Bien,

vosotros dos, volved a vuestro trabajo.

No vas a decirle a nadie nada de esto, ¿verdad? dijo Guindilla.

Quizá, quizá no dijo Tom, sonriendo. ¿Por qué?

Si guardas silencio sobre esto, yo podría recompensarte ampliamente por ello. Eric Simons lanzó un gruñido.

¡Guin! No serías capaz, ¿verdad?

Ella se alzó de hombros, causando oleadas de intriga.

¿Qué mal haría? Sería solamente para protegernos. Ya sabes lo que ocurrirá si él habla. Seremos puestos a dieta de pan de bellota y agua durante una semana, humillados públicamente, y bien, ya sabes cómo es Robert. Me pegará, e intentará matarte.

Podemos simplemente marcharnos dijo Simons. De pronto frunció el ceño.

¿O acaso es que te apetece revolearte con ese hombre, zorra? Tom se echó a reír de nuevo.

Si sois atrapados mientras desertáis, seréis ejecutados dijo. No os preocupéis. No soy un sucio chantajista, un lujurioso Rudolf Rassendale con un corazón como una piedra.

Se pusieron pálidos los dos.

¿Rassendale? dijo Simons.

No importa. Vosotros no lo conocéis. Marchaos. No voy a decirle a nadie toda la verdad. Diré que estaba solo cuando descubrí al español. Pero decidme, ¿quién está tocando la siringa ahí arriba?

Dijeron que no tenían la menor idea. Mientras se alejaban por entre la hierba para recuperar sus armas y sus ropas, empezaron a discutir acaloradamente. Mix no creía que su pasión el uno por el otro fuera a sobrevivir a aquel incidente.

Cuando sus irritadas voces se desvanecieron, Tom se volvió hacia la montaña.

¿Debía regresar a la llanura e informar de que había matado a un espía? ¿Subir a la montaña para comprobar quién era el que tocaba la siringa? ¿O hacer lo que había venido a hacer, es decir, dormir un poco?

Venció la curiosidad. Siempre le ocurría lo mismo. Diciéndose a sí mismo que debería ser un gato, uno que ya había utilizado una de sus nueve vidas, empezó a trepar. Había fisuras a lo largo de la cara de la montaña, rebordes, pequeñas mesetas, y empinados y angostos senderos. Sólo una cabra montés o una persona muy decidida o muy loca los utilizaría para ascender por el farallón, sin embargo. Un hombre sensible miraría hacia arriba y quizá admiraría el panorama, pero se quedaría abajo y holgazanearía o dormiría o se revolcaría con una mujer hermosa en la hierba. O mejor haría las tres cosas, sin mencionar el sorber un poco de buen bourbon o lo que su copia le hubiera proporcionado en el apartado alcohol. Sudando, pese a la sombra,

llegó a la cima de una de las pequeñas mesetas. Un edificio que parecía más un tenderete que una cabaña se alzaba en medio del llano de piedra. Tras él había una pequeña cascada, uno de los muchos torrentes que al parecer nacían de las invisibles nieves de las cimas. Las cascadas eran otro misterio de aquel planeta, en el que no había estaciones y por tanto debía haber una rotación invariable de noventa grados respecto a la eclíptica. Si las nieves no tenían período de deshielo, ¿de dónde procedía el agua?

Yeshua estaba junto al torrente. Estaba desnudo y tocaba la flauta pánica y bailaba con la misma viveza que los adoradores de caprunas patas de El Gran Dios. Giraba y giraba. Y saltaba, y se inclinaba hacia adelante y hacia atrás y pateaba y doblaba las piernas y hacía piruetas. Tenía los ojos cerrados y se aproximaba peligrosamente al borde de la meseta.

Como David bailando después de la recuperación del arca de Dios, pensó Mix. Pero Yeshua hacía aquello para un público invisible. Y desde luego no tenía nada que celebrar.

Mix se sentía a disgusto, pues le parecía estar curioseando, atisbando. A punto estuvo de decidir retirarse y dejar a Yeshua entregado a lo que estuviese entregado. Pero pensó en la difícil subida y el tiempo que le había llevado, y esto le hizo cambiar de idea.

Le llamó. Yeshua dejó de bailar y se tambaleó hacia atrás cómo si le hubiese alcanzado una flecha. Mix se acercó a él y vio que lloraba.

Yeshua se volvió, se arrodilló y chapoteó en el agua helada de un pozo que había junto a la catarata y luego se volvió para mirar a Mix. Había dejado de llorar, pero su mirada tenía un brillo extraño.

No bailaba porque me sintiese feliz o inundado por la gloria de Dios dijo. En la Tierra, en el desierto que hay junto al Mar Muerto, yo solía bailar. No había nadie más que El Padre y yo. Yo era un arpa y Sus dedos tañían el éxtasis. Era una flauta y Él despertaba en mi cuerpo los cantos del Cielo.

»Pero ya no. Ahora bailo porque si no lo hago gritaría de angustia hasta que se me incendiase la garganta, y me arrojaría por el precipicio buscando una muerte que deseo hace mucho. ¿Qué utilidad tiene esto? En este mundo uno no puede suicidarse. Al menos definitivamente. A las pocas horas debe enfrentarse de nuevo a sí mismo y al mundo. Por suerte, no tiene que enfrentarse también a su dios. No queda ninguno

ya.

Mix se sintió aún más torpe y desconcertado.

No creo que la cosa sea tan terrible dijo, sin mirar a Yeshua. Puede que este mundo no sea lo que tú pensabas que sería. ¿Y qué? No puedes reprocharte haberte equivocado. ¿Quién tenía razón? ¿Quién podría haber sospechado la verdad, esta verdad increíble? Y este mundo tiene muchas cosas nuevas que no tenía la

Tierra. Disfrútalas. Es cierto que no estamos en una fiesta perpetua, pero ¿lo estábamos en la Tierra? Al menos no tenemos que preocuparnos por la vejez, hay abundancia de mujeres bellas, y no tienes que andar preocupándote por la comida ni por el dinero. ¡Demonios, aunque no haya caballos ni coches, prefiero este mundo! Aunque pierdas algunas cosas, ganas otras.

No entiendes, amigo mío contestó Yeshua. Sólo un hombre como yo, un hombre que ha visto a través del velo que nos presenta la materia de este universo físico, que ha visto la realidad que hay más allá, que ha sentido en su interior la inundación de la Luz

Se detuvo, miró hacia arriba, cerró los puños y lanzó un prolongado y ululante grito. Mix sólo había oído en una ocasión un grito como aquel: en África, cuando un soldado boer cayó por un precipicio y se dio cuenta de que, hiciese lo que hiciese, no tenía escape. No, no había oído realmente a ningún soldado boer. Una vez más, estaba mezclando fantasía con realidad. «Mix» era un buen nombre para él.

Quizá sea mejor que me vaya dijo Mix. Sé muy bien cuando no hay nada que hacer. Siento que

¡No quiero estar solo! dijo Yeshua. Soy un ser humano; ¡necesito hablar y escuchar, ver sonreír, oír risas, conocer el amor! Pero no puedo perdonarme a mí mismo el ser ¡lo que fui!

Mix se preguntó de qué hablaría. Se volvió y empezó a caminar hacia el borde de la meseta. Yeshua le siguió.

¡Ay, si me hubiese quedado allí con los Hijos de Zadok! ¡Pero no! ¡Creí que el mundo de los hombres y las mujeres me necesitaba! Las rocas del desierto se abrieron ante mí como un pergamino, y en ellas leí lo que iba a pasar, y pronto, porque Dios me lo mostraba. Dejé a mis hermanos en sus cuevas y sus celdas y me dirigí a las ciudades porque mis hermanos y mis hermanas y los niños que vivían en ellas debían saber para que tuviesen oportunidad de salvarse.

Tengo que irme dijo Mix. Siento que te veas apesadumbrado por ese problema, pero no puedo ayudarte, a menos que sepa de qué se trata. Y aún en ese caso dudo que pudiera ayudarte gran cosa.

¡Tú has sido enviado para ayudarme! No es ninguna coincidencia el que te parezcas tanto a mí y el que nuestros caminos se cruzaran.

No soy médico dijo Mix. Olvídalo. No puedo ayudarte. Bruscamente, Yeshua se tranquilizó y dijo con suavidad:

¿Pero qué digo? ¿Es que nunca voy a aprender? Claro que nadie te ha enviado. No hay nadie que pueda enviarte. Es pura casualidad.

Ya nos veremos dijo Mix.

Empezó a descender. Miró una vez atrás y vio la cara de Yeshua, su propia cara, mirándole. Se sintió irritado, pensó que debería haberse quedado para ayudar de

algún modo a aquel hombre. Podría haberse quedado escuchando, permitirle que se explicase, que se desahogase.

Cuando alcanzó de nuevo las colinas y empezó el camino de regreso, su actitud era distinta. Dudaba de que hubiera podido ayudar realmente al pobre diablo.

Desde luego Yeshua debía estar medio loco. Y esto era una de las cosas extrañas de aquel mundo y de la resurrección. Todos los demás no sólo habían despertado de entre los muertos con el cuerpo de sus veinticinco años (salvo, claro está, los que habían muerto en la Tierra antes de esa edad) sino que los que habían sufrido una enfermedad mental en la Tierra resucitaban completamente sanos.

Sin embargo, con el paso del tiempo, y con la presión de los problemas de aquel mundo nuevo, muchos empezaban a enfermar mentalmente. No había muchos esquizofrénicos; pero hablando con un individuo del siglo veinte se enteró de que por lo menos tres cuartas partes de las esquizofrenias se había demostrado que se debían a un desequilibrio físico y que se trataba de una cuestión básicamente genética en su origen.

Sin embargo, cinco años de vida en el valle del Río habían producido una cantidad apreciable de locos o semilocos, aunque no en las mismas proporciones que en la Tierra. Y la resurrección no había tenido éxito en convertir a la mayoría de los considerados sanos y conducirlos hacia un nuevo punto de vista, una distancia actitud, una que encajara con la realidad. Fuera cual fuese la realidad.

Igual que en la Tierra, la mayor parte de la humanidad era a menudo irracional, aunque racionalizadora, y era impermeable a la lógica que no le gustaba. Mix había sabido siempre que el mundo estaba medio loco y se había comportado de acuerdo con ello, normalmente en su beneficio.

O así había creído entonces. Ahora, puesto que en ocasiones había tenido tiempo suficiente de contemplar el pasado terrestre, veía que había estado tan medio loco como el resto de la gente. Esperaba haber aprendido sus lecciones, pero había muchas ocasiones en las que lo dudaba. De todos modos, excepto unos cuantos hechos aislados, había sido capaz de perdonarse a sí mismo por sus pecados.

Pero Yeshua, por desgracia, no podía perdonarse a sí mismo lo que había sido o hecho en la Tierra.


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