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75.62% EL Mundo del Río / Chapter 211: DIOSES DEL MUNDO DEL RÍO (21)

Chapter 211: DIOSES DEL MUNDO DEL RÍO (21)

Hacía mucho tiempo, Frigate le había dicho a Burton que le había sido imposible en la Tierra determinar la identidad de Jack el Destripador. Pero puesto que el Destripador debía estar en el Valle del Río, podía ser hallado aquí. De todos modos, las posibilidades de tropezar con él eran tremendamente remotas. Más remotas eran las posibilidades de que él, si era encontrado, confesara. Además, un hombre que admitiera ser el autor de los asesinatos podía ser un mentiroso. Realmente, la solución del enigma no estaba mucho más cerca aquí de lo que había estado en la Tierra.

Frigate había afirmado eso mucho tiempo antes de que él y Burton llegaran a la torre. Ahora se hallaban en un lugar donde las posibilidades de encontrar al hombre conocido como Jack el Destripador eran altas. Frigate sabía quiénes eran los candidatos, aunque era posible que el auténtico Destripador no estuviera entre ellos, y resultaba probable que la Computadora pudiera localizarlos a todos en sus archivos.

Frigate no había seguido adelante con este proyecto porque estaba demasiado atareado con otras líneas de investigación, incluido el trazar su genealogía. Aquella torre, decía, era un paraíso genealógico. No tenía que enfrentarse a la búsqueda de difíciles y a menudo perdidos documentos: testamentos, declaraciones de impuestos y contribuciones territoriales, legalizaciones y registros de orfandad, censos, historias del condado, periódicos, lápidas, registros militares y de pensiones, y todas las demás elusivas huellas de gente que podía ser o no tus antepasados. Aquí podías poner a la Computadora tras la pista, empezar contigo mismo, y la Computadora podía trabajar hacia atrás a través de tus padres. Podías ver en una pantalla el aspecto de tus padres, quiénes habían sido él o ella, seguir sus vidas a través de sus propios ojos y ver su apariencia a través de los ojos

de los demás. A veces, tenías que aguardar mientras la Computadora usaba el wathan de un antepasado para buscar en sus archivos el wathan compañero o compañera y luego identificar el watnan de los padres de esa persona. Donde había alguna duda acerca de la paternidad de un niño, la Computadora podía comparar el esquema genético del niño y del padre en duda y establecer el parentesco. Si quedaba probado que un niño determinado no podía ser el descendiente de un adulto determinado, entonces la Computadora podía examinar los genes de aquellos sospechosos de ser el auténtico padre. Los sospechosos podían ser fácilmente identificados, puesto que la Computadora podía revisar el pasado de la madre y determinar exactamente cuándo y con quién había mantenido relaciones sexuales. Tras lo cual, las grabaciones físicas del sospechoso o sospechosos podían ser examinadas para identidad genética.

Burton consideró aquello interesante pero no se sintió, por el momento al menos, ansioso de establecer su propio linaje. Siempre se había sentido subyugado por las historias de asesinatos, mutilaciones y torturas, y había leído los artículos periodísticos acerca de los asesinatos de Whitechapel. Una vez decidió que podía arrancar con la Operación Destripador, como la llamó, solicitó a la Computadora la bibliografía de todos los libros en inglés relativos al Destripador que contuvieran sus archivos. Quienesquiera que fuesen el agente o agentes que habían sido asignados a obtener la literatura relativa al Destripador, habían hecho un buen trabajo. Frigate distrajo algunos minutos de su propio trabajo para verificarlos, y señaló aquellos que creía que Burton iba a encontrar más provechosos como punto de partida.

Yo leería un libro de Stephen Knight, Jack el Destripador, la solución final, publicado en 1976. Me impresionó no sólo como el más documentado y brillante y convincente en sus razonamientos, de los que el propio Sherlock Holmes se hubiera sentido orgulloso, sino también como el único libro que era probable que contuviera las auténticas respuestas. Sin embargo, algunos críticos señalaron fallos en él. Esté en lo cierto o equivocado o sólo a mitad de camino, es bueno para utilizarlo como punto de partida para sumergirte en el rojo océano del misterio.

Era extraño tener en sus manos un libro que había sido copiado de un libro publicado ochenta y siete años después de su muerte. Pero ya no se maravillaba demasiado, puesto que las maravillas eran tantas que uno apenas podía detenerse brevemente en cada una de ellas. Leyó las más de 270 páginas en tres horas. Cuando dejó el libro, hubiera podido repetir sin ningún error largos pasajes, que en total representaban como mínimo una cuarta parte del texto.

Si el libro hubiera aparecido durante su vida terrestre, Burton se hubiera sentido ultrajado considerándolo descabellado. ¿O no? ¿No hubiera actuado de forma refleja, sabiendo lo que sabía de las secretas maniobras por el poder de aquellos que estaban en lo alto, conociendo los inhumanos y totalmente injustos actos llevados a cabo por el gobierno y los individuos de la clase superior en su lucha por mantener su poder, no hubiera considerado que las conclusiones extraídas de los acontecimientos descritos en el libro eran válidas?

Lo que el señor Knight había puesto a la luz tras profundas y amplias investigaciones e iluminadas e iluminadoras deducciones era:

En 1888, las masas, el pueblo miserable, de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda, se hallaban, o parecían hallarse, al borde de la revolución. Los radicales de izquierdas, los socialistas y anarquistas, estaban vociferando fuertemente contra las opresiones y los sufrimientos de la clase trabajadora. El gobierno estaba no sólo alarmado, sino enormemente asustado, y muchos de los componentes de la clase gobernante creían que la propia monarquía estaba amenazada. Estaban reaccionando desproporcionadamente: su ignorancia de las masas los hacía inconscientes del profundo conservadurismo del pueblo: lo que el pueblo deseaba no era un cambio en la estructura de la monarquía sino un trabajo estable con una buena paga, comida, alojamiento adecuado y alguna

seguridad económica. Deseaban vivir como debían hacerlo los seres humanos, no como ratas.

La Reina Victoria, pensaba la clase dominante, no iba a ser destronada, pero era vieja y, por aquel entonces, impopular. Cuando muriera, su hijo Eduardo («Bertie») ocuparía el trono. Y era un hombre lujurioso, testarudo y totalmente inmoral cuyas actividades no podían ser ocultadas.

Había por aquel entonces muchos francmasones en los escalones superiores del gobierno británico, incluido el marqués de Salisbury, el primer ministro. Knight proclamaba que esos masones altamente situados constituían el poder detrás del trono, y que temían que la monarquía se derrumbara, y su sociedad secreta se derrumbara también con ella.

El hijo mayor superviviente del Príncipe Eduardo, el duque de Clarence y Avondale, Albert Víctor Christian Edward, «Eddy» para sus íntimos, subiría al trono si su padre moría. Era una criatura patética (desde el punto de vista Victoriano), le gustaba mezclarse bajo un nombre supuesto con artistas y otros bohemios, era bisexual, y en una ocasión había frecuentado un burdel masculino. Peor aún, después de enamorarse de una empleada de una tienda, Annie Elizabeth Crook, que le había sido presentada por el pintor. Walter Sickert, el duque se había casado con ella en una ceremonia secreta. Era un matrimonio ilegal bajo varios aspectos, pero el más ofensivo y peligroso de todos era que Eddy había tomado como esposa a una católica romana. Según la ley, ningún monarca inglés podía casarse con una católica. Eddy no era el rey, pero podía llegar a convertirse fácilmente y pronto en el rey. Un cierto número de gente había intentado asesinar a la reina; era vieja, y el padre de Eddy, el Príncipe Eduardo, podía morir de sus excesos con la comida y la bebida, una enfermedad venérea, una bala de algún marido celoso, un revolucionario o un maníaco, o de cualquiera de las enfermedades contra las cuales no había ninguna prevención y para las cuales no había ninguna cura excepto la resistencia natural del afligido.

Añadido a la infamia de las acciones de Eddy estaba el nacimiento en abril de 1888 de su hija de Annie Crook. La niña era la biznieta de la Reina Victoria y la prima en primer grado de aquellos hombres que debían reinar como Eduardo VIII y Jorge VI.

Aquello era demasiado para la reina, que envió una colérica nota al primer ministro, Lord Salisbury, exigiéndole que se asegurara de que los periódicos y el público no entraran en conocimiento del escándalo.

Salisbury, a su vez, pasó al médico de la reina, Sir William Gull, un camarada masón, la responsabilidad del encubrimiento. Gull era un hombre brillante y un gran médico, según los estándares Victorianos, y se distinguía también por un grotesco y perverso sentido del humor y una obvia esquizofrenia (obvia para una generación posterior). Podía ser muy amable y compasivo, pero en otras ocasiones era frío, cruel e insensible. Este último comportamiento, sin embargo, era sólo evidente cuando trataba con pacientes de clase inferior y sus familias. Era un buen amo para sus propios animales de compañía, pero había justificado, para su propia satisfacción, a un viviseccionista que había asado lentamente hasta morir a perros vivos en un horno durante sus experimentos.

Siguiendo las órdenes secretas de Gull, transmitidas a través del comisionado de policía, también masón, agentes especiales de la policía asaltaron los apartamentos de Walter Sickert, antiguo compañero de Eddy, y Annie Crook. Sacaron por la fuerza a Eddy del piso de Sickert y lo llevaron a palacio, y a Crook a un asilo. Gull certificó que Annie estaba trastornada, aunque no lo estaba por aquel entonces, y la mujer pasó el resto de su vida en asilos y manicomios. En 1920, realmente loca, murió. Eddy jamás volvió a verla.

La policía intentó atrapar también a Mary Kelly, una joven irlandesa que había actuado como testigo en la ilícita boda. Probablemente, Gull hubiera certificado que también estaba loca. Fuera lo que fuese lo que pretendía para ella, se vio frustrado. De alguna forma, la muchacha escapó de la red de la policía y se sumergió en el laberinto del East

End. Más tarde, tomó a su cuidado durante un tiempo a Alice Margaret, la hija de Eddy y Annie. Ambas acompañaron a Sickert en sus largos viajes a Dieppe. Mientras estaba en Francia, Mary Jane Kelly cambió su nombre a Marie Jeanette Kelly. Finalmente, Kelly tuvo que ocultarse de nuevo en la gran madriguera de gente que era en Londres el East End. Allí inició la cuesta abajo que terminaría convirtiéndola en una de los muchos miles de alcohólicas y enfermas prostitutas que vivían allí sus miserables vidas condenadas. Como sus hermanas en la profesión, se consideraba afortunada si ganaba el dinero suficiente como para comprarse ginebra para unas cuantas horas de torpor, y obtener la comida suficiente como para no morirse de hambre y un techo sobre su cabeza.

Kelly no carecía de amigas, sin embargo, las más íntimas de las cuales eran Mary Anne Nichols, Anne Siffey, alias la Buhonera, y Elizabeth «Larga Liz» Stride, todas ellas borrachas, enfermas, malnutridas y condenadas a morir pronto aunque «Jack el Destripador» no hubiera existido. Cuando Kelly se encontraba con ellas en las tabernas o en sus piojosos apartamentos y la ginebra se llevaba la discreción en las doradas olas del alcohol, les revelaba la relación del Príncipe Eddy con Annie Crook y sus terribles resultados. Y, durante una de esas ruidosas sesiones, nació la idea de chantajear al Príncipe Eddy.

Knight había sugerido que las cuatro intentaron la extorsión debido a que se vieron forzadas a ello por parte de un grupo de peligrosos sujetos, la Banda del Viejo Nichol.

Fuera cual fuese el motivo, la idea era muy peligrosa y estúpida. Salisbury había abandonado la búsqueda de Kelly porque no había sabido nada de ella ni sus espías de la policía habían oído nada que indicara que estaba divulgando algo acerca del asunto. Mientras ella mantuviera la boca cerrada, no había peligro para el círculo gobernante al que Salisbury representaba. Ahora, sin embargo, al recibir un mensaje exigiendo dinero a cambio de silencio, Salisbury puso la maquinaria punitiva en marcha.

Azuzado por Salisbury, Gull no perdió tiempo en reaccionar. El primer ministro le había dado órdenes de acallar el asunto, pero probablemente Salisbury no tenía la menor idea de cómo pensaba hacer Gull aquello. A buen seguro, por desesperado que estuviera acerca de silenciar a los chantajistas, se hubiera sentido horrorizado si hubiera sabido lo que pretendía hacer Gull. Una cosa era encerrar a una mujer de clase baja en una serie de hospitales y asilos de por vida, una lamentable pero necesaria acción desde el punto de vista de Salisbury. Pero asesinar y descuartizar a la mujer era una acción que Salisbury no hubiera ordenado. Una vez se iniciaron los asesinatos, sin embargo, lo único que podía hacer Salisbury era dejar que continuaran y hacer todo lo posible por proteger a

«Jack el Destripador».

John Netley era el cochero que había conducido al Príncipe Eddy a la casa de Sickert y otros lugares donde Eddy hacía lo que un príncipe de la realeza se suponía que no debía hacer. Gull se había garantizado su silencio con amenazas y sobornos después de que Eddy y Annie Crook hubieran sido separados. Conociendo el carácter de Netley, Gull le dijo ahora, en términos generales, cuáles eran sus planes para los chantajistas. Netley se mostró ansioso de servirle. Y, puesto que Sickert conocía a los principales implicados en el asunto, estaba bien relacionado con el East End, y había aceptado dinero para mantener la boca cerrada acerca de Eddy y Crook, Sickert fue alistado también por Gull. Aunque reluctante de tomar parte en los asesinatos, sabía que, si no lo hacía, él también sería asesinado.

El coche, conducido por Netley, y llevando a Sickert y a Gull, penetró en la zona de Whitechapel. Tras un cierto número de reconocimientos, Gull y Sickert hicieron que Mary Anne Nichols montara en su coche tras reclamar sus servicios. Halagada de que dos caballeros tan elegantes se hubieran fijado en ella, aunque sin duda preguntándose qué tipo de perversidades tendrían en mente exigirle que les hiciera, Nichols subió al coche. Gull le ofreció un vaso de vino conteniendo una droga (Knight había sugerido que utilizó

uvas envenenadas) y, cuando ella estuvo inconsciente, le cortó la garganta de izquierda a derecha, la destripó y la apuñaló. Sickert asomó la cabeza fuera del coche y vomitó.

Más tarde, el cochero condujo hasta la oscura y momentáneamente desierta calle de Bucks Row, donde Netley y Sickert cargaron el cuerpo sacándolo del coche y lo abandonaron allí. Conocían el itinerario de los policías de ronda, pero pese a ello se alejaron tan sólo unos cuantos minutos antes de que el policía llegara.

Ocho días más tarde, los tres atacaron de nuevo. Anne Siffey, alias la Buhonera, fue encontrada muerta en el patio de atrás del número 29 de Hanbury Street. Su garganta había sido profundamente cortada de izquierda a derecha, dos veces. Sus intestinos delgados y un faldón de su abdomen estaban a su derecha, cerca de su hombro, aún unidos por un cordón al resto de los intestinos dentro del cuerpo. Dos faldones de piel de la parte inferior de su región abdominal yacían en un charco de sangre sobre su hombro izquierdo.

Esta vez, Gull había sacado a la mujer inconsciente del coche y la había llevado al patio trasero, donde había realizado las mutilaciones rituales a la débil luz.

El 29 de setiembre, Gull mató a dos prostitutas. El primer asesinato fue efectuado precipitadamente porque «Larga Liz» Stride se negó a subir al coche. Netley y Sickert abandonaron el coche, la agarraron, la sujetaron mientras Gull cortaba su garganta. Pero Gull no tuvo tiempo de hacer lo que hubiera deseado. Oyó fuertes voces cerca y no quiso correr el riesgo de ser visto llevando su cuerpo al coche. Los tres se marcharon apresuradamente.

Más tarde aquella misma noche, el segundo asesinato fue cometido con todo el tiempo necesario para su ejecución. Catherine Eddowes fue encontrada en Mitre Square (que no forma parte de la zona de Whitechapel), con una porción de su nariz cortada, el lóbulo de la oreja derecha casi seccionado, su rostro y garganta acribillados por un instrumento punzante, sus entrañas extirpadas, y su riñón izquierdo y su útero desaparecidos.

Desgraciadamente, desde el punto de vista de Gull y Eddowes, Sickert se había equivocado relacionando a Eddowes con Marie Kelly. Ella no había sido confidente de Kelly, no sabía absolutamente nada del asunto Eddy-Crook, y murió a causa de que el pintor había pensado, a la débil luz, que era Marie Jeanette Kelly. Aunque descubrió su error inmediatamente después de que su garganta fuera cortada, Gull insistió en llevar a cabo el ritual. ¿Por qué perder su tiempo? Además, era tan sólo una prostituta, y si, por alguna casualidad, algún policía tenía un vislumbre del complot, aquel sería un falso indicio.

A última hora de la noche del 9 de noviembre, él último y más importante objetivo, Kelly, fue sometido a la más salvaje carnicería de todas. El ritual tomó dos horas. Y los asesinatos de Jack el Destripador terminaron.

Burton había localizado las grabaciones de Gull, Netley, Kelly, Crook, Sickert, Salisbury, el Príncipe Eddy, y Stride. Por alguna razón que la Computadora no podía explicar, las de Chapman y Nichols no estaban disponibles. La Computadora, sin embargo, siguió buscándolas.

Burton revisó los acontecimientos del encuentro de Eddy con Annie Crook hasta el asesinato de Kelly vía ojos y oídos de las grabaciones. Hizo pasar varias veces algunos de ellos, aunque vomitó dos veces, la primera observando a Gull trabajar sobre Eddowes, la segunda vez durante la disección de Kelly. Había creído tener un estómago fuerte, pero había sobreestimado su tolerancia.

Luego hizo que la Computadora pasara algunos de los episodios de la vida en el Mundo del Río de cada uno de los participantes en el asunto del Destripador. Annie Elizabeth Crook había sido resucitada en la Orilla con toda su cordura restaurada, pero con la mayor parte de sus recuerdos de 1888 a 1920 ausentes.

La esquizofrenia de Sir William Gull parecía haber sido eliminada. Veinte años después de la primera resurrección, había sido convertido a una secta religiosa, los dowistas, por su propio fundador, Lorenzo Dow.

John Netley, el cochero, se había visto profundamente afectado por el shock de ahogarse en el Támesis y luego despertarse en la orilla del Río. Durante seis meses, su comportamiento hubiera podido describirse como cristiano (de acuerdo con el ideal, no la práctica, de muchos cristianos). Una vez el shock se hubo desvanecido y estuvo razonablemente seguro de que no iba a ser castigado por sus pecados, volvió a su yo terrestre, un oportunista, lúbrico, egoísta criminal de sangre fría.

Walter Sickert, el pintor, se convirtió muy pronto a la Iglesia de la Segunda Oportunidad y alcanzó el rango de obispo.

«Larga Liz» Stride y Marie Kelly fueron resucitadas en el Valle a unos pocos pasos la una de la otra. Durante cinco años, fueron amigas y vecinas inmediatas. Ninguna de las dos había continuado como prostituta, aunque habían tomado una serie de amantes, y bebían tanto como podían conseguir. Luego Stride se había vuelto religiosa y se había unido a una popular secta budista, los nichirenitas. Kelly la había abandonado, se había ido Río arriba y, tras muchas aventuras, se había establecido en una zona pacífica. Ambas habían muerto durante los terribles momentos siguientes al fallo de las piedras de cilindros de la orilla derecha del Río.

Los largos viajes de todos habían terminado, por un tiempo al menos. Todos se hallaban encerrados en las grabaciones corporales y los wathans que flotaban girando en el pozo central.


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