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58.06% EL Mundo del Río / Chapter 162: EL LABERINTO MÁGICO SECCIÓN 9 - La primera y última batalla aérea en el Mundo del Río (29)

Chapter 162: EL LABERINTO MÁGICO SECCIÓN 9 - La primera y última batalla aérea en el Mundo del Río (29)

La primera y última batalla aérea en el Mundo del Río (29)

El Rex Grandissimus estaba en mitad del lago, su proa apuntada al viento, sus ruedas de paletas girando lentamente para hacerlo avanzar a quince kilómetros por hora. Esto, añadido a un viento de ocho kilómetros por hora, daba a los aeroplanos un viento de más de veinte kilómetros por hora para ayudarles al despegue.

El Rey Juan, vestido con un faldellín azul, una capa escarlata, y unas botas de agua negras, estaba en la cubierta de vuelos. Estaba hablando con los dos pilotos mientras el personal de cubierta preparaba los aparatos. Los pilotos iban vestidos con uniformes negros de piel parecidos a los de los aviadores enemigos. Cerca de ellos estaban los cazas que estaban siendo preparados. Los dos eran también biplanos, aunque sus morros eran más romos que los de sus oponentes. Las alas y el fuselaje de uno de los aparatos estaban cubiertos por un dibujo a cuadros parecido al de un tablero de ajedrez, azul y plata, sobre el cual estaban pintados los tres leones dorados del Rey Juan. Su morro carmesí exhibía un cráneo blanco y unas tibias entrecruzadas. La segunda máquina era blanca, con los tres leones en las alas y la cola. En ambos lados y en la parte de abajo de la cabina había una esfera roja, el sol naciente del Japón, el signo de Okabe.

Entre los varios cientos de candidatos entrevistados en los últimos siete años, Juan había elegido a dos para volar en este tan esperado día. Kenji Okabe era un hombre bajo, esbelto y fornido, que irradiaba determinación. Sin embargo, la mayor parte del tiempo era sociable, interesado en los demás. Pero en este momento parecía ceñudo.

Voss, junto con Barker, tenía el honor de haber luchado en las dos peleas más grandes que un hombre solo había sostenido contra fuerzas superiores en la historia aérea de la Primera Guerra Mundial.

El 23 se setiembre de 1917, Voss, con cuarenta y ocho aparatos aliados en su haber, estaba volando en solitario en uno de los nuevos triplanos Fokker cuando se tropezó con siete cazas S.E.S. del escuadrón número 56 de la RVC. Sus pilotos estaban entre los mejores pilotos de caza británicos. Cinco eran ases, siendo McCudden, Rhys-Davids y Cecil Lewis los más conocidos. Su jefe, McCudden, lanzó inmediatamente a sus hombres a un ataque en círculo. Aparentemente Voss estaba predestinado a ser derribado inmediatamente, siendo el blanco de catorce ametralladoras a la vez. Pero Voss maniobró su aparato como si fuera un halcón. En dos ocasiones, justo cuando McCudden tenía a Voss en su punto de mira, Voss se lanzó a un rápido medio giro plano, una maniobra que ninguno de los británicos había visto nunca antes, Realizando ultrajantes pero perfectamente controlados trucos, y acribillando también de paso a algunos de sus aviones, Voss eludió a los siete. Pero no consiguió romper el círculo. Entonces Rhys- Davids, un soberbio tirador, lo mantuvo en su punto de mira el tiempo suficiente como para descargar un tambor de balas del calibre.50 de sus Lewis contra él. El aeroplano de Voss cayó, no sin que los británicos lo lamentaran. De ser posible, hubieran preferido haberlo derribado vivo. Era el mejor piloto de caza que jamás hubieran visto.

Voss era en parte descendiente de judíos. Aunque había encontrado algunos prejuicios en las fuerzas aéreas alemanas, sus espléndidas habilidades en la lucha y su determinación le habían hecho ganar el reconocimiento que se merecía. Incluso sirvió durante un tiempo a las órdenes de Richthofen, el llamado Barón Rojo, que lo convirtió en un luchador de élite y le asignó el puesto de protector de la formación.

Kenji Okabe, el capitán de las fuerzas aéreas del Rey Juan, había sido, durante la Segunda Guerra Mundial, un suboficial, Piloto de Primera Clase de la Aviación Naval. Fue uno de los mayores pilotos de caza de su país, y proporcionó a la Marina el mayor récord de todos los tiempos cuando sobre Rabaul, el Archipiélago de las Bismarck, derribó a siete aviones americanos en un solo día. Pero mientras atacaba a un bombardero sobre Bougainville, en las Islas Salomón, fue sorprendido por un aeroplano americano picando desde gran altura. Arrancó una de las alas del Zero que pilotaba y lo incendió. Ardiendo, Okabe cayó.

Juan charló con sus dos excelentes pilotos durante unos cuantos minutos. Luego estrechó la mano de Voss y devolvió la reverencia de Okabe, y los dos subieron a sus cabinas. A mil quinientos metros de altitud, en un punto a medio camino entre los dos barcos, una espira con la parte superior en forma de cebolla era el punto de cita acordado.

Los cuatro biplanos ascendieron trazando espirales. Una vez alcanzada la altura señalada, según indicaban sus altímetros, se enderezaron. Ninguno de ellos pensó en hacer ninguna trampa, puesto que eran hombres de honor. Tampoco Juan había sugerido a sus pilotos que ascendieran un poco más para conseguir ventaja. Los conocía demasiado bien.

Entonces se encaminaron los unos en pos de los otros. El sol estaba a la derecha de Voss y Okabe; a la izquierda de Barker y Guynemer. Los cuatro hubieran preferido tener el sol a sus espaldas y en los ojos de sus oponentes. Este era el método clásico de ataque. Ocultarse en el sol o en alguna nube, y luego, una vez localizada a la víctima debajo, picar tomándola por sorpresa.

Los aeroplanos alcanzaron los mil quinientos metros estipulados. Las dos parejas, con tres kilómetros de distancia entre ellas, se dirigieron directamente una contra Otra a una velocidad combinada de quinientos kilómetros por hora. Quizá cinco mil personas estaban observando la última batalla aérea de los terrestres.

Werner Voss se lanzó directamente contra Bill Barker; Georges Guynemer y Kenji

Okabe uno en pos del otro.

Era una maniobra casi fríamente suicida. Mantener el motor al mínimo en un rumbo de colisión. No abrir fuego hasta llegar a los quinientos metros. Entonces pulsar el botón en la palanca de mandos. Soltar al cabo de unas diez ráfagas. Confiar en que los disparos alcancen una de las hélices, la tuerzan un poco, quizá agujereen uno de los conductos de carburante o algún hilo eléctrico. Quizá incluso alcancen la capota, atraviesen el parabrisas y hieran al piloto.

Luego, en el último segundo posible, hacer dar media vuelta al aparato y girar a la derecha. Si se producía algún error de cálculo, o si el otro piloto no giraba sino que proseguía su rumbo, ¡crash!

Los relucientes ojos negros de Guynemer miraron a través de sus gafas de vuelo, directamente al otro lado del parabrisas. El aparato blanco era de líneas afiladas y daba la impresión como de estar aplastado. La girante hélice mostraba una visión clara del otro hombre; sus dientes resplandecían blancos al sol. Luego, el aparato se hizo enorme, hinchándose a una velocidad que hubiera aterrado a la mayor parte de los hombres. El francés oprimió el botón. Al mismo tiempo, el cañón del arma de su oponente brilló rojo.

Los dos aeroplanos giraron simultáneamente sobre sí mismos, y sus ruedas casi colisionaron. Ambos hicieron ascender sus aparatos al tiempo que rizaban tan cerradamente que la sangre escapó de sus cabezas.

Durante un segundo, mientras daba la vuelta, Guynemer tuvo el tablero de ajedrez del otro aparato en su punto de mira. Pero no malgastó ninguna bala. Los dos iban demasiado rápidos.

Barker y Okabe se cruzaron, casi chocando el uno con el otro, tan cerca que pudieron verse claramente sus rostros.

Ahora se trataba de efectuar un regateo alocado, cada uno de ellos ascendiendo con toda la potencia de sus motores, y en un ángulo al borde de la pérdida de velocidad. Sus motores zumbaron por el esfuerzo.

Luego Okabe se deslizó hacia un lado, cayendo, y cuando su punto de mira se cruzó con Guynemer le lanzó una ráfaga de cuatro balas.

El francés se agachó involuntariamente cuando apareció un orificio en su parabrisas. Ladeándose, siguió a Okabe en su caída, confiando en sorprenderlo por la cola. El aeroplano que exhibía el sol rojo había corrido un riesgo en busca de su oportunidad, y casi había conseguido el éxito. Pero ahora estaba más bajo que Guynemer, y debía pagar.

El japonés inició un apretado rizo que casi situó al aparato vertical sobre su cola. Cayó hacia atrás, y Okabe, en posición invertida, disparó cuando Guynemer entró de nuevo en su punto de mira. El francés estaba girando entonces. Las balas rastrearon su fuselaje, no alcanzándole por poco. Su depósito de gasolina sí fue alcanzado, pero era autosellante, cosa que no tenía su viejo Spad. Okabe se enderezó y ascendió de nuevo. Guynemer hizo girar su aparato alrededor del otro, aceleró hacia arriba, colgó de morro durante unos segundos, y disparó cuatro balas. Un disparo atravesó la cabina, quemando la mano que el japonés tenía en la palanca de mandos. Gruñendo de dolor, Okabe apartó la mano. Su aeroplano cayó hacia la derecha, por un momento fuera de control.

Guynemer empezó a caer en barrena, aunque se salió rápidamente de ella.

El francés y el alemán estuvieron, sin haberlo planeado, uno al lado del otro por unos cuantos segundos, ambos ascendiendo. Entonces Guynemer se ladeó hacia Voss, y este, para evitar una colisión, se ladeó también. Pero en vez de ladearse alejándose, como Guynemer había esperado, Voss se giró hacia él, pero descendiendo en vez de ascender.

La punta del ala de Voss no golpeó contra el elevador de cola de Guynemer por un centímetro.

El alemán se dejó caer y luego se elevó en un rizo, una maniobra no recomendable cuando el enemigo está en tu cola. Al llegar arriba, giró y luego picó.

Guynemer pensó, cuando Tablero de Ajedrez se revolvió hacia él, que todo estaba perdido. Recobrándose rápidamente, sin tiempo para pensar en escapatorias, empezó a subir, mirando por encima de su hombro. Por un momento no pudo ver a Tablero de Ajedrez. Luego éste y el aparato de Barker aparecieron junto a él. Su amigo estaba detrás de Tablero de Ajedrez, habiéndose situado de algún modo a su cola. Tablero de Ajedrez inició un rizo-tonel, perdió velocidad en la maniobra, y luego se lanzó a una plana semibarrena. Voss era rápido como un gato a los controles. Repentinamente, se halló con el morro en dirección opuesta. El aeroplano de Barker disparó junto a él, las puntas de sus alas casi tocándose.

Guynemer no tuvo tiempo de mirar más excepto hacia el aparato con el sol rojo. Ahora el tipo estaba detrás de él pero más abajo, ascendiendo tan rápidamente como él pero incapaz de disminuir la distancia que los separaba. Su adversario estaba a unos doscientos metros, estimó Guynemer. Lo bastante cerca como para alcanzarle con su fuego, pero demasiado lejos para apuntar con precisión en el aire.

De todos modos, Sol Rojo le lanzó una andanada. Los agujeros puntearon el ala derecha de Guynemer mientras éste se elevaba para girar. Sol Rojo giró también, encabritando su aparato para ponerse en línea con el hombre en la cabina. Guynemer tiró del estrangulador hasta que estuvo plano contra el panel. Si su motor tenía más potencia que el de Sol Rojo, podría alejarse lentamente incluso en aquella brusca ascensión. Pero los deseos no servían de nada. Estaban muy igualados en este aspecto.

Volvió a tirar hacia atrás de la palanca en un gesto salvajemente sereno. Disminuyó el ángulo de su ascensión, aunque sabía que con aquello permitiría a Sol Rojo estrechar la distancia que los separaba. Pero Guynemer no podía trazar una curva hacia arriba y sobre su dorso sin más impulso. Intentar eso sin nivelar su inclinación con respecto al horizonte podía conducir su aparato a una pérdida brusca de velocidad. Durante unos treinta segundos, tuvo que correr el riesgo de que el fuego de su enemigo pudiera alcanzar alguna parte vital de su blanco.

Okabe redujo distancias, preguntándose por qué el Vieux Charles había reducido su velocidad. Por aquel entonces había supuesto ya que su piloto era Guynemer. Como todos los aviadores, conocía muy bien la historia de Guynemer. Por unos momentos después de haber visto el nombre, se había sentido extraño. ¿Qué estaba haciendo él ahí arriba intentando matar al famoso francés, intentando derribar al Viejo Carlos?

Okabe miró a través del punto de mira. Cuando llegara a los quince metros de distancia, dispararía. Ahora, ahora estaba en línea. Oprimió el botón en la parte superior de la palanca de mandos; su aparato se estremeció cuando la ametralladora escupió. No estaba lo suficientemente cerca como para ver si había alcanzado su blanco, pero lo dudaba. Y ahora el aparato blanco con el blasón de la cigüeña roja estaba alzando el morro. Ahora estaba parándose sobre su cola, y ahora... ¡ahora estaba deslizándose hacia atrás y estaba disparándole a él!

Pero Okabe había pateado el timón y empujado la palanca. A esta altitud, el aeroplano no respondía tan rápidamente como en un vuelo normal. Pero consiguió realizar la semibarrena, y estaba cayendo alejándose de su oponente. Miró hacia atrás y vio al Viejo Carlos saliendo de su maniobra en la dirección opuesta.

Hizo una cerrada curva y se dirigió hacia él, esperando alcanzarlo antes de que pudiera situarse sobre él.

Voss, descubriendo el aeroplano marcado con la cabeza de perro tras él, tuvo poco tiempo para determinar qué maniobra debía efectuar para sacárselo de su cola. Dudaba que cualquier acrobacia convencional lo consiguiera. Este hombre podía simplemente imitarle o podía esperar a que la rematara y disparar sobre él cuando saliera de ella.

Salvajemente, tiró del estrangulador hasta la mitad.

Barker se sorprendió de acercarse tanto tan repentinamente. Pero no se paró a pensar. Tablero de Ajedrez estaba en su punto de mira; la distancia era de quince metros y reduciéndose. Entonces el casco del piloto estuvo dentro del anillo de su punto de mira. Oprimió el botón del disparador.

Tablero de Ajedrez, como si leyera en su mente, aumentó de pronto su potencia y al mismo tiempo entró en semibarrena. Las balas de Barker silbaron donde había estado su cabeza, astillando el fondo del fuselaje, destrozando el patín de cola.

Inmediatamente, el canadiense entró en semibarrena. Si tenía que disparar mientras estaba de lado, lo haría.

Tablero de Ajedrez se enderezó pero prosiguió una semibarrena hacia la derecha. Cabeza de Perro lo siguió. Tablero de Ajedrez recuperó la horizontalidad, y Cabeza de Perro apretó de nuevo el botón disparador.

Pero Tablero de Ajedrez se deslizó en un girante picado. Debía estar desesperado, pensó Barker. Yo puedo girar y picar tan rápido como él. Pensó también que Tablero de Ajedrez tenía que ser Voss. Tenía que serlo.

Pero Tablero de Ajedrez apuntó rápidamente su morro hacia arriba, efectuó un rizo- tonel, y cayó de nuevo. Barker se negó a emular la maniobra. Empujó la barra, su pulgar preparado para pulsar, pegándose a Tablero de Ajedrez tanto como un patito se pega a su madre.

Guynemer, saliendo del picado, estaba en la línea de fuego de Tablero de Ajedrez. Y Voss, estimando en un destello los vectores de su aeroplano y del Viejo Carlos, el viento y el alcance, lanzó una ráfaga. Fueron tan sólo seis balas disparadas, y Guynemer escapó de ellas. Pero una alcanzó al francés en la cadera, penetrando en ángulo descendente.

Baker no supo que Voss estaba disparando hasta que vio a Georges alzar rápidamente un brazo y echar bruscamente la cabeza hacia atrás. Entonces apretó su pulgar contra el botón, pero Voss ascendió en un brusco ángulo y girando sobre sí mismo, agitando de modo suicida sus alas de tal modo que Barker tuvo que apartarse rápidamente para evitar una colisión.

Pero no se alejó de él, sino que giró en torno suyo tan rápidamente como un leopardo vigilando la mordedura de un perro salvaje. Voss se le había escapado momentáneamente, aunque el precio había sido alto. Obligado a picar de nuevo para recuperar velocidad antes de que Barker pudiera alcanzarle, estaba de nuevo por debajo de él.

Barker se deslizó hacia él, mirando a su alrededor al mismo tiempo en busca de Sol

Rojo.

Lo vio. Se dirigía hacia él desde arriba, acudiendo en ayuda de su compañero, ahora que Guynemer estaba momentáneamente, quizá permanentemente, hors de combat.

Era vital abandonar a Voss por el momento. Barker alzó su aparato, apuntando su morro en el mismo plano y en la misma dirección que el de Okabe. Rumbo de colisión.

Pero tener que ascender lo situaba a él en desventaja. El enemigo no tenía que permanecer en el mismo nivel, ni tampoco él. Se ladeó ligeramente, girando hacia la izquierda. Barker se ladeó a la izquierda también. Okabe se desvió hacia la derecha y luego redujo el picado. Evidentemente, estaba intentando trazar un círculo para alcanzarlo por la cola. El canadiense miró hacia abajo por ambos lados. Guynemer estaba subiendo de nuevo. No estaba tan seriamente herido como para considerarse fuera de combate. Y el alemán estaba dirigiéndose hacia el francés, que estaba casi a su mismo nivel. Estaba por debajo suyo, en una perfecta posición para que Barker lo atacara. Desgraciadamente, Barker se hallaba en la misma situación que Voss con respecto a Okabe.

Barker ladeó su aeroplano mientras seguía subiendo. Dentro de unos treinta segundos, Okabe llegaría zumbando por debajo y alrededor y por detrás de él.

Al infierno con Okabe. Iba a atacar a Voss de todos modos. El aeroplano de Barker picó en una larga curva.

Las alas se estremecieron con la velocidad del descenso. Miró su velocímetro. Cuatrocientos diez kilómetros por hora. Quince kilómetros por hora más, y las alas no podrían resistir el esfuerzo.

Miró hacia atrás. Okabe estaba siguiéndoles pero ahora no tan cerca. Probablemente sus alas tenían aproximadamente la misma tolerancia que las de su propio aparato. Barker se enderezó ligeramente, disminuyendo el ángulo del descenso. Eso iba a permitir a Okabe disminuir la distancia entre él y Barker. Pero Barker deseaba caer sobre Voss a una velocidad que le diera tiempo de lanzarle una larga ráfaga.

Ahora Voss, viendo a Barker picar, y siendo él el único blanco, giró su aparato hacia la picante némesis. Por unos pocos segundos, se hallaron en la misma línea, y las bocas de las armas de Voss escupieron llamas. Estaba corriendo un gran riesgo, con pocas probabilidades de éxito, puesto que el alcance era de cuatrocientos metros. Pero había poca cosa más que pudiera hacer.

Si bien el aeroplano resultó milagrosamente alcanzado, el propio Barker salió ileso. Ahora se ladeaba alejándose, alterando ligeramente su curva. Accionó el estrangulador, mirando hacia atrás al mismo tiempo. Okabe estaba acercándose por momentos, pero estaba aún demasiado lejos para utilizar su arma.

El aparato de Barker, con el viento aullando por encima del borde del parabrisas, giró en torno y detrás de Voss. El alemán no miró hacia atrás, pero podía ver a Barker en su retrovisor.

Evidentemente lo vio, puesto que giró y se dejó caer, alejándose. Barker realizó la misma maniobra, y entonces vio que Guynemer iba a quedar en la línea de fuego de Voss cuando Voss se nivelara. Por un segundo o dos, el aeroplano de Guynemer estaría enfrente de las ametralladoras de Voss. En dos ocasiones el francés se había hallado en la línea de fuego de Voss, ambas veces por accidente.

Barker no sabía todavía si su compañero había sido alcanzado o no. El y Voss pasaron a toda velocidad junto a Guynemer; la nuca de Voss estaba en el punto de mira de Barker, la distancia sólo cincuenta metros, acortándose.

Una ojeada al espejo. Okabe estaba detrás de él, a otros cincuenta metros. Y estaba acercándose rápidamente. Tan rápidamente que tendría tan sólo unos cuantos segundos para disparar a menos que disminuyera su velocidad. Lo cual tendría que hacer, por supuesto, a menos que estuviera muy seguro de su puntería.

Barker oprimió el disparador. Los orificios recorrieron a todo lo largo el fuselaje desde la cola, pasaron por encima del piloto, cuya cabeza estalló en un grumo de sangre, y danzaron por el motor.

Los espectadores en la orilla presenciaron entonces una extraña escena. Había tres aeroplanos en línea, y entonces, de pronto, fueron cuatro. Guynemer había ascendido detrás de Okabe. No estaba encima, en la mejor posición, y no disponía de la velocidad que había conseguido Okabe en su picado. Pero mientras el cráneo de Voss se desintegraba, mientras la espina dorsal de Barker era partida en dos y la parte superior de su cabeza desaparecía, Guynemer lanzó tres ráfagas. Una alcanzó a Okabe en la parte inferior de su espalda desde abajo, en ángulo ascendente, rebotando en la espina dorsal, abriéndose camino hacia la parte frontal del cuerpo, y reventando el plexo solar.

Tras lo cual la visión de Guynemer falló, y se dejó caer hacia adelante, moviendo la palanca hacia adelante pero sin ser consciente de ello, mientras la sangre brotaba de su brazo y su costado. Dos de las balas de Voss habían encontrado su blanco.

El aeroplano pintado como un tablero de ajedrez empezó a girar sobre sí mismo, fallando por poco la parte superior de una espira rocosa de la orilla, estrellándose nivel tras nivel en los puentes de bambú, y aplastándose finalmente contra una cabaña. Las llamas brotaron de su fuselaje, el alcohol incendiado se derramó por las cabañas vecinas, y el viento llevó las llamas hasta otros edificios.

El primero de los varios fuegos que iban a convertirse en un holocausto se había iniciado.

El aeroplano marcado con la cabeza de un perro se estrelló contra una espira y cayó ardiendo a lo largo de ella, rompiendo a su paso varios niveles de puentes y cabañas, esparciendo fragmentos da ardiente metal y derramando llameante combustible a varios metros a la redonda.

El aparato señalado con el sol rojo cayó girando como una barrena sobre la playa, alcanzando a decenas de gritantes espectadores que corrían en busca de seguridad, rebotando sobre otras decenas más, y terminando su viaje contra el gran cobertizo de baile. El fuego bailó también, lamiendo el frente del edificio en girantes volutas y tragándose rápidamente toda la estructura en un insaciable resplandor escarlata y naranja.

El Viejo Carlos descendió en un somero picado, girando sobre sí mismo justo antes del impacto. Se estrelló contra el borde de la orilla del Río, abrió una zanja en la tierra cubierta de hierba mientras estallaba en llamas, aplastó a cinco personas que huían para poner a salvo sus vidas, y se detuvo en la base del tronco de un árbol de hierro.

Goering, pálido y tembloroso, pensó que nadie había probado nada excepto que el valor y la gran habilidad no eran garantías de supervivencia, que la Dama Fortuna juega con invisible mano, y que la guerra es fatal tanto para los soldados como para los civiles, tanto para los beligerantes como para los neutrales.


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