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55.19% EL Mundo del Río / Chapter 154: EL LABERINTO MÁGICO SECCIÓN 8 - Los fabulosos barcos fluviales llegan a Virolando (21)

Chapter 154: EL LABERINTO MÁGICO SECCIÓN 8 - Los fabulosos barcos fluviales llegan a Virolando (21)

Los fabulosos barcos fluviales llegan a Virolando (21)

Hacía treinta y tres años, había llegado a Virolando. Su intención era quedarse tan sólo el tiempo suficiente como para hablar unas cuantas veces con La Viro, si le era permitido hacerlo. Luego iría allá donde la Iglesia le mandara. Pero La Viro le había pedido que se

quedara allí, aunque no le había dicho por qué ni cuánto tiempo debería quedarse. Tras pasar un año allí, Goering había adoptado el nombre esperanto de Fenikso (Fénix).

Esos habían sido los mejores años de todas sus vidas. No había ninguna razón para pensar que no pudiera dejar transcurrir muchos más.

Aquel día iba a ser parecido a todos los demás, pero esa semejanza era algo digno de disfrutar, sobre todo cuando estaba adornada con pequeñas variedades.

Tras el desayuno, subió hasta un enorme edificio construido en la parte superior de una espira de roca en la orilla izquierda. Allí dio clase a los alumnos de su seminario hasta media hora antes del mediodía. Bajó luego rápidamente al suelo y se unió a Kren junto a una piedra de cilindros. Más tarde, subieron a otra espira y se sujetaron a los arneses de sendos deslizadores y se lanzaron desde el borde de la espira, a doscientos metros sobre el suelo.

El aire sobre Virolando estaba lleno con miles de deslizadores que derivaban arriba y abajo, giraban, se inclinaban, se alzaban, picaban, hacían cabriolas, danzaban. Hermann se sentía como un pájaro, no, como un espíritu libre. Era una ilusión de libertad, toda la libertad era una ilusión, pero aquella era la mejor.

Su deslizador era de un color rojo brillante, pintado así en memoria del escuadrón del que había sido jefe tras la muerte de Manfred von Richthofen. Escarlata era también el símbolo de la sangre derramada por los mártires de la Iglesia. Había muchos deslizadores como el suyo en los cielos, mezclando su color con el blanco, el negro, el amarillo, el naranja, el verde, el azul, y el púrpura. Aquellas tierras habían sido bendecidas con hematita y otros minerales a partir de los cuales podían conseguirse pigmentos. Había sido bendecida en muchos aspectos.

Hermann se deslizó por encima y por debajo de los puentes que unían las casas, cruzando los abismos entre las espiras Pasó cerca de los pilones de madera y piedra, en ocasiones demasiado cerca. Era pecaminoso arriesgar así la vida, pero no podía resistirlo. El antiguo estremecimiento del desafío de la Tierra había vuelto a él, redoblando su éxtasis. No había ningún motor rugiendo en sus oídos, ningún humo de aceite en su olfato, ninguna sensación de estar encerrado.

A veces pasaba junto a un globo y saludaba con la mano a la gente de la cesta que colgaba de él. Durante sus días libres, él y Kren tomaban también un globo, ascendían a una altura de trescientos metros, y dejaban que el viento los arrastrara Valle abajo. Cuando tenían libres varios días seguidos, flotaban durante todo el día, hablando, comiendo, haciendo el amor en la atestada cestilla mientras viajaban sin rumbo fijo, al compás del viento, a la velocidad que el globo quisiera llevarles.

Al anochecer, soltaban el hidrógeno y tomaban tierra en la orilla, metían la deshinchada envoltura en la cesta, y tomaban un barco de vuelta río arriba al día siguiente.

Al cabo de media hora, Hermann se deslizó Río abajo, viró, y regresó siguiendo la línea de la orilla. Junto con centenares de otros, desmontó el deslizador, y luego caminó con el peso del aparato sobre sus hombros de vuelta a la espira desde la cual había saltado.

Un mensajero llevando sobre su cabeza una corona de flores rojas y amarillas lo detuvo.

Hermano Fenikso. La Viro desea verte.

Gracias dijo Hermann, pero sintió que un pequeño estremecimiento atravesaba su cuerpo. ¿Había decidido el arzobispo que había llegado el momento de enviarle en misión?

El Hombre le aguardaba en sus aposentos privados en el templo de piedra roja y negra. Hermann fue conducido a través de varias estancias de alto techo hasta una pequeña habitación, y la puerta de roble se cerró tras él. La cámara estaba amueblada sencillamente: un enorme escritorio de sobre plano; varios grandes sillones de cuero de pez; algunos pequeños de bambú; dos divanes; una mesa con jarras de agua y de alcohol aromatizado, tazas, cajas de cigarros y cigarrillos, encendedores, y cerillas; un orinal; dos

cilindros; perchas en las paredes de las que colgaban ropas; una mesita auxiliar junto a un espejo de mica en la pared; otra mesilla conteniendo los lápices de labios, tijeras pequeñas, y peines que proporcionaban ocasionalmente los cilindros. Había varias alfombras de fibra de bambú y una piel de pez en forma de estrella en el suelo. Ardían cuatro antorchas, sus extremos encajados en sujeciones en la pared. La puerta privada de la pared exterior estaba abierta en aquellos momentos, dejando entrar el aire y la luz del sol. Unas aberturas en el techo proporcionaban ventilación adicional.

La Viro se levantó cuando entró Hermann. Era un hombre robusto, de casi dos metros de altura, y muy moreno. Su nariz era como el pico de una gigantesca águila.

Bienvenido, Fenikso dijo con una profunda voz. Siéntate. ¿Quieres algo de beber, un cigarro?

No, gracias, Jacques dijo Hermann. Se sentó en la silla que el otro le indicaba. El arzobispo volvió a sentarse también.

Supongo que habrás oído lo de ese gigantesco barco de metal que viene Río arriba. Los tambores no hablan de otra cosa en ochocientos kilómetros más allá de la frontera del sur. Eso significa que alcanzará nuestra frontera en unos dos días.

»Tú me dijiste todo lo que sabías acerca de ese hombre Clemens y su socio, Juan Sin Tierra. No sabes lo que ocurrió después de que tú fueras muerto, por supuesto. Pero aparentemente esos dos consiguieron repeler a sus enemigos y construir su barco. Pronto van a cruzar por nuestro territorio. Por lo que he oído no son belicosos, así que no tenemos por qué temer problemas. Después de todo, dependen de la cooperación de aquellos que son propietarios de las piedras de cilindros a lo largo del Río. Tienen el poder de tomar lo que deseen, pero utilizan ese poder tan sólo cuando se ven obligados a ello. De todos modos, he oído algunos informes inquietantes acerca del comportamiento de algunos de los tripulantes cuando el barco se detuvo para, ¿cómo lo llaman ellos?, una estancia en la orilla. Se produjeron algunos incidentes desagradables, la mayor parte debidos a embriaguez y mujeres.

Perdóname, Jacques. Eso no suena como el tipo de gente que Clemens tendría a bordo. Era un obseso, e hizo algunas cosas que no hubiera debido hacer para conseguir construir ese barco. Pero no es, o al menos no era, alguien que permitiera un tal comportamiento.

En todos estos años, ¿quién sabe lo que puede haber cambiado? Por una parte, el nombre de este barco no es el que me dijiste. En vez del No Se Alquila es el Rex Grandissimus.

Eso suena extraño. Suena más bien como el nombre que hubiera elegido el Rey

Juan.

Por lo que me has contado de ese Juan, puede que matara a Clemens y se apoderara del barco. Sea cual sea la verdad, quiero que vayas al encuentro de ese barco en la frontera.

¿Yo?

Tú conoces al hombre que lo construyó. Quiero que abordes el barco en la frontera. Averiguarás cuál es la situación y qué tipo de gente vive en él. Y estimarás también su potencial militar.

Hermann se mostró sorprendido.

Fenikso, me contaste la historia que ese gigante de larga nariz, ¿Joe Miller?, le contó a Clemens, y que Clemens contó a los demás. Si es cierta, hay una gran Torre en el centro de ese mar en el polo norte. Esos hombres tienen intención de penetrar en ella si les es posible. Creo que su intento es perverso.

¿Perverso?

Porque esa Torre es obviamente obra de los Éticos. Esa gente del barco pretende penetrar en esa Torre, para descubrir sus secretos, quizá para tomar cautivos o incluso matar a los Éticos.

Eso es algo que no sabes con certeza dijo Hermann.

No, pero es razonable suponerlo.

Nunca he oído a Clemens decir que deseara el poder. Simplemente deseaba llegar a las fuentes del Río.

Lo que diga públicamente y lo que pueda ser privadamente son cosas distintas.

Realmente, Jacques dijo Hermann, ¿por qué debemos preocuparnos de lo que hagan aunque realmente pretendan penetrar en la Torre? Seguro que crees que sus diminutas ametralladoras y demás armas puedan conseguir algo contra los Éticos. Los seres humanos son apenas gusanos para ellos. Además ¿qué podemos hacer contra ellos? No podemos utilizar la fuerza para detenerles.

El arzobispo se inclinó hacia adelante, sus enormes y morenas manos sujetando el borde del escritorio. Miró a Hermann como si estuviera deshojándolo, capa tras capa, para mirar lo que formaba su núcleo.

¡Se ha producido algún fallo en este mundo, algún terrible fallo! En primer lugar, las pequeñas resurrecciones se han interrumpido. Esto parece haberse producido poco después de tu última resurrección. ¿Recuerdas la consternación que causaron esas noticias?

Hermann asintió y dijo:

Yo mismo sufrí una terrible ansiedad. La duda y la desesperación me causaban pánico.

A mí también. Pero, como arzobispo, tenía que tranquilizar a mis fieles. De todos modos, no tenía hechos que pudiera utilizar como base para la esperanza. Era posible que ya se nos hubiera dado todo el tiempo que necesitábamos. Aquellos que tenían que conseguir el Seguir Adelante ya lo habían conseguido. El resto iba a morir, y sus kas seguirían vagando por el universo, eternamente, más allá de toda redención.

»Pero yo no creía en ello. Por una parte, sabía que yo no estaba aún preparado para Seguir Adelante. Tengo un camino que recorrer, quizá un largo camino, antes de conseguirlo.

»¿Y me hubiera elegido el Etico para fundar la Iglesia si yo no fuera un firme candidato para Seguir Adelante?

»O bien, y puedes imaginar mi agonía ante ese pensamiento, ¿había fracasado?

¿Había sido elegido para mostrar a los otros el camino de la salvación, y yo debía quedarme atrás? ¿Como Moisés, que condujo a los hebreos a la tierra prometida pero le fue prohibido que él penetrara en ella?

¡Oh, no! murmuró Hermann. ¡Eso no es posible!

Podría serlo dijo La Viro. Sólo soy un hombre, no un dios. Hubo un tiempo en el que incluso pensé en renunciar. Quizá se me permitió que ignorara mi propio progreso ético porque estaba demasiado ocupado dirigiendo los asuntos de la Iglesia. Me había vuelto arrogante; mi poder me había corrompido de una forma sutil. Tenía que dejar que los obispos eligieran un nuevo jefe. Cambiaría mi nombre e iría Río abajo como misionero.

»No, no protestes. Consideré seriamente eso. Pero luego me dije a mí mismo que haciendo eso traicionaría la confianza que los Éticos habían depositado en mí. Y quizá hubiera alguna otra explicación para ese terrible acontecimiento.

»Mientras tanto, tenía que dar alguna explicación pública. Sabes cuál fue; tú fuiste uno de los primeros en oírla.

Hermann asintió. Se le había confiado el llevar el mensaje hasta tres mil kilómetros más abajo de Virolando. Eso había significado permanecer ausente de su amado país durante más de un año. Pero se había sentido feliz de hacer eso por La Viro y la Iglesia. El mensaje era: No tengáis miedo. Tened fe. Los últimos días aún no han llegado. La prueba no ha terminado. Estamos en un período de pausa que no va a durar siempre. Algún día, los muertos volverán a alzarse. Eso ha sido prometido. Quienes hicieron este

mundo y nos dieron la oportunidad de ser inmortales no pueden fallarnos. Este período es una prueba. No tengáis miedo. Creed.

Muchos habían preguntado a Hermann cuál era exactamente la «prueba». El sólo había podido responderles que no lo sabía. Quizá La Viro había sabido todo eso de los propios Éticos. Quizá revelar la finalidad de la prueba significara falsear su resultado.

Algunos no lo habían aceptado. Habían abandonado la Iglesia, denunciándola amargamente. La mayoría, sin embargo, habían seguido siendo fieles a ella. Sorprendentemente, se habían conseguido muchos nuevos conversos. Esos habían llegado a través del miedo, miedo de que quizá existiera realmente una segunda oportunidad de alcanzar la inmortalidad y ahora su tiempo para conseguirlo se estuviera terminando. No era una actitud racional, puesto que La Viro había dicho que las resurrecciones volverían de nuevo. Pero no querían correr riesgos de perder su oportunidad.

Aunque el miedo no formó creyentes a largo plazo, hizo dar un paso hacia la dirección correcta. Quizá la auténtica fe viniera luego.

La única afirmación en mi mensaje que no era estrictamente cierta dijo La Viro era que este período de pausa era una prueba. No tenía autoridad directa, es decir, no había recibido ningún mensaje directo del visitante, de que este fuera el caso. Pero, en un cierto sentido, mi afirmación no era una mentira piadosa. La interrupción de las resurrecciones es una prueba. Una prueba de valor y creencias. Evidentemente, nos pone a prueba a todos nosotros.

»En aquel momento, pensó que todo aquello tenía una finalidad beneficiosa por parte de los Éticos. Y puede que así fuera. Pero el visitante me había dicho que él y sus compañeros eran simplemente seres humanos pese a los superpoderes que estaban a su disposición. Podían cometer fallos y errores. Lo cual significa que no son invulnerables. Pueden ocurrirles accidentes, Y puede que haya enemigos que deseen causarles daño.

Hermann se envaró en su asiento.

¿Qué enemigos?

No puedo conocer su identidad... si realmente existen. Considera esto. Ese subhumano, no, no voy a llamarle así, puesto que es humano, pese a su extraña apariencia. Ese gigante, Joe Miller, y los egipcios, llegaron hasta el mar polar pese a los grandes riesgos. Y otros les habían precedido. Por todo lo que sabemos, puede que haya habido otros que hayan seguido a los egipcios. ¿Cómo sabemos si algunos de ellos no han conseguido penetrar en la Torre? ¿Y ocasionado allí algo terrible, quizá sin pretenderlo siquiera?

Me resulta difícil de creer que los Éticos no posean defensas invulnerables dijo

Goering.

¡Ja! dijo La Viro, alzando un dedo. Olvidas el ominoso significado del túnel y la cuerda que encontró el grupo de Miller. Alguien horadó el agujero en las montañas y dejó la cuerda allí. La cuestión es, ¿quién y por qué?

Quizá fue uno de los Éticos de segundo orden, un agente renegado dijo Hermann. Después de todo, el visitante te dijo que era posible la regresión incluso para ellos. Si eso es posible a los de su clase, piensa en lo mucho más posible que es para un agente.

La Viro estaba horrorizado.

Yo... yo... ¡debería haber pensado en eso! ¡Pero es tan... tan impensable... tan arriesgado!

¿Arriesgado?

Sí. Los agentes tienen que estar más avanzados que nosotros, y sin embargo tienen que... esperar.

La Viro cerró los ojos, manteniendo su mano derecha con el índice y el pulgar formando una O. Hermann no dijo nada. La Viro estaba recitando mentalmente la fórmula

de la aceptación, una técnica utilizada por la Iglesia, inventada por el propio La Viro. Al cabo de dos minutos, La Viro abrió los ojos y sonrió.

Si eso fuera cierto, deberíamos enfrentarnos a todas las implicaciones y estar dispuestos dijo. Que la Realidad sea Tuya... y nuestra

»Pero volvamos a la razón principal por la que te he mandado llamar. Deseo que subas a ese barco y observes todo lo que puedas. Descubre cuál es la disposición de su capitán, ese Rey Juan, y su tripulación. Determina si constituyen una amenaza para los Éticos. Por ello quiero decir si tienen artilugios y armas que puedan concebiblemente permitirles penetrar en la Torre.

La Viro frunció el ceño y dijo:

Ya es hora de que echemos una mano en este asunto.

Supongo que no querrás decir usar la violencia.

No, no contra la gente. Pero la no violencia y la resistencia pasiva se aplican únicamente a las personas. ¡Hermann, si es necesario, hundiremos ese barco! Pero lo haremos solamente como último y lamentable recurso. Y lo haremos tan sólo si podemos asegurarnos de que nadie resultará dañado.

No... no comprendo dijo Hermann. Tengo la impresión de que, si hacemos esto, demostraremos falta de fe en los Éticos. Ellos tienen que ser capaces de manejar cualquier situación de peligro que los simples hombres puedan maquinar contra ellos.

Acabas de caer en la trampa contra la que constantemente te avisa la Iglesia, la trampa contra la cual tú mismo has advertido a otros muchas veces. Los Éticos no son dioses. Solo hay un Dios.

Hermann se puso en pie.

Muy bien. Partiré inmediatamente.

Estás pálido, Fenikso. No estés tan asustado. Puede que no sea necesario destruir ese barco. En cualquier caso, lo haremos tan sólo si estamos seguros en un cien por ciento de que nadie va a resultar herido o muerto.

No es eso lo que me asusta dijo Hermann. Lo que me asusta es que una parte de mí está ansiosa por lanzarse a la intriga, emocionada ante la idea de hundir ese barco. Es el viejo Hermann Goering, aún vivo dentro de mí, aunque creía que lo había arrojado ya de mi interior para siempre.


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