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50.53% EL Mundo del Río / Chapter 141: EL LABERINTO MÁGICO SECCIÓN 3 - A bordo del «Rex»: el hilo de la razón (8)

Chapter 141: EL LABERINTO MÁGICO SECCIÓN 3 - A bordo del «Rex»: el hilo de la razón (8)

A bordo del «Rex»: el hilo de la razón (8)

Cuando el reverendo Dodgson, más conocido como Lewis Carroll, escribió Alicia en el País de las Maravillas, lo prologó con un poema. Empieza con «Todo en el dorado atardecer», y condensa ese famoso viaje en barco Isis arriba durante el cual Dodgson fue importunado hasta tal punto por la auténtica Alice que escribió más tarde que había compuesto el libro para complacer a «las crueles Tres».

En aquel día del 4 de julio de 1852, dorado sólo en el pensamiento porque de hecho era frío y húmedo, Dodgson, que sería el Dodo en Alicia y el Caballero Blanco en A través del espejo, estaba acompañado por el reverendo Duckworth, que naturalmente se

convirtió en el Pato (the Duck). Lorina, de trece años, fue el Loro (the Lory), y Edith, la hermana más pequeña, de ocho años, se convertiría en el Aguilucho (the Eaglet).

Las tres niñitas eran las hijas del obispo Liddell, cuyo sobrenombre rimaba en inglés con violín (fiddle), como queda evidenciado por un poema acerca del obispo cantado por los pendencieros estudiantes de Oxford. Los versos de Dodgson se refieren a las niñas según los ordinales latinos y de acuerdo con su edad. Prima, Secunda y Tertia.

Ahora Alice tenía la impresión, mientras permanecía de pie en medio de la cabina de Richard y suya, de que ella había representado realmente la parte de Secunda durante su vida en la Tierra. Y evidentemente, en aquel mundo era Secunda. Richard Burton consideraba a pocos hombres como sus iguales y a ninguna mujer, ni siquiera su esposa, y quizá especialmente su esposa, como su igual.

A ella no le había importado. Era soñadora, gentil e introvertida. Como Dodgson había escrito de ella:

Aún sigue persiguiéndome, como un fantasma, Alice avanzando bajo los cielos,

sin poder verla nunca con los ojos abiertos.

Aquello era cierto en más sentidos de los que Dodgson podía haber soñado nunca. Ahora ella estaba bajo un cielo en el cual incluso al resplandor del mediodía ella podía ver cerca de las cimas de las montañas el débil resplandor fantasmagórico de algunas estrellas gigantes. Y en el cielo nocturno sin luna el cielo era un llamear de grandes lienzos de gases y enormes estrellas que competían con la luz de una luna llena.

Bajo la luz del día y de la noche, se había sentido contenta, incluso orgullosa, de dejar que Richard tomara las decisiones. Esas habían implicado a menudo violencia y, contrariamente a su naturaleza, ella había luchado como una amazona. Aunque nunca había tenido el físico de una Penthesilea, sí había tenido su valor.

La vida en el Mundo del Río había sido a menudo dura, cruel y sangrienta. Después de morir en la Tierra, se había despertado desnuda y con todo el pelo de su cuerpo afeitado, en el cuerpo que había sido el suyo cuando tenía veinticinco años, aunque había muerto a los ochenta y dos. A su alrededor no estaba la habitación de la casa en que había muerto, la de su hermana Rhoda en Westerham, Kent. En vez de ello enormes montañas cortadas a pico encerraban las llanuras y las orillas y el río en mitad del valle. Hasta tan lejos como podía ver, había gente en las orillas, todos ellos desnudos, sin pelo, jóvenes, e impresionados, gritando, llorando, riendo histéricamente, o en un silencio horrorizado.

No conocía a nadie y, movida por un impulso, se había aferrado a Burton. Sin embargo, uno de los artículos en su cilindro era una barra gomosa parecida al chicle que contenía alguna especie de sustancia psicodélica. Ella la masticó, y entonces ella y Burton habían copulado furiosamente durante toda la noche y hecho incluso cosas que luego ella había considerado perversas y algunas otras cosas que aún seguía haciendo.

Se había odiado a sí misma por la mañana y deseado matarse allí mismo. Había odiado a Burton como nunca antes había odiado a nadie. Pero siguió con él, puesto que cualquier otro a quien se dirigiera podía ser peor. También había tenido que admitir que él se hallaba igualmente bajo los efectos de la goma, y no la urgió luego a reanudar, como ella pensó que lo haría, sus relaciones carnales.

Con el tiempo, ella se había ido enamorando de él de hecho, se había enamorado de él aquella misma noche, y empezaron a vivir juntos. Vivir juntos no era exactamente la palabra, puesto que una buena mitad de su tiempo ella se lo pasaba sola en su cabaña. Burton era el hombre más inquieto que jamás hubiera conocido. Tras una semana en un mismo lugar, tenía que trasladarse a algún otro sitio: de tanto en tanto se peleaban, él llevando casi siempre la voz cantante, aunque ahora ella sabía defenderse mejor. Finalmente, desapareció durante varios años, y regresó con una historia que resultó ser en esencia un cuento increíble.

Ella se mostró realmente dolida cuando finalmente descubrió que él había mantenido su secreto más importante oculto a los ojos de ella durante años. Había sido visitado una noche por un ser embozado y enmascarado que había dicho que era un Etico, uno de los miembros del Consejo que gobernaba a los responsables de las resurrecciones de treinta y cinco mil millones o así de terrestres.

La historia era que esos Éticos habían devuelto a la humanidad a la vida para realizar algunos experimentos. Pretendían dejar que la humanidad muriera, no volviera a ser resucitada de nuevo. Uno de los miembros del Consejo, ese Etico, ese «Hombre», se estaba oponiendo en secreto a ello.

Burton era escéptico. Pero cuando los otros Éticos intentaron apoderarse de él, Burton echó a correr. Se vio obligado a matarse a sí mismo varias veces, utilizando el principio de la resurrección, para alejarse de sus perseguidores. Tras un tiempo decidió que quizá fuera mejor dejarse atrapar. Tras 777 suicidios, se despertó en la habitación del Consejo de los doce Esos le dijeron lo que ya sabía por X, es decir, que había un renegado entre ellos. Sin embargo, hasta entonces, habían sido incapaces de descubrir quién era. Pero lo conseguirían.

Ahora que lo habían atrapado, iban a mantenerlo bajo permanente vigilancia. Sus recuerdos de sus visitas de los Éticos, de hecho todo desde que había conocido por primera vez a X, sería borrado de su mente.

Burton, sin embargo, al despertar en la orilla del Río, descubrió que su memoria estaba intacta. De alguna forma, X había conseguido evitar el borrado, engañando así a sus colegas.

Burton razonó también que X debía haber arreglado las cosas de modo que los Éticos no pudieran encontrarle por mucho que lo desearan. Burton fue entonces Río arriba, buscando a los otros a los que X había reclutado. X no había dicho exactamente cuándo y cómo le ayudarían, pero había prometido revelarle el momento y los métodos en una ocasión posterior.

Algo había ido mal. X no había aparecido en años, y las resurrecciones se habían interrumpido de pronto.

Luego Burton había descubierto que Peter Jairas Frigate y el taucetano, que habían estado con Burton desde el principio, eran o Éticos o agentes de los Éticos. Antes de que Burton pudiera echarles la mano encima, ambos huyeron.

Burton no podía seguir manteniendo el secreto frente a sus compañeros. Alice se sintió sorprendida por la historia, impresionada. Más tarde, se puso furiosa. ¿Por qué no le había dicho la verdad mucho tiempo antes? Burton había explicado que deseaba protegerla. Si ella sabía la verdad, podía ser secuestrada e interrogada y Dios sabía qué otras cosas por parte de los Éticos.

Desde aquel momento, ella había estado hirviendo lentamente. La reprimida irritación había estallado de tanto en tanto, y las llamas habían despellejado a Burton. El, siempre dispuesto a devolver ardor con ardor, se había peleado terriblemente con ella. Y aunque siempre habían terminado reconciliándose de nuevo, Alice sabía que el día de la separación llegaría pronto.

Hubiera debido romper antes de alistarse en el Rex. Pero ella también deseaba conocer las respuestas a los misterios del Mundo del Río. Si se quedaba atrás, siempre lamentaría no haber proseguido. Así que había embarcado con Richard, y allí estaba, en su cabina, preguntándose qué hacer a continuación.

También tenía que confesarse que sentía más atracción al simple hecho de estar allí que al deseo de revelar misterios. Por primera vez en su vida en aquel mundo tenía a su disposición agua corriente caliente y fría, y un baño confortable, y una cama, y aire acondicionado, y un gran salón en el cual podía ver películas y obras de teatro y oír música, clásica y popular, interpretada por orquestas que utilizaban los instrumentos conocidos en la Tierra, no los sustitutos de arcilla y piel y bambú utilizados en las orillas.

Había también bridge y whist y otros juegos. Todas estas comodidades para el cuerpo y para el alma eran suyas. Era difícil prescindir de ellas.

Era por supuesto una extraña situación para la hija de un obispo nacida el 4 de mayo de 1852 cerca de la abadía de Westminster. Su padre era no sólo el decano del Christ Church College, sino famoso como el coeditor del Léxico Griego-Inglés Liddell y Scott. Su madre era una hermosa y culta mujer que parecía española. Alice Pleasance Liddell llegó a Oxford cuando tenía cuatro años y casi inmediatamente hizo amistad con el tímido y tartamudo clérigo-matemático con su excéntrico sentido del humor. Ambos vivieron en Tom Quad, de modo que sus encuentros fueron frecuentes.

Como las hijas de un obispo de ascendencia noble y real, ella y sus hermanas no tuvieron ocasión de jugar muy a menudo con otros niños. Eran educadas principalmente por su institutriz la señorita Prickett, una mujer que se preocupaba enormemente por enseñar a sus niñas pero que no tenía ella misma demasiada educación. De todos modos, Alice gozó de todas las ventajas de una privilegiada infancia victoriana. John Ruskin era su maestro de dibujo. Ella conseguía a menudo escuchar subrepticiamente las conversaciones de los huéspedes que su padre traía a cenar; el Príncipe de Gales, Gladstone, Matthew Arnold, y muchos otros grandes y notables.

Era una niñita encantadora, de piel oscura, su recio pelo cortado a flequillo, su rostro un reflejo de su tranquila alma soñadora cuando estaba pensativo pero brillante y ansioso cuando era estimulado, especialmente por las locas historias de Dodgson. Leía mucho, y se instruía enormemente por sí misma.

Le gustaba jugar con su gato negro, Dinah, y contarle sus propias historias, que nunca eran tan buenas como las del reverendo. Su canción favorita era «Estrella vespertina», que Dodgson iba a satirizar en Alicia como la canción de la Tortuga Burlona, «Sopa de tortuga».

Sopa vespertina, ¡maravillosa sopa! Sopa vespertina, ¡maravillosa sopa!

La auténtica parte favorita del libro para Alice, sin embargo, era aquella acerca del Gato de Cheshire. Le encantaban los gatos, e incluso cuando era ya mayor hablaba ocasionalmente con su gatito como si fuera humano cuando no había nadie a su alrededor.

Creció hasta convertirse en una atractiva mujer con un físico espléndido y un algo especial, un indefinible pelo brumoso que había atraído a Dodgson cuando era niña y que había atraído también a Ruskin y a otros. Para todos ellos era la «niña de puras y limpias cejas y maravillosos ojos soñadores».

Pese a su atractivo de adulta, no se casó hasta los veintiocho años, lo cual hacía de ella una vieja solterona en los Victorianos 1880. Su marido, Reginald Gervis Hargreaves del estado de Cuffnells, cerca de Lyndhurst, Hampshire, había sido educado en Eton y Christ Church, y se convirtió en un juez de paz, viviendo una vida muy tranquila con Alice y sus tres hijos. Le gustaba leer, especialmente literatura francesa, cabalgar y cazar, y poseía un enorme jardín botánico que incluía pinos de Oregón y secoyas.

Pese a algunas inhibiciones y torpezas al principio, ella se había adaptado al acto sexual y había llegado a desearlo. Amaba a su marido, y lo lamentó profundamente cuando éste murió, en 1926.

Pero a Burton lo había amado con una pasión que excedía con mucho a la que había llegado a sentir por Reginald.

Pero ya no, se dijo a sí misma.

Ya no podría seguir el ritmo de su eterna inquietud, aunque parecía como si ahora él estuviera dispuesto a quedarse en un mismo sitio durante varios años. Pero era el lugar lo que lo alteraba ahora. Sus irritaciones, su ansia por iniciar cualquier disputa, sus enormes

celos, se estaban volviendo agotadores. Los rasgos de él que la habían atraído al principio porque ella carecía de ellos la estaban apartando ahora de él.

La gran cuña que abría le separación era el que él hubiera mantenido para sí mismo durante tanto tiempo El Secreto.

El problema de abandonar a Richard en este momento era que ella no tenía ningún lugar donde ir. Todas las cabinas estaban ocupadas. Algunas estaban ocupadas por un hombre solo, pero ella no deseaba irse a vivir con un hombre al que no amara.

Richard se hubiera burlado ante aquello. Afirmaba que todo lo que él deseaba en una mujer era belleza y afecto. También las prefería rubias, pero en su caso había prescindido de ese requisito. Podía haberle dicho que se buscara algún hombre atractivo con unos modales el menos soportables y que se fuera a vivir con él. Pero no lo había hecho. Más bien la amenazaría de muerte si ella lo abandona. ¿Lo haría? Seguramente debía estar tan cansado de ella como ella lo estaba de él.

Se sentó y se fumó un cigarrillo, algo que jamás hubiera ni soñado allá en la Tierra, y consideró qué hacer. Tras un rato, no encontrando ninguna respuesta, abandonó la cabina y fue al gran salón. Siempre había algo agradable o excitante allí.

En el salón, fue de un lado para otro durante algunos minutos, admirando los cuadros y las estatuas y escuchando una pieza de Liszt que estaba siendo interpretada al piano.

Mientras estaba empezando a sentirse realmente solitaria y deseando que viniera alguien y la librara de su mal humor, una mujer se le acercó. Tendría metro y medio de altura, delgada, piernas largas, y unos pechos cónicos de mediano tamaño con enhiestos pezones levemente cubiertos por una sucinta tela. Sus rasgos eran hermosos pese a su nariz un poco demasiado larga.

Exhibiendo unos dientes muy blancos e iguales, la rubia dijo en esperanto:

Hola, soy Aphra Behn, una de las pistoleras y ex-compañeras de Su Majestad, aunque él me llama todavía de tanto en tanto. Tú eres Alice Liddell, ¿no? La mujer del feo y hermoso galés de fiera mirada, Gwalchgwynn.

Alice asintió a todo aquello y preguntó inmediatamente:

¿Eres tú la autora de Oroonoko? Aphra sonrió de nuevo.

Sí, y de otras varias obras. Es bueno saber que no era una desconocida en el siglo xx. ¿Juegas al bridge? Estamos buscando un cuarto jugador.

No he jugado desde hace treinta y cuatro años dijo Alice. Pero me encantaba. Si no te importan algunas torpezas al principio...

Oh, te pondremos en forma rápidamente, aunque alguien pueda resultar herido por ello dijo Aphra. Se echó a reír y condujo a Alice de la mano hacia una mesa cerca de una pared y debajo de un enorme cuadro. Este representaba a Teseo entrando en el corazón del laberinto de Minos donde lo aguardaba el Minotauro. El hilo de Ariadna estaba atado a su enorme erección.

Aphra, viendo la expresión de Alice, sonrió.

Te sorprende cuando lo ves por primera vez, ¿verdad?. No sabes si Teseo va a matar al toro con su espada o a sodomizarlo hasta la muerte, ¿no crees?

Si hace eso último dijo Alice, va a romper el hilo y no será capaz de encontrar su camino de vuelta hasta Ariadna.

Una mujer afortunada dijo Aphra. Puede morir pensando todavía que él la ama, sin saber sus planes de abandonarla a la primera oportunidad.

Así que aquella era Aphra Amis Behn, la novelista, poetisa y dramaturga a la que Londres llamaba la Incomparable Astrea, según la divina estrella virgen de la religión clásica griega. Antes de que muriera en 1689 a la edad de cuarenta y un años, había escrito una novela, Oroonoko, que fue una sensación en su época y fue publicada de nuevo en 1930, dando a Alice la oportunidad de leerla antes de su muerte. El libro había tenido una gran influencia en el desarrollo de la novela, y los contemporáneos de Aphra la comparaban con el Defoe de sus mejores tiempos. Sus obras teatrales eran obscenas y

groseras pero ingeniosas y habían hecho las delicias de los espectadores. Fue la primera mujer inglesa en ganarse enteramente la vida con sus escritos, y había sido también una espía para Carlos II durante la guerra contra Holanda. Su vida había sido escandalosa, incluso para el período de la Restauración, pero fue enterrada en la abadía de Westminster, un honor negado al igualmente escandaloso y mucho más famoso Lord Byron.

Dos hombres estaban aguardando impacientemente en la mesa. Aphra hizo las presentaciones, proporcionando una sucinta biografía de cada uno.

El hombre en el extremo oeste de la mesa era Lazzaro Spallanzani, nacido el 1728 d.C., muerto el 1799. Había sido uno de los más conocidos científicos naturalistas de su tiempo, y era famoso principalmente por sus experimentos con murciélagos para determinar cómo podían volar en medio de una total oscuridad. Había descubierto que lo conseguían utilizando una forma de sonar, aunque ese término no era conocido en sus días. Era bajo, delgado, muy moreno, y obviamente italiano aunque hablara esperanto.

El hombre que se sentaba en el lado norte era Ladislad Podebrad, un checo. Era de estatura media (para la mitad y finales del siglo xx), muy desarrollado, musculoso, y con un cuello de toro. Su cabello era amarillo, y sus ojos azules y fríos. Tenía unas gruesas y amarillentas cejas. Su nariz de águila era ancha, y su masiva mandíbula profundamente hendida. Aunque sus manos eran anchas tan grandes como las de un oso, pensó Alice, que tendía a exagerar, y los dedos eran relativamente cortos, manejaba las cartas como un tahúr del Mississippi.

Aphra comentó que había subido a bordo hacía tan sólo ocho días y que era un ingeniero electrónico con un doctorado en su haber. También dijo y aquí Alice se sintió de pronto muy interesada que Podebrad había atraído la atención de Juan cuando Juan lo vio de pie junto a los restos de una aeronave en la orilla izquierda. Tras oír la historia de Podebrad y sus calificaciones, Juan lo había invitado a subir a bordo como ingeniero ayudante en la sala de motores. La quilla de duraluminio y la góndola del dirigible semirrígido habían sido recogidas de entre los restos y almacenadas en el Rex.

Podebrad no hablaba mucho, dando la impresión de ser uno de esos jugadores de bridge que se concentran exclusivamente en el juego. Pero puesto que Behn y Spallanzani no dejaban de hablar, Alice se animó a hacer algunas preguntas. El respondió concisamente, pero no ofreció señales externas de sentirse irritado por el interrogatorio. Eso no quería decir que no lo estuviera; su rostro permaneció impasible durante todo el juego.

Podebrad explicó que había sido jefe de estado en un lugar muy muy lejos Río abajo llamado Nova Bohemujo, el nombre esperanto de Nueva Bohemia. Estaba cualificado para esta posición puesto que había sido también jefe de una sección gubernamental en Checoslovaquia y un miembro prominente del partido comunista. Ahora ya no era comunista, sin embargo, puesto que esa ideología no tenía sentido y era tan irrelevante como el capitalismo allí. Además, se había sentido muy atraído por la Iglesia de la Segunda Oportunidad, aunque nunca se había unido a ella.

Había tenido un sueño recurrente de que había enormes depósitos de hierro y otros minerales enterrados muy profundo en la zona de Nova Bohemujo. Tras mucho batallar, había conseguido que su gente cavara para él. Fue una tarea larga y agotadora y destrozó infinidad de herramientas de pedernal, cuarzo y madera, pero su celo había sido recompensado. Además, les había dado una ocupación.

Tiene que comprender que no soy en absoluto supersticioso dijo Podebrad con una voz de bajo profundo. Desprecio la oniromancia, y hubiera ignorado esa serie de sueños, no importa cuan compulsivos pudieran ser. Es decir, lo hubiera sido bajo la mayor parte de las circunstancias. Tenía la impresión de que eran expresión de mi inconsciente, un término que no me gusta utilizar, puesto que rechazo el freudianismo, pero útil aquí para describir los fenómenos que estaba experimentando. Al principio, eran tan sólo la

expresión de mis deseos de descubrir metal, o así lo creía. Luego empecé a creer que podía haber otra explicación, aunque la primera no era realmente una explicación. Quizá hubiera una afinidad entre el metal y yo mismo, alguna especie de corriente terrestre que me pusiera en su circuito, es decir, que el metal era un polo y yo el otro, de tal modo que captaba el flujo de energía.

Y dice que no es supersticioso, pensó Alice. ¿O se está burlando de mí?

Richard, sin embargo, hubiera aceptado a pies juntillas ese tipo de tonterías. Creía que había una afinidad entre la plata y el. Cuando sufría de oftalmia en la India, se colocaba monedas de plata sobre los ojos, y cuando ya viejo sufrió de gota, se las colocaba en el pie.

Aunque no creo en los sueños como manifestaciones del subconsciente, creo que pueden ser un medio para la transmisión de la telepatía u otras formas de percepción extrasensorial dijo Podebrad. Se efectuaron muchos experimentos de PES en la Unión Soviética. Fuera cual fuese la razón, tenía la intensa sensación de que había metal muy profundamente hundido bajo la superficie de Nova Bohemujo. Y lo había. Hierro, bauxita, criolita, vanadio, platino, tungsteno, y otras menas. Todos mezclados juntos, no en estratos naturales. Evidentemente, quien reformó este planeta había amontonado los metales ahí durante el proceso.

Todo esto se iba diciendo entre las apuestas, por supuesto. Podebrad hablaba como si no fuera interrumpido, siguiendo exactamente el diálogo allá donde lo había dejado.

Podebrad había industrializado su estado. Su gente había sido armada con espadas de acero y arcos de fibra de vidrio y armas de fuego. Había construido dos cañones de vapor, aunque por supuesto no tan grandes como el Rex.

No para conquista sino para defensa. Los otros estados estaban celosos de nuestra riqueza en minerales y les hubiera gustado poseerlos, pero no se atrevían a atacar. Mi objetivo último, sin embargo, era construir un gran barco con propulsores a hélice para viajar hasta las fuentes del Río. Por aquel entonces no sabía que existían ya dos barcos enormes yendo Río arriba. Si lo hubiera sabido, de todos modos, no hubiera abandonado mi idea de construir mi gran barco.

»Finalmente trabé conocimiento con algunos aventureros que me propusieron alcanzar las fuentes mediante una aeronave. Su idea me intrigó, y poco después construí el dirigible y partí en él. Pero una tormenta lo destruyó. Yo y mi tripulación salimos con vida de ello, y entonces llegó el Rex.

El juego terminó pocos minutos más tarde, con Podebrad y Alice como ganadores y Spallanzani exigiendo furiosamente por qué Podebrad había abierto con diamantes en vez de con tréboles. El checo se negó a decírselo pero dijo que podía imaginárselo por sí mismo. Felicitó a Alice por su correcta forma de jugar. Alice le dio las gracias, pero siguió sin saber más que Spallanzani por qué Podebrad lo había hecho así.

Antes de que se fueran, sin embargo, ella dijo:

Sinjorino Behn olvidó decir exactamente cuándo nació y murió usted en la Tierra. El la miró intensamente.

Quizá fuera porque no lo sabe. ¿Por qué desea saberlo usted?

Oh, simplemente estoy interesada en ese tipo de cosas. El se alzó de hombros y dijo:

1912-1980 d.C.

Alice se apresuró a encontrar a Burton antes de entrar de guardia para aprender a arreglar huesos y enyesar. Lo encontró en el corredor camino a su cabina. Estaba sudoroso, con su morena piel como bronce aceitado. Acababa de terminar dos horas de esgrima y tenía media hora libre antes de volver a sus ejercicios.

Camino a su cabina, ella le habló de Podebrad. El le preguntó por qué parecía tan excitada acerca del checo.

Todo eso del sueño es un contrasentido dijo ella. Te diré lo que pienso de ello. Creo que es un agente que se quedó varado y que sabía dónde estaba el depósito de

minerales. Utilizó el sueño como una excusa para conseguir que su gente lo pusiera al descubierto. Luego construyó el dirigible e intentó llegar hasta la Torre, no sólo hasta las fuentes. ¡Estoy segura de ello!

¿Oh, reaaaaalmente? Burton arrastró las palabras de aquel modo que la ponía furiosa. ¿Qué otra ligera evidencia tienes, si es que es ligera? Después de todo, el tipo no vivió más allá de 1983.

¡Eso es lo que él dice! ¿Pero cómo saber si algunos agentes... tú mismo lo has dicho... no han cambiado su historia? Además...

Hizo una pausa, todo su cuerpo irradiando ansiedad.

¿Sí?

Tú describiste el consejo de los doce. ¡Se parece a aquel que tú llamaste Thanabur o quizá al llamado Loga!

Aquello no le sobresaltó. Pero al cabo de pocos segundos dijo:

Descríbeme de nuevo a ese hombre. Una vez la hubo oído agitó la cabeza.

No. Tanto Loga como Thanabur tenían ojos verdes. Loga tenía el pelo rojizo, y Thanabur marrón. Este Podebrad tiene el pelo amarillo y los ojos azules. Puede parecerse a ellos, pero supongo que debe haber millones que se les parecen.

¡Pero Richard! ¡El color del pelo puede cambiarse! No estaba llevando esas lentillas que pueden cambiar el color de los ojos y de las que nos habló Frigate. Pero ¿no crees que los Éticos pueden tener los medios necesarios para cambiar el color de sus ojos sin necesidad de ayudas obvias?

Es posible. Le echaré una mirada al individuo.

Tras ducharse, se dirigió al gran salón. Al no descubrir a Podebrad allí, regresó a la sala de motores. Más tarde, cuando se encontró de nuevo con Alice, Burton dijo:

Ya veremos. Podría ser Thanabur o Loga. Si uno puede ser un camaleón, el otro puede serlo también. Pero hace veintiocho años desde que los vi, y nuestro encuentro fue muy breve. Realmente, no puedo decirlo.

¿Vas a hacer algo al respecto?

¡No puedo detenerlo en el barco de Juan! No. Simplemente lo vigilaremos, y si descubrimos algo que justifique nuestras sospechas, entonces veremos qué hacer.

»Recuerda a Spruce el agente. Cuando lo cogimos, se suicidó simplemente pensando una especie de código que derramó un veneno en su sistema desde aquella pequeña bola negra en su cerebro. Será muy delicado el actuar, y no podemos hacerlo hasta que estemos seguros. Personalmente, creo que es sólo una coincidencia. Ahora bien, Strubewell... he aquí a alguien de quien no tenemos ninguna duda. Bueno, no muchas, al menos. Después de todo, es sólo una teoría el que cualquiera que proclame pertenecer a una época después de 1983 es un agente. Es posible que simplemente no hayamos encontrado demasiada gente de esa época.

Bien, jugaré mucho al bridge con Podebrad, si me es posible. Lo mantendré vigilado.

Ve con mucho cuidado, Alice. Si es uno de Ellos, estará muy atento. De hecho, no deberías haberle preguntado acerca de las fechas. Eso puede haberlo puesto en guardia. Deberías haber conseguido el dato de alguna otra persona.

¿Acaso nunca puedes confiar en mí? dijo ella, y se marchó.


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