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3.22% EL Mundo del Río / Chapter 9: A Vuestros Cuerpos Dispersos CAPITULO VII

Chapter 9: A Vuestros Cuerpos Dispersos CAPITULO VII

Burton se quedó muy asombrado.

Mis enemigos extendieron ese rumor malévolo y sin fundamento -dijo-. Pero cualquiera que conozca los hechos y me conozca a mí sabrá la verdad. Y ahora, creo que usted...

Entonces, ¿no escribió El judío, el gitano y el Islam? -dijo Ruach resoplando.

Lo hice -replicó Burton. Su rostro estaba rojo, y cuando bajó la vista, vio que también su cuerpo había enrojecido-. Y ahora, como empecé a decir antes de que me interrumpiera de una forma tan poco educada, creo que lo mejor será que se vaya. En circunstancias normales, ya le estaría apretando el cuello. Un hombre que me habla así tiene que defender sus palabras con hechos. Pero esta es una extraña situación, y quizá esté usted desquiciado. No sé. Pero, si no se excusa ahora mismo, o se marcha, vamos a tener otro cadáver.

Ruach apretó los puños y miró con odio a Burton. Luego, dio la vuelta y se marchó.

¿Qué es un nazi? -le preguntó Burton a Frigate.

El estadounidense se lo explicó lo mejor que pudo, y Burton le contestó:

Tengo mucho que aprender acerca de lo que sucedió después de mi muerte. Este hombre está equivocado acerca de mí. No soy ningún nazi. ¿Dice usted que

Inglaterra se convirtió en una potencia de segunda categoría? ¿Y sólo cincuenta

años después de mi muerte? Me resulta difícil creerlo.

¿Por qué iba a mentirle? -le dijo Frigate-. No se disguste por ello. Antes del final del Siglo XX se había alzado de nuevo, y en una forma muy curiosa, aunque ya era demasiado tarde...

Escuchando al yanki, Burton sintió orgullo por su país. Aunque Inglaterra lo había tratado de una forma bastante ingrata durante su vida, aunque siempre había

deseado irse de la Isla cuando estaba en ella, la defendería hasta la muerte. Y

había sido muy devoto de la Reina. Bruscamente, dijo:

Si se imaginó cuál era mi identidad, ¿por qué no me dijo nada de ello?

Quería estar seguro. Además, no tuvimos mucho tiempo para charlas sociales -le respondió Frigate-. O de ningún otro tipo -añadió, mirando de reojo a la magnífica figura de Alice Hargreaves.

»También sé acerca de ella -continuó-, si es la mujer que creo que es.

Eso es más de lo que sé yo -replicó Burton. Se detuvo. Habían subido la ladera de la primera colina, y estaban en la cima. Dejaron el cuerpo sobre el suelo, bajo un gigantesco pino rojo.

Inmediatamente, Kazz, con un cuchillo de calcedonia en la mano, se acurrucó junto al cadáver. Alzó la cabeza al cielo y murmuró algunas pocas frases que debían de haber sido parte de un cántico religioso. Luego, antes de que los otros pudieran objetar, había abierto el cadáver, sacándole el hígado.

La mayor parte del grupo gritó horrorizado. Burton gruñó. Monat miró.

Los grandes dientes de Kazz se clavaron en el sangrante órgano y arrancaron un gran trozo. Sus mandíbulas, de grandes músculos y gruesos huesos, comenzaron a

masticar, y entrecerró los ojos extasiado. Burton se adelantó hacia él y tendió la

mano, intentando que se detuviese. Kazz sonrió ampliamente, cortó un trozo, y se lo ofreció a Burton. Se sintió muy sorprendido por el rechazo de Burton.

¡Un caníbal! -dijo Alice Hargreaves-. ¡Oh, Dios mio, un sangriento y maloliente caníbal! ¡Y ésta es la vida venidera prometida!

No es peor que nuestros propios antepasados -dijo Burton. Se había recuperado

del shock, e incluso estaba disfrutando, un poquito, de la reacción de los otros-. En un lugar en el que parece haber bastante poca comida, su acción es eminentemente práctica. Bueno, queda resuelto nuestro problema de cómo enterrar un cadáver sin las herramientas adecuadas. Además, si estamos equivocados acerca de que los cilindros sean una fuente de comida, quizá antes de que pase mucho estaremos emulando a Kazz.

¡Nunca! -dijo Alice-. ¡Antes prefiero morir!

Eso es exactamente lo que le sucedería -replicó Burton friamente-. Sugiero que nos retiremos y le dejemos que coma tranquilo. No me resuelve mi propio apetito, y encuentro que su comportamiento en la mesa es tan abominable como el de un

yanki de las fronteras. O un prelado campesino -añadió, en beneficio de Alice.

Caminaron hasta perder de vista a Kazz, tras uno de los grandes árboles nudosos. Alice exclamó:

¡No quiero que esté con nosotros! ¡Es un animal, una abominación! ¡No iba a sentirme segura ni un solo segundo si lo tengo cerca de mí!

Usted me pidió protección -dijo Burton-. Se la daré mientras sea usted miembro de este grupo. Pero tendrá que aceptar mis decisiones. Y una de ellas es que el

hombre-mono permanece con nosotros. Necesitamos su fuerza y sus habilidades, que parecen ser muy apropiadas para este tipo de país. Nos vamos a convertir en

primltivos; por consiguiente, tenemos mucho que aprender de un primitivo. El se queda.

Alice miró a los otros con una súplica silenciosa. Monat agitó las cejas. Frigate se

alzó de hombros y dijo:

Señora Hargreaves, si le resulta posible, olvide sus costumbres, sus convencionalismos. No estamos en un correcto cielo victoriano para la alta

sociedad. De hecho, en ningún tipo de cielo que jamás se soñase. No puede usted

pensar y comportarse como acostumbraba en la Tierra. Fíjese en un simple detalle:

usted procede de una sociedad en la que las mujeres se tapaban del cuello hasta los pies con gruesos ropajes, y en el que la visión de las rodillas de una mujer era un acontecimiento sexual estremecedor. No obstante, no parece sufrir demasiada

vergüenza por estar desnuda. Se muestra usted tan digna y segura de sí misma

como si llevase un hábito de monja.

No me gusta como voy -dijo Alice-. Pero ¿por que iba a sentirme avergonzada? Donde todo el mundo está desnudo, nadie se siente desnudo. De hecho, es lo único

que podemos hacer. Si algún ángel me diera un vestuario completo, no lo usaría.

No iría de acuerdo con la moda. Y tengo un tipo excelente. Si no lo tuviera, quizá sufriera mas.

Los dos hombres rieron, y Frigate dijo:

Eres fabulosa, Alice. Absolutamente. ¿Puedo llamarte Alice? Señora Hargreaves parece demasiado formal cuando uno va desnudo.

Ella no le replicó, sino que se marchó rápidamente, desapareciendo tras un gran árbol. Burton comentó:

Tendremos que hacer algo al respecto del saneamiento y la higiene personal en un próximo futuro. Lo que significa que alguien tendrá que decidir una política de

salubridad y tener el poder de dar disposiciones y hacer que se cumplan. ¿Cómo forma uno cuerpos legislativo, judicial y ejecutivo a partir del presente estado de

anarquía?

Volviendo a un problema más inmediato -dijo Frigate-, ¿qué hacemos con el muerto?

Solamente estaba un poco menos pálido que un momento antes, cuando Kazz había hecho la incisión con el cuchillo de calcedonia.

Estoy seguro de que la piel humana, debidamente curtida, o la tripa humana, adecuadamente tratada, será muy superior a la hierba para hacer cuerdas o

ataduras. Pienso cortar algunas tiras. ¿Quiere ayudarme?

El silencio solo fue roto por el viento que agitaba las hojas y las puntas de las hierbas. El sol siguió descendiendo, e hizo aparecer sudor, que se secó rápidamente al viento. No piaba ningún pájaro, ni zumbaba ningún insecto. Y entonces, la aguda

voz de la niña quebró la quietud. La voz de Alice le contestó, y la niña corrió hacia

ella, detrás del árbol.

Lo intentaré -dijo el estadounidense-. Pero no se. Ya he tenido más que suficiente para un solo día.

Haga lo que quiera -le respondió Burton-. Pero quienquiera que me ayude tendrá

prioridad en el uso de la piel. Y quizá desee tener un poco para atar una cabeza de hacha a un mango.

Frigate tragó audiblemente saliva, y luego dijo:

Iré.

Kazz seguía acurrucado sobre la hierba, junto al cadáver, sosteniendo el sangrante hígado con una mano, y el ensangrentado cuchillo de piedra con la otra. Al ver a Burton, sonrió con labios manchados y cortó un trozo de hígado. Burton negó con la cabeza. Los otros: Galeazzi, Brontich, María Tucci Filippo Rocco, Rosa Nalini, Caterina Capone, Fiorenza Forri, Babich y Giunta, se habían retirado de la repugnante escena. Estaban al otro lado de un pino de grueso tronco, hablando en voz baja en italiano.

Burton se puso en cuclillas junto al cadáver y clavó la punta del cuchillo, comenzando una incisión justo encima de la rodilla derecha y llegando hasta la

clavícula. Frigate se quedó junto a él, mirando. Se tornó aún más pálido, y su

temblor se incrementó. Pero se quedó firme hasta que dos largas tiras le hubieron sido arrancadas al cadáver.

¿Quiere hacer una prueba? -preguntó Burton. Hizo girar el cuerpo sobre su costado para que pudiera tomar otras tiras, aún más largas. Frigate tomó el cuchillo

de ensangrentada punta y empezó a trabajar, con los dientes muy apretados.

No tan profundamente -le dijo Burton. Y, un momento después-. Ahora no está cortando lo bastante profundamente. Vamos, deme el cuchillo. ¡Mire!

Tenía un vecino que acostumbraba a colgar sus conejos tras el garage y cortarles el cuello después de retorcerles el pescuezo -explicó Frigate-. Lo contemplé hacerlo

una vez. Me bastó.

No puede permitirse el lujo de tener un estómago susceptible o de mostrarse pusilánime -le indicó Burton-. Está usted viviendo en las condiciones más primitivas. Tiene que ser primitivo para sobrevivir, le guste o no.

Brontich, el alto y delgado esloveno que en otro tiempo había sido tabernero, corrió hacia ellos.

He encontrado otra de esas grandes piedras en forma de seta -les dijo-. A unos

cuarenta metros de aquí. Estaba oculta tras unos árboles, en una depresión.

La primera sensación de contento de Burton al adoctrinar a Frigate había pasado. Comenzaba a sentir pena por el tipo. Lo tuteó.

Mira, Peter, ¿por qué no vas a investigar esa piedra? Si hay una ahí, podemos evitarnos el viaje de regreso al río.

Entregó su cilindro a Frigate.

Coloca esto en un agujero de la piedra, pero recuerda exactamente en cual lo pusiste. Haz que los otros también lo hagan. Asegúrate de que se fijan dónde pone

cada uno el suyo. ¿Sabes?, no vale la pena que haya peleas acerca de eso.

Extrañamente, Frigate parecía poco inclinado a irse. Parecía sentir que no había quedado en muy buen lugar a causa de su debilidad. Permaneció allá un momento más, pasando su peso de una pierna a otra y suspirando varias veces. Luego, mientras Burton seguía raspando la parte interior de las tiras de piel, se marchó. Llevaba los dos cilindros en una mano, y su cabeza de hacha de piedra en la otra. Burton dejó de trabajar después de que el estadounidense hubo desaparecido de su vista. Había tenido interés en averiguar cómo cortar esas tiras, y quizá pudiese

abrir el tronco del cadáver para sacarle las entrañas. Pero no podía hacer nada por el momento para preservar las tripas o piel. Era posible que la corteza de los árboles parecidos a robles contuviese tanino que pudiese ser utilizado con otros materiales para curtir la piel humana. No obstante, para cuando tuviesen aquello, aquellas tiras ya se habrían podrido. Sin embargo, no había perdido el tiempo. Quedaba probada la eficiencia de aquellos cuchillos de piedra, y había consolidado su vago recuerdo sobre la anatomía humana. Cuando eran jóvenes en Pisa, Richard

Burton y su hermano Edward habían tenido lazos con los estudiantes de medicina italianos de la universidad local. Ambos hermanos habían aprendido mucho de los estudiantes, y ninguno de ellos había abandonado su interés por la anatomía. Edward se convirtió en un cirujano, y Richard había asistido a numerosas conferencias y a disecciones públicas y privadas en Londres. Pero había olvidado mucho de lo que había aprendido.

Bruscamente, el sol pasó tras la cima de la montaña. Una pálida sombra cayó sobre él y, en unos pocos minutos, todo el valle estaba en penumbra. Pero el cielo se mantuvo de un brillante color azul durante un largo tiempo. La brisa continuó soplando a la misma velocidad. El aire, cargado de humedad, se hizo un poco frío.

Burton y el hombre de neanderthal dejaron el cadáver y siguieron el sonido de las voces de los otros. Estaban junto a la piedra de cilindros de la que había hablado Brontich. Burton se preguntó si habría otras cerca de la base de la montaña, dispuestas a distancias aproximadas de un kilómetro y medio. Sin embargo, a ésta le faltaba el cilindro en la depresión central. Quizá aquello significase que no estaba dispuesta para operar. No lo creía así. Podía asumirse que quienquiera que hubiera hecho las piedras había colocado cilindros en los agujeros centrales de las del borde del río debido a que los resucitados usarían primero aquéllas. Para cuando encontrasen las piedras del interior, ya sabrían cómo utilizarlas.

Los cilindros estaban colocados en las depresiones del círculo exterior. Sus propietarios estaban alrededor, sentados o en pie, hablando, pero con su atención puesta en los cilindros. Todos se preguntaban cuándo llegarían las siguientes llamas azuladas. Gran parte de su conversación era acerca de lo hambrientos que se sentían. El resto era simples chácharas de cómo habían llegado allí, quién los había puesto allí, dónde estaría el que los había puesto allí, y qué era lo que estaba planeado para ellos. Unos pocos hablaban de sus vidas en la Tierra.

Burton se sentó bajo las separadas y muy pobladas ramas del nudoso y negro

«árbol de hierro». Se sentía cansado, como evidentemente todos, excepto Kazz. Sus tripas vacías y sus nervios tensos le impedían que se adormilase, aunque las voces suaves y el susurrar de las hojas incitaban al sueño. La depresión en la que esperaba el grupo estaba formada por un espacio plano en la unión de cuatro colinas, y estaba rodeada por árboles. Aunque estaba más oscuro que la cima de las colinas, también parecía ser un poco más cálido. Tras un rato, a medida que se

incrementaba la oscuridad y el frescor, Burton organizó un grupo para recoger leña. Utilizando los cuchillos y las hachas de mano, cortaron muchas plantas de bambú

maduras y reunieron montones de hierba. Con el alambre al rojo blanco del

encendedor, Burton inició una fogata de hojas y hierba. El combustible estaba aún verde, así que el fuego era humeante y poco satisfactorio hasta que colocaron el bambú.

De pronto, una explosión los hizo saltar. Algunas de las mujeres chillaron. Se habían olvidado de seguir vigilando la piedra de cilindros. Burton se había vuelto justo a tiempo para ver cómo las llamas azules se alzaban unos seis metros. El calor de la descarga pudo ser notado por Brontich, que estaba a unos seis metros de distancia.

Cuando se hubo apagado el sonido, y miraron a los cilindros, Burton fue de nuevo el primero en subir a la piedra; la mayoría de ellos no sentían ningún interés por aventurarse tan inmediatamente después de las llamaradas. Alzó la tapa de su

cilindro, miró en el interior, y lanzó un grito de júbilo. Los otros subieron y abrieron

sus propios cilindros. Al cabo de un minuto estaban sentados junto al fuego, comiendo rápidamente, lanzando exclamaciones de éxtasis y mostrándose los unos a los otros lo que habían hallado, riendo y bromeando. Después de todo, las cosas no eran tan malas. Quien fuera responsable de todo aquello se estaba ocupando de ellos.

Había abundante comida, incluso tras haber estado ayunando todo el día, o, como Frigate dijo, «probablemente ayunando media eternidad». Con eso quería decir, como le explicó a Monat, que no había forma en que averiguar cuánto tiempo había

pasado entre el año 2008 y ahora. Aquel mundo no habría sido construido en un

día, y preparar a la humanidad para la resurrección habría llevado más de siete. Es decir, si todo aquello había sido realizado por medios científicos y no sobrenaturales.

El cilindro de Burton le había proporcionado un redondo de carne de diez centímetros de grosor, una pequeña bola de pan negro, mantequilla, patatas y salsa de carne, lechuga con salsa para ensalada de un sabor poco familiar pero delicioso; además, había un vaso grande lleno de un excelente bourbon y otro vaso pequeño con cuatro cubitos de hielo.

Y había más, que lo inesperado convertía en mejor: una pequeña pipa de brezo. Un saquito de tabaco de pipa. Tres cigarros de tipo panatela. Un paquete de plástico con diez cigarrillos.

¡Sin filtro! -dijo Frigate.

También había un pequeño cigarrillo marrón que Burton y Frigate olieron y dijeron al mismo tiempo:

¡Marijuana!

Alice, alzando unas pequeñas tijeras metálicas y un peine negro, dijo:

Evidentemente, vamos a recuperar nuestro cabello. De otra manera, no habría necesidad para esto. ¡Estoy muy contenta! Pero... ¿acaso... acaso esperan que use esto?

Alzaba una barra de brillante pintalabios rojo.

¿Y yo? -dijo Frigate, mirando también una barra similar.

Son eminentemente prácticos -dijo Monat, tomando un paquete de lo que evidentemente era papel higiénico. Luego, sacó una esfera de jabón verde.

La carne de Burton era muy tierna, aunque le hubiera gustado menos hecha. Por el contrario, Frigate se quejó porque no estaba bastante hecha.

Evidentemente, estas cornucopias no contienen menús preparados para el propietario en especial -dijo Frigate-. Y por eso los hombres también recibimos lápiz

de labios, y las mujeres pipas. Es una producción en serie.

Dos milagros en un día -dijo Burton-. Es decir, si es que lo son. Aunque prefiero una explicación racional, y pienso lograrla. No creo que nadie pueda, por el momento, decirme cómo fuimos resucitados. Pero quizá ustedes, los de los siglos

XX y XXI, tengan una teoría razonable para la aparición, aparentemente mágica, de estos artículos en un recipiente anteriormente vacío.

Si compara el interior y el exterior del cilindro -le dijo Monat-, observará una

diferencia, aproximadamente de cinco centímetros, en su profundidad- El doble fondo debe contener un circuito molar capaz de convertir la energía en materia. Obviamente, la energía llega durante la descarga que surge de las rocas. Además del convertidor de energía en materia, el cilindro debe contener unas matrices o moldes molares que puedan conformar la materia en las diversas combinaciones de elementos y compuestos. Mis especulaciones no son vanas, pues teníamos un convertidor similar en mi planeta nativo. Pero les aseguro que no era nada tan miniaturizado como esto.

Lo mismo sucedía en la Tierra -intervino Frigate-. Estaban produciendo hierro a partir de la energía pura antes del año 2002, pero era un proceso muy laborioso y

caro, con una producción casi microscópica.

Bueno -dijo Burton-, todo esto no nos ha costado nada. Por el momento...

Se quedó en silencio durante un rato, pensando en el sueño que había tenido al despertar.

Paga -había dicho el dios-. Me debes la carne.

¿Qué había significado aquello? En la Tierra, en Trieste, en 1890, había estado muriendo entre los brazos de su esposa y pidiendo... ¿qué? ¿Cloroformo? Algo. No

podía recordarlo. Luego, la nada. Y se había despertado en aquel lugar de pesadilla,

y había visto cosas que no eran de la Tierra ni, por el momento, de este planeta. Pero aquella experiencia no había sido un sueño.


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