El alcalde de la Fundación intentó peinar, sin resultado, los mechones de cabellos que orlaban su cráneo. Suspiró:
¡Cuántos años malgastados y cuántas oportunidades perdidas! No quiero hacer recriminaciones, doctor Darell, pero nos merecemos la derrota.
Darell observó tranquilamente:
No veo razón para desconfiar de los acontecimientos, señor.
¡Desconfiar, desconfiar! Por la Galaxia, doctor Darell, ¿en qué basaría usted cualquier otra actitud? Venga aquí
Condujo a Darell casi a la fuerza hacia el límpido ovoide, colocado graciosamente sobre su diminuto soporte, dotado de un campo de fuerza. Al contacto de la mano del alcalde se iluminó por dentro, era un modelo exacto, tridimensional, de la doble espiral galáctica.
Marcada en amarillo explicó el alcalde con excitación tenemos la región del espacio que se halla bajo el control de la Fundación; en rojo, la que está bajo el control de Kalgan.
Darell vio una esfera roja rodeada por un casco amarillo que la envolvía casi completamente, excepto en una franja
que se dirigía hacia el centro de la
Galaxia.
La galactografía dijo el alcalde
es nuestro mayor enemigo. Nuestros almirantes no ocultan nuestra desesperada posición estratégica. Observe: el enemigo tiene líneas internas de comunicación. Está concentrado; puede enfrentarse a nosotros en cualquier flanco con igual facilidad. Puede defenderse con un mínimo de fuerza. Nosotros estamos desperdigados. La distancia entre los sistemas habitados dentro de la Fundación es casi tres veces la que hay en Kalgan. Por ejemplo, ir de Santanni a Locris es un viaje de dos mil quinientos parsecs para nosotros y sólo
de ochocientos para ellos, si permanecemos en nuestros territorios respectivos
Comprendo todo esto, señor dijo
Darell.
Pero no comprende que puede significar la derrota.
En la guerra cuentan otras cosas además de la distancia. Yo afirmo que no podemos perder; es totalmente imposible.
¿Y por qué lo afirma?
A causa de mi propia interpretación del Plan Seldon.
¡Oh! exclamó el alcalde torciendo los labios y juntando las manos a su espalda. De modo que usted también confía en la mística ayuda de la
Segunda Fundación.
No. Simplemente en la ayuda de la inevitabilidad, y del valor y la persistencia.
Y, no obstante, a pesar de su confianza, dudaba
¿Y si?
¿Y si Anthor tenía razón y Kalgan era un instrumento directo de aquellos monstruos mentales? ¿Y si su propósito era derrotar y destruir a la Fundación?
¡No! ¡No tenía sentido!
Y sin embargo
Sonrió con amargura. Siempre ocurría lo mismo. Siempre atisbaban una y otra vez aquel granito opaco que, para el enemigo, era de una total transparencia.
Stettin tampoco olvidaba las verdades galactográficas de la situación.
El Señor de Kalgan se hallaba ante un modelo galáctico exactamente igual que el que inspeccionaban el alcalde y Darell, sólo que, mientras el alcalde fruncía el ceño, Stettin sonreía.
Su uniforme de almirante resplandecía sobre su corpulenta figura. La banda carmesí de la Orden del Mulo, que le fuera impuesta por el anterior Primer Ciudadano al que reemplazara seis meses después utilizando métodos algo violentos, cruzaba su pecho en diagonal, desde el hombro derecho a la
cintura. La Estrella de Plata con cometas y espadas dobles brillaba sobre su hombro izquierdo.
Se dirigió a los seis hombres de su Estado Mayor, cuyos uniformes eran menos fastuosos que el suyo, y a su primer ministro, delgado y canoso, parecido a una telaraña perdida entre el resplandor:
Creo que las decisiones tomadas están bien claras. Podemos permitirnos el lujo de esperar. Para ellos, cada día de retraso será un golpe a su moral. Si intentan defender todas las regiones de su reino, quedarán demasiado dispersos, y nosotros podremos introducirnos con dos ataques simultáneos aquí y aquí. Indicó
las direcciones sobre el modelo galáctico, dos líneas blancas que atravesaban el casco amarillo desde la bola roja que contenía, cortando Términus por ambos lados con un apretado arco. De este modo dividimos su Flota en tres partes que pueden ser derrotadas por separado. Si se concentran, abandonan voluntariamente dos tercios de sus dominios y tal vez se arriesgan a una rebelión.
La voz delgada del primer ministro se dejó oír en el silencio que siguió a estas palabras.
Dentro de seis meses dijo la Fundación será seis veces más fuerte. Sus recursos son mayores, como todos
sabemos: su Flota es numéricamente superior, sus recursos humanos son prácticamente inextinguibles. Quizá un ataque rápido sería más seguro.
Su voz era la que gozaba de menos influencia en la habitación. El Señor Stettin sonrió e hizo un gesto de menosprecio con la mano.
Seis meses, o un año, si es necesario, no nos costarán nada. Los hombres de la Fundación no pueden prepararse; son ideológicamente incapaces de ello. Forma parte de su misma filosofía creer que la Segunda Fundación les salvará. Pero esta vez no será así.
Los hombres congregados en la
habitación se removieron, intranquilos.
Me parece que su confianza no es excesiva observó Stettin en tono glacial. ¿Es necesario que les repita una vez más los informes de nuestros agentes en territorio de la Fundación, o los descubrimientos del señor Homir Munn, el agente de la Fundación actualmente a nuestro hum servicio? Bien, la sesión queda aplazada, caballeros.
Stettin volvió a sus aposentos privados con una sonrisa estereotipada en el rostro. A veces dudaba del tal Homir Munn, un tipo extraño que no resultaba tan útil como pareció al principio. Y, no obstante, de vez en cuando facilitaba
información interesante y convincente, en especial en presencia de Callia.
Su sonrisa se ensanchó. Aquella gorda estúpida servía para algo, después de todo. Por lo menos sabía sonsacar mejor a Munn con sus zalamerías que él mismo, y con menos esfuerzo. ¿Por qué no entregarla a Munn? Frunció el ceño. Callia y sus cargantes celos. ¡Por el Espacio! Si hubiera conservado a aquella chica, Darell ¿Por qué no había aplastado el cráneo de Callia por lo que hizo?
Le era imposible comprender la razón.
Tal vez porque sabía tratar a Munn, y él necesitaba a aquel hombre. Por
ejemplo, había sido Munn quien demostró que, al menos según el convencimiento del Mulo, la Segunda Fundación no existía. Sus almirantes necesitaban este convencimiento.
Le hubiera gustado hacer públicas las pruebas, pero era preferible dejar que la Fundación creyera en aquella ayuda inexistente. ¿No había sido Callia quien señalara aquel punto? Sí, en efecto. Había dicho
¡Oh, tonterías! Ella no podía haber dicho nada.
Y sin embargo
Agitó la cabeza para desechar aquella idea y pensó en otra cosa.