A medida que nos acercábamos a la cabeza del payaso sonriente en la entrada de la Casa de la risa, los gritos lejanos fueron remplazados por la espeluznante música de la caseta del carnaval, tintineando fuerte desde la entrada de la casa de la risa. Entré por la boca y cambio el piso. Extendí mi mano para no perder el equilibrio, pero las paredes rodaron en mis manos.
Cuando mis ojos se acostumbraron a los rastros de luz que se filtraban por la boca del payaso a mi espalda, vi que estaba dentro de un cilindro giratorio que parecía extenderse para siempre. El cañón estaba pintado con franjas de color rojo y blanco que se alternaban, y se volvían borrosas en un vertiginoso rosa.
–Aquí –dijo Rixon, guiándome a través del cañón. Puse un pie delante del otro, deslizándome torpemente hacia adelante. El frío me acarició la piel y salté hacia un lado con un suspiro de sobresalto. –No es real –me aseguró Rixon. –
Tenemos que seguir adelante. Si Scott decide buscar en los túneles, tendremos que vencerlo dentro.
El aire estaba viciado y húmedo, olía a moho. La cabeza del payaso era un recuerdo lejano ahora. La única luz provenía de las ampolletas rojas en el cavernoso techo que ardía de vida con el relieve de un esqueleto que colgaba, zombis desentrañados o vampiros levantándose de su ataúd.
–¿Cuánto falta? –le pregunté a Rixon por encima de la cacofonía de gritos distorsionados, risas, llanto y eco que había alrededor.
–La sala de máquinas esta justo delante. Después de eso, vamos a estar en los túneles. Scott está sangrando mucho. Él no va a morir; Patch te ha hablado de los Nefilim ¿Verdad? Pero podría perder mucha sangre. Probablemente no encuentre una entrada a los túneles. Volveremos antes de que te des cuenta –.
Su confianza era mucha, un poco demasiado optimista.
–¿Crees que Scott nos podría haber seguido? –le pregunté a Rixon, manteniendo una voz baja.
Rixon se detuvo, se dio vuelta. Escuchaba. Después de un momento, dijo con certeza. –No hay nadie allí.
Estábamos por continuar nuestro camino hacia la sala de máquinas, cuando una vez más, sentí una presencia detrás de mí. Mi cuero cabelludo hormigueo, y eche un vistazo por encima del hombro. Esta vez, el contorno de un rostro se materializó a través de la oscuridad. Casi grité, y luego la imagen se consolidó en una cara distinta y familiar.
Mi papá.
Su pelo rubio brillaba en la oscuridad, sus ojos brillaban, pero eran tristes.
Te amo.
–¿Papá? –dije en voz baja. Pero retrocedí un paso por precaución. Me recordó a los últimos días. Era un truco. Una mentira.
Lo siento, tuve que dejarte a ti y a tu mamá.
Quise desaparecerlo. Él no era real. Era una amenaza. Quería hacerme daño. Recordé la manera en que saco mi brazo a través de la ventana de casa y trató de cortarme. Me acordé de cómo me había perseguido mí en la biblioteca.
Pero su voz era suave y persuasiva como la que había usado la primera vez en casa. No es la voz severa, aguda de después. Era su voz.
Te euiero, Nora. Pase lo que pase, prométeme que lo recordarás. No me importa cómo ni por qué entraste en mi vida, sólo que lo hiciste. No recuerdo todas las cosas que hice mal. Recuerdo lo que hice bien. Te recuerdo. Tú hiciste que mi vida tuviera sentido. Tú la hiciste especial.
Negué con la cabeza, tratando de sacar su voz, preguntándome por qué Rixon no decía nada. ¿No veía a mi papá? ¿No había nada que pudiéramos hacer para que desapareciera? Pero la verdad del asunto era que no quería dejar de escuchar su voz. No quería que se fuera. Quería que fuera real. Yo necesitaba que envolviera sus brazos alrededor de mí y me dijera que todo saldría bien. Sobre todo, deseaba volver a casa con él.
Prométeme que lo recordarás.
Las lágrimas goteaban por mis mejillas. Te lo prometo, pensé, aunque sabía que no podía oírme.
Un ángel de la muerte me ayudó para poder venir a verte. Ella está deteniendo el tiempo para nosotros, Nora. Me está ayudando a hablarte mentalmente.
Hay algo importante que debo decirte, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que volver pronto y yo
necesito que escuches con atención.
–No –dije ahogada, mi voz salía estrangulada. –Voy contigo. No me dejes aquí. ¡Iré contigo! ¡No puedes dejarme otra vez!
No puedo quedarme, nena. Yo pertenezco a otro lugar ahora.
–Por favor no te vayas –sollocé, apretando los puños contra el pecho como si pudiera detener mi corazón de hincharse. El pánico se apoderó de mí al pensar en él dejándome de nuevo. La sensación de puro abandono supero todo lo demás. Él me iba a dejar aquí. En la casa de la risa. En la oscuridad, sin nadie que me ayude, más que Rixon. –¿Por qué me dejas de nuevo? ¡Te necesito!
Toca las cicatrices de Rixon. La verdad está ahí.
El rostro de mi padre retrocedió en la oscuridad. Extendí la mano para detenerlo, pero su rostro se convirtió en niebla ante mi tacto. Los hilos de color blanco plateado se disolvieron en la oscuridad.
–¿Nora?
Empecé a oír la voz de Rixon –Tenemos que darnos prisa –dijo, como si no hubiera pasado más que un segundo. –No queremos encontrarnos con Scott en el anillo exterior de los túneles, donde todas las entradas se juntan.
Mi papá se había ido. Por razones que no podía explicar, yo sabía que lo había visto por última vez. El dolor de la pérdida era insoportable. Cuando más lo necesitaba, cuando me dirigía a los túneles, asustada y perdida, él me había dejado hacerle frente a esto sola. –No puedo ver a dónde voy –exclamé, golpeando con fuerza mis ojos secos, luchando en el frustrante proceso de tratar de centrar mis pensamientos en un objetivo en concreto: llegar a los túneles y encontrarme con Vee del otro lado. –Necesito algo para sostenerme.
Rixon impacientemente me acerco el borde de su camisa. –Sostén la parte de atrás de mi camisa y sígueme. Mantente conmigo. No tenemos mucho tiempo.
Apreté el algodón desgastado entre mis dedos, mi corazón latía muy fuerte. Unas pulgadas me separaban de la piel de su espalda. Mi papá me había dicho que tocara sus cicatrices, sería tan fácil hacerlo ahora. Todo lo que tenía que hacer era deslizar mi mano...
Sucumbir a la succión y ser completamente tragada por la oscuridad...
Recordé las veces que había tocado las cicatrices de Patch y cómo había sido brevemente transportada a su memoria. Sin un ápice de duda, sabía que pasaría lo mismo si tocaba las cicatrices de Rixon.
No quería ir. Quería mantener los pies debajo de mí, llegar a los túneles y salir de Delfos.
Pero mi padre había vuelto a decirme dónde encontrar la verdad. Todo lo que viera en los recuerdos de Rixon tenía que ser importante. Por mucho que doliera que mi padre me hubiese dejado aquí, tenía que confiar en él. Tenía que confiar, él había arriesgado todo para decirme.
Deslicé mi mano por la parte de atrás de la camisa de Rixon. Sentí su piel suave... A continuación, un canto lleno de baches del tejido de las cicatrices.
Extendí mi mano contra la cicatriz, esperando ser llevada a un mundo extraño, extranjero.
La calle estaba tranquila y oscura. Las casas que enmarcaban ambos lados estaban abandonadas, destartaladas. Cercas pequeñas. Las ventanas con marco de madera. Una fuerte helada hundió sus dientes en mi piel.
Dos fuertes explosiones rompieron el silencio. Volví mi cara para enfrentar la casa que estaba cruzando la calle. ¿Disparos? Entré en pánico. De inmediato busqué mi teléfono celular en mi bolsillo, para llamar al 911, cuando me acordé de que estaba atrapada en la memoria Rixon. Todo lo que estaba viendo había sucedido en el pasado.
El sonido de pasos apresurados sonó en la noche, y vi en shock como mi padre salía por la puerta de la casa de enfrente y desaparecía en el patio lateral.
Sin esperar, fui después de él.
–¡Papá! –le grité, incapaz de ayudarme a mí misma. –¡No vuelvas allí! –.
Llevaba la misma ropa con la que había salido la noche que había sido asesinado. Empujé la puerta y lo encontré en la esquina trasera de la casa. Sollozando, arrojé mis brazos alrededor de él. –Tenemos que volver.
Tenemos que salir de aquí. Algo horrible va a suceder.
Mi papá caminó a través de mis brazos, cruzando un pequeño muro de piedra que corría junto a la propiedad. Se acercó hasta la pared en cuclillas, con los ojos fijos en la puerta de atrás de la casa. Me apoyé en la pared, escondiendo mi cabeza entre mis brazos y lloré. No quiero ver esto. ¿Por qué papá me dijo que tocara las cicatrices de Rixon? No quería esto. ¿No sabía cuánto dolor había sufrido ya?
–Última oportunidad –las palabras fueron pronunciadas desde el interior de la casa, a la deriva a través de la puerta de atrás, abierta.
–Vete al infierno.
Otra explosión y caí de rodillas, apretándome contra el muro, continuando el recuerdo.
–¿Dónde está la chica? –preguntó en voz tan baja, tan tranquilo, que casi no pude oírlo por encima de mi suave llanto.
Por el rabillo de mi ojo vi a papá moverse. Se arrastró por el patio, moviéndose hacia la puerta. Tenía una pistola en la mano y la levantó, apuntando. Corrí hacia él, tratando de tomar sus manos, tratando de quitarle el arma, tratando de empujarlo a las sombras nuevamente. Pero era como tratar de mover un fantasma; mis manos pasaron alrededor de él.
Mi papá apretó el gatillo. El disparo salió al cielo abierto, rasgando el silencio a la mitad. Una y otra vez disparó. Pese a que ninguna parte de mi lo quería, miré hacia la casa, viendo el delgado cuerpo del joven al que mi papá le disparaba por la espalda. Solo un poco más ella, otro hombre cayó desplomado al suelo, con su espalda apoyada en el sofá. Estaba sangrando y tenía su expresión retorcida en agonía y miedo.
En ese momento de confusión, me di cuenta de que era Hank Millar.
–¡Corre! –Hank le gritó a mi padre. –¡Déjame atrás! ¡Corre y sálvate a ti mismo!
Mi papa no corrió. Mantuvo el nivel del arma, disparando una y otra vez balas hacia la puerta abierta, donde el joven de gorra de béisbol azul parecía ser inmune a ellas. Y entonces, muy lentamente, se volteó para mirar a mi padre.