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2: ¿El destino?

Regresé al aula de clases y me senté en mi silla. Observé por la ventana la cancha donde hacen las actividades físicas y me quedé viendo lo mucho que las personas se divierten en grupo. Debe ser muy divertido. No es algo que me haya pasado alguna vez, pero me gustaría algún día tener amigos. La tarde pasó rápidamente y tuve que irme caminando de vuelta a la casa. Mis tripas hacían mucho ruido, no había comido nada desde ayer en la mañana. Tengo que comer algo al llegar, mis hermanos ya deben estar en la casa. Al llegar a la puerta, estaba cerrada con seguro. La toqué para que me abrieran, pero no lo hicieron. Estaba dispuesto a irme al granero, pero al dar la vuelta, mi madre abrió.

—Buenas tardes, mamá.

—¿Qué quieres?— respondió molesta.

—Entrar, mamá— traté de entrar, pero cerró parte de la puerta.

—¿A dónde vas, mugroso? Tienes que cortar el césped.

—Lo siento, lo olvidé.

—No se te puede olvidar. ¡Vete!

—¿Puedo comer primero?

—¿Y tú preparaste algo para comer?

—Eso quería hacer, mamá.

—Cuando acabes con todo lo que tienes que hacer, entonces vienes a la puerta — me cerró la puerta en la cara.

Bajé mi cabeza y caminé al granero. Puse mis libros en el suelo y me quité la camisa de la escuela para ponerla en el alambre. No quería ensuciarla más de lo que ya estaba. Busqué la máquina para pasarla, pero extrañamente no encendía. Fui a la puerta de vuelta y la toqué.

—¿Ahora qué quieres?

—La máquina no está funcionando, mamá.

—¿La dañaste?

—No, apenas la saqué para encenderla y ya estaba así.

—¿Qué estás insinuando? El único que está a cargo de eso eres tú. ¿Quién pudo haberla dañado?

—No he dicho nada de eso, quizá se dañó sola.

—Las cosas no se dañan solas, mugroso. Lo harás con las manos entonces, pero ese patio lo quiero limpio hoy mismo — cerró la puerta por segunda vez.

Me quedé limpiando el patio hasta la noche, tardé mucho más por haberlo tenido que hacer a mano. No quedó para nada bien, pero no era mucho lo que podía lograr. Mis manos estaban rojas y llenas de cortadas. Sabía que tenía que lavarlas y quise ir dentro de la casa para hacerlo, no puedo lavarlas con esa agua que está contaminada o se me van a infectar. Caminé a la puerta nuevamente y mi madre salió con un pequeño plato de cereal con leche.

—Toma — me lo dio, y miró el patio—. ¿A eso le llamas hacer el trabajo? Quedó espantoso. Eres igual de inútil que tu padre, es por eso que hoy dormirás con él.

—No, por favor. Yo hice lo que pude.

—Cállate, y agradece que no te mando directamente con él para que le hagas compañía.

—¿Qué hice mal esta vez, mamá? Yo solo hice lo que pude con mis manos.

—¿Eso fue todo lo que pudiste hacer? ¡Eres inservible! ¡Al granero!— escuché la risa de mis hermanos y bajé la cabeza.

Había un cuarto más pequeño debajo del granero; tan pequeño que no podía acostarme si no fuera en posición fetal. Era un lugar muy oscuro y hediondo, donde solo se escuchaba el sonido de las moscas. No había nada de claridad y estar encerrado ahí, hacía que me faltara el aire. El piso era en tierra y mayormente estaba húmeda. Los animales caminan por encima de mi cuerpo y siento esa desesperación de salir de ahí. Mi madre dice que el accidente que tuvo mi papá hace siete años, fue en ese lugar. Cuando hago algo que la hace molestar mucho, me trae a este lugar para que le haga compañía a mi papá.

—Deja de llorar como una niña, tú mismo te lo buscaste. Ahora baja.

—Yo no quiero ir ahí, mamá. Perdóname. Hago lo que me pidas, pero no me dejes ahí solo.

—Te dije que bajes— abrió la cerradura del candado y la puerta en madera para que entrara. Mi cuerpo estaba temblando y mis lágrimas no dejaban de bajar por mis mejillas. Sentía pánico y ganas de salir corriendo de ahí, pero si hago eso, mamá se molestará otra vez.

Bajé con el pequeño plato de cereal. Tenía mucha hambre para dejarlo atrás. Sabía que no iba a poder ver lo que estaba comiendo allá abajo y el olor de ese lugar me causaría náuseas.

—Olvidé fumigar el mes pasado. Espero puedas descansar y aprender la lección. Buenas noches— cerró la puerta con la cerradura.

La oscuridad me arropó por completo. Hacía mucho calor ahí dentro. Escuchaba muchos sonidos extraños; sonidos que jamás había escuchado antes. La idea de saber que el cuerpo de mi padre estuvo aquí tirado donde estoy yo, me causaba escalofríos. Metí mi mano en el plato de cereal para comerlo, no tenía una cuchara para hacerlo. Cerré mis ojos para concentrarme en el cereal y poder saborearlo, pero era imposible; el olor a putrefacción invadía todo. El sonido de mis tripas hacían eco en el lugar. Mi pantalón debía estar hecho un desastre. Mañana seré la burla de todos otra vez. ¿Qué hice para merecer esto?

Las horas parecían eternas, no dormí en toda la noche. ¿Cómo iba a poder hacerlo? Tenía picazón en todos mis brazos, abdomen y espalda. Tuve que acercarme varias veces a las ranuras de la puerta en madera para poder coger algo de aire. Mi estómago ardía, tenía mucha hambre y mucha sed. Me sentía asqueado de tocar la tierra húmeda. Me mantuve sentado con mi cabeza recostada encima de mis rodillas. El miedo me impedía abrir los ojos. Escuché el sonido de la puerta al abrirse y, al ver algo de claridad, más el rostro de mi madre, me hizo sentir feliz de nuevo. Se acordó de mí otra vez. Pensé que me dejaría dos días como regularmente hace, pero no. Salí de ese lugar y pude apreciar todo mi cuerpo ensangrentado, los insectos habían tratado de comerme vivo.

—Ahí dejé la toalla para que te bañes.

—¿Por qué está manchada, mamá? — la toalla estaba supuesta a ser blanca, pero por varios bordes, un color crema estaba en ella.

—No me dio tiempo a lavarla y es la única que queda. Úsala.

—Gracias, mamá.

Me bañé con la misma caja de agua y esas picadas de insecto ardían, incluyendo las cortadas de mis manos. Al terminar de bañarme, busqué el pantalón y traté de limpiarlo lo más que pude, pero estaba muy sucio. No tenía tiempo de lavarlo ahora, quería tener oportunidad de llegar temprano a la escuela, para así poder desayunar algo. Me puse la ropa como estaba y los zapatos, recogí los libros que dejé en el granero y caminé frente a la casa. Esperé que mis hermanos salieran y mi mamá. La guagua aún no se había detenido en la parada, cuando mi mamá salió con ellos. Me quedé esperando que se despidiera de mí, pero siguió caminando con mis hermanos. Supongo que hoy tampoco me gané su beso o su bendición. Resignado me paré en la parada, un poco distante de ellos, hasta que llegó la guagua; dejé que subieran al frente y luego subí yo. Todo el mundo se me quedó viendo al ver mi ropa toda sucia, y caminé al asiento trasero, cuando algo me hizo tropezar haciéndome caer. Las risas era lo único que escuchaba en mi cabeza.

—Lo siento — dijo Nathan. Él estudió conmigo cuando estaba en sexto grado. No somos cercanos, ni nada parecido.

—¿Eso te parece gracioso? Porque a mí no— vi a Noah, la chica que me defendió ayer. Se levantó de su asiento encarando a Nathan.

—¿Ángel?— me quedé fijamente mirándola. Si la sigo mirando así, pensará que soy algún tipo de pervertido, así que bajé la cabeza para que no se diera cuenta. No sabía que ella también se subía a esta guagua. En realidad, siempre que subo me siento lejos de la gente. Soy como un cero a la izquierda. Nadie me nota y tampoco me quieren a su lado. Es comprensible, por eso no insisto en acercarme a nadie.


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