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36.74% SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 104: Capítulo 104.- La naturaleza de la clemencia VI

Chapter 104: Capítulo 104.- La naturaleza de la clemencia VI

En otro momento, entonces, se prometió para sus adentros, y se unió a su hermana para desempeñar los deberes de anfitrión. En realidad, encontró que el peso de esas obligaciones no era excesivamente pesado, puesto que Georgiana asumió el papel de anfitriona con una sonrisa tímida pero decidida. A decir verdad, su única contribución fue ofrecerles a los hombres de la familia la licorera de cristal que contenía el brandy y participar en su conversación. Ocasionalmente sentía sobre él los ojos de su hermana, que parecían hacerle una pregunta, y entonces se acercaba. Pero durante la mayor parte del tiempo, una sonrisa de su parte era todo lo que ella necesitaba para sentirse segura. Notó que Fitzwilliam miraba a Georgiana en repetidas ocasiones, hasta que la curiosidad finalmente lo venció. Con admirable discreción, se abrió paso hasta el diván donde ella conversaba con su madre y se sentó cautelosamente en el asiento de al lado. Cuando se volvió a reunir por fin con los otros miembros de su mismo sexo, tenía el aire de un hombre que se ha enfrentado a un enigma inesperado.

El deseo de Darcy de tener una entrevista privada con su primo se cumplió antes de lo esperado cuando, a la mañana siguiente, durante el desayuno que normalmente tomaba solo, el rostro de Fitzwilliam apareció por encima de su periódico.

—¡Richard! Es un poco temprano para ti, ¿no es así? —Darcy bajó el periódico, señaló las bandejas humeantes que había sobre la mesita auxiliar y añadió—: Por favor, ¡sírvete lo que quieras! —Luego volvió a concentrarse en la lectura, mientras Fitzwilliam se arrastraba hasta la mesa. Su primo procedió a servirse una taza de la fuerte variedad de café que le gustaba a Darcy y, tras tomar un panecillo dulce de una delicada bandeja de porcelana, se sentó junto a él, dejándose caer en la silla que estaba a su derecha, con un bostezo y un suspiro.

—Parece que el reposo es un privilegio del que sólo gozan los justos —comentó Darcy de manera seca tras el tercer bostezo de Fitzwilliam. Dobló su periódico y lo dejó a un lado, al tiempo que el coronel lo fulminaba con la mirada por encima de su taza de café.

—Y a juzgar por tus palabras, supongo que no crees que yo sea uno de esos privilegiados —replicó con sarcasmo—. Puedes tener razón, al menos cuando se trata de mi hermano. Siempre me ha gustado mortificarlo. —Se recostó en la silla en actitud reflexiva—. Pienso que lo que alimenta esa perversa inclinación de mi carácter a lanzarle cuanto dardo se me ocurre es su eterno estado de apesadumbrada indignación.

—¿Acaso lo culpas a él por tu comportamiento? —Darcy negó con la cabeza en señal de desaprobación, llevándose a los labios su propia taza—. ¡Richard!

—¡En absoluto, Fitz! Sólo me remito a la bien conocida verdad universal de que toda acción tiene su equivalente en sentido contrario. Y como estoy seguro de ser el equivalente de Alex, excepto por el hecho de que él es el mayor… —Se sentó con la espalda recta y echó los hombros hacia atrás—. Siento que mi inclinación está justificada, aunque no sea justa. ¡Es un asunto de simple física, primo! —El coronel mordió su panecillo, totalmente satisfecho de su teoría, al parecer sin percatarse de que su primo casi se atraganta con el último sorbo de café.

Darcy puso la taza sobre la mesa y tomó su servilleta.

—Richard, ese es un sofisma absurdo y… —dijo con voz ahogada.

—Háblame de Georgiana —lo interrumpió Fitzwilliam en voz baja, pero con cierta autoridad.

Darcy apretó la servilleta contra los labios con el ceño fruncido debido a su estado de perplejidad.

—No sé por dónde empezar, Richard, porque yo mismo estoy todavía intrigado.

—Parecía perfectamente tranquila ayer, mientras conversaba con mi familia con toda comodidad. Apenas puedo creer que se trate de la misma niña que, hace tan sólo unos pocos meses, no era capaz de levantar la vista más a allá de los botones de mi chaleco. —Fitzwilliam le dio un sorbo a su café con gesto meditativo—. ¿Cómo la encontraste cuando volviste?

Darcy se inclinó hacia delante.

—Al principio la situación fue un poco tensa entre nosotros, y yo lo malinterpreté como una continuación de su melancolía, pero es tal como dices. ¡No es la misma niña, Richard! Ciertamente no es la misma desde Ramsgate y, me atrevo a decir, que ya no es la misma de antes.

—¿Hablaste con ella acerca del asunto de la donación a una obra de caridad?

—Por supuesto. —Darcy entrecerró los ojos—. Es inflexible en esa cuestión, y te asombrarás al oír esto, además ha comenzado visitar semanalmente, los domingos, a los arrendatarios más pobres.

—¡Por Dios!

—Precisamente —dijo Darcy en señal de acuerdo—. ¿Puedes entenderlo, Richard?

Su primo negó con la cabeza lentamente.

—Parece un comienzo un poco extraño. He oído algo parecido, pero no puede ser eso. —Los dos le dieron un sorbo a su café en silencio, hasta que Richard finalmente dijo—: Fitz, yo quiero mucho a Georgiana, tú lo sabes, y su felicidad me interesa casi tanto como a ti. —Esperó hasta ver el gesto de asentimiento de Darcy para continuar—: No puedo decirte por qué o cómo, pero sí puedo asegurarte que estoy totalmente convencido de que ella es feliz de verdad, que la sombra que Wickham dejó en su vida se ha desvanecido. Mi consejo, viejo amigo, es que ¡no hagas preguntas!

—¡Su dama de compañía me aconsejó justamente lo contrario! —dijo Darcy con voz pensativa.

—¿Su dama de compañía?

—La señora Annesley —contestó Darcy—, la viuda de un clérigo que contraté el verano pasado con excelentes referencias. —Fitzwilliam se encogió de hombros para mostrar que no sabía nada al respecto—. Ahora se encuentra de visita en casa de sus hijos en Weston-super-Mare durante las vacaciones. Fue ella quien me aconsejó que le preguntara a Georgiana, pero todavía no me he atrevido a hacerlo directamente.

—Bueno, ahí lo tienes, Fitz, ¡eso lo explica todo! ¡La viuda de un clérigo!

—Tal vez —respondió Darcy—, ¡pero ella dice que no! —Dejó su taza sobre la mesa, al igual que su primo, y los dos se pusieron de pie—. Así que estamos en un punto muerto, pues ninguno de los dos tiene el coraje suficiente para hacer más al respecto.

—Dejemos las cosas como están, Fitz. —Fitzwilliam le dio una palmadita en el hombro—. Mamá estaba encantada con ella anoche; el conde de Matlock dijo que era como volver a ver a su hermana. Es Navidad, ¡dejemos las cosas como están!

—¿Seguirás observándola… vigilándola? —preguntó Darcy.

—Tienes mi palabra, primo. —Fitzwilliam estrechó con firmeza la mano de Darcy—. Ahora tengo un misterio que espero soluciones. Mi puerta, que recuerdo haber cerrado bien anoche, apareció abierta esta mañana y, Dios me ayude, ¡una de mis botas ha desaparecido!

Las palabras de la liturgia del día de Navidad resonaron entre los viejos muros de piedra de St. Lawrence, mientras todos los que habían podido asistir desde las granjas y propiedades vecinas ocupaban su sagrado recinto. La antigua iglesia resplandecía con la luz de los candelabros que se reflejaba en las placas de plata y oro, iluminando la pulida madera de la barandilla del coro y del presbiterio, adornada con ramas de acebo. La belleza del santuario no impedía que muchos de los asistentes dirigieran su mirada al banco de los Darcy, que ese día estaba completo, pues su señoría el conde de Matlock y su familia habían venido con el dueño de Pemberley y su hermana. Para aquellos menos allegados a Pemberley, la presencia de la familia del conde de Matlock era la prueba más evidente de que las celebraciones tradicionales de Navidad de la gran propiedad realmente habían vuelto. Entre susurros y gestos de asentimiento, los más enterados aseguraron incluso al más humilde de los presentes que la víspera del gran día los esperaba una afectuosa bienvenida, un estómago lleno y unas cuantas horas de alegría.


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