Yu Hong respiró hondo. Estaba tan contenta como las otras muchachas mientras bajaban con cuidado, siguiendo al hombre que las guiaba. Pasaron por varias calles, pero de alguna manera, mientras más caminaban, más atestado de gente estaba el lugar. El hombre no las llevaba a un área aislada, pero a cambio las conducía al sector más próspero de la ciudad antes de detenerse finalmente ante una magnífica residencia.
Su corazón se encogió, despertando de aquella alegría por estar cerca de su objetivo. Directamente invocó una espada de espíritu para atacar al hombre delante de ellas.
—¡Nos mintió!
Sobresaltado, el hombre retrocedió cientos de pies y logró apenas evitar la espada.
—¡Vamos! —Yu Hong no podía molestarse persiguiendo al hombre. Dio la vuelta, gritándole a todas para que huyeran, pero era ya demasiado tarde.