Mientras tanto, al mismo tiempo, un auto se dirigía a las afueras de la Metrópoli de la Muerte.
Ese coche parecía estar envuelto en la oscuridad. Apenas se veían los faros, pero la mirada humana no podía ver a través de ellos. Era como si la línea de visión de uno se repeliera por la fuerza. Si un humano ordinario lo miraba por mucho tiempo, una sensación nauseabunda estallaba.
El coche frenó bruscamente y ejecutó una maniobra excepcional. Enormes neumáticos militares brillaron a través de los parches de arena de esa periferia desértica.
Después de un extraño silencio de segundos hasta que el polvo arenoso se había asentado, una serena voz electrónica surgió.