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96.42% Experimento (Rojo peligro) #1 / Chapter 54: Una mirada sospechosa

Chapter 54: Una mirada sospechosa

Además de una linterna, comida enlatada, botellas de agua, una manta termina y un par de navajas, hubo algo más que me sorprendió dentro de la pequeña caja que Roman nos dio. Y solo ver esos dos objetos de color negro y tamaño pequeño, acompañado de tres botes medianamente llenos de cartuchos, pestañeé.

— ¿Nos dieron armas? — informé con inseguridad, sintiéndome un tanto inquieta por lo que miraba.

Parecía una broma, y aunque tenían la forma de un juguete de niño, se veían tan reales. Iba a comprobarlas, así que extendí mi brazo para tomar las armas y darme cuenta de que efectivamente eran reales. Pesaban mucho para ser tan pequeñas.

Pensé, por un momento, que nos darían las armas una vez en el exterior o una vez que llegáramos al comedor solo para protegernos, sabía que no confiaban tanto en nosotros como para devolvernos las armas dentro del bunker, pero al parecer lo hicieron.

Confiaron.

Dejé las armas sobre la mesa en la que había puesto la caja y toda la comida enlatada, y agarré los botes repletos de cuartuchos, ¿cuántas balas habría en cada uno? Eran demasiadas y de un pequeño tamaño, suficientes o tal vez no demasiado suficientes para combatir el exterior.

— ¿Ya viste? — Iba a girar en busca de la mirada de Rojo, cuando algo me detuvo al instante.

Todos mis sentidos se estremecieron y mis manos estuvieron a punto de dejar resbalar los botes de cartuchos al sentir desde atrás, esos dedos deslizándose peligrosamente dentro de mi sudadera, trepando alrededor de mi cintura, bajando de mi estómago a mi vientre donde se detuvieron un segundo para entrar en los jeans y deslizarse, todavía, bajo la prenda interior, encontrando un rastro sensible de piel caliente que acaricio.

Jadeé, solté los botes a causa de sus caricias dulces que producían un cosquilleo exquisito en esa zona de mi cuerpo. Caricias profundas que eran capaces de aumentar mi sensibilidad y hacerme desfallecer sin más.

Quise detenerlo, si seguía así...

—Tendremos un bebé— susurró contra mi oído, inesperadamente, haciéndome tragar con nerviosismo—. No sé cómo reaccionar, aún hay tanto que no sé.

Sus caricias se detuvieron, su palma se extendió más sobre mi vientre, supe lo que estaba haciendo, tratando de sentir la temperatura en mi vientre, otra vez.

—Yo puedo enseñarte todo lo que recuerdo de los embarazos— mencioné, el embarazo era algo que recordaba muy bien sin lugar a duda, así como muchas otras cosas que terminaban perturbándome un poco porque fueron los únicos recuerdos que seguían en mi cabeza.

— Aun así, estoy preocupado...

Sus palabras en una tilde de voz bajo y sincero, hicieron que un suspiro escapara de mis labios. Yo también estaba preocupada, asustada y muy preocupada por lo que llegara a ocurrir fuera de este bunker.

—No he logrado ponerte a salvo y ahora que tendremos un bebé... — soltó, su aliento acaricio la piel de mi mejilla levemente—. Me siento impotente, quiero que esto termine, quiero que duermas tranquila y despiertes sin preocupaciones.

Sentí la fuerza de sus palabras oprimirme el pecho, ¿dormir tranquila y despertar sin preocupaciones? ¿Por qué no dormir tranquilos y despertar sin preocupaciones? Saber que solo hablaba de lo mucho que quería protegerme y de lo que haría para mantenerme a salvo, era lo que más me preocupaba, me atemorizaba que lo cumpliera... a costa de su vida.

Tal vez estaba exagerando el doble sentido de sus palabras, pero si realmente Rojo iba a protegerme poniéndose él en peligro, no lo permitiría. Yo también lo protegería.

— Estoy tan preocupada por lo que ocurrirá al salir de aquí— sinceré, inclinando mi cuerpo hacia atrás para recargar mi espalda en su cálido pecho. Él sacó sus manos de mi vientre para aferrarse a mi cuerpo en un abrazo—. También quiero que todo esto termine, que estemos juntos y a salvo.

—Voy a matar a cualquiera que intenté lastimarte— escuché tan firme su advertencia que mi corazón dio un vuelco para a volver acelerado. Le sentí inclinarse, ahuecando su rostro en mi cuello para besarlo—. Saldremos de aquí— aseguró, besando detrás de mi oreja.

Tan solo escuché como su grave y ronca voz explorando mi cabeza y repitiendo sus palabras, un nudo se construyó en mi garganta. Asentí, dejando que mis manos se posaran sobre las suyas y las apretara con temor y fervor, sintiendo su calidez trasladarse por todo el sendero de mi piel.

Un calor protector.

Un calor que jamás podría olvidar.

Y que nunca olvidé aun perdiendo la memoria. Una memoria que estaba tardando en recuperar.

Rompí su abrazo para voltearme y tenerlo de frente, no tardé mucho en llevar una de mis manos a acariciar su mejilla con delicadeza mientras lo observaba, mientras contemplaba su depredadora mirada.

—Lo haremos— Me ardió la garganta cuando lo dije, me empujé de puntitas, cortando cada centímetro de la distancia entre nuestros rostros para juntar nuestras bocas en un beso en el que toda mi alma se estremecía—. Saldremos juntos—susurré contra la suavidad de sus carnosos labios, para volver a besarlo y sentir pronto sus brazos rodeando mi cintura y apegándome a su caliente cuerpo, manteniéndome en la misma posición.

Un beso tan profundo y lleno de sentimientos que lo hizo suspirar en mi boca, ame esa sensación, y como su cuerpo se tensó cuando mi otra mano se animó a deslizarse por su cuello hasta su cabeza, donde se hundió en todo su sedoso cabello. Saboreé su deliciosa boca lentamente, olvidando por minutos lo que fuera de las paredes sucedía, haciendo nuestro ese momento porque tal vez, no habría otro igual...

Se me oprimió el pecho a causa de esa idea tan aterradora que acalló enseguida cuando los brazos de Rojo inesperadamente me alzaron por la cintura y me colocaron sobre la mesa repleta de alimentos donde, tras un leve empujón la pequeña caja que terminó cayendo al suelo. Al instante y sin separar nuestras bocas, las manos de Rojo en un veloz movimiento abrieron mis piernas, para acomodar su cuerpo entre ellas y mantenerme pegada a él.

La velocidad de sus besos aumentó en movimientos tan hambrientos y pasionales que me hicieron jadear contra su boca, un jadeo sonoro que le fascinó a él, sus manos se deslizaron debajo de mi sudadera, por toda mi desnuda espalda, eran caricias tan suaves y estremecedoras que terminaron arqueando mi espina dorsal, juntando nuestros pechos. Iba a entregarme, estaba segura de ello, quería hacer el amor con Rojo en este momento, unirme a él, sentir su piel con la mía y memorizarla a detalle mientras me hacía suya, pero entonces, él rompió el besó.

Rompió la burbuja de ensoñación que creamos con la necesidad de ser solo nosotros dos e un mundo nuevo, y sentirnos a salvos uno con el otro. Sin la existencia de monstruos.

Sus manos se plantaron en mis muslos cuando dio un paso atrás para mirarme, con solo mirar el oscurecimiento bestial de sus orbes, y como su pecho respiraba agitadamente marcando sus pectorales en la delgada tela de su camiseta, supe que él también quería hacerlo, pero ¿qué lo estaba deteniendo? Bajó la mirada, de mis labios a mi vientre donde enseguida, sentí sus dedos deslizándose tan exquisitamente en esa zona que ahogué un gemido.

—Voy a lastimar al bebé—la ronquera de su voz, aceleró mucho más los latidos de mi corazón, frenéticos, golpeando mi pecho con la intención de agujerarlo. Retiró su mano para apoyarse en la mesa. Lamí mis labios y negué levemente, sin dejar de mirar sus orbes que habían vuelto a mi rostro con el mismo encantador y demoniaco oscurecimiento.

—No lo lastimaras haciéndome el amor, eso es imposible—aseguré, en voz baja y en un tono tan seductor que provocó en él separar sus labios y soltar el aliento.

Estiré mis brazos, mis dedos ansiosos alcanzaron su cinturón, tiré de él, y aunque sabía que n podría moverlo un centímetro, Rojo se acercó, acortó esa indeseable distancia sin dejar de mirarme, completamente atrapado en el deseo.

Solo hasta ese momento en que reparé en sus labios secos me dije que lo necesitábamos, no solo porque deseaba hacer el amor con Rojo, con un solo toque en mis partes más sensibles ya me tenía encantada, deseando más, sino porque no sabíamos cuánto tiempo nos costaría salir de este lugar, tal vez muchas horas, no lo sé, pero Rojo había mencionado que cada 48 horas su tención se acumulaba, y ya había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo hicimos, mejor era evitar que su tensión se acumulara más...

De otra forma, no podría bajársela una vez salido del bunker...

Desabotoné el único botón de su píntalo antes de tomar el cierre y bajarlo con lentitud, dejando que mis nudillos rozaran la piel de su vientre tan provocativa que él soltó el aliento, su vientre se contrajo, se endureció con mi toque.

—Puedes hacérmelo cientos de veces, y aun así no le harías daño— susurré, llevando mis manos a tomar sus mejillas para atraerlo a mí, dejando un centímetro entre nuestras bocas—. Y mientras lo hacemos, puedo responder todas tus dudas del bebé, ¿qué te parece?

Eso sería imposible.

Eliminó el centímetro de nuestras bocas para rozar sus labios con los míos y producir un placentero estremecimiento en mi vientre, iniciando al mismo tiempo ese revoloteo en el interior de mi estómago, cuando sus manos se anclaron a mis muslos, acariciándolos por encima de la tela de los jeans. Me miró un instante, demostrando el deseo resplandeciendo en sus orbes carmín.

—Contigo no puedo decir que no— soltó contra mi boca, ronco, grave, un tono tan peligro que envió corrientes eléctricas por todo mi cuerpo, esas corrientes tan placenteras que aumentaron cuando la boca de Rojo se lanzó sobre la mía, para devorarla a su gusto.

Besos tan hambrientos y necesitados en los que su larga lengua pronto participó, adentrándose y colonizando los rincones más ocultos de mi boca, saboreándolo de tal forma que no pude evitar gemir, gemir a la sensación tan exquisita en la que su lengua tocaba y acaricia la mía, incitándola a moverse. Y lo hice sin dudar, acariciando la suya en movimientos lentos, atreviéndome a entrar en su boca y explorar cada pequeño rincón para volverlo mío, todo mío. Rojo gimió largo y ronco, despertando el deseo en mi cuerpo por descubrir más sonidos en él.

Suspiré, apretando la raíz de su cabello, disfrutando de la magnífica y placentera danza de nuestras lenguas, una contra otra. Todo paso tan rápido cuando sus manos rodeando mi cintura me alzaron de la mesa.

Lo rodeé con las piernas, sintiendo como empezaba a moverse, y no hacía falta abrir los ojos y echar una mirada para saber que nos llevaba a la pequeña cama, donde trepó sobre el colchón para inclinarse y extenderme sobre él con cuidado.

Se acomodó entre mis piernas inclinándose sobre mí de tal forma que el peso de su cuerpo no cayera sobre mi cuerpo y me lastimara. Entre besos hambrearos y caricias profundas, anheladas de descubrir nuevos rastros de piel, la ropa poco a poco comenzó a deslizarse fuera de nuestros cuerpos hasta dejarlo a él completamente desnudo, y a mí, con la única prenda interior cubriendo mi zona íntima.

Ese pedazo de tela que ya estaba más que húmeda a causa de los constantes meneos del cuerpo de Rojo para que su miembro erecto palpara mi tortuosa zona una y otra y otra vez. Retorciendo de locura a mi cuerpo con la necesidad de tenerlo dentro.

—Quítamelo— rogué entre besos, logrando que él rompiera el contacto de nuestros labios apartando el calor de su cuerpo del mío, dejándome desorientada.

Abrí mis ojos, forzada a mirar que él se acomodaba sobre sus rodillas, sin quitarme la morada de encima, contemplando, casi, mi completa desnudez con una mirada dueña de unos orbes endemoniados que me tenía presa.

Mordí mi labio inferior cuando yo repare en todo su desnudó cuerpo varonil, peligrosamente musculoso, marcado en todas sus zonas, zonas que se me antojaba acariciar, repasar con mis dedos, dibujar cada rastro de su piel, y saborearla, que no importaba cuantas veces lo saboreara o acariciara su piel, sabía que jamás me cansaría de él...

Jamás.

Lo escuché respirar en el silencio que se hizo a nuestro alrededor, dejando que su pecho se i clara y desinflara en una larga exhalación, y comenzó a descender su depredadora mirada sobre mi cuerpo, tan lentamente que fue inevitable estremecerse, removerme un poco al sentirme expuesta, transparente ante su imponente presencia.

Esa fuerte esencia depredadora que emanaba de su cuerpo, de todo él, y que con solo una mirada, ya me tenía presa de sus garras.

Gemí, inesperadamente cuando la piel de mi cuello sintió él travieso roce de sus dedos que no solo acariciaron ese rastro de piel, sino que bajaron por un sendero de piel que ardió con su toque. Retuve el aliento cuando el dorso de su mano se detuvo sobre mi pecho derecho, solo para acariciarlo con sus dedos.

Caricias tan ardientes y excitantes que descargaron placer en mi vientre. Volví a removerme como gusano en mi lugar cuando sus dedos abandonaron mi areola endurecida y se decidieron a seguir bajando de mi abdomen a mi vientre cubierto por una franja de tela.

Se detuvo un segundo para contemplar con su bestial mirada resplandeciente de placer, sus dedos comenzaron a juguetear con el resorte de la prenda interior, un delicioso jugueteo que incrementó el calor en esa zona. Y me miró, alzando sus orbes para clavarlos en mí, dejándome apreciar su bello color, la forma en que me admiraba con dulzura.

Amaba esa mirada, cuando me miraba como si fuera la más hermoso de todo lo existente, lo único que él deseaba en la vida, y lo único que quería tener solo para él, siempre y para siempre.

— ¿Segura que podrás responder mis dudas mientras lo hacemos, preciosa? — necesitó saber, sin dejar de acariciar esa zona, repararla con sus dedos con lentitud.

La verdad era que lo dudaba, estaba perdida en sus caricias estremecedoras, en todo su rotundo calor sobre mí.

—No lo sé...—fue mi respuesta gemida, un tono de voz dan excitado que bastó para trasformar esa mirada encantadora en una rotundamente peligrosa en la que sus orbes color rojo se oscurecieron por el deseo y el placer.

—Entonces no me detendré a escuchar nada más que tus gemidos hasta terminar—advirtió, ronco, casi un delicioso ronroneo cuya vibración quise sentir contra mi piel.

Noté como sus labios se entreabrían para sacar su larga legua y lamer sus labios antes de morder su inferior, como si fuera dueño de un hambre insatisfactorio que estuviera a punto de soltar.

Maldición.

Ese pensamiento me gusto bastante, más me gustó cuando su otra mano se aferró a la tela de aquella prenda pequeña que ocultaba mi monte sensible. Tuve la idea de elevar un poco esa parte de mi cuerpo para que él pudiera deslizar la prenda lentamente por mis piernas, logrando que con esa lentitud mi piel se erizara.

La sacó fuera de mis tobillos y la lanzó lejos de la cama en un rápido movimiento donde trate de llenar mis pulmones, él tomo mis pantorrillas y tiró de mí, arrastrándome con sorpresa un poco de la cama para estar más cerca de él, más cerca mi entrada de su... Se acomodó en el espacio entre mis piernas, levantando mis muslos para dejarlos sobre lo más alto de los suyos.

Mi corazón latía tan acelerado que provocaba que mi respiración empezara a fallarme, a sentirme asfixiada, y eso que no habíamos llegado tan lejos...

Se me secó la garganta cuando lo vi inclinarse repentinamente a centímetros de mi estómago, posicionando su peso sobre uno de sus brazos que se apoyó junto a mi cadera desnuda. Y suspiró, su cálido aliento abrazando ese rastro de piel hundió mi vientre, estirando sus músculos de placer. Llevó su mano desocupada a mi vientre donde dejó que sus yemas tocaran con temor esa parte para luego volver a acariciarla, esta vez, con seguridad, encendiendo más calor del que pude imaginar con su toque.

Acarició mi vientre sin detenerse un segundo, en leves roces que amenazaban con arquearme la espalda. Se me escapó un sonoro jadeo cuando sus carnosos labios hicieron contacto con la delicada piel de mi abdomen, dejando apenas que sus labios rozaron la piel antes de comenzar a bajar cada pulgada más a mi vientre, donde depositó un beso.

Por segunda vez jadeé con el corazón a punto de ser escupido por la garganta, él volvió a besar, esta vez sintiendo como su legua lamia la ardiente piel, saboreando ese rastro diminuto con el que fue capaz de nublar hasta el más pequeño de mis pensamientos.

Gemí alto cuando al bajar un poco más, su boca terminó en ese punto exacto tan débil y sensible que ardía de dolor y placer, y se hundió lento y tortuosamente para que su lengua se empujará en mi interior y lamiera sin ser desesperado cada rincón, volviendo gelatina los músculos tensos de placer a causa de la lentitud en la que se movía dentro de mí.

Mi cuerpo tembló de locura a punto de hacerme perder la cordura, y un chillido de placer se construyó en mi garganta cuando sentí su lengua más profundidad y traviesa, aumentando sus movimientos a la velocidad tan gloriosa y extasiada que me perdió la mirada en alguna parte del techo de la habitación, avivando un gemido chillón que terminé tragando cuando de un segundo a otro sacó su lengua completamente de mi interior.

Derrumbando ese éxtasis placentero que empezaba a llenarme con la intensión de liberarse en un grito.

—Oh... Rojo — en un hilo forzado de voz, su nombre escapó apenas en una queja. Sentí su enorme sombra cubriéndome enseguida, obligándome a depositar mi rogada mirada en ese par de orbes endemoniados que buscaban que le contemplara.

—Di mi clasificación una vez más, preciosa— su petición ronca, desbocó mi corazón.

Sentí que desfallecería cuando vi como su brazo se movía y esa mano tomaba su miembro hinchado, erecto, y lo acomodaba justo en mi entrada. Tan solo sentí esa dureza e intenso calor rozarse en mi zona intima, mi cuerpo reaccionó por sí mismo, meneándose, ansioso de tenerlo dentro. El éxtasis que su lengua me había hecho sentir, volvieron a avivarse con un simple toque de su miembro.

—Di mi clasificación.

Los músculos de mi vientre se contrajeron, se estremecieron como reacción, aumentando el ardor a causa de esa voz bestia pérdida en el deseo. Y se inclinó un poco, solo un poco sobre mí cuerpo para que sus orbes me hicieran pestañar.

—Quiero escucharte decir mi clasificación—ronroneó, tensando sus cejas oscuras en ese pálido rostro levemente sudoroso—. Pym...

Jadeé ante la forma en que me llamó. Mis labios temblaron, mi garganta sedienta se preparó a punto de cumplir su orden. Miré mi vientre, miré su mano sosteniendo su miembro, que anhelaba cumplir su propósito, y al final, subí el rostro para encontrarme con la penetración de esa bestial mirada.

—Ro- Rojo—su nombre exploró mi garganta en un extasiado gemido cuando él sin poder esperar a que terminara de nombrarlo, empujó su cadera con lentitud contra mi entrada, gimiendo al unísono conmigo: un sonido exquisito y encantador que salió de su boca, maravillado de las sensaciones que explotaron en éxtasis placentero que cubrió todo nuestro interior al sentirnos al fin, unidos, complementados.

Rojo había sido recibido por mi interior con tanto deseo y necesidad que por ese instante permanecimos en silencio, disfrutando de la forma en que mi interior se abrazaba al calor de su miembro con necesidad, se abrazaba a esa maravillosa sensación de tenerlo dentro de mí, dejando por un momento de lado el placer que deseaba ser liberado al mismo tiempo que el mío, en un grito de gloria.

Era fantástico, jamás me alcanzarían las palabras para describirlo. Pero abrí mis ojos, solo para ver los suyos y quedar encantada por su mirada, esa misma que disminuía la distancia para que su frente se recargara contra la mía.

—Te quiero, Pym, te quiero tanto que...—exhaló sus palabras sin terminar en tonalidades roncas y graves. Mi rostro recibió el roce de su cálido aliento antes de que fueran mis labios recibiendo uno de sus besos apasionados, besos que correspondí con la misma necesidad. Pronto sentí sus dedos tomando cada lado de mi rostro para acariciarme la piel, y en ese instante, inesperadamente salió de mí, solo para que un segundo más tarde un gemido de felicidad se escupiera de mi boca a la suya, al sentirlo hundirse con fuerza deliciosa en mi interior.

Un gemido que lo hizo a él gruñir de placer, aumentando la velocidad de sus besos, saboreando y devorando cada uno de los gemidos que sin detenerse, empezaron a desbordaron a causa de sus embestidas contundentes, saliendo paulatinamente de mi interior para empujarse con una rotundidad cíclica y deliciosamente cruel que era capaz de golpear mi punto más profundo y llenarme de placer.

Entonces me di cuenta de que no sucedería, haciendo el amor nada sobre el embarazo cruzaría por nuestras cabezas, solo el deseo de consumir nuestros cuerpos en todas las formas posibles. Ningún sonido cruzaría nuestros labios con la forma de preguntas acerca de bebés, solo gemidos y chillidos de placer ahogados en la boca del otro.

Al menos, hasta que termináramos desechos en los brazos del otro.

(...)

Salimos de la habitación, con las mochilas puestas sobre nuestros hombros y las armas cargadas y apretadas en nuestras manos. Tan solo recorrí con la mirada al rededor del pasillo y los bloques de las habitaciones me di cuenta que no éramos los únicos con la misma carga.

Había otros saliendo de sus habitaciones al pasillo. Infantes, experimentos y personas acomodando sus mochilas enormes, susurrándose que todo saldría bien ante el grito de Jerry y otros hombres a su mando ordenando en alguna parte del bunker, desde lo que parecía ser un megáfono que todos los aproximáramos a la salida del lugar.

Íbamos a irnos para salir del laboratorio al fin... Al fin a la superficie.

Dejé que mi mirara se clavara repentinamente en un par figuras que salieron de una de las habitaciones del bloque frente a nosotros, las reconocí al instante. Eran ese par de niños que habían salido a correr por el pasillo, aunque esta vez solo permanecían quietos con la mirada clavada en una tercera figura que era más alta que el resto saliendo de la misma habitación que ellos.

No hacía falta repara en toda su figura, reconocí su masculina presencia llena de impotencia, era otra vez el experimento naranja, ese tan soldado naranja vistiendo el chaleco en el que se descolgó un par de armas.

Una cuarta figura se les añadió repentinamente, y a pesar de reconocerla, me sentí sorprendida como si resultara todavía ser la primera vez que le veía. Era la mujer pelirroja, con toda su cabellera sostenía por una trenza acomodada sobre su hombro, encima de un asa de mochila que, extrañamente, colgaba hacía delante de su pecho y estómago.

Me preguntaría por qué llevaba la mochila acomodada así, sino fuera porque dentro de esa mochila mayormente cortada, me encontré un cuarto cuerpecito. Ahí estaba ese bebé otra vez— ese que miré otras atrás siendo sujetado por el dejado brazo de la mujer—, sacudiendo sus bracitos en las grandes aperturas de la mochila cortada, con su cabeza moviéndose en todas direcciones para dejarse clavada únicamente en el soldado naranja.

Algo me dejó muy sorprendida cuando reparé en esa mirada llena de inocencia y felicidad poseer un par de escleróticas negras y un par de iris de un color tan similar al soldado naranja. Un par de orbes que antes no había podido ver con claridad porque ellas estaban más lejos de nosotros.

¿A caso ese bebé era de él? ¿El bebé era de ellos dos? No pude evitar preguntarme, sintiendo esa inmensa intriga y necesidad por saber la respuesta.

No, no, esa era una ridícula pregunta, ese bebé no podía ser de ellos era imposible si recordábamos que no había pasado mucho desde que este infierno sucedió. Lo que, si era cierto, era que ese bebé era un experimento. Probablemente lo habían encontrado al igual que a esos niños.

Y se habían adueñado de ellos como si fueran sus... hijos.

—Dime si lo conoces, Pym— la petición tan seria de Rojo me hizo pestañar, me obligué a dejar de verlos para encontrar el perfil de Rojo y darme cuenta de lo apretado que mantenía su quijada. Me pregunté a qué se estaba refiriendo, dándome cuenta que sus orbes carmín estaban clavados en alguien del pasillo a nuestra izquierda. Le seguí la mirada, quedando aún más confundida que antes cuando mis ojos quedaron atrapados en ese par de orbes apenas verdosos ocultos tras un par de anteojos que me recordaron a Rossi.

La piel de su rostro palideció, sus labios pequeños se abrieron y esos párpados se extendieron tanto que sus ojos podían caerse en cualquier momento de su rostro. Su gesto, entre más segundos me miraba, pasaba de ser shock a ser de horror, desconcertándome más, ¿por qué me miraba de esa forma, como si estuviera viendo un fantasma?

Solo para cerciorarme de que realmente estaba viéndome a mí, me voltee a un costado, revisando si alguien estaba aún lado de mí, pero no había nadie más. Le devolví la mirada, hundiendo el entrecejo.

—No, no lo conozco... — reparé en su aspecto y en esa arma entre sus manos que parecía estar a punto de soltar—. O no lo recuerdo.

¿Sería posible que lo conociera? Estaba segura de que sí, para que me mirara de ese modo, era seguro que nos conocíamos.

Tuve esa necesidad de acercarme y preguntarme, pero algo muy extraño me detuvo. Un sentimiento de inseguridad, o una advertencia, no supe, pero no me moví. Mucho menos iba a moverme cuando esos labios delgados se cerraron y se apretaron, entonces todo su rostro se transformó.

—No me gusta cómo te ve— espetó Rojo, a mí tampoco me gustó, la severidad y el enojo se hicieron tan visibles en ese rostro masculino que pestañeé tantas veces para poder creérmelo. Al instante, su mano desocupada voló a tomarme del brazo para tirar de mí y hacernos caminar en dirección al pasillo contrario, dándole la espalda a esa mirada que sentía pegada a mi cuerpo.

Sentí incomodidad, y esa inquietud de girar y ver si aún seguía observándome, pero como antes, no pude moverme. ¿Quién era él? Esa pregunta sería difícil de olvidar después de ver la manera en que me miró.

Cruzamos el siguiente pasillo, hacia más cuerpos que abandonaban los cuartos para caminar en el mismo sendero que nosotros, no sin antes darnos una mirada atenta a nuestros cuerpos. Rojo soltó mi brazo en cuanto esos ojos humanos observaron el agarre, no quise que lo hiciera, pero tampoco se lo iba a impedir.

A pesar de que desconfiaba de Roman, lo que dijo era cierto, sería peligroso llamar la atención de los demás, aun cuando estábamos en un infierno, sabíamos que los experimentos no los dejarían ir una vez salido del laboratorio con vida.

Era más que seguro lo que harían con ellos...

— ¡No se separen una vez fuera, manténganse junto a los soldados! —Aquel grito masculino tan potente y escalofriante nos levantó la mirada. A muchos metros, justo aun lado del umbral, se encontraba Jerry sobre una silla, con el megáfono en una mano y un arma en el otro, su cintura estaba en exceso repleto de todo tipo de armas, al igual que sus hombros donde no había ninguna sola mochila, solo un par de escopetas.

Pasé mi mirada sobre todos esos cuerpos que esperaban impacientes a salir del bunker, creando una multitud. Nos detuvimos cuando vimos que era imposible seguir caminando.

— ¡Los quiero a todos con sus armas en manos! —gritó él, con su rotunda voz grave, varios de los cuerpos frente a nosotros no tardaron en empezar a removerse, tomando sus armas de los bolsillos de su cinturón—. ¡Los examinadores, cuidando a los infantes, los experimentos adultos y adolescentes sin romper las filas que les indiqué hacer, los termodinámicos vigilando todo momento alrededor, avisando de cualquier temperatura, no importa cual, quiero que avisen de todo! ¡Los quiero a todos en silencio una vez fuera y cooperando!

— Pym— Poco faltó para que respingara sino fuera porque su voz ya no producía sorpresa.

Rápidamente envié la mirada en busca de esa voz que sabía bien que pertenecía a Adam, él se encontraba empujando algunos cuerpos con tal de llegar a nosotros... No sin antes mirar alrededor.

— ¿Algún rostro de estas personas se te hace familiar? —Su inesperada pregunta me hizo pestañar—. Jerry mencionó que solo habían encontrado tres de los responsables del parasito, pero que esta seguro que el resto de los que nos traicionaron están entre nosotros porque se han deshecho de las muestras. Solo queda que tu recuerdes porque estoy seguro que lo que te sucedió en el área roja tiene que ver con más responsables.

—Pero no he recordado nada—le comenté con una mueca amarga.

— Será mejor que trates de hacerlo, no es justo que estas personas responsables salgan a la superficie. Lo peor es que puede intentar matarte o hacerte algún daño para mantenerte callada.

Traté de pestañear, pero no pude, estaba perturbada. De pronto mirando a mí alrededor, reparando en los rostros que pudiera, tratando de averiguar si los reconocía o no, aunque ninguno de ellos estaba poniéndonos atención. No me había puesto a pensar en eso desde hacía varios días atrás, creyendo que esa persona había muerto, pero era cierto. Después de lo que el hombre canoso dijo que, encontró a tres responsables del parasito, era obvio que habría más personas involucradas en esto. ¿Estaban ocultas? ¿Y entre esas personas que todavía sobrevivían, estaba aquella que intentó matarme en el área roja? ¿Intentaría matarme otra vez?

—Debes estar alerta, si reconoces a alguien o se te hace familiar, dímelo. No podemos dejar que esa persona ni mucho menos quienes le ayudaron salga ilesas de aquí. Merecen morir.

Me sentí hundida en la confusión, ¿y sí esa persona ya me había reconocido y yo todavía no? La única persona que hasta ahora se me hacía familiar, era ese hombre de ojos grises que nos ordenó a Rojo y a mí seguir caminando, ¿sería posible que fuera él? La manera en que nos miraba era muy extraña... Igual la de esa persona con anteojos que me observaba con horror fuera de nuestra habitación. ¿Era él, o era el otro hombre?

— Nadie intentara lastimarla—la grave voz de Rojo terminó explorando mis pensamientos. Todo su enorme cuerpo dio un paso peligrosamente hacía Adam, con su mirada turbia y severa—. Voy a protegerla.

Los labios retorcidos de Adam se apretaron con fuerza, alzó la mirada de molestia para mirar a los orbes carmines de Rojo, esa mirada depredadora que emitía seguridad.

—Por tu bien más te vale que así sea esta vez, ya que desde tu incubadora no ayudaste nada.

Sentí una molesta y desagradable intensión de abofetearlo y cerrarle la boca para que dejara de provocar a Rojo, pero ese enojo se esfumó cuando vi la forma en como los puños y la quijada de Rojo se apretaron con tanta fuerza que parecía que se le romperían los huesos.

Era la segunda vez que Adam lo decía, acusando a Rojo de que él había visto a la persona que me golpeó y que no pudo hacer nada para impedirlo, y que todavía estaba encubriéndolo. Sin embargo, Rojo aseguró — y confiaba completamente de sus palabras—, que despertó justo cuando las mallas metálicas ya se habían despejado de las incubadoras.

—Ya para con eso, Adam —solté bruscamente y sin exclamarlo.

Adam apretó ahora sus dientes, me dio una mirada antes de dar un par de pasos atrás y entornarla de nuevo a Rojo.

—Aun así, estaré cerca, Pym— eso fue lo último que espetó con ira, para comenzar a caminar, lejos de nosotros cada vez más.

Comencé a sentir pánico al verlo desaparecer entre todas las personas, el miedo a recorrer mis huesos con la forma de escalofríos. No dejé de mirar a las personas que nos rodeaban, con temor, tratando de distinguirlos, recordarlos, pero no había nada en mi maldita cabeza que me respondiera o me ayudara. Pero, ¿en verdad intentaría matarme estando rodeada de tantas personas armadas? Si todo este tiempo había sobrevivido y se había mantenido oculto, no creo que intentaría matarme, y si lo hacía, y trataba de lastimarme, lo descubrirían y entonces lo matarían.

Ese pensamiento trató de tranquilizarme, lamentablemente no pasó. Y solo mirar el rostro de Rojo cuya mirada depredadora se lanzaba clavada en la nada, me hizo saber que desde ahora, mi carga pesaba más que antes...

Maldición. Justo lo que no quería ser para él

Un chirrido metálico amortiguando todos mis tormentosos pensamientos me puso los pelos de punta. Frente a nosotros, aquella enorme puerta metálica empezó a correrse hacía el lado de Jerry quien no tardó en bajar de la silla y lanzar el megáfono al suelo produciendo un sonido apenas audible. La luz del exterior empezó a mostrarse conformé se abrió la puerta, al igual que unos cuantos hombres armados que estaban formados fuera del bunker.

El miedo y la ansiedad empezaron a remover mi estómago cuando esa puerta terminó de abrirse, dejando una gran entrada. Jerry levantó su brazo, extendió su mano al techo y miró al experimento naranja que se acomodaba junto a él, y entonces esa mano se movió, indicándonos que saliéramos. Fue ahí cuando todos comenzaron a moverse, apresurándose a salir del bunker. No dudé por tercera vez, en analizar sus figuras, tratando de hallar al menos un rostro que girara a vernos de una forma que me hiciera sospechar....

Pero ninguna lo hizo.

—No te apartes de mí, Pym—Más que una petición, fue una orden que hizo que dejara de ver tanto a las personas para clavar mi mirada en esos orbes fúnebres que me observaban—. Ni un segundo te me apartes, ¿entendiste? —soltó entre dientes, en un tono engrosado que me hizo asentir enseguida.

—No lo haré—prometí, sin dejar de ver sus ojos intranquilos a causa de las palabras de Adam—, saldremos de aquí, tú y yo estaremos bien.

—Eso te lo prometo yo.

(...)

En menos de un par de horas, habíamos pasado de recorrer un largo pasadizo rocoso y con la forma de una cueva, a un enorme y ancho pasillo blanco cuya iluminación se mantenía parpadeando, casi constantemente. Era largo y espacioso, parecía interminable, lo recorríamos en pasos rápidos, sin detenernos y en completo silencio.

Los experimentos con uniforme y armamento más grande que el armamento del resto de las personas, se encontraban formando un rectángulo a nuestro alrededor, manteniendo a las personas y a los infantes en el centro, protegiéndonos. Había varios de esos experimentos, con sus ojos ocultos bajo sus parpados y sus cabezas en movimientos cíclicos al rededor, eran termodinámicos, buscando algún tipo de extraña temperatura, llevaban haciendo eso desde que salimos del bunker.

Rojo estaba haciendo lo mismo que ellos, aunque fuera de la formación, revisando incluso el techo sobre nosotros después de saber que esas monstruosidades escavaban las paredes. Cosa que esperaba que no sucediera sobre nosotros.

De vez en cuando él abría sus ojos para también analizar a las personas a nuestro alrededor y preguntarme, sí había reconocido a alguno, lo cual estuve tratando de hacer desde que salimos del bunker, pero solo no conseguía nada, y eso era frustrante, irritante.

Sentía una fuerte imponencia que amenazaba con que en cualquier momento explotaría.

El brazo de Jerry volvió a extenderse, y al cerrar la palma de su mano en un solo puño bien apretado, todo mundo se detuvo, alzando las miradas en todas direcciones, como si algo malo estuviese a punto de acontecer. Eso me detuvo el aliento, me arrimé al cuerpo de Rojo, a su calor protector cuando hubo tanto silencio y tanta tensión en las personas que me hizo temer demasiado de que el puño de Jerry significara algo malo.

—No hay peligro—el susurró de Rojo no logró tranquilizarme del todo, pero al menos pude respirar otra vez.

Vi como Jerry dio un par de pasos adelante donde el pasillo se dividía en otros dos pasadizos que él comenzó a revisar por varios segundos, en compañía de dos experimentos.

Bastó solo un segundo para que retirara el puño y caminara a zancadas hacía su derecha, su cuerpo desapareció enseguida, sin temor a alejarse del grupo. Nuevamente, las personas comenzaron a mover sus piernas, a caminar con una rapidez para cruzar el pasillo y perseguir al hombre canoso.

Pero tan solo llegamos al resto del pasillo, volvieron a parar, mi mirada se abrió de golpe al encontrar frente a nosotros esa montaña de escombros que casi llegaba al techo del espacioso pasadizo.

—Este corredor lleva al comedor, nuestro objetivo— fue la exclamación de Jerry, antes de que empezara a ser el primero en treparlo, sin voltear a ver al resto de las personas que empezaban a hacer preguntas y a girarse, viendo hacía el pasillo izquierdo que estaba vacío y libre de paredes y techos derrumbados.

Detrás de Jerry, varios de los experimentos uniformados también treparon, pasando del otro lado de la montaña, en segundos.

—Caminen ya— Esas palabras casi gruñidas salieron de los labios del hombre con la cicatriz en el rostro. Su mirada grisácea endurecida se pasó por todas las personas, una mirada inquietante y tan familiar que me atemorizó. ¿Podría ser él...? No lo sé, era tan confuso, si fuera él el que intentó matarme, ¿no debería tratar de ocultarse de mi si sabe que yo lo vi haciendo algo malo?

Se nos había acercado en ese momento que nos llevaban al bunker como si solo fuéramos dos personas más. Era muy extraño... Hizo una señal con su arma a las personas para que comenzaran a trepar, lo cual sucedió en segundos.

Se acercaron, mujeres y hombres sobre él para empezar a trepar, ya no pude ver más la silueta del hombre con la cicatriz, solo a personas ayudaron a los infantes a subir sin problemas.

Entre todos ellos, estaba la pelirroja cargando al bebé desde la mochila que colgaba en su pecho y estómago, empujando el trasero de un experimento infante que plantó sus pies firmemente sobre un pedazo de metal, lo vi sonreír para luego extender sus brazos y alcanzar las manos de su compañera que estaba siendo empujada, no por la mujer pelirroja, sino por el soldado naranja que había apartado a la pelirroja para ayudar a los niños a subir.

En ese instante en que el niño escalaba hasta arriba, el soldado naranja torció su rostro y abrió la boca, empezó a moverla. Estaba diciéndole algo a la pelirroja a su costado por el gesto severo que ella llevaba. Esa mano varonil alcanzó el brazo de la mujer y en un voraz movimiento donde ella trató de apartarse de su agarre, él la cargó entre sus brazos con cuidado de no sacudir al bebé en la mochila, para ayudarla a subir al pedazo de tubo donde estaban los niños.

Detrás de ellos, apareció el cuerpo de 16, acercándose para tratar de subir la montaña de piedra y tubos.

En ese instante, me pregunté dónde estaría Rossi y Adam, aunque no me importaban mucho, que no los viera en todo el camino hasta, aquí era muy extraño. Me arrepentí de mis pensamientos cuando mi mirada se clavó sobre la ancha espalda de un hombre que se abría paso entre las muchas personas para llegar a la montaña.

Era Adam, colocándose el arma en el bolsillo de su pantalón para ayudar a otros infantes a trepar con rapidez.

—Subamos, Pym — La mano de Rojo clavándose en mi espalda baja me sorprendió. Me dio un leve empujón para que caminara, y lo hice, enseguida de asentir.

Nos acercamos detrás de un par de hombres que trepaban lo más rápido posible, y comenzamos a subir los primeros bultos de escombros que con cada pisada se hundían, tambaleando nuestros cuerpos un poco. Revisé la altura de la montaña, no era para nada segura, y tantas personas subiéndola al mismo tiempo, podría lograr que se derrumbara...

Eché una mirada al rededor, antes de buscar donde aferrarme para trepar, con inseguridad. Pero cuando mis manos se aferraron a un par de rocas, y uno de mis pies se colocó sobre un trozo de tubo atrapado, en mi cadera se plantaron con firmeza y dureza las manos de Rojo, por detrás.

Su calor instantáneamente invadió toda mi espalda cuando sentí el cuerpo de Rojo inclinarse sobre mí.

—Hazlo con cuidado— Sabia por qué lo decía, yo solo asentí, comenzando a trepar, aferrando mis manos a lo que sintiera que estuviera clavado firmemente en los escombros para no terminar resbalando. Las manos de Rojo en ni un momento abandonaron mi cuerpo, sosteniéndome y empujándome cada vez más hasta estar a una altura en la que sus manos no me alcanzaron más.

Me detuve, enviando la mirada hacia abajo para encontrar a Rojo trepando lo más rápido posible para llegar a mí.

—Sube con cuidado— me indicó. Asentí, trepé hasta lo más alto de los escombros, con la mirada observando ese enorme hueco en lo que antes era un techo plano y blanco, me pregunté cómo había sido posible que el techo se derrumbara de esta forma.

Una idea brilló en mi cabeza, una peligrosa idea de lo que ese hueco podría significar. ¿Acaso era un agujero de un monstruo? Aunque no parecía un agujero, pero tal vez, este derrumbe había sido provocado por uno de ellos al intentar escarbar en el techo y salir.

Subí a una larga tabla que era lo último de la montaña de escombros, y miré del otro lado. Varios de los experimentos que habían cruzado de un segundo a otro sin problema alguno, ya habían hecho un tipo de formación a varios metros adelante, para protegernos. Con sus armas atentas, y esas miradas observando en la lejanía: alguno de ellos buscando temperaturas.

Parecían soldados.

Repentinamente sentí un enorme pánico cuando mis ojos cayeron sobre el suelo. El miedo me hizo temblar, y no solo porque sería difícil lograr bajar de los escombros— en realidad sería más fácil bajarlo—, sino porque ahí abajo el piso estaba cubierto de agua...

Y solo ver a los pies de las personas que ya habían cruzado, podía darme cuenta que el agua llegaba por encima de sus tobillos. No quería ni pensar que más adelante el agua subiría, hasta ahogarnos. Tal como sucedió en ese túnel...

Estaba a punto de comenzar a bajar, deslizándome a uno de los bordes de la tabla, cuando ésta vibró debajo de mi cuerpo. Asustada, mis manos apretaran lo que pudieran de la madera antes de voltear el rostro y hallar a Rojo trepando la tabla en un sutil movimiento que casi fue un salto. Rápidamente se colocó frente a mí, sus manos se acomodaron a cada lado de mis piernas, aferrándose a la tabla mientras afirmaba sus pies en un par de tubos atorados entre los escombros.

—Ven, Pym— ordenó en voz baja. Vi su brazo estirándose hacia mí, su mano invitándome a que la tomara. Rápidamente correspondí, apresurándome a bajar hasta su lado, cuidadosamente para no resbalar del enorme bulto de rocas, tal como otros lo hicieron.

Y al tocar el suelo, hundiendo mi calzado en el agua oscurecida, Rojo me apartó de los escombros.

—Rápido, cada minuto cuenta— la exclamación escupida por Jerry me desencajó la quijada. Me ponía nerviosa que se diera el tiempo de exclamar sabiendo que había experimentos que se guiaban por el oír. Pero eso parecía no importarle, teniendo tantos experimentos armados. Aun así, nada aseguraba que todos sobreviviríamos si seguía exclamando con esa voz grave.

Por otro lado, no era sencillo, y menos para los infantes bajar una enorme montaña de escombros desequilibrada, con pedazo de piedras y metales con los que podía cortarse si no se tenía cuidado.

—Con cuidado, Doce—esa voz femenina que se alzó entre leves y apenas apacibles sonidos, me envió la mirada a una parte de los escombros, donde el soldado naranja que ya estaba en el suelo, extendía sus brazos... hacía la mujer pelirroja sentada en un pedazo de roca con el bebé colgando de su mochila, tratando de alcanzar los musculosos brazos del experimento naranja.

Hundí mis cejas, muy intrigada por ellos, viendo ahora como él la bajaba sin problema alguno para dejarla en el suelo, frente a su enorme cuerpo que la ocultó. Desde mi lugar pude ver ese brazo musculoso deslizarse desde el brazo de la pelirroja, hasta su cintura en una suave caricia que me hizo sonreír.

— ¿Te sietes bien? —la pregunta de Rojo me confundió un poco, quité la mirada de ello para mirar la botella que su enorme mano me extendía, y la cual tomé viendo esos orbes rojos reparando en mi rostro—. ¿Te duele algo?

—No... —negué enseguida, sonriendo un poco—. Me siento bien, no te preocupes.

Estaba siendo sincera, tranquila de que las náuseas no fueran un estorbo por estos momentos. Tomé un sorbo de agua, antes de invitarle a él que bebiera también, tomando la botella y bebiendo de ella. En ese instante algo muy extraño aconteció, mi cabeza se palpó de dolor, un dolor insoportable que nubló mi panorama, oscureciendo la imagen de Rojo, e iluminó algo en mi memoria.

Algo que no esperé, pero lo deseé.

Imágenes que poco a poco empezaron a adquirir color y llenarse de todo tipo de voces con diferentes tipos de escenas, como si una película estuviese reproduciéndose en mi cabeza, solo que con varios trozos aún faltante.

Entonces, lo recordé, recordé algo más...

Y la conmoción de los recuerdos fluyendo uno tras otro fue tanta que me tambaleé, apenas sintiendo esos largos dedos deteniendo mi cuerpo, atrapándome para no caer. Escuché esa voz masculina cuya tilde me estremecía, llamándome con preocupación, y cuando reaccioné al fin y todas las voces callaron, y esas escenas desaparecieron, pude sentir ese notable calor perforando mi toda mi piel, sintiendo también esos enormes brazos rodeándome con una fuerza bruta que mantenían cada milímetro de mi cuerpo pegado a ese cuerpo masculino, que al fin pude recordar más de lo que no pensé.

Estaba en los brazos de ese hombre...

De ese hombre del que me enamoré y a quien oculté mis sentimientos por miedo a que le hicieran daño.


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