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75% Experimento (Rojo peligro) #1 / Chapter 42: No de él

Chapter 42: No de él

Sentí una rotunda sacudida en los huesos cuando esos disparos volvieron a estirarse en el exterior acompañados de sonidos huecos y agudos con una fuerza capaz de retumbar las paredes, llenándolo todo de terror.

De inmediato clavé la mirada en la puerta entenebrecida por el ruido, antes de sentir las manos de Rojo apretando mis rodillas, haciendo que enseguida fuera él lo único que terminara mirando. Su quijada estaba apretada, esos orbes se habían ocultado debajo de sus enrojecidos parpados, revisando más que alrededor, la pared junto a la puerta que antes yo miraba...

Porque del otro lado de ella, se desataba un caos.

Se me estremecieron los músculos cuando sus dedos abandonaron mi rodilla, cuando lo vi alzarse de golpe, incorporando su postura peligrosa. No tardé nada en imitarlo subiendo mis jeans también, mis nerviosos y temblorosos dedos lo abotonaron como pudieron cuando vieron a Rojo encaminarse a la puerta.

— Quédate aquí—no fue una petición, sino una orden, y podía sentir lo aseverado de su voz a pesar de que esta vez no volteó a mirarme—. No salgas esta vez.

—Pero...

¿Cómo quería que me quedara aquí sin hacer nada? Iban a necesitar mi ayuda si algo muy grave estaba pasando ahí a fuera, ¿y si alguien salía lastimado? Mi ayuda podría ser una diferencia. Desapareció, desapareció cuando abrió la puerta de un golpe, y corrió fuera del baño. Apresuré a salir, viendo su ancha espalda alejarse cada segundo más, tomando el arma del bolsillo de su pantalón antes de abrir esa puerta que, desde la lejanía mostro un montón de escombros de madera que me inquietaron.

El sonido cesó al instante en que él cerró la puerta, ni un solo grito o disparo se escuchó más, nada más que el silencio hundiendo nuevamente la habitación. Hundí el ceño dejándome plantada solo el suelo solo unos segundos para saber si nada más se escuchaba, pero entonces ese jadeo cercano llamó mi atención.

Un jadeo entrecortado que hizo que mi rostro girara hacía el lado derecho de la habitación, y encontrara ahí, debajo de una de las camas, a 16 oculta, aferrada al suelo, con la mirada aterrada observando la puerta, y con una mano apretando mi arma, la que había dejado sobre la cama.

Repentinamente su figura se oscureció cuando enseguida la fuerza de la iluminación disminuyó, sombreando algunas pocas áreas de la habitación.

Eso no era nada bueno...

— ¿So-so-son los monstruos? —la escuché preguntar, sin apartar la mirada de la madera de la puerta, yo tampoco aparté la mía de ella, preguntándome por qué razón estaba tan oscuro.

— Creo que sí—Deseaba equivocarme.

— ¿V-van a entrar? —preguntó al instante en que contesté. Aún con lo bajo de su voz, ni un otro ruido más detrás de esa puerta, se escuchó. Ni siquiera un gemir.

Pronto la vi salir de su lugar, arrastrarse fuera de la cama para levantarse. Miré de qué forma le temblaban las manos, sobre todo esos dedos mal acomodados sobre el gatillo, poco faltaba para que lo apretaran y una bala saliera descuidadamente del arma.

—No, por ahora no—No me escuché muy segura. Suspiré, sintiendo la necesidad de arribarle el arma, lo que más que necesitábamos en este momento eran balas, y no podíamos desperdiciarlas—. Dame el arma, ¿sí?

Sus orbes verdes volaron en mi dirección, se miró las manos, la seriedad que puso me hizo pensar que no me la daría, pero luego volvió a verme antes de asentí levemente y acercarse mientras me estiraba el arma. No tardé en tomarla y contar las balas dentro, todavía tenía un bonche en la caja junto que dejé sobre la otra cama.

—Ya no hay ruido, ¿tú crees que algo pasó? — su pregunta me preocupó más que ver sus labios partidos y esas gotitas de sudor en su rostro, que aunque eran pocas, que tuviera fiebre aún decía que la tensión seguía en ella.

Respiré hondo y exhalé sintiendo. No estaba segura de nada pero, si ya no había ruido era por una razón, ¿no? Y esa razón fue eliminada, ¿cierto? Sentí mucha inseguridad, y más que inseguridad miedo.

El silencio no siempre era bueno.

—Espera aquí, iré a revisar, ¿entendiste? — avisé. Apenas la vi asentir con dificultad.

Animé a mis piernas a moverse en esa dirección, no sin antes mirar esa perlada mirada que ahora estaba puesta sobre mí. Mi mano tomó el picaporte y tan solo lo abrí el desagradable olor a putrefacción me sacudió el estómago. Era asqueroso, solo recordar ese olor me hacía saber que se trataba de los mismos experimentos.

Observé, abrumada, el apenas tétrico panorama que se desataba frente a mí. Todo el muro que había sido construido por Adam, Rojo y Rossi para defendernos, estaba destruido por los suelos, como si algo se hubiese estampado contra ellos, algo pesado y brusco. Ese algo tenía la forma de dos grotescos experimentos cuyos tentáculos estaban esparcidos por casi todo el suelo frente a mí, uno que otro bajo los escombros de la madera. Pero estaban inmóviles, sin vida, con balas atravesando sus deformados cráneos.

No pude evitar acercarme y darle una revisada al cuerpo más cercano, todavía no podía creer que tuviera ese aspecto gelatinoso, baboso y enrojecido, sin forma humana, sin brazos ni piernas, solo una cabeza perturbadoramente humana... Ahora que lo pensaba, parecían pulpos con todos sus tentáculos oscuros.

—Deberías volver a dentro— Aparté la mirada del experimento para depositarla en las piernas de Rojo que se movieron con firmeza de la escalera que llevaba al sótano, en mi dirección—. Todavía no es seguro, Pym.

—Estaba preocupada por el silencio así que vine a ver si todo estaba bien—comenté. Él bajó su mirada para observarme, antes de negar con la cabeza en un leve movimiento.

—Aun así no es seguro, uno de ellos podría aparecer, vuelve a dentro con 16—me pidió tras soltar un suspiro.

Sabía que estaba preocupado de que me lastimara otra vez, pero no podía ir y hacer como si nada mientras ellos mataban experimentos, la única aquí que no sabía utilizar un arma era la enfermera, en cambio yo tenía un arma y sabía usarla.

Además, esta vez yo no estaba sola, él estaba aquí, así como el resto también.

—Tengo un arma—Incluso se la mostré sin vacilación, y él la estudió—. No te preocupes esta vez no estoy sola y no esta oscuro, si estoy cerca de ustedes no pasará nada—Su quijada se apretó con severidad, y antes de que dijera algo o insistiera preferí preguntar: —. ¿Dónde están los demás?

—Están en el sótano sacando extinguidores —soltó espesamente guardándose el arma en el bolsillo de su pantalón.

¿Por qué sacaban extinguidores? Eso mismo me dijo Adam, que él le ordenó a Rossi sacarlos, e iba a preguntarle pero entonces sacó su advertencia sobre ella.

—Dicen que tienen un plan para sacarnos de aquí— añadió.

Eso me confundió, me hundí el ceño, estaba a punto de preguntarle de qué plan hablaba, pero recordé lo poco que Adam me había contado, solo diciendo que abriría una de las puertas, pero sin ninguna explicación extraña.

Para mí ese no era un plan, solo una opción muy arriesgada.

— ¿Te explicaron el plan? —inquirí.

—Quieren abrir la segunda entrada—inició diciendo, enviando sus robes al otro pasadizo—, dejar que los experimentos entren y dispararles.

¿Solo así? ¿Sin nada más? ¿Ese era el maldito plan que Adam tenía? ¿En serio?

—Es riesgoso pero es la única salida, de lo contrario esos malnacidos nos acorralarán.

Aquella voz me erizó la columna, rápidamente volteé hacía mi izquierda donde se encontraba a un par de metros la escalera al sótano, Adam subía los últimos peldaños con dos extintores abrazados que pronto dejó en el suelo.

— No es la única salida—aclaré, severamente luego de procesar sus palabras—, podemos hacerlo de otro modo.

Se sacudió las manos y se acercó a nosotros, atisbe su arma, colgada en la funda de su cinturón.

—No podemos esperar más tiempo—empezó diciendo—. Nos repartiremos en dos grupos, cubriremos todas las ventilaciones, excepto la que está destruida que es la que mantendremos vigilada. Esa era mi primer plan en dado caso de que los experimentos allá fuera sean más de los que vimos ahora. El siguiente plan en dado caso es que sean esa cantidad, es dejarlos entrar.

—Y los extintores nos ayudarán como bombas— esa voz femenina y llena de forzada dulzura me amargo la boca.

Por mucho que no quisiera terminé viendo hacia ella, como dejaba el extintor junto al resto, con una despreciable sonrisa falsa.

Que ni pensara que me olvidaría de las mentiras que le dijo a 16, porque todo lo que quería soltar contra ella, se lo soltaría a ella con puños e insultos... Tal vez no en este momento, pero lo haría.

Sí que la abofetearía.

Sacudí la cabeza para liberarme de la molestia que su presencia me había provocado, ahora sabía para qué querían los extintores, para una clase de bomba helada, ¿para ocultar nuestras temperaturas?

— Para congelar sus extremidades y disminuir su velocidad. Así les disparáremos con facilidad en el cráneo— ese agregado lo hizo Adam. Pero lo explicaba con una seguridad que ni yo ni Rojo teníamos.

El plan era bueno, pero era muy peligroso también.

Además, uno de los mayores problemas, eran las pocas armas que teníamos, sin mencionar el número de balas. Si se nos acababan aquí dentro, allá fuera no tendríamos con qué defendernos.

Me aterraba decirlo, me aterraba mucho sentirme de acuerdo pero no podía pensar en otro plan, más que abrir una de las entradas.

—Pero no sabemos cuántos son ahora mismo— mencioné—. ¿Y si abrimos la primera entrada?

En ese instante mi voz amenazó con temblar, no por la preocupación y miedo a que fueran varios experimentos escarbando en la B sino porque mi estómago volvió a volcarse y algo deseaba expulsarse otra vez de mi boca, unas nauseas que se calmaron cuando deje de hablar.

—No, es más riesgoso. Una vez abierto la puerta el derrumbe se esparcirá al interior del bunker, nos abriera un camino hacia el resto del túnel, eso es bueno. Pero desconocemos lo que hay del otro lado del derrumbe, quizás más monstruos, quizás el derrumbe se agrande, entonces eso solo nos pondría en riesgo. Es por eso que enviaremos a 09 a revisar las cámaras de la segunda entrada, porque esa será nuestra única salida— Cuando lo dijo envió su mirada a clavarse en Rojo—. Ve de una vez.

Una orden que hizo que Rojo, después de apretar sus labios, retrocediera para obedecerla sin inmutarse, ¿y por qué no iba él a revisarlas? No le hice la pregunta, solamente porque no valía la pena, solo di la vuelta, y perseguí a Rojo.

— ¿A dónde crees que vas Pym? —La pregunta hueca de Adam, hizo que él se detuviera y girara para verme.

—Voy a acompañarte—Lo dije no por responderle a Adam, sino para calmar la duda en Rojo. Me detuve, llegando a estar a solo centímetros de tocarle la espalda, una espalda que no toqué cuando vi la seriedad de Rojo.

—Puedo ir solo—su voz se escuchó con calma—, quédate.

—No, quiero ir contigo—le hice saber, esas palabras hicieron que él se volteara lentamente y por completo, llevando mi mano al vientre, sintiendo repentinamente un ardor en su interior, provocado por mis propias palabras.

—Bien, háganlo pero ya—espetó Adam desde atrás, le di una corta mirada viendo de qué forma apretaba su quijada—. Y no se tarden.

(...)

No estaba de acuerdo, sentía una enorme inquietud, sabía que de cualquier forma debíamos intentarlo y salir de aquí, pero temía que algo saliera mal en todo esto.

Creo que todos temíamos lo mismo.

Rojo se mantenía frente a mí, con su ancha espalda envuelta en tela blanca protegiéndome tal como otras veces lo hizo. Seguí en todo momento sus pasos moviéndome con apresuro detrás de él, y con un sutil silencio hacía el pasadizo siguiente.

Lo único que se escuchaban era nuestras respiraciones, y dentro de mí, el pulso acelerado de mi corazón. Había tanto silencio alrededor, y peor aún, tanto aroma asqueroso que prácticamente sabíamos que cerca había un experimento...

Quería equivocarme.

Rojo tenía su arma apretada entre los dedos de su mano izquierda, y sus ojos ocultos bajo sus párpados vigilando tanto el techo como el suelo, se veía tan preparado para esto, como si antes hubiese sido enseñado. Él me dijo que le habían enseñado a disparar, mucho antes de este desastre, y pensar en eso solo me confundía más, ¿para qué les enseñaban a disparar a los experimentos?

—Ya vamos a llegar—su voz anunciándome en un susurro me hizo estirar el cuello para revisar el pasadizo que terminamos de cruzar.

Para nuestra suerte, estaba completamente vacío. Alargué un suspiro aliviada, y me moví junto a Rojo, explorando todo lo que pudiera, también reconocía este pasadizo a pesar de poca iluminación, más adelante estaba la oficina de seguridad.

—Sigamos—No lo vi asentir, pero si sentí el movimiento de su cuerpo, mi mano en ese momento, salió disparada buscando la suya, y cuando la encontré me aferré a su calidez sintiendo como se transfería el calor de su mano a la mía. Rojo titubeó con sus pasos, esa mirada carmín pronto se torció un poco para mirarme desde el hombro, mirar nuestro agarre.

La forma en que miró nuestras manos era como si le doliera. ¿Se sentía así por lo que me confesó en el baño? Creo que por esa razón se debía su mirada.

No iba a soltarlo, al final de todo, lo que él dijo no sucedió.

¿Y si hubiese sucedido, le hubiese soltado la mano? Esas preguntas sucumbieron repentinamente mis pensamientos. La verdadera pregunta era saber si Rojo iba a ser capaz de hacerme daño en ese momento. ¿Sería capaz de abusar de mí? ¿Y cómo conocía esa palabra y su significado? Si lo pensaba mejor, era extraño, había algunas cosas que él no conocía y otras muchas que le enseñaban, ¿le enseñaron lo que era una violación?

Tiró de mi agarre para apresurarnos a caminar, su mano apretó con fervor la mía, correspondiéndome, eso hizo la presión de las confusas preguntas acumuladas en mi cabeza desapareciera un poco.

Solo un poco.

Pronto pudimos ver la oficina—esa de la que me arrepentía haber salido—, y cuando llegamos él no tardó en abrirla y apresurarnos a entrar, cerrándola detrás de mí.

Se dirigió al escritorio donde todos los televisores se mantenían encendidos, mostrando las imágenes del pasillo y dos de ellos las entradas externas del bunker. Empezó a revisar esas últimas, yo hice lo mismo que él, posicionándome junto a su cuerpo y tan solo lo hice y vi las imágenes, el último aliento de mi cuerpo me estremeció hasta la más pequeña vellosidad de mi piel.

Los conté, indudablemente. Mi cabeza comenzó a negar, un acto que Rojo atisbó enseguida.

—No puede ser—terminé en un hilo de voz, pero ese no era el problema en realidad—. Ya hemos pasado días aquí, ¿por qué no se van? — pregunté, sintiendo esa desesperación en mis músculos.

Solo ver sus enormes garras, los tentáculos del resto, las deformaciones en todos esos cuerpos, lo grande que eran de altura a causa del parasito, y que uno de ellos que se hallaba sobre un montículo del derrumbe que ocultaba toda la entrada, trataba de colgarse de lo más alto del bunker aun cuando le daban descargas eléctricas, me perturbaban.

—Les destruyeron la vida antes y después del parasito, Pym. Si yo fuera uno de ellos, creo que estaría haciendo lo mismo, ir a los lugares donde pienso que se esconden para matarlos.

Tragué con fuerza, sintiendo ese escalofrío deslizarse tenebrosamente por mis huesos, aunque ya sabía eso, que él lo soltara con aquella tonada baja y peligrosa mientras miraba las cámaras, era inquietante.

—Con un cuerpo destruido, un alma rota y un corazón negro, lo primero que haría sería matar al monstruo que me creó—espetó. De cierta forma sabía que solo estaba comentando las razones de esos experimentos, pero por alguna razón, una parte de mí sentía que estaba hablando realmente de él.

Cuando en la ducha él se arrancó el dedo, y me dijo que volvería a crecer, la forma en que lo soltó había sido con dolor y enojo, rencor, sí, era rencor. Le habían hecho mucho daño, tanto daño que me costaba creer que no se lanzara sobre Adam y Rossi, ¿por qué motivo nunca se convirtió en un asesino como el resto de los experimentos?

—Rojo...

—Si por alguna razón no he matado a uno de los tuyos—hizo una pausa solo para girarse y poseer mi mirada con la profundidad de la suya, se acercó a pasos lentos, pero no lo suficiente, a pesar de que sus piernas quisieron moverse más él se detuvo a tan solo pasos de pies—, es porque lo decidí por ti. Por la diferencia que hiciste en mí.

Se me ablandó el corazón debajo del pecho al escuchar sus palabras. Pero, ¿qué hice yo de diferente al resto? No era examinadora de adultos y no intimé con él porque no quise, ¿entonces que hice con él? Vi la forma en que me contemplaba, y parecía querer romper la distancia entre nosotros, algo que yo quería pero que al final solo fueron sus puños apretándose.

—Ya tenemos información, será mejor que volvamos con el resto —dijo, y tan solo lo vi apartarse para llegar a la puerta, le detuve, poniéndome frente a la puerta y colocando el seguro al picaporte.

Su mirada me examinó, inquietante, pero no más como yo examiné la suya.

— ¿Está todo bien? —le pregunté, en un tono bajo, viendo cada pequeño detalle de su hermoso rostro—. Hablo de lo que dijiste en el baño.

Sabía, y muy bien, que no era tiempo para quedarnos a hablar sobre ese tema, pero quizás... más adelante no habría tiempo para nada más que luchar por nuestras vidas, o morir en el intento.

Permaneció en silencio, sus orbes carmín en movimiento contemplaron mis ojos, se lamió los labios secos, y nuevamente esas cejas se juntaron con la frustración apenas visible.

— No. ¿Qué pensaste de mí cuando te lo dije? —Su aliento me acarició la nariz, estremeciendo cada pulgada de la piel de mi rostro. Mis manos se sintieron ansiosas de tocar su rostro, y no desesperé más para llevarlas a su torso y sentir esa tensión en sus duros músculos debajo de la camisa blanca que llevaba puesta.

—Que el hubiera no existe—musité, mis dedos escalaron más de su cuerpo y esos ojos parpadearon, mirando de reojo mis dedos y luego mis labios. Sus cejas entonces se juntaron con algo de frustración. Era eso, exactamente eso era lo que le molestaba, pensar en que tal vez no iba a detenerse conmigo en ese momento.

—Temo mucho por lo que sientas cuando recuerdes ese momento y no todo lo demás, y te retractes de haber intimado conmigo.

Yo también temía mucho por eso, por recordar quién me había golpeado en el área roja, pero el resto, mencionando mis sentimientos, sentía que no cambiarían. El recuerdo que tuve de él besándome con esa intensidad brusca, sintiendo su lengua colonizar mí boca, sus manos deteniendo mi cuerpo y acariciándolo, y su caliente cuerpo sobre el mío contra una pared. Estaba asustada, pero también reconocí ese nerviosismo y deseo al sentir sus labios en el recuerdo.

Era extraño, si ese momento había acontecido cuando él quería intimar conmigo y yo le vi de una forma que lo lastimo, ¿entonces por qué me sentí así cuando me besaba? ¿O era acaso que estaba revolviendo mis sentimientos de hoy, con los de mi recuerdo? Fuera lo que fuera, yo quería estar con él.

—Solo...—Volví a tragar, mis dedos treparon sus pectorales y se resbalaron deliberadamente por su cuello hasta rodearlo con fuerza y yo alzarme de puntitas para terminar casi a su misma altura. Con ese acercamiento, Rojo jadeó, dejando sus labios entreabiertos y esa mirada perdida en la mía, oscureciendo apenas—, no permitas que me aparte de ti.

—Ni siquiera iba a permitirlo, eso es lo que ya no puedo hacer contigo— Inclinó su rostro solo para que nuestras frentes se tocaran—, dejarte ir. Estoy aferrado a ti.

Y lo besé, junté sus labios con los mis en un besó en el que sentí su sorpresa y escuché su ahogado gemido, un beso profundo y apasionado que continué sin duda alguna, y que él no tardó en corresponderme, rodeando mi cintura con sus enormes brazos y apretarme contra su ancho cuerpo.

El sabor de sus carnosos labios me fascinaba, podría chuparlos y no cansarme de ellos, era un sabor que me perdía, me hacía olvidar y más aún esa lengua que pronto saboreó el interior de mi boca de un modo tan profundo e intenso como si fuera la primera vez que lo hiciera también. Mi cuerpo se liberó un largo suspiro que pareció gustarle a él, pues no solo sus dedos hicieron presión en mi cadera, sino que algo duro creció y se rozó en mi entrepierna, logrando que mi cadera se meneara contra él.

Sí, sí, lo sabía, estaba yéndome por las ramas, siempre que lo besaba, que lo abrazaba o miraba, todo a mí alrededor desaparecía. No recordaba nada más que su endemoniada mirada, hipnotizándome. Y estaba mal, porque no era el momento, pero era demasiado tarde para que mi razón pudiera detenernos. Él debía dar el paso antes de que...

Gemí. Me empujó dejando mi espalda pegada contra la puerta para quedar acorralada contra su enorme cuerpo que no se pegó por completó al mío.

Cortó el beso, sacando su larga lengua de mi boca, pero sus labios no se apartaron de los mis.

—Detenme—jadeó otra vez contra mis labios—, si me dejas continuar temo no parar, aun si hay un experimento del otro lado.

El rocé carnoso tanto de aquel bulto contra mi entrepierna como de su boca contra mis labios, brindo descargas placenteras estremeciendo mi cuerpo y sobre todo, mi vientre, ese que llevaba varios minutos siendo dueño de un raro calor y dolor.

—S-sí, tienes razón, tenemos que decirles que no es el momento para dejarlos entrar.

(...)

Adam no estaba de acuerdo, y hasta él mismo dudo de nosotros para ir a revisar las cámaras de seguridad por su cuenta, pero la misma evidencia le dejó en claro que no era el momento de realizar el segundo plan, que debíamos esperarnos un poco más, solo un poco más para saber si algún otro experimento se iba de la segunda entrada.

La única salida era esa, a menos que nos arriesgáramos más con abrir la primera entrada y dejar que todo el derrumbe entrada y quién sabe, quizás algo más. Ese algo más era la razón por la que Adam no estaba de acuerdo en abrirla, y tenía razón, si resultaba que del otro lado había más experimentos, o el derrumbe se agrandaba, estaríamos acabados.

Así que por ahora, solo nos quedaba esperar otra vez, rogar porque se fueran todos los experimentos...

Como si fuera a pasar, después de lo que dijo Rojo era difícil pensar que lo harían.

Por otro lado, también habíamos puesto en marcha el primer plan de Adam, que eran cubrir todas las ventilaciones en grupo. Adam nos había dado horas atrás una caja con clavos y pedazos de madera cuadrangular que él había podido cortar con una sierra eléctrica en el sótano. Era impresionante que el sótano estuviera lleno de tantas cosas, no lo creí sino hasta que bajé para buscar alguna herramienta que nos fuera útil para defendernos. El sótano era enorme, habían muebles que todavía seguían dentro de sus cajas, y cajas metálicas con candados de extraña apariencia. Y mucho alimento y agua potable almacenada en un cuarto aparte como para vivir por meses en este lugar.

Después de que termináramos de cubrir las ventilaciones—cosa que nos costó mucho trabajo, pero que al menos ni una otra monstruosidad había aparecido—, nos repartieron turnos. Esta vez, quienes harían la primera guardia éramos Rojo y yo.

Mientras él recorría el pasillo de la primea entrada, donde había el enorme hueco en el techo, yo cuidaba la entrada al sótano.

Había algo en lo que no había podido dejar de pensar... Y fue en que, durante el largo camino y revisión que hicimos mientras cubríamos las ventilaciones, en ninguna habitación encontré toallas íntimas o rastrillos.

Era extraño pensar que a los experimentos varones no les crecía la barba, podía notarlo en el rostro de Rojo, suave y limpio, por otro lado, su rostro no era el único lugar si vellosidades. Su vientre también estaba impecable.

Si los hombres no necesitaban rasuradora, y no había toallas íntimas, entonces a las hembras no les llegaba su periodo. Su menstruación. Era por esa razón que no eran fértiles.

Quería preguntarle a 16, pero si no sabía sobre ese tema, sería incomodo explicárselo. No quería meterme en ese detalle con ella o con alguien más.

La razón por la que busqué esas dos cosas, no era solo porque quería las piernas depiladas, yo quería más que nada, las toallas íntimas.

El ardor en mi vientre, ese mismo que sentí tiempo atrás y el que se iba por momentos era como el de los cólicos, pero no había ni un sangrado. Sin embargo podía decir que no faltaría mucho para que llegara mi día, y entonces... ver eso me indicaría que no estaba embarazada de Rojo. A cada mujer le llegaba el día cada mes, y yo no recordaba cuando había sido la última vez, así que el que surgiera esta molestia en el vientre, me hacía sentir aliviada.

Pero había otro problema, y era que hasta a algunas embarazadas les daba este tipo de cólicos momentáneos, durante las primeras semanas...de gestación. No sabía cómo era posible que supiera eso, y no saberlo me perturbaba aún más.

— ¿Quieres un poco?— La voz de 16 me sorprendió, entorné la mirada en su dirección, ella se encontraba cerrando la puerta de la habitación en la que descansaban Adam y Rossi. En sus manos había una lata de atún cerrada y en otra unas galletas y un jugó—. De todos, tú eres la única que no comió.

No era que no tuviera hambre, cosa que sí tenía, solo que el olor de los alimentos estaba inquietándome el estómago. Se acercó a mí a pasos ligeros, no sin antes mirar a los pasillos con temor. La estudié, la timidez en la forma en que se acercaba y estiraba la comida, parecía sincera.

—Gracias—solté sintiéndome un poco incómoda cuando tomé la comida de sus manos. Pensé que se iría, pero se quedó quieta frente a mí, observándome con esa misma timidez

—Yo quiero saber...— dejó suspenso en el ambiente—. ¿Cuánto llevan ustedes de pareja?

Mordí mi labio inferior, asintiendo. Así que quería saber ahora de nosotros dos, pero la verdad era que no sabía desdé cuando habíamos empezado una clase de relación, cuando él lo aclaró fue con Rossi, diciendo que yo era su hembra, y ese momento no había sido hace mucho....

—No hace mucho —repliqué, ella asintió un par de veces con la cabeza.

—Cuando le pregunté a la examinadora por qué no te apartabas de su lado la noche en que él estaba inconsciente, me dijo que era algo que hacían los examinadores— contó, apretando sus manos, una con la otra —. Cuando te vi recostada a su lado, no me pareció que fuera algo que un examinador hiciera... Lo siento por portarme así contigo y por dejarme llevar con las mentiras de esa examinadora.

Un silenció se hizo al rededor, no supe que decir, no había nada por decir en realidad porque nada llegaba en mi mente con su inesperada disculpa. Se dio la vuelta sin despedirse y comenzó a volver a la puerta. Antes, dio una última mirada detrás de mí para apresurarse a entrar, y eso sin duda me hizo revisar sobre mi hombro y encontrarme al motivo de su repentina despedida. Rojo había cruzado el siguiente pasadizo, sus piernas venían en mi dirección, movimientos lentos y marcados, revisando a través de sus párpados las ventilaciones ocultas tras la madera.

Estaba muy apartado de mi zona, pero verlo acercarse, provocó ese latir acelerado de mi corazón, y ese indudable calor colocarme nerviosa.

No estaba bien que él me provocara esto con solo mirarlo, sentirme repentinamente así. No estaba bien, ¿eran las feromonas? Debían serlo, no había otra mejor explicación.

— ¿Viste algo?— levanté un poco la vos, atrayendo su mirada, clavando sus orbes enigmáticos en la lata de comida en mis manos.

—No, ni escuché nada, pero eso no indica que las ventilaciones estén desocupadas, ¿tú has oído algo raro?— Conté esos pasos que faltaban por llegar, mis dedos se sintieron muy inquietos, y ni hablar de la perturbadora sed que tuve en la garganta con solo ver sus carnosos labios que se mantenían entre abiertos.

Oh maldición. Deseaba su lengua dentro de mi boca en este momento, y chupándome la zona más frágil de mi cuerpo...

No, no, no, no. Es5o estaba mal. ¿Por qué estaba deseando hundirme en su boca en estos momentos? Quise golpearme las mejillas para erradicar todos esos pensamientos e ideas que llegaron a mí.

— ¿Pym? —Reaccioné ante su grave voz masculina crepitante en mis entrañas con suavidad. Elevé la mirada de sus labios que estaban a varios centímetros de mí, para subir el rostro y encontrar esos orbes observándome.

— ¿Si?— Se inquietó, sus cejas amenazaron con fruncirse un poco, lo que no esperé fue que el torso de sus manos terminaran depositándose sobre mi frente.

—Tienes fiebre, ¿te duele la pierna?— su voz apenas pude procesarla, los escalofríos que su tacto me provocó sacudieron todos mis huesos.

Sí. No estaba bien que me sintiera así. Sensible, con cólicos y nauseas, con un repentino cansancio, fiebre. Y esa necesidad de tener sexo con él aquí mismo.

Ahora mismo.

Me aparté de él antes de que sintiera un caos en mi interior, y negué enseguida.

—Solo necesito descansar—respondí. Le di la espalda sin darme cuenta de que me seguía, me acerque a la silla que saque hace un rato de la habitación, con la intensión de sentarme y comer un poco.

—Me estas preocupando.

—Estoy bien —aclaré, tomando al fin asiento, dejando las galletas y el jugo sobre mis piernas para abrir la lata de atún—. Solo necesito comer.

— ¿Necesitas comer o descansar?

Lo vi, a pesar de que no quería verlo por lo alborotado que estaba mi corazón, colocarse sobre sus rodillas delante de mí, llevando una de sus manos para tocar mi muslo. Los dedos de mi mano comenzaron a temblar mientras quitaba la tapa de la lata.

Estos síntomas estaban mal.

—Come un poco y ve a descansar—me pidió, subí la mirada y cuando lo hice, cuando deposité la mirada en esos profundos y enigmáticos orbes carmín, mi vientre se estremeció—. Quiero que descanses, yo haré la guardia.

Jadeé delante de sus ojos.

Y lo odié. Detesté sentirme así, en estos momentos no era lo indicado. Ni la fiebre, ni las náuseas, ni los cólicos, ni este deseo de sentir placer. ¿Por qué? ¿Por qué me sentía así? Ahora más que nunca, y con síntomas tan...

Sentí miedo, mucho pánico cuando la palabra embarazo llegó a mi cabeza.

—Pym—volvió a llamarme, sacándome del tormento en mis pensamientos. Puse atención esta vez, la forma en que me examinaba con sus párpados cerrados, revisando mi cuerpo entero con preocupación.

—No necesitas hacer eso— iba a detenerlo, dejando la lata de atún sobre mis piernas, pero entonces me detuve en seco, solo eso faltaba para confirmarme la temible respuesta.

Tragué con fuerza, tratando de desvanecer ahora el asqueroso sabor que mi garganta había tenido a causa de los nuevos vuelcos estomacales.

Me sostuve nuevamente el estómago y él se detuvo en mi acción, revisado esa área sobre todo. Apreté mis labios y me contuve.

No era momento para que las náuseas me golpearan con fuerza y me hiciera vomitar con solo oler un poco del atún... Si vomitaba otra vez y aquí, Rojo se preocuparía más. No era normal sentirme así. Un malestar se sentía continuamente, ¿no? Pero estas nauseas eran en horas diferentes, momentos diferentes y cuando sucedían, pocos minutos después desaparecían.

— ¿Te duele el estómago?— Su mano se depositó sobre la mía, cuando alce la mirada aun conteniéndome, y lo vi, quedé aún más asustada—. Pym... Contéstame.

No podía estar embarazada. No en estos momentos.

No de él.


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