Al viejo presidente se le cayó la taza sobre la mesa. El caliente té negro se derramó sobre ella y empapó el papel. Sin embargo, al presidente pareció no importarle. Solo miraba incrédulo a Sereck, quien estaba sentado frente a él. No podía evitar mirar a Sereck, quien sonreía con sarcasmo.
—¿Te atreves a venir tan temprano solo para gastarme una broma? ¿Acaso no crees que pueda darte una paliza, Sereck?
—Ojalá lo hicieras, viejo amigo.
Frente a las palabras ligeramente amenazantes del presidente, Sereck extendió las manos desamparadamente.
—Si realmente puedes despertarme de este sueño a golpes, te lo agradecería.
Al escuchar palabras de Sereck, el viejo presidente lo miró un rato más antes de sentarse otra vez, pero su rostro seguía pálido.
—¿Sabes qué? Me haces sentir que estás contando un chiste. ¿Dos figuras de nivel legendario con menos de 20 años? Ni siquiera un tonto borracho diría tal cosa.
—Ojalá estuviera loco, pero es cierto.