Vivian fue enviada a otro imperio, en el que el sol rara vez adornaba la tierra con su luz y su calidez, era la tierra que tenía la triste fama de haber sido construida con huesos, conocida como Bonelake. Vivian cruzó distintos pueblos junto a la mujer que sus padres le habían enviado en el carruaje. Había llorado antes de dejar la mansión y el imperio de Valeria, con las lágrimas en sus ojos cayendo como una cascada, al suplicar a sus padres que no la enviaran a ningún lugar. Su padre no se había molestado en quedarse fuera para despedirse, y su madre, a quien se había aferrado, se había rehusado a mirarla a la cara.
Al bajar del carruaje, Martha, la anciana que había llevado a Vivian hasta allí, lanzó una mirada a la mansión frente a ellas, y luego miró hacia la pequeña niña que tenía a su lado. La mujer no trabajaba para los Alcott, pero conocía a una de las criadas que trabajaban allí, por medio de la cual los señores la habían contactado para que se llevara a la niña, dándole suficiente dinero para que mantuviera su linaje en secreto hasta que fuera completamente olvidada. Sentía lástima por la pequeña.
—Vivian, —llamó a la niña quien frente a ellas miraba la gigantesca mansión. La pequeña giró la cabeza, sus ojos negros miraban a la mujer, que le ofreció una sonrisa alentadora.
—Aquí es donde viviremos a partir de ahora –al escuchar aquello, los ojos de la niña se inundaron de lágrimas.
—Quiero volver con mi madre, —suplicó Vivian, con la esperanza de que la llevaran de nuevo a su hogar. No estaba acostumbrada a estar lejos de sus padres. La mujer era una persona amable, y, si hubiese podido, hubiera dejado a la niña en algún lugar por el camino para evitarse problemas, pero, en cambio, la había consolado durante el viaje en el carruaje.
Se arrodilló y apretó la mano de Vivian.
—Estoy segura de que tu madre vendrá a verte en unos días. Tendrás que ser una buena niña, Vivian. –Al no saber qué más decir, mintió diciendo que su madre la visitaría. –Hasta que venga tu madre, tendrás que escuchar lo que yo digo, querida, porque si no lo haces, ella podría no venir. Y no quieres eso, ¿verdad? —preguntó suavemente.
La niña negó con la cabeza enérgicamente, y luego se secó los ojos y la nariz con un pañuelo que la mujer le había dado.
La anciana tomó a la niña de la mano y entró a la mansión a través de sus grandes puertas. Los Carmichael eran una de las pocas familias de sangre pura en Bonelake, y la criada sabía que era seguro llevar a la niña con ellos. No era que soportaran que los humanos los repudiaran para demostrar quiénes eran las criaturas superiores, pero, comparados con los demás vampiros de sangre pura, uno podía decir que eran tolerantes. Para esa noche, a Vivian ya le habían asignado una habitación en el sótano de la mansión cerca de Martha, quien había hablado de Vivian con el Señor Carmichael, y la había presentado como una sobrina que estaba allí para aprender el oficio de las criadas.
Y así comenzó la vida de Vivian en la mansión de los Carmichael.
Como era la criada más joven en la mansión Carmichael, a Vivian ya le habían indicado qué hacer y qué no hacer. Martha, que era la criada más vieja, se aseguró de repetirle aquellas indicaciones cada noche para asegurarse de que la pequeña aprendiera las reglas de la casa.
La primera era no estar en presencia de los miembros de la familia. La segunda era que, si por equivocación terminaba en presencia de alguno, no debía hablarle, sino solo asentir y/o responder con la cabeza. La tercera regla era escuchar todas las palabras que los Carmichael le dijeran, y comportarse bien. Había muchas cosas más además de las reglas, pero una de las más importantes era que, al ser humana, debía mantenerse alejada de las personas de ojos rojos.
A Vivian le daban tareas simples como ayudar a ordenar y limpiar los vegetales, regar las plantas o recolectarlas, y, a veces, seguía a Martha por la casa hasta que la mujer le decía que se quedara en la cocina.
Durante la primera semana, una tarde, mientras picaba carne en la mesa, Martha le habló a Vivian, que estaba con la mirada fija en el fuego, viéndolo crepitar y calentar la olla.
—Querida, ¿por qué no vas y buscas a Paul por mí? —La niña asintió con la cabeza y salió en busca de Paul, uno de los criados de la mansión.
Echó un vistazo con cuidado, en busca de Paúl, asomándose por las paredes y columnas como si fuera un ratón. Antes de que pudiera cruzar el corredor, Vivian escuchó pasos y voces que se le acercaban y se paralizó detrás de una de las columnas. Claramente, cuando la anciana criada le había aconsejado no estar en presencia de los Carmichael, se refería más bien a no levantar sospechas sobre su pasado de una familia de vampiros. La niña había tomado las palabras de Martha de manera literal, por lo que se escondió detrás de la pared en lugar de salir caminando tranquilamente sin comportarse como una sospechosa.
Se asomó lentamente para ver de quién se trataba, y vio al Señor y a la Señora Carmichael con invitados. Alcanzó a ver a lo lejos a un niño y a una niña . No había visto niños de su edad en aquel lugar. Extrañaba a su hermano, Gregorie, y deseaba que estuviera con ella. Antes de poder mirarlos más detenidamente, Vivian sintió un golpecito en su hombro.
Se dio la vuelta y sus ojos se abrieron con asombro cuando vio a un niño rubio que se veía un poco mayor que ella y la miraba fijo con sus ojos rojos. Su cabello rubio caía por la frente, y tenía la mirada inexpresiva clavada en la cara de Vivian, lo que la hizo inquietarse mientras se paraba allí, sin saber qué hacer.
—¡Leo! —Llamó alguien, y el niño se alejó de Vivian sin mirarla, dirigiéndose hacia los niños que habían llegado.
Una vez que aquella mirada intensa dejó impregnada en su cara, Vivian volvió apresurada hacia la cocina.
—¿Has encontrado a Paul? —la niña negó con la cabeza ante la pregunta de Martha.
—Debe haber ido al mercado. Aunque es muy temprano para que se haya ido. Toma esto, y ten cuidado de no tirar los pequeños esta vez. —La mujer le lanzó una mirada afilada.
Ayer, cuando una de las criadas la había hecho sentarse frente a las chauchas para recoger las habichuelas, Vivian había tirado la mitad de ellas, hasta que Martha las encontró y le enseñó cómo recoger todas antes de tirar la cascara. La niña no había dicho una sola palabra desde que estuvo en la mansión, la mujer no la había obligado a hablar porque no tenía el corazón como para hacerlo. Esperaba que algún día, en un futuro cercano, la niña pudiera dejar atrás a su anterior familia, que quería deshacerse de ella, en aquellos días.