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50% 13 de la mala suerte / Chapter 4: Sofía

Chapter 4: Sofía

Un fuerte sonido me levantó en plena noche. Era un sonido muy molesto, parecido a una gaita mal tocada, aunque en realidad se trataba de una guitarra. ¿¡Quién toca una guitarra a altas horas de la noche!?

Lentamente y con cuidado de no hacer mucho ruido, me asomé a la ventana para tratar de ver qué ocurría.

Para mi sorpresa, Miles estaba en el techo de su casa con una guitarra en las manos y con lo que parecía ser un gato sentado al lado. Miles tocaba la guitarra mientras el gato maullaba y la combinación era realmente espantosa.

Nunca creí que alguien pudiera tocar tan mal un instrumento ni que un gato pudiera maullar tan feo.

Como buena vecina que soy y amante de la buena música, usé una técnica conocida por todas las madres de Latinoamérica: tomé una de mis pantuflas y, como si de una bala se tratase, se la lancé a Miles con tanta fuerza que este se cayó del techo. El gato saltó del susto al igual que él y también cayó.

—¡Guarda silencio! —grité—. ¿No ves la hora que es?

Después de verlo caer pensé que quizás lo había matado, pero el tipo se levantó más fresco que una lechuga, colocó una escalera contra la pared y volvió a subir al techo.

—¿Se puede saber qué haces a estas horas de la noche? —pregunté, nuevamente casi a gritos, para que pudiera escucharme.

—Disculpa, estaba tocando la guitarra para acompañar a Nero.

En eso vi al gato acurrucándose contra Miles, por lo menos eso es lo que creo que hizo, no podía verlo del todo bien.

—Tu música me levantó del susto —le reproché.

—¿En serio? Nadie se había quejado antes, creí que se escuchaba bien.

Lo más probable es que nadie hubiera tenido el valor de salir a ver qué ocurría y si alguien lo hizo, creo no se animó a detenerlo.

—Tocas horrible.

—Ja, ja, ja, ¡qué mal! Yo pensaba que sería el próximo ganador de un programa de talento…

—Necesitas practicar más, mucho más, aunque lo mejor sería que te olvidaras de esto.

—¿Tan mal suena mi música?

—Bueno, no creo que puedas llamar música algo así

—Eso dolió

—Ja, ja, ja, nos vemos mañana, buenas noches —dije cerrando la ventana, para volverme a la cama a recuperar el sueño.

—Buenas noches, Celeste, que descanses.

—Igual —respondí desde el otro lado del cristal.

Diablos, pensé mientras intentaba dormirme, este chico saca de quicio a cualquiera, pero no es una mala persona, los demás deberían a aprender a no juzgar solo por lo que ven o escuchan de alguien.

Miles no tiene mala suerte. ¡Simplemente es un idiota empedernido! De repente, mientras aún dormía, noté algo helado en una de mis mejillas.

Me pegué un buen susto y me desperté agitando la cabeza hacia un costado con violencia.

En eso, una figura pequeña y negra saltó desde mi cama y se colocó en la ventana. Cuando logré verlo bien, con ayuda de la luz del sol, me di cuenta que era un gato negro con manchas blancas. Tenía lo que parecía ser una herida en uno de sus ojos, por lo que no podía abrirlo bien.

—¿Nero? ¿Cómo entraste?

El gato me miró un momento y luego se fue. Saltó hacia el muro de abajo y se dirigió hacia su casa.

—¿Qué hora es? —dije, mirando el reloj antes de recostarme en la almohada de nuevo. Eran las 6:00 AM.— ¿Cuándo fue la última vez que me levanté a esta hora?

Sin poder volver a dormirme y ya resignada, bajé a desayunar. Mis abuelos, como tenían por costumbre, se habían ido a la playa a atender su negocio de pesca, así que no se encontraban allí. Mi abuelo salía en su lancha a pescar mientras que mi abuela lo esperaba en la costa para limpiar el pescado y venderlo. Los abuelos de Miles se dedican a lo mismo, por lo que suelen irse los cuatro juntos a trabajar.

—¿Y ese milagro de que te despiertas a esta hora? —me preguntó mi madre, conociendo perfectamente mis hábitos de sueño.

—No tuve otra opción, fui atacada por un gato.

Primero, mi madre me miró confundida, pero luego sonrió.

—Entonces, tendré que contratar sus servicios de ahora en adelante.

—No, por favor.

—¡Ja, ja, ja! —se limitó a reír.

—¿Cómo es que ustedes pudieron dormir bien con el ruido espantoso que había?

—¿Ruido? Oh sí, se me olvido entregarte esto.

—¿Qué cosa?

—Toma.

En eso, mi madre cogió algo que había en la mesa y me lo entregó. Cuando pude observarlo con atención pude notar que ¡eran tapones para los oídos!

—¿Y esto? —pregunté.

—Tu abuelo nos dio un par a cada uno mientras tú estabas yendo a matricularte. Dijo que por las noches se escucha mucho ruido y que descansaríamos mejor con ellos.

—Ya veo, por eso nadie oyó una guitarra espantosa a las dos de la madrugada.

—¿De qué hablas? —volvió a mirarme con duda.

—De nada, ten, te los devuelvo.

—¿No los quieres?

—Ya no son necesarios, ya acabé con ese espeluznante ruido por mi cuenta. Por cierto ¿y papá?

—Está con el abuelo.

—¿Mi padre? ¿Pescando? ¡Imposible!

—Tu abuelo lo obligó. Dijo: "Trabajar en una computadora no es trabajar. Ven, acompáñame que te enseñaré la profesión que me ha dado de comer todos estos años."

—¡Ja, ja, ja! Ya me imagino la escena.

—No le quedó otra que ir —concluyó mi mamá, levantando los hombros.

Mi padre trabajaba como FreeLancer en el área de programación. En mi opinión, es muy bueno en lo que hace, Incluso ha trabajado en videojuegos de alto presupuesto. Pero el trabajo físico no es su fuerte.

Mi madre se dirigió a la mesa y me invitó a que me sumara. Sobre la mesa había dos tazas de café y unos panes dulces para desayunar.

—Miles es muy agradable, y guapo, se ve que hace mucho ejercicio —comentó mi mamá, para luego tomar un sorbo de su taza.

—Sí, lo sé —respondí sin mucho interés, mientras analizaba el pan con detenimiento.

—¿También te fijaste en eso? Interesante... —agregó con diversión, soltando una pequeña risa.

—No tuve otra opción, se quitó la camiseta enfrente de mí.

—¿¡Qué hizo qué!?

¡Diablos! Había olvidado por completo que omití todo lo sucedido con Miles el día anterior.

—¡Ah! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! —largué una risa rápida, nerviosa y exagerada— Perdón, me confundí, aún estoy medio dormida.

—Niña, no me asustes así —a mi madre le había vuelto el color al rostro.

—Lo siento.

—Deberías ser su amiga.

—Acabé echándole comida encima, creo que ya somos amigos —dije tomando inmediatamente un poco de café, para cerrar el tema.

—Qué graciosa… ¿Qué harás hoy? ¿Quieres que vayamos a dar una vuelta por el pueblo?

—Claro, sería fantástico.

—Perfecto, una vez termine con la cocina nos arreglamos y nos vamos.

Al cabo de unos minutos, terminamos de desayunar.

—Déjame, te ayudo —me ofrecí a lavar las tazas, pero mi mamá me detuvo.

—Por ahora puedes sacar la basura, por favor.

—Entendido.

Antes de que cerrara la bolsa de la basura, el timbre de nuestra casa sonó.

—¿Quién puede ser tan temprano? —preguntó mamá.

—Iré a ver, de paso que saco la basura.

En pocos segundos me acerqué a la puerta, y sin siquiera mirar quién era, la abrí.

—Buenos días, ¿qué se le ofrece?

Me encontré cara a cara con mi pantufla. Detrás de ella se encontraba Miles, con su típica sonrisa.

—Buenos días, vine a devolverte tu pantufla.

—Ah gracias, a pesar de haber sufrido su ataque la trajiste de vuelta a mí, eres muy considerado.

—Ja, ja, ja. Déjame decirte que tienes un buen derechazo, no tiras como mujer.

—Ese comentario es machista, pero aprecio el cumplido.

Él se limitó a reírse mientras me entregaba la pantufla.

—Tus abuelos están en la playa, ¿verdad? Si quieres puedes desayunar con mi mamá y conmigo, aunque solo puedo ofrecerte café y pan.

—Te lo agradezco, pero tengo que hacer un mandado, quizás en otra ocasión.

—En otra ocasión será, pues.

—Sí. Bueno —comentó dando un paso atrás— Nos vemos más tarde

—Sin osos esta vez.

—Ja, ja, ja, sin osos.

Con eso, Miles se fue. Cerré la puerta y vi detrás a mi madre con una sonrisa sumamente pícara.

—¿Qué? —le pregunté.

—Nada…

—¿Qué…? —volví a preguntar, un poco irritada.

—Nada… no he dicho nada.

—Pero lo piensas.

—Je, je, je.

Entre las dos terminamos en poco tiempo los deberes de la nueva casa y al instante me preparé para salir. Una vez fuera de casa no pude evitar observar la casa de Miles.

—¿Lista? —preguntó mamá.

—Sí.

Salimos a caminar por la ciudad. Era domingo por la mañana, y seguramente sería un día de compras, que eran los mejores días de mi vida, no solo por las compras, sino también por el tiempo que paso con mamá.

—Me imagino que el pueblo te parece completamente diferente —comenté, mientras miraba a alrededor.

—Hay nuevos edificios, nuevos residenciales —admitió ella—, pero las calles siguen siendo las mismas de siempre.

—Ya veo.

—¿Ves ese parque de ahí? —me preguntó, señalando un parque que no estaba muy lejos, podía verse al final de la calle.

—Sí, ¿qué tiene?

—Allí fue donde tu padre me pidió que fuera su novia.

—¿En serio?

—Sí, y fue muy divertido. Él no hablaba muy bien en español, sin embargo, se esmeró en aprender a decir te amo, pero cuando me lo dijo, en vez de decir te amo dijo le amo.

—Ja, ja, ja.

—Fue muy tierno —concluyó con una sonrisa.

Conozco la historia, ambos me la han contado un millón de veces, pero ver el lugar donde ocurrió y ver a mi mamá feliz al recordarlo hizo especial ese momento.

Mi padre es japonés. Vino a este país de vacaciones con unos amigos, y conoció a mi mamá en el restaurante donde ella trabajaba. Desde entonces, mi padre visitaba este restaurante cada vez que tenía un rato libre. Hizo todo lo posible para llamar su atención y quedarse con ella.

Emprendimos nuestro camino nuevamente, pero a los pocos pasos, mi mamá recibió una llamada de mi abuela.

—Sí mamá, estoy en el parque con Celeste —la escuché responder—. ¿Qué pasó?… —se quedó en silencio unos instantes— Ay, mi Dios, ya voy para allá.

—¿Qué pasó? —pregunté rápidamente, alarmada por su reacción.

—Tu papá se dobló el tobillo en la arena cuando cargaba unas cajas.

—Pobre de él…

—Me tengo que ir, tengo que ir a atenderlo. Tu abuelo solo hará que se lastime más.

—¿Quieres que te acompañe?

—No, estaré bien, sigue paseando, pero nada de llegar tarde esta vez.

—Entendido.

Antes de que nos separáramos, el teléfono sonó nuevamente. Esta vez era mi abuelo y parece que lo que escuchó mi mamá no fue de su agrado, ya que empezó a gritar mientras se iba.

—¡Papá, cuidado! Vas a matar a mi esposo… ¡Que no cambiaré de marido!

Una vez mi padre me dijo que mi abuelo fue el jefe más difícil con quien se ha enfrentado alguna vez. Ahora puedo ver que no estaba mintiendo.

Con mi madre lejos, era momento de retomar el camino, así que me valí nuevamente de la aplicación para buscar los puntos de interés de la zona. Me interesaba buscar un buen restaurante, quizás pudiera convencer a mis padres de ir a cenar aquella noche.

Parecía una tarea tan sencilla, siempre que evitase chocarme con alguien o que, mejor dicho, las personas chocaran conmigo, como terminó sucediendo; aunque no fue un golpe muy duro, si logró que ambos, la persona con la que había chocado y yo, cayésemos al suelo. Cuando levanté la mirada, ahí estaba ella: piel blanca, dos largas trenzas y lentes ovalados.

—Discúlpame —me dijo ella—, estaba distraída y no te vi.

—No te preocupes —respondí—, no es la gran cosa, yo también estaba distraída con mi celular.

—Ja, ja, ja... así es…—noté que me observaba con atención— Tú no eres de por aquí, no te he visto antes.

Admito que me sorprendió que notara eso.

—Me acabo de mudar a la casa de mis abuelos.

—Eso es genial. ¿Hace cuánto te mudaste?

— Ayer, de hecho.

—Ya veo, y dime, ¿estás perdida? ¿Hay algo en lo que te pueda ayudar?

—De hecho, sí. Busco algunos lugares para cenar, ¿conoces algún buen restaurante por aquí?

—Sí, conozco uno que es muy bueno

—¿En serio? ¿Puedes enseñarme? Bueno, si no es mucha molestia.

—No te preocupes, no es ninguna molestia

—¿Seguro? ¿No ibas para otro lado?

—Tenía que ir al instituto, pero puede esperar.

—¿Al instituto? Pensé que nadie podía entrar hasta la inauguración de mañana.

Ella asintió con una sonrisa.

—Así es, pero estoy ayudando en la biblioteca, así que puedo entrar y salir cuando quiera.

—Ya veo. Por cierto, mi nombre es Celeste —contesté, y le extendí una mano, esperando que me dijera también su nombre.

—Mucho gusto —dijo ella, extendiendo su mano y estrechando con la mía— mi nombre es Sofía.

—Es un placer. Bien, te sigo.

—Claro, vamos, es por aquí.

Mientras caminábamos no podía dejar de pensar en lo que había sucedido ayer y es que, en algún momento, durante la odisea de llegar al instituto junto a Miles, pasé por el mismo camino.

Estaba comenzando a pensar que los caminos de esta ciudad estaban repletos de monstruos que aparecen de repente en ciertas ubicaciones, como en cualquier juego RPG. Mi mente estaba por los aires, algo que Sofía notó fácilmente.

—¿Te pasa algo?

—¿Eh?

—Estás en la luna.

—¿En serio? Ja, ja, ja, estoy bien.

—¿Segura?

—Solo pensaba en tonterías de adolescentes, tú sabes, lo normal.

Con esa excusa barata trate de zafarme del tema, ya que si le contase la aventura del día anterior lo más probable es que no me creyera. ¿Quién podría?

En eso, logramos escuchar una voz que me resultó muy familiar y que venía de detrás de nosotras. En cuanto volteamos para ver supe de quien se trataba: ¡era Miles! Venía corriendo hacia nosotras, gritando algo.

—¿Qué dice? —le pregunté a Sofía.

Ella me respondió.

—Creo que... ¡avispas!

En efecto, mientras más se acercaba Miles, más fácil resultaba reconocer a los pequeños insectos que venían detrás de él. ¿Unas cien avispas...? No, eran muchas más… Me perdí al intentar contarlas, y entonces me percaté de que ¡Miles venía hacia nosotras!

Sofía y yo nos volteamos a ver. Nuestros cerebros tardaron unos segundos en reaccionar al peligro inminente que se avecinaba. Después de todo, ¿quién espera ser atacado por unas avispas mientras busca un restaurante un domingo por la mañana?, cuando reaccionamos ya era demasiado tarde.

Miles había sujetado mi mano y la de Sofía y nos jaló hacia adelante con tanta fuerza que creí que me iba a arrancar el brazo. ¡Por Dios! ¿Cuánta fuerza tenía ese sujeto? Sofía y yo empezamos a correr, más bien, a ser arrastradas por la fuerza por Miles, quien no paraba de gritar:

—¡Corran! ¡Ahí vienen las avispas!

Solo pensaba en los mensajes que aparecen en los videojuegos cuando eres atacado por monstruos por sorpresa. Algo así como: "¡Han aparecido unos monstruos que te impiden avanzar! ¡avispas asesinas! Las avispas asesinas usaron: persecución. Es ¡súper efectivo!"

Gracias al impulso que nos daba el agarre de Miles, Sofía y yo corríamos a gran velocidad.

Nunca creí que podría correr tan rápido, y no estaba segura de cuánto podrían soportar mis piernas. Al cabo de unos metros, tanto Sofía como yo nos quedamos sin resistencia. Debido a lo ridículo del momento se me había olvidado preguntarle a Miles por qué diablos le perseguían unas avispas, así que se lo pregunté entonces a gritos.

—¡No es mi culpa! —se defendió él.

—¡Ya no puedo más! —exclamó Sofía.

Pocas personas aguantarían el ritmo de Miles, pero quizás eso fuera bueno, quizás las avispas se habrían cansado de seguirnos. Volteé a ver y…

Bezz… bezz… bezz…

¡Habían aumentado el ritmo! ¡Diablos! Estaban decididas a atacarnos. Sin que nos diéramos cuenta, Miles nos había conducido hacia uno de los tantos muelles de la ciudad y a pocos metros del agua nos gritó:

—¡Salten!

—¿¡Qué!? —reclamamos al unísono Sofía y yo, pero nuestra queja no fue escuchada.

Miles tomó impulso y dio un salto, arrastrándonos junto con él al agua. Tras habernos sumergido en el mar, aguardamos unos segundos bajo el agua. Al momento de salir nos percatamos de que las avispas habían desaparecido de la misma forma en que las vimos llegar. Juraría que el único motivo que tenían para perseguirnos era que querían vernos mojados.

—No sabes cuánto te odio en estos momentos —mencioné, mirando a Miles fijamente.

—Lo siento mucho —respondió con cara de perro mojado.

Una vez que salimos del agua y exprimimos nuestra ropa, mi curiosidad me ganó y le cuestioné a Miles.

—¿Cómo lograste que te siguieran unas avispas?

—No fue mi culpa, yo estaba haciendo el mandado que me pidió mi abuela. Vi como unos niños estaban tirando piedras a un avispero, así que fui y los detuve. De hecho, a uno de ellos le quité una piedra de la mano. En eso, las avispas salieron, vieron la piedra en mi mano y empezaron a seguirme.

—Lo que dices no tiene sentido. Las avispas no tienen un razonamiento tan alto como el que describes —dije, aunque, pensándolo bien, fue mejor que siguieran solo a Miles, dudo que los niños pudieran evitar las avispas.

—¿No piensan tanto? Estaba seguro de que sí, normalmente me siguen siempre que paso por ahí, así que ya me había acostumbrado a eso.

—¡Ah! Ahí está, lo dijiste de nuevo.

—¿Qué?

—¿A cuántas cosas estás acostumbrado? ¿Quién se acostumbra a eso?

Miles empezó a reír. Debido a la discusión que tenía con Miles, se me había olvidado por completo que Sofía estaba allí, a nuestro lado. No fue hasta que sentí su mano en mi espalda que me acordé de ella. Sofía se estaba escondiendo detrás de mí. De pronto recordé lo que Miles dijo, que las personas le tienen miedo. Creí que solo era una broma, pero... veo que no es así.

—¿Estás bien, Sofía? ¿Te lastimaste? —pregunte.

—Estoy bien —respondió ella, sin salir de su escondite.

—Qué bueno —dijo Miles, con visible alivio en su rostro.

—¡Miles!

—¿Sí? —respondió inmediatamente, poniendo la espalda recta.

—Discúlpate con Sofía ahora mismo, no puedes arrastrar a las personas de esa forma.

—Lo siento mucho, no era mi intención.

—Está bien, no pasa nada —respondió Sofía, todavía detrás de mí, y agregó—: Celeste, ¿podemos irnos por favor?

—Ah claro, Miles quieres acompañar…

No pude terminar la oración ya que Sofía agarró fuertemente mi mano, en clara oposición a la idea.

—¿Pasa algo, Sofía?

—No creo que sea una buena idea —dijo ella.

—¿Por qué no?

Antes de que Sofía pudiera responderme, Miles se interpuso.

—Ahora que recuerdo, aún no he terminado el mandado de mi abuela. Que olvidadizo soy, tengo que irme —dijo, sonriendo, aunque reconocí la expresión que tenía en realidad, si hubiese podido, él me habría dicho algo así como "no te preocupes, ya estoy acostumbrado". Pero no podía, así que Miles se retiró del lugar, dejándonos a Sofía y a mí a solas, en un momento un poco incómodo.

—Bueno, ya se fue —le dije a Sofía, intentando animarla a salir de detrás de mí—. A ese chico sí que le pasan cosas raras.

—No deberías juntarte con él —dijo ella, apartándose de mi espalda.

—¿Por qué no? No me digas que crees que él tiene mala suerte.

—Todos lo dicen, ese chico tiene un mal augurio.

—Pues yo no creo en la mala suerte.

—Deberías, yo vi con mis propios ojos como unos chicos se lastimaron por su culpa.

—¿Estás segura de que fue su culpa? —Ella no contestó—. Me lo imagino —intenté parecer lo más censuradora posible—. ¿Acaso no se suele decir que no hay que juzgar un libro por su portada? Creo que todos juzgan mal a Miles sin ni siquiera darle una oportunidad.

—A ese chico solo le han pasado penurias.

—Sí, pero aun así siempre anda sonriendo. Lo siento, pero no opino lo mismo que tú. Si me disculpas iré a mi casa a cambiarme, un placer.

Estaba molesta, pero no podía hacer mucho, aunque quisiera debatirle lo de Miles no puedo negar que le pasan cosas muy raras. Sin más que decir me retiré de ahí y me dirigí a mi casa, porque era cierto que necesitaba cambiarme de ropa.

Cuando llegué, mis padres ya habían regresado. Mi mamá estaba sosteniendo hielo contra el tobillo de papá.

—Te digo que está bien, no es para tanto —comentaba él, mientras intentaba quitarle el hielo a mi madre de las manos, pero ella oponía una fuerte resistencia.

—Si no le pongo hielo se te va a inflamar, así que deja de quejarte.

—¿Qué tal tu primer día en el trabajo? —pregunté, apareciendo por el marco de la puerta.

—Los he tenido mejores —respondió mi papá. Me miró de arriba a abajo antes de continuar—. Veo que también te fue mal a ti.

—Pero ¿qué te pasó? —me preguntó, notablemente angustiada, mi mamá—. ¿Por qué estás mojadas?

—Tuve un pequeño accidente con unas avispas y tuve que realizar algunas maniobras evasivas de alto nivel.

—Ja, ja, ja—sonrió papá, que entendió las referencias a los videojuegos.

—No me parece gracioso —lo reprendió mi mamá—. Ve a bañarte y a cambiarte.

—Sí, señora.

Tenía la piel reseca por la sal del mar, así que cuando terminé de bañarme sentí que había nacido de nuevo, feliz por el agua dulce. Sin embargo, la felicidad duró poco. Cuando intenté encender mi celular... no encendía.

¿Cómo pude olvidar a mi pequeño compañero? ¡No es posible!

—¡Miles! —grité en voz alta, y lo hice lo suficientemente fuerte como para que todo el vecindario lo escuchara. Estaba muy enojada con el responsable de que mi celular se hubiese dañado, solo era eso, pero recibí un tremendo susto cuando Miles respondió desde su habitación. Creía que aún no había regresado de su mandado.

—¿Qué pasó? —preguntó él—. ¿Un incendio? ¿Un huracán? ¿Aliens?

—¿Qué diablos dices? —pregunté, mientras me asomaba por la ventana de mi habitación, que quedaba justo a la misma altura que la de la suya, por lo que era fácil vernos cara a cara.

—Ja, ja, ja. Perdona, es la costumbre.

—Rayos... ¿Qué clase de vida has llevado hasta ahora? Espera —me detuve en seco—, ¿dijiste Aliens? ¿Viste uno?

—Sí, bueno... no. Ellos me observan a mí.

—¿De qué carajos hablas?

—¿Conoces esa sensación que te da cuando alguien te observa y volteas a ver hacia esa persona?

—Sí —respondí con interés, a pesar de estar algo confundida.

—Pues, cuando me ocurre, siempre volteo a ver hacia arriba.

En ese momento llegué a la conclusión de que Miles, además de ser un idiota, estaba loco.

—Eso no prueba nada —comenté.

—Lo prueba todo —dijo él, con total seguridad, y luego preguntó—: ¿Para qué me llamabas?

—¿Disculpa?

—¿Por qué gritaste mi nombre?

—Ah, cierto.

Tomé mi celular, y con toda la fuerza que pude, se lo arrojé a Miles. Le di justo en medio de la frente. Cayó hacia atrás por el impacto.

—Mi celular se dañó por el agua del mar, o sea, por tu culpa.

—Lo siento —me dijo desde el suelo de su habitación—. Intentaré arreglarlo.

—No creo que sea posible, pero puedes intentarlo. ¿Sabes reparar celulares?

—Lo aprendí de un libro.

—Ya veo, ¿te gusta leer?

—Es lo único que puedo hacer sin tener un accidente, así que no me queda otra.

Que mencionara los libros me recordó a Sofía y no pude evitar pensar que había actuado mal y le debía una disculpa.

—Miles, ¿quieres venir a cenar con nosotros hoy? Mi mamá es buena cocinera.

Miles se levantó rápidamente y me miró fijo a los ojos, muy emocionado, como un niño pequeño cuando le regalan el juguete que tanto estaba deseando, como si le hubiese dicho que se había ganado la lotería.

—¿Lo dices en serio? —preguntó, con una sonrisa enorme en el rostro.

—Sí, ¿por qué no?

—Estaría encantado de acompañarlos.

—Genial, nos vemos al rato —dije e iba a retirarme de la ventana cuando Miles me llamó:

—Celeste.

—¿Sí?

—Muchas gracias.

Miles podía ser un caso muy particular, pero tenía una sonrisa muy encantadora. Creo que cualquier chica se sonrojaría al verla, al igual que me pasaba a mí.

—Está bien, pero no te hagas ideas raras ¿entendido? —evitaba su mirada, no quería que me viera sonrojada.

—Claro, nos vemos luego.

—Hasta luego.

Cerré las cortinas de mi cuarto y me tiré a la cama. En eso entró mi madre con una de sus sonrisas pícaras en el rostro. Obviamente escuchó cuando grité el nombre de Miles y vino a ver qué pasaba.

Al verme sonrojada preguntó:

—¿Para cuándo la boda?

—¡Que no es así! ¡Lo estás malinterpretando! —grité, arrojándole una almohada.

—¡Je, je, je!

La noche llegó y Miles nos esperaba afuera de mi casa impacientemente. Juro por Dios que era la primera vez que veía a alguien tan contento solo por el hecho de ser invitado a cenar. En cuanto Miles entró a la casa mis padres y mis abuelos lo saludaron, estos últimos un poco extrañados por su presencia. La mesa ya estaba servida, así que nos sentamos, mi abuelo dio las gracias y empezamos a cenar, y mientras comíamos mis abuelos contaron con todo lujo de detalles cómo se había accidentado mi padre. Él, a su vez, hacía broma con lo sucedido.

Miles estaba nervioso, supongo que quería dar una buena impresión, y mi abuelo, al notarlo, dijo:

—¿Por qué estás tan nervioso? ¿Acaso vienes a pedir la mano de Celeste?

Eso no lo esperaba. Miles y yo nos sonrojamos, mi padre escupió la soda que estaba bebiendo, mi abuela se llevó la mano a la mejilla, y mi madre no paraba de reír. Yo supuse que ella veía todo eso como si fuera una escena de los libros de romance que tanto le gustaba leer.

—¡Abuelo! —exclame, haciéndome la ofendida, y Miles, sonrojado y avergonzado a la vez dijo:

—Claro que no, no es eso.

—Entonces deja de ser tan formal —le dijo mi abuelo—, nos conocemos desde hace tres años.

Pero el chico aún no lo tenía muy claro:

—Lo lamento, es que es la primera vez que un amigo me invita a su casa a cenar, no quiero arruinar el ambiente.

—Miles... — dije, en voz baja, y entonces mi abuela se me adelantó:

—No te preocupes por eso y disfruta la cena.

Después de ese incidente la cena transcurrió con normalidad, Miles se despidió y pasado un tiempo me fui a la cama. Mi curiosidad crecía a medida que iba a conociendo a Miles.

Adentrada la noche, pude escuchar un pequeño sonido que procedía de mi ventana. Sonaba como si un pájaro estuviera picoteando suavemente en el cristal. Me desperté y, aún medio dormida, abrí la ventana, justo a tiempo para recibir el impacto de una pequeña piedra que me hizo caer hacia atrás, y de escuchar la voz de Miles:

—Celeste, ¿estás bien?

Rápidamente cogí una pantufla y se la lancé, pero logró apartarse y, con una sonrisa en el rostro, me dijo:

—Ja, ja, ja, ya me acostumbré a tu tiro.

Sin embargo, Miles no esperaba la segunda pantufla, y con ella logré darle en toda la cara.

—¿Qué quieres esta vez? ¿No ves la hora que es?

Miles bajó del techo de su casa, tomó la escalera y caminó por la calle que divide nuestra casa, saltó nuestro muro exterior como si nada, colocó la escalera bajo mi ventana y subió hasta donde me encontraba yo. Todo esto lo hizo como si fuese lo más normal del mundo, sin importarle nada.

En cuanto llego hasta donde me encontraba me dijo sin reparos:

—Ven a mi cuarto, quiero mostrarte algo.

Cerré la ventana tan fuerte que Miles cayó hacia atrás, la escalera se partió en dos contra el muro exterior de la casa y él cayó en la calle. Pero eso no lo detuvo, tomó la escalera rota, volvió a su casa y, como si fuera lo más normal del mundo tener una colección de escaleras, sacó otra y repitió la misma acción.

Esta vez, como estaba prevenida, antes de que él pudiera decir algo, dije:

—Llamaré a la policía.

—Espera, espera, antes me expresé mal.

—Ajá.

—¿Puedes acompañarme, por favor? Solo serán cinco minutos.

—¿Estás loco? ¿No puedes esperar hasta mañana?

—No, por favor, confía en mí, tienes que ver esto.

Miles estaba ya medio metido en mi cuarto y en ese momento supe que Miles no dejaría de insistir hasta que le hiciera caso, así que tomé su mano y baje la escalera con él. Después, con ayuda de la escalera, salté el muro y me dirigí a su casa. Una vez allí, Miles colocó la escalera para subir al techo de su casa y me invitó a subir.

—Me han hecho todo tipo de invitaciones, pero nunca me habían invitado a subir a un techo.

—Valdrá la pena, ya lo verás.

—Eso espero, y dime, ¿a qué estamos esperando?

—Ya lo verás.

El gato de Miles, Nero, subió a dónde estábamos nosotros y se acurrucó sobre mis piernas. Miles, sorprendido, dijo:

—Es la primera vez que hace algo así, normalmente solo se acerca a mí, ni siquiera a mis abuelos les presta mucha atención.

—¿En serio? —pregunté mientras acariciaba a Nero.

—Sí.

—¿Qué le pasó en el ojo?

—Unos chicos lo estaban molestando porque creían que traía mala suerte por su color, así que empezaron a pintarlo de blanco con spray, se les fue la mano y, sin darse cuenta, la pintura le entró en un ojo. En cuanto vi lo que le estaban haciendo no pude contenerme y les di una paliza, y fue en ese momento cuando Sofía me vio.

—¿Ya la conocías?

—No sabía su nombre, solo la conocía de cara, porque ella siempre se corre cuando me ve.

—Pero tú no hiciste nada malo, estabas protegiendo a Nero.

—Sí, pero ella no vio eso, solo vio a los chicos heridos en el suelo.

—Yo le debo una disculpa. Después de que te marcharas fui muy dura con ella —comenté.

—Los dos le demos una disculpa —dijo Miles—, después de todo, fui yo quien las arrastró con mi mala suerte.

—Tú no tienes mala suerte.

—Ja, ja, ja.

—Y bien, ¿de esto querías hablar?

—No —respondió él, y señaló el cielo—, mira hacia arriba.

Y lo hice, fue ahí cuando me di cuenta de lo hermosa que se veía la luna. Había estado nublado esa noche, pero de repente las nubes desaparecieron y la luz de la luna llena iluminó la noche. Fue algo muy bonito de ver, algo a lo que nunca le había prestado atención desde mi ciudad natal, y pensé que en este pueblo la luna se veía cien veces mejor.

—Es muy hermosa.

—¡Verdad! Tenías que verla.

De repente, me sentí afortunada de estar allí, y sólo pude decir:

—Gracias.

—De nada.

Después de un rato regresé a mi habitación con la ayuda de Miles y nos despedimos, no sin antes acordar disculparnos con Sofía en cuanto llegásemos al instituto.


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