—¡Leylin, mi amigo, debes ayudarme! —ante la mención de esta maldición, que era como un gusano escondido en sus huesos, Bodach puso una expresión de dolor. Su enorme cuerpo yacía en el suelo, con los ojos tristes, mientras miraba a Leylin como una hormiga. La escena era bastante graciosa.
—Esto... es bastante problemático... —Leylin frunció el entrecejo, como si esto fuera extremadamente difícil—¿Por qué no intentas arreglar esto con ese Señor de la Calamidad? Actualmente está hibernando, por lo que probablemente no estaría dispuesto a ofender demasiado a un ser extranjero de las leyes, ¿no? —propuso.
—No, sus gemas suolo todavía están conmigo... Err... No, Bodach no robó nada. Estoy siendo difamado... —el dragón tuerto confesó todo, sin ser presionado.
—Ya veo... —Leylin se giró y se fue, no teniendo ningún interés en ofender a un poderoso Señor de la Calamidad por un ladrón.