Angelina Castillo, a pesar de lo que todos prefirieron creer, no era una mujer de clase alta promedio a la que le gustara visitar casas de té exclusivas, fiestas VIP o lugares a los que solo se podía entrar con un boleto dorado que les colocaran en las manos en el momento de nacer.
Era cierto que le gustaba cotillear y era aún más cierto que sabía todo sobre todos, pero no era la curiosidad en sí misma la que la impulsaba a ser tan entrometida.
No, Angelina Castillo quería estar al tanto de las cosas porque saber tanto sobre tantos le daba una oportunidad única de crear una intrincada red de amigos y conocidos que le ofrecerían una mano amiga cuando se encontrara necesitándola.
Y ese momento era ahora.