El bosque que rodea al pueblo se extiende como un velo de oscuridad y misterio, una masa densa de árboles antiguos cuyas ramas entrelazadas parecen conspirar para bloquear cualquier intento de luz solar.
Aquí, incluso en pleno día, la penumbra reina suprema entre los troncos altos y retorcidos que se elevan como guardianes silenciosos.
Matlal avanzaba con esfuerzo, cada paso parecía un desafío. El aire, cargado de un frío penetrante, se filtraba en sus pulmones, helando hasta sus huesos. Su lucha por avanzar no terminaba allí; la vegetación, que parecía tener vida propia, se retorcía y entrelazaba a su alrededor, como si intentara atraparlo en su abrazo mortal, dificultando cada uno de sus movimientos.
"Este lugar no ha cambiado nada," murmuró para sí mismo, tratando de calmarse.
La identidad dos, al notar su nerviosismo, se manifestó en su mente.
"Debes relajarte Mat, el carro estará bien. Solías conocer este bosque, ¿no?" respondió la voz reconfortante, intentando suavizar el ambiente.
"Sí, pero los senderos ahora están casi completamente obstruidos. El lodo espeso y las enredaderas parecen querer atraparme," replicó Matlal, apartando con esfuerzo una rama gruesa de su camino.
"Es como si el bosque estuviera defendiendo su territorio con ferocidad," pensó, esperando la respuesta de alguna de sus identidades, con la esperanza de que sus voces rompieran el silencio que lo rodeaba.
En respuesta a su pregunta, la identidad uno habló.
"Si, cada paso me hace sentir más fuera de lugar, como si el bosque y yo ya no fuéramos bienvenidos aquí," dijo, con un tono de preocupación creciente.
"Yo no lo veo así uno, yo veo lo contrario, veo como si el bosque impidiera que saliéramos, me preocupa más saber cómo nos vamos a ir." Comento la identidad dos a la identidad uno.
"Supongo tienes razón dos, aunque a mí me preocupa más entrar al pueblo que salir." Afirmo la identidad uno.
A medida que las identidades debatían en su mente, Matlal notó que el terreno comenzaba a descender de forma natural. El suelo húmedo y resbaladizo lo obligaba a moverse con cautela. Fue entonces cuando su vista se detuvo en algo inusual.
Un claro pequeño rodeado por árboles cuyas ramas se inclinaban hacia el centro, como si quisieran protegerlo.
Avanzó, sintiendo el frescor del aire y el murmullo de la naturaleza, hasta que sus pasos lo llevaron al corazón del claro en donde observo un cenote poco profundo con apenas treinta centímetros de agua cristalina.
En el centro del cenote, se encontraba una piedra solitaria se alzaba, desgastada por el tiempo, cubierta de musgo y marcas extrañas talladas en su superficie.
"¿Esto siempre estuvo aquí?" preguntó Matlal en voz alta, deteniéndose en seco.
"No lo recuerdo, Mat" respondió la identidad dos, como si compartiera su desconcierto.
El agua era tan clara que podía ver cómo los bordes del cenote descendían en un perfecto círculo, una formación natural que parecía demasiado simétrica para ser obra del azar.
"¿Quizá lo construyeron hace poco? Parece que en el centro aún falta algo," comentó con curiosidad.
"Sí, como si faltara una estatua o algo así," agregó la Identidad Dos, esta vez con un tono más serio, como si la ausencia le inquietara.
Matlal dio un paso hacia la orilla y se agachó, observando el reflejo distorsionado de su rostro en el agua. De repente, un escalofrío recorrió su espalda. Las ramas del bosque crujieron a la distancia, pero no había viento.
"Este lugar me pone los pelos de punta," admitió Matlal, mientras se levantaba y estiraba.
"Bien ya descansaste, tal vez sea mejor no quedarnos mucho tiempo," sugirió la identidad uno, con un tono ansioso.
Matlal observo el cenote y como se podía bajar con extrema facilidad.
"Parece interesante pero no tenemos tiempo, continuemos." Murmuro Matlal, antes de seguir caminando.
Mientras avanzaba el bosque se cerró atrás de él envolviéndolo en un manto verde y frio.
"¿No sienten como si estuviéramos atrapados, dando vueltas en el mismo lugar?" preguntó Matlal, deteniéndose un momento para observar a su alrededor, su mirada cargada de frustración y desconcierto.
"Eso es porque ya estamos perdidos," respondió la Identidad Uno con firmeza, su tono protector y crítico.
"Ni siquiera estamos siguiendo el sendero. Si lo hiciéramos, no habríamos terminado en ese cenote."
"Este bosque tiene una forma de desorientar," comentó la Identidad Dos con calma, tratando de aliviar la tensión.
"Es como si los pasos desaparecieran entre los árboles, como si el tiempo aquí se moviera en círculos."
"Más que eso, al adentrarnos, parece que los límites entre lo real y lo imaginario empiezan a disolverse," añadió, su tono impregnado de curiosidad y un leve asombro.
"¡Eso da igual ahora!" replicó la Identidad Uno, tajante, pero con una nota protectora en su agresividad.
"Matlal, no pierdas la concentración. Si dejas que el miedo tome el control, no saldremos de aquí."
"Respira. Lo que sientes ahora, por extraño que parezca, es parte del camino. Todo esto tiene un propósito, incluso lo que parece un desvío."
Mientras avanzaban, Matlal sintió cómo el entorno del bosque le hablaba de maneras que no podía comprender del todo. Los murmullos del viento y las sombras de los árboles parecían despertar recuerdos enterrados de su niñez. Una nostalgia dulce y amarga lo invadió, mientras el bosque parecía susurrarle ecos de un pasado que solo él podía escuchar.
"¿A qué jugabas aquí cuando eras niño?" preguntó Identidad Dos, intentando cambiar el rumbo de sus pensamientos.
Matlal sonrió levemente.
"Era divertido, aunque no venía a jugar solo por diversión," murmuró.
"¿Diversión? No suena muy convincente," respondió Identidad Uno, con su habitual tono sarcástico.
"¿O es que te entretenías huyendo de algo?"
"Estaba solo la mayor parte del tiempo," continuó Matlal, ignorando el sarcasmo.
"No quería estar en el pueblo… así que venía aquí."
"¿No te daba miedo, Mat?" La incredulidad de Identidad Dos era palpable, casi protectora.
Matlal bajó la mirada.
"Al principio no… pero había historias. Muchas historias de monstruos en este bosque. Esas historias empezaron a darme miedo."
"¿Monstruos? Por favor," resopló Identidad Uno.
"¿Cuántos años tenías? ¿Seis? ¿Siete? Deberías haber dejado de creer en esas tonterías hace mucho tiempo," Se escucho en la mente de Matlal con un tono de burla.
Matlal cerró los ojos por un momento.
"Es fácil decirlo ahora, pero… esos cuentos no eran solo cuentos. Había algo más, algo que sentías cuando estabas aquí, solo."
"¿Entonces por qué venías?" insistió Identidad Uno, su tono incisivo como una daga.
"¿Por qué venias entonces?" resonó la voz de la identidad uno.
"Si te daba miedo, ¿por qué no te quedabas en casa como cualquier otro niño normal?"
Matlal suspiró.
"Porque en casa tampoco estaba mejor. Mamá… nunca me prestaba mucha atención. Siempre estaba ocupada, siempre tenía algo más importante que yo. No tenía amigos y…"
"Así que elegiste este lugar," interrumpió Identidad Uno con desdén.
"Un bosque lleno de monstruos imaginarios. Gran idea."
"Era mejor que quedarme en el pueblo," respondió Matlal, su voz cargada de melancolía.
"Aquí al menos podía escuchar algo más que el silencio de mi propia casa."
"¿Y cuándo empezaste a tener miedo?" preguntó Identidad Dos, su tono más curioso que incriminatorio.
"Un día vi algo," confesó Matlal, deteniéndose en seco. Su mirada se perdió entre los árboles
Mientras avanzaba, el sonido de las hojas secas aplastadas bajo sus pies era casi ahogado por el murmullo del viento, que parecía llevar consigo susurros indescifrables.
"No sé cómo describirlo. Era… una criatura. Como si el bosque hubiera tomado forma. Su cuerpo estaba hecho de ramas entrelazadas, y sus ojos… eran como brasas, brillaban con una luz que no parecía de este mundo."
"¿Un monstruo hecho de árboles?" Identidad Uno dejó escapar una carcajada amarga.
"Suena como algo sacado de un mal sueño."
"No fue solo su apariencia," continuó Matlal, ignorando el sarcasmo. Su voz temblaba ligeramente.
"Fue la manera en que me miró. No solo me vio… sentí que supo exactamente quién era yo. Como si… como si me desnudara el alma."
Identidad Dos permaneció en silencio, pero su presencia se sentía más cálida, más próxima.
Finalmente, susurró.
"Eso debió ser aterrador."
Matlal asintió, sus manos temblorosas jugueteando con las correas de su mochila.
"Nunca me he sentido más vulnerable. Cuando volví al pueblo, traté de contarlo, pero nadie me creyó. Solo me repetían la regla."
"¿Qué regla?" preguntó Identidad Uno, aunque su tono parecía más interesado en desmontar la historia que en escucharla.
Matlal se llevó las manos a la cabeza, cerrando los ojos con fuerza.
"No quedarse solo," murmuró, casi inaudible.
Matlal abrió los ojos, mirando el sendero que se extendía frente a él.
"Lo repetían como un mantra, pero nunca explicaban por qué. Solo me ignoraban cuando mencionaba lo que vi. Como si… como si quisieran callarme."
"O tal vez solo eras un niño molesto con demasiada imaginación," espetó Identidad Uno, aunque esta vez su tono carecía de la fuerza habitual.
"¿Molesto? Tal vez. Pero esa cosa… lo que sea que fuera, estaba ahí. Y lo sabía. Sabía que yo estaba solo. Como si estuviera esperando eso."
El silencio cayó sobre el grupo, roto solo por el crujir de las hojas bajo los pies de Matlal.
"Ya pasó, Mat," dijo Identidad Dos con ternura, como si quisiera envolverlo en un abrazo invisible.
"Ya no estás solo."
Matlal no respondió. Las sombras del bosque parecían más densas ahora, casi opresivas, y cada paso hacia adelante lo hacía sentir como si el bosque lo envolviera, como si intentara retenerlo.
"Tal vez… pero esa sensación nunca desapareció del todo."
Matlal miraba a su alrededor buscando signos de vida como si lo estuvieran, observando, cada sombra que se movía hacía que su corazón se agitara y cada ruido estremecía su cuerpo, sin dejar que el miedo lo consumiera continuo por el sendero apenas visible.
En un momento, el crujido de una rama rompió el silencio, y Matlal se detuvo en seco, sintiendo el corazón martillando en su pecho. Miró a su alrededor, pero solo las sombras respondieron a su ansiedad.
Tras una larga caminata, emergiendo del espeso follaje, Matlal se encontró ante los límites del pueblo. Las siluetas de las casas familiares se recortaban contra el cielo estrellado, evocando recuerdos de su infancia, cuando cada callejón era un mundo por descubrir y cada rincón guardaba un secreto por revelar.
Sin embargo, la sensación de alivio que esperaba no llegó. En su lugar, una inquietante opresión se instaló en su pecho.
Cuando emergió del bosque, el aire cambió. Lo fresco y húmedo dio paso a un ambiente seco, casi estancado. Como si el pueblo lo rechazara desde el momento en que puso un pie en su suelo empedrado.
El pueblo se desplegaba ante él en un vasto paisaje de soledad y melancolía. Las calles, empedradas y estrechas, se adentraban en la distancia, flanqueadas por casas de adobe que se apiñaban unas contra otras en un silencioso abrazo, como si intentaran protegerse de un peligro invisible.
A pesar de la aparente densidad de las construcciones, una sensación de vacío y desolación se cernía sobre el entorno, intensificada por la tenue niebla que envolvía al pueblo.
Matlal avanzó con paso vacilante, el silencio, lejos de ser tranquilizador, parecía cargado de una tensión opresora.
"No hay alivio aquí," murmuró para sí mismo, con la voz teñida de una mezcla de miedo y resignación.
"Debemos tener cuidado, ¿Me estas escuchando?, este lugar... algo no está bien," dijo la voz seria de Identidad Uno, reflejando su propia inquietud.
"Lo sé, lo siento también," respondió Matlal en un susurro, mientras sus ojos recorrían el paisaje familiar y amenazador.
"Siempre fue un lugar sombrío, pero no lo recordaba tan opresivo."
Respondió Matlal a sus identidades.
"Recuerda, Mat, no estás solo. Seguimos aquí contigo," añadió Identidad Dos, intentando brindar algún consuelo.
"Gracias... pero no puedo sacudirme esta sensación de peligro," admitió Matlal, apretando los puños para darse valor.
Cada paso que daba lo sumergía más en el corazón del pueblo, pero en lugar de encontrar consuelo, sentía como si las sombras a su alrededor se cerraran, como si el pueblo mismo quisiera atraparlo en sus garras.
La nostalgia de su infancia se desvanecía, reemplazada por una creciente sensación de amenaza que lo hacía desear no haber salido nunca del bosque.
Matlal se detuvo por un momento, cerrando los ojos y respirando hondo, intentando calmar su mente dividida. Pero el miedo persistía, y con cada exhalación, parecía filtrarse más en su ser.
"Vamos, tenemos que seguir adelante," se dijo a sí mismo, retomando el paso con renovada determinación, aunque en su interior, cada fibra de su ser gritaba en contra.
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