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14.28% Tu camino / Chapter 1: Abducción 1
Tu camino Tu camino original

Tu camino

作者: Kiritomo_Deeh

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章節 1: Abducción 1

La misión había terminado bastante bien, ya que los bandidos no habían sido un problema mayor; además, los locales de la Villa Remire habían apoyado con asilo, alimentos y el pago justo que los mercenarios habían cargado.

—Capitán, hemos terminado de asegurar el perímetro —pronunció uno de los hombres junto al hombre de cabello rubio peinado en una trenza—, no tuvimos bajas.

—Perfecto —replicó el Capitán; era un hombre de edad media lleno de cicatrices notorias, además de que su cuerpo estaba marcado por la musculatura del entrenamiento y peleas constantes—. Vayamos a la posada, el anciano Georg nos está esperando.

Sin embargo, dos hombres más se unieron al grupo; portaban ropas marrones para compaginar con el resto de los mercenarios, pero sus rostros, todavía jóvenes, mostraban muecas de estrés y preocupación.

—Capitán —uno de los muchachos dijo con presura, su voz todavía jovial.

—Oh, no me digas que no entendieron el mensaje esos bandidos de pacotilla —Jeralt contestó con sarcasmo y cierta molestia al reconocer los rostros de sus hombres.

—No, señor… Es… respecto a su hijo, a Byleth —contrapuso el segundo hombre recién llegado.

Jeralt sintió la sangre de su cuerpo helarse; no tenía muchos problemas con su pequeño de tan solo diez años, ya que solía obedecer todas sus órdenes y seguir sus instrucciones durante los entrenamientos prolongados que hacían durante los tiempos libres. Sin embargo, para Jeralt era excesivamente difícil comprender a su propio hijo, ya que había algo inusual en él, algo que parecía afectar su desarrollo social. A pesar de que Jeralt prefería dar espacio a las personas y era un hombre comprensivo, había tomado una postura sobre-protectora cuando se trataba de Byleth.

El pasado de Jeralt era un misterio para la mayoría de sus hombres, puesto que muy pocos sabían que alguna vez había sido Capitán de las fuerzas de la Iglesia de Seiros; empero, el Capitán Jeralt no solía hablar de sus vivencias durante sus años en el monasterio gigantesco de Garreg Mach, ni tampoco gustaba dar explicaciones sobre su familia, en especial cuando se trataba de su hijo Byleth.

—¿Qué pasa con el chico? —Jeralt preguntó sin perder la postura.

—No está esperando en la posada —informó el mercenario más joven—, el anciano Georg nos dijo que perdió de vista a Byleth. Nosotros lo buscamos en el perímetro cercano, señor, pero no encontramos nada.

A pesar de que algunos de los mercenarios no comprendían las actitudes del hijo del Capitán, sabían que el niño hacía una avance increíble para su edad y era capaz de analizar situaciones de combate. Sin embargo, aquellos más cercanos y con mayor tiempo trabajando en la compañía de mercenarios, sabían que Jeralt era extremadamente cuidadoso con su hijo.

Sin una palabra, Jeralt caminó por el terreno boscoso y llegó cerca de la posada al norte de la Villa Remire. El pequeño pueblo era una zona rural que se dedicaba principalmente al comercio libre y servía como un paso hacia el norte del continente de Fódlan para muchos viajeros y mercenarios. Sus casas estaban un poco separadas entre ellas, con unas callejas terregosas que hacían lucir al sitio como un lugar poco habitado; aunque al centro de las calles se podían apreciar caminos llenos de carritos de mercadeo que vendían alimentos, armas, amuletos y otro tipo de productos.

Una vez Jeralt llegó hasta la posada, entró con prontitud y reconoció al anciano Georg. El hombre traía puesta una túnica café y sus barbas estaban plateadas por las canas de los años. Mientras que el Capitán Jeralt portaba sus rojas con tonos naranjas y con un bordado característico que diferenciaba a su compañía de mercenarios.

—Capitán Jeralt —el anciano pronunció una vez quedó cerca de la barra donde Jeralt aguardaba—, lo lamento tanto.

—¿Cómo es que lo perdiste de vista? ¿Ya lo han buscado en las habitaciones?

—Sí, sí. No sé cómo… pero el pequeño se movió hacia la ventana y se quedó ahí, cerca de las mesas. Pensé que no se movería de lugar, porque usualmente es un chico bien portado, así que me dispuse a trabajar en algunos asuntos de la posada y la taberna.

—¿Y desapareció así como así? —insistió Jeralt con cierta calma.

—Cuando quise ofrecer algo de comer al niño, ya no estaba en la ventana. Lo busqué por las habitaciones y en los alrededores. Fue cuando tus hombres llegaron y también buscaron en las cercanías. Pero… —el anciano suspiró con decepción—. Lo siento tanto.

—No, no es tu culpa. Pero no podía arriesgarlo a un combate directo. Aunque eran rufianes cualquiera, estaba bien armados y sobrepasaban en número a mi gente —Jeralt escondió la mueca de consternación que sentía, y en lugar de eso ofreció una sonrisa gentil al senil—. Nos quedaremos aquí por la noche. Voy a comenzar un equipo de búsqueda. Gracias por informarme, Georg.

****

La noche llegó con rapidez y los mercenarios ya habían hecho algunos rondines en los alrededores de la villa. Un grupo había buscado por los bosques del norte que colindaban con los riachuelos, otro grupo había optado por revisar el pueblo con cautela y pedir ayuda de la gente para asegurar que el pequeño Byleth no estuviera en algún edificio. Sin embargo, Jeralt tenía un mal presentimiento de todo eso. Sabía muy bien que su hijo no era ordinario, y no sólo por lo que había sufrido durante su nacimiento, también por algunas sospechas que tenía referentes a los acontecimientos del pasado.

El primer grupo de búsqueda llegó a la posada y reportaron los descubrimientos de los territorios cercanos. El líder se sentó en la mesa donde Jeralt estaba acompañado de otros miembros de la compañía; había un mapa frente a ellos y algunas fichas que servían como indicadores.

—Capitán —el líder del primer grupo habló. Era joven, quizá entre veinte o veintidós años; tenía los ojos azules claros y el cabello negro que hacía un juego peculiar con su tez morena clara—; si pasamos los riachuelos llegamos a una torre abandonada que quizá alguna vez sirvió como protección para el pueblo. Tenemos la sospecha de que Byleth pueda estar allí.

—Louis —Jeralt pronunció con un tono amargo—, el edificio no es muy grande, y está bastante alejado, casi a dos kilómetros de aquí. Me parece poco factible que pudiera haber llegado hasta allá sin que nosotros lo notáramos.

—Es una probabilidad alta de que pudiera escabullirse —replicó Louis—, sabemos que Byleth tiene habilidades para salir de problemas y es un chico hábil para el combate. No sería tan extraño que pasara por los alrededores del combate y llegara hasta ese edificio.

No hubo respuesta por parte del Capitán. Jeralt cuestionaba una y otra vez el porqué, puesto que no era usual que su pequeño desobedeciera órdenes; tal vez no era expresivo, y no hablaba mucho, ni mucho menos lloraba o reía, pero siempre aceptaba los comandos de su padre y hacía lo que Jeralt recomendaba. No era usual que Byleth saliera a campo abierto sin supervisión, mucho menos si había un combate de por medio.

—Está bien —aceptó Jeralt con su tono vivaz—, iremos de inmediato. Dana —ahora se dirigió a la mujer castaña que ocupaba la silla del lado derecho—, asegúrate de que el resto espere aquí. El grupo de Louis y yo iremos a la torre abandonada.

—Sí, capitán —dijo Dana con un tono melodioso y suave—, como ordene.

De manera pronta, Jeralt se puso de pie junto al muchacho Louis y ambos salieron de la posada. El grupo fue comandado por Jeralt hasta pasar por los bosques y llegar a los riachuelos; traían antorchas para asegurar el camino, aunque iban armados y listos para el combate. A pesar de que los alrededores de la villa eran muy tranquilos, había una tensión en el aire que provocaba que los mercenarios estuvieran alerta y con la guardia alta.

Los ríos no eran muy grandes y estaban divididos como dos caminos irregulares que eran separados de vez en cuando por montículos de tierra central; había unos puentes que guiaban hacia un viejo campo desolado que alguna vez había servido como tierra de cultivo. La torre era en realidad un molino alto de piedra que tenía una parte del techo de tejas destruido, pero todavía estaba en buen estado y lo suficientemente fuerte para sostenerse. Aunque la oscuridad de la noche no permitía ver más allá de los alrededores, los mercenarios no titubearon y se aproximaron a la cerca que yacía destrozada en los suelos.

—Louis, posiciona a la mitad alrededor del molino, Altamira, Fergus y Vivienne irán conmigo —ordenó Jeralt.

—Sí, capitán —aseguró Louis. Luego dijo hacia el resto del grupo—: ya escucharon, todos a las estaciones de vigilancia. Altamira —dijo al dirigirse a un muchacho pálido que portaba un arco y una coleta pelirroja—, sigue al capitán.

Altamira era un arquero de apariencia jovial, pero era el mejor del grupo cuando se trataba de las flechas. Fergus, por otro lado, era un ex-soldado experimentado justo como el Capitán, pero realizaba las órdenes sin titubeos. Vivienne era un mujer joven de cabello corto y cuerpo delgado; estaba entrenada en el arte de las espadas dobles y su velocidad era su mejor fortaleza. Los tres siguieron el comando y continuaron por el camino hacia el interior del molino junto a Jeralt.

El molino estaba en un estado deplorable, con algunos derrumbes en el primer piso y las escaleras destruidas, del mismo modo no parecía habitable. Altamira comenzó con la inspección y aluzó con una de las antorchas hacia las paredes y lugares recónditos que parecían accesibles; mientras que Jeralt analizó la estructura y llenó su cabeza de ideas respecto a los posibles paraderos de su hijo. ¿Había sido abducido?, ¿o simplemente había decido salir de la villa y ver la pelea desde otro ángulo? Si era así, entonces, ¿por qué lo había hecho?

Jeralt ya estaba acostumbrado a la personalidad apática de su propio hijo, pero no creía posible que la rebeldía fuera una de sus particularidades, además, Byleth prefería ir a donde su padre iba y no entablar conversaciones con otros. Jeralt todavía no comprendía aquella forma de comportarse del todo, pero hacía lo posible por hacer sentir al pequeño seguro. La madre de Byleth había muerto durante el parto, y había dejado en soledad a Jeralt con el pequeño; Jeralt no tenía mucha experiencia como padre, pues toda su vida se había dedicado a la batalla, a la guerra y nunca había sido mucho de expresar sus propias emociones tan abiertamente. Quizás, Jeralt ya había hecho análisis, Byleth era un poco como él, pero parecía excesivo su comportamiento serio y casi vacío.

No, Jeralt se recriminó en silencio. Borraba de su mente reproches y posibilidades, así como pensamientos de odio hacia la persona que creía como responsable del estado de su hijo.

—Capitán —la voz de Altamira sonó de entre la quietud—, mire lo que encontré.

Jeralt dio unos pasos hacia Altamira y tomó un pedazo de papel que parecía como una hoja arrancada de una libreta. La letra estaba escrita en tinta negra y tenía una curvatura hermosa, casi como de la realeza, que parecía proveniente de algún diario de alguien instruido. Así mismo, el contenido del papel sugería que el dueño de ese diario conocía sobre las Cimeras, las Crestas y sus atributos. Al otro lado del papel estaba dibujada una circunferencia de algún tipo de magia que Jeralt desconocía.

—También encontramos esto —agregó Vivienne al acercarse junto a Fergus—; parece ser que alguien estuvo acampando aquí no hace mucho. Quizá pasaron un día o dos, ya que no hay indicios de fogatas.

—Hacia el oeste —ahora Fergus agregó con su voz profunda que coincidía con su apariencia musculosa y varonil—, el territorio de Arundel…

—¿Qué tiene el territorio de Arundel? —cuestionó Altamira.

—El tipo de tela y el estilo de tejido son populares en Arundel —aseguró Fergus al tomar la bolsa que alguna vez había servido como contenedor.

—No puede estar muy lejos de aquí quien quiera que sea el que acampó en este molino —indicó Vivienne.

—¿Y... habrá alguna conexión? —se atrevió a dudar Altamira.

Jeralt no dijo nada. Estaba seguro de que existía alguna conexión, ya que conocía sobre las Cimeras, Crestas y sus conexiones con él, la Arzobispo de la Iglesia de Seiros y el acontecimiento de su fallecida esposa. Había una probabilidad alta de que su propio hijo tuviera alguna representación de alguna Cresta, pues su duda llegaba a tal grado de que creía a la Arzobispo capaz de locuras como implantación de Cretas de modos antinaturales.

—Vayamos de vuelta a la posada —por fin la voz de Jeralt se hizo presente—, planearemos una búsqueda y necesitaré al mejor cuerpo de cazadores para buscar el rastro de la persona que estuvo aquí.

—Sí, capitán —dijeron Vivienne y Fergus con prontitud.

Por otro lado, Altamira no replicó, sólo asintió con la cabeza y aceptó la resolución de su capitán.


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