—¿Qué te hace pensar que lo soy? —sus preguntas y expresiones hicieron sonreír a Alex.
—Bueno... para poder castigar a esa princesa, como dijiste que hiciste, tendrías que ser alguien tan poderoso como la familia real, si no más, ¿verdad? Pero, ¿por qué hicieron eso? ¿Fue porque no quieren que te cases con una plebeya como yo? —Abi le explicó sus pensamientos.
Había leído algunas novelas románticas ficticias sobre el amor entre reales y plebeyos y cómo la familia real siempre intentaba separarlos porque el plebeyo no era una pareja adecuada.
—¿Estaba equivocada? —sin embargo, Alex se rió de su teoría.
—¿Príncipe heredero, eh? —murmuró una vez que dejó de reír. —Miró a Abi con una sonrisa juguetona mientras le acariciaba la mejilla con su pulgar. —Descansa tranquila, corderito. No soy un príncipe heredero ni parte de la familia real. Y no planeo casarme con nadie, Abigail.
—¿Pero eventualmente te casarías en el futuro, ¿verdad?